"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!"
Estábamos haciendo Ejercicios Espirituales y nos propuso el sacerdote la contemplación de la pecadora que llora a los pies de Jesús, lavando los pies del Maestro con sus propias lágrimas. Y allí estaba yo, en la contemplación, a los pies de Cristo, llorando y pidiendo perdón por mis pecados, ocupando el puesto de la pecadora. "Perdóname, Señor. Soy débil y caigo una y otra vez. Ten compasión de mí". Y de pronto, no sé qué pasó, pero de repente cambió la escena. Os aseguro que no fue algo premeditado. Ya no estaba yo a los pies de mi Señor, sino el Señor a mis pies. ¡El propio Maestro lavándome a mí los pies! Me sentí desconcertado. Yo quería volver a arrodillarme a los pies de Cristo. No quería que Él me lavara a mi los pies. Y de manera instintiva le dije al Señor lo mismo que San Pedro: "No, Señor. Yo no soy digno de que me laves los pies. Soy yo quien tiene que arrodillarse y besarte los pies a ti". Y entonces, oí la respuesta del Maestro:
- Tienes que dejarte lavar los pies por mí. Si no, no tienes nada que ver conmigo.
- Entonces, lávame los pies y las manos y la cabeza si hace falta, Señor. Tú sabes que te quiero, a pesar de mis traiciones. Señor: soy débil. Caigo una y otra vez. Quiero hacer el bien y en vez de eso, hago el mal que no quiero. Intento cambiar y no puedo. No soy capaz de controlar mis pasiones y me dejo llevar por la ira, por toda clase de impurezas; por la vanidad y el orgullo; por el egoísmo, por buscar siempre mi propia comodidad. No soy capaz de contener mi lengua y critico a los demás sin la más mínima caridad. Desprecio a los que me caen mal. No me entrego como debería a mi mujer y a mis hijos y pienso más en mí mismo que en ellos. Caigo tantas veces…
- Por eso te debes dejar lavar por mí – me contestaba el Señor – Porque tú sólo no puedes. Sólo Yo puedo cambiar tu corazón. Yo soy el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Deja que Yo sea quien te salve, porque tú no puedes salvarte a ti mismo.
¡Cuántas veces nos sentimos frustrados porque queremos cambiar el mundo y no conseguimos nada! ¡Hay tanto mal en el mundo! Paro, desesperación, pobreza, guerras, suicidios, mujeres maltratadas, niños que sufren abusos o abandono o violencia; violaciones, crisis, divorcios, abortos, adulterios; ancianos solos y abandonados; familias desahuciadas de sus casas. Y yo no puedo hacer nada. O casi nada: ¡Qué impotencia! Yo no voy a cambiar el mundo. No puedo. Quisiera que el mal no existiera. Pero ahí está. Y debo combatirlo, pero es una lucha tan desigual… Es como ser un Quijote luchando contra molinos de viento. Yo no puedo acabar con el mal. Ni siquiera puedo acabar con el mal que está dentro de mí. Señor: lávame y hazme santo. Ya es a lo único a lo que aspiro: a que Tú me hagas santo. Lávame los pies para que tu amor cambie mi corazón de piedra por un corazón conforme al tuyo, Señor. Necesito la gracia de tu perdón. Necesito que me alimentes con tu cuerpo y con tu sangre, Señor, para que sea dócil a tu voluntad y me deje transformar por ti. Y para que Tú, Señor, me des la fuerza que yo no tengo para seguirte hasta el final.
No es fácil seguirte, Maestro. Esto no es ir a Misa y después tomarse el vermut tranquilamente. Después de la Cena, toca aguantar la angustia del Huerto, los golpes de quienes te desprecian y te odian; las calumnias, los insultos y las injurias; los salivazos, el dolor del látigo y la humillación de la corona de espinas; el peso de la cruz y el sufrimiento de la crucifixión. Es difícil aceptar el rechazo de todos. Es horrible aceptar la muerte y el abandono. Todos queremos que los demás nos quieran, que nos acepten. Y el camino que tu propones pasa por la soledad del Calvario. A todos nos gusta más el éxito y el aplauso de todos. ¿No te das cuenta, Señor? Nos habría gustado más que te hubieran proclamado rey y que hubieras regido el mundo con tu poder y tu justicia. Pero esos no eran los planes de Dios. El camino de la salvación pasa por el sufrimiento, por la soledad, por el desprecio, por la oscuridad de la tumba.
El mundo actual tampoco te acepta, Señor; ni nos acepta a nosotros, tus discípulos. Anunciar hoy tu Evangelio sigue siendo necedad para unos; oscurantismo, para otros; escándalo para la mayoría. El mundo quiere que aceptemos el aborto, el divorcio, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la manipulación con embriones humanos, la eugenesia, el sexo libre, el relativismo moral, el hedonismo. El mundo no cree en nada ni en nadie. El mundo no cree que exista la verdad porque no te conoce a ti, Señor. Por eso vivimos en tinieblas, Dios mío. En las mismas tinieblas que te envolvieron esta noche hasta hacerte sudar gotas de sangre. Y si nosotros nos atrevemos a enfrentarnos con el mundo y a decir no al aborto o al divorcio o a todas sus perversidades, el mundo sigue pidiendo a gritos que nos crucifiquen. Y nosotros no queremos pasar por la cruz, Señor. Queremos que nos aplaudan, no que nos insulten. Nos gustan los puestos importantes y las dignidades; no las burlas ni el escarnio ni la incomprensión ni la soledad.
Lávame los pies, mi Señor. Aliméntame con tu Pan de Vida Eterna para que tenga el valor de afrontar la oscuridad del Getsemaní, para beber el cáliz de la cruz, por mucho que prefiera no tener de hacerlo. Señor, dame fuerzas para que acepte tu voluntad hasta el final. Lávame los pies, Señor, para que no flaquee en el camino de la cruz; para que no arroje la cruz y me dé media vuelta y me sume a la muchedumbre que te escupe. Lávame los pies, Señor, para poder yo lavárselos a los demás, para que yo también pueda aportar una luz que ponga un poco de esperanza en medio de tanta oscuridad.
Lávame los pies, Señor y cambia mi corazón. Sólo Tú puedes salvarme, Jesús mío. Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Tú conoces bien nuestras debilidades. Ten compasión de mí. Sabes que aunque muchas veces te diga que estoy dispuesto a verter hasta la última gota de mi sangre por ti, a la hora de la verdad, soy un cobarde que niega una y mil veces saber nada de ti.
Lávame los pies, Cristo, y cambia mi corazón. Pon el fuego de tu Amor en mis entrañas. Aumenta mi fe y dame fortaleza para cargar cada día con la cruz, hasta el final de mis días.