"¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo evitaréis el juicio del Infierno?" (Mt 23, 33). Los enemigos de Cristo se han infiltrado dentro de la propia Iglesia. Lo hemos visto recientemente con el escándalo del robo de documentos confidenciales dentro de los propios aposentos de Benedicto XVI. Nos hemos escandalizado con los casos de curas pederastas; con tantos que, proclamándose católicos, votan a favor de leyes inicuas, como la del aborto, que atentan contra la Ley de Dios. "No sólo de fuera vienen los ataques al Papa y a la Iglesia, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia". Son palabras de Benedicto XVI que requieren pocas explicaciones.
¡Cuántos, en lugar de servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida, pretenden servirse de la Iglesia para sus propios intereses! ¡Pobres de vosotros!
Algunos creéis que podéis apoderaros de las obras de Dios para vuestro propio beneficio; que podéis usar el nombre de Dios y actuar como si Dios no existiera. Queréis apropiaros de las instituciones y de las obras apostólicas de la Iglesia para convertirlas en instrumentos de poder y de enriquecimiento propio. ¡Ay de vosotros, hipócritas!¿No os dais cuenta de que "todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba, de acuerdo con sus obras buenas o malas, lo que mereció durante su vida mortal" ?
Pero vivís y actuáis con la soberbia de quien se cree por encima del bien y del mal, como si vosotros fuerais Dios y como si nunca tuvierais que presentaros ante su Juicio. ¡Ay de vosotros! Llegará el día en que tengáis que rendir cuentas. El Señor deja que el trigo y la cizaña crezcan juntos. Pero llegará el día en que "el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad,y los arrojarán en el horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Llevados por la ambición y valiéndoos de engaños, os intentáis aprovechar. Pero hace mucho que el juicio os amenaza y la perdición os acecha. Os deleitáis entregándoos a la depravación; sois hombres corrompidos, que disfrutáis con la mentira. Sois seres malditos; seres insaciables de pecado, cuyos corazones sólo conocen la codicia.
Pero no quiero que parezca que predico el odio hacia los enemigos. Tenemos la obligación de combatir el mal en cualquiera de sus manifestaciones, pero también debemos tratar de salvar al pecador. Sigamos los consejos evangélicos y recemos por nuestros enemigos y por su conversión:«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. […] Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Gracias a Dios, en la Iglesia, hoy como siempre, sigue habiendo personas santas y justas. Y estos justos brillarán en su día como el sol en el Reino de su Padre. Mantengámonos firmes en la fe, aferrándonos a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo para que, por su gracia, podamos ser santos e irreprochables a sus ojos. Alegrémonos a pesar de las diversas pruebas que debamos sufrir momentáneamente: así, nuestra fe, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo.