CAMINEO.INFO.- Soy objetor de conciencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. ¿Por qué?Estos son mis argumentos:
1.- El adoctrinamiento ideológico. Dicen que Educación para la Ciudadanía pretende educar a nuestros hijos en el conocimiento y respeto a los Derechos Humanos y a la Constitución Española. Si así fuera, yo no tendría problema alguno. Siempre he defendido la dignidad inviolable del ser humano y los principios democráticos. Cientos de alumnos que han pasado por mis clases así lo podrán atestiguar. La democracia implica respeto a quienes piensan distinto, a quienes no están de acuerdo contigo. Pero es que Educación para la Ciudadanía pretende todo lo contrario: imponer una ideología, unos principios, una moral obligatoria y una determinada visión del hombre y del mundo. Y cuando se impone una ideología como obligatoria, ya no hay democracia, sino dictadura; ya no hay libertad, sino imposición y tiranía.
Esto lo hizo Franco (ya que últimamente está tan de moda recordarlo) cuando se empeñó en imponer el catolicismo a todos los españoles. Yo soy católico y me avergüenzo de esa parte de nuestra historia. Incluso los obispos han pedido perdón por la connivencia de buena parte de la Iglesia española con la dictadura franquista. Yo jamás estaría de acuerdo con alguien que quisiera imponer la religión católica a todo el mundo. En España, la asignatura de religión es optativa. La escogen los padres que, desde sus principios y desde su fe, quieren que sus hijos sean educados en los valores de la moral católica. Pero respeto a quien profese otra religión o a quien no profese ninguna (faltaría más). Sin respeto a la libertad y al pluralismo, no hay democracia. Si Educación para la Ciudadanía fuera optativa, yo no tendría ningún problema. El conflicto surge cuando el Estado se empeña en imponerles a mis hijos una manera de pensar que es contraria a la mía y, encima, pretende evaluarlos por ello. Los contenidos de Educación para la Ciudadanía recuerdan sospechosamente a los mítines del PSOE o de Izquierda Unida. Y seguramente para sus votantes, esas ideas serán el no va más. Pero no lo son para mí. Si los "progresistas" pretenden que todos comulguemos con sus ideas y que en España ya no haya sitio para conservadores o liberales o para cualquier otra opción distinta a la suya, a esto ya no se le puede llamar "democracia". A eso se le llama dictadura.
2.- Relativismo moral. Lo que pretenden imponer es el llamado "relativismo moral". Esto consiste en afirmar que lo que está bien y lo que está mal lo determinan las mayorías a través de las leyes aprobadas en el parlamento. Sería el consenso de las mayorías el que determinaría la moral. Por lo tanto ya no cabría hablar de principios inmutables ni de ley natural. El bien y el mal dependería de la mayoría que gobernara en cada momento. Esto es peligrosísimo. Si así fuera, lo que hicieron los nazis con los judíos sería perfectamente moral (habría sido bueno), porque la mayoría de los alemanes votaron a Hitler y aceptaron y respaldaron las leyes nacionalsocialistas de discriminación de los judíos que terminaron con el Holocausto. Miren ustedes: las mayorías, en lo que a moral se refiere, nunca han tenido la razón. La moral siempre ha sido asunto de personas especialmente virtuosas: los maestros en asuntos morales han sido siempre los santos y los sabios. Y santos y sabios auténticos siempre ha habido pocos. Pero han sido esos pocos los que nos han enseñado a los que no somos tan santos ni tan sabios la diferencia entre el bien y el mal.
Si el parlamento dictamina que matar indiscriminadamente a los niños no nacidos está bien o que matar a los enfermos y a los viejos es bueno y lo hace con el respaldo de la mayoría de los ciudadanos, eso no significa que el aborto o la eutanasia sean moralmente aceptables. El aborto y la eutanasia, para un católico como yo, siempre serán crímenes moralmente reprobables, por muy legalmente que sean perpetrados y por mucha gente que piense lo contrario que yo.
No hay una moral universal. Ni tiene por qué haberla. En un país democrático deben convivir pacíficamente y respetarse las distintas concepciones del mundo y del hombre sin que nadie pretenda imponer sus principios a nadie.
3.- La ideología de género. El relativismo moral que pretenden imponer a nuestros hijos se corresponde con los planteamientos de la llamada "ideología de género". ¿Qué es? Pues una nueva versión del materialismo marxista. Una ideología atea que propugna una visión del hombre absolutamente antagónica a la cristiana; una ideología que propugna el hedonismo más burdo y el nihilismo más asqueroso que uno se pueda echar a la cara. Se trata de una ideología que no busca otra cosa que acabar con la familia; una ideología que menosprecia la vida humana y que supone una carga de profundidad contra los fundamentos de la cultura occidental. La ideología de género, en definitiva, representa mejor que ninguna otra una manera de pensar que ha venido en llamarse "cultura de la muerte" ¿Que alguien quiere que a sus hijos los eduquen en esa ideología? Allá ellos. Pero no a los míos.
Los obispos españoles han manifestado reiteradamente su oposición a Educación para la Ciudadanía tal y como está planteada. Hace poco, el obispo de Tarazona, Monseñor Demetrio Fernández, escribía lo siguiente en una carta pastoral:
"Un colegio católico no puede impartir la asignatura ''Educación para la ciudadanía y los derechos humanos'', tal como está planteada en los reales decretos (7 de diciembre de 2006 y 29 de diciembre de 2006), que amplían la LOE (3 de mayo de 2006). En esto no caben componendas. Ni tampoco cabe que los religiosos apelaran a la exención canónica. La exención canónica afecta al régimen interno de su comunidad. Los niños y niñas del Colegio, así como sus padres, primeros responsables de su educación, están sometidos al régimen pastoral ordinario, que en el Obispo diocesano tiene su moderador nato. La postura de la FERE en neto contraste con la Conferencia Episcopal Española y en oculta connivencia con los programas del Gobierno en el tema de ''Educación para la ciudadanía'' es del todo reprobable. Por ese camino, nuestros colegios de la Iglesia pierden todo su valor y su credibilidad ante los padres católicos, ante la comunidad cristiana y ante la misma sociedad''. No lo digo yo, sino un obispo con toda la autoridad que - para un católico - el cargo confiere a sus palabras.
Por su parte, desde el Vaticano, el Prefecto de la Congregación Pontificia para la Educación Católica, Cardenal Zenon Grocholewski, declaraba recientemente, refiriéndose a Educación para la Ciudadanía, que la objeción de conciencia de los padres y alumnos ante una educación cívica contraria a sus convicciones "no sólo es oportuna sino necesaria." Grocholewski sostenía que "no debe ser el Estado el que dicte qué contenidos éticos se deben enseñar a todos: el Estado, siguiendo los sanos principios de la democracia, debe, sobre todo, respetar el derecho de los padres a determinar la educación ético-religiosa que quieren para sus propios hijos; es más, debe ayudar a los padres a educar a sus hijos según su conciencia".
¿Por qué se trata de silenciar todo esto? ¿Por qué no dejan que se informe a los padres de estas cosas en los colegios? ¿Por qué se empeñan en dar gato por liebre en tantos centros educativos católicos? ¿Por qué engañan a lagente y mienten de manera tan descarada los políticos que se han empeñado en imponer esta asignatura? Defender la libertad no es asunto que afecte sólo a los católicos, sino a cualquier demócrata que siga creyendo en la dignidad de las personas. Si quieren contribuir a ello, objeten a Educación para la Ciudadanía.