CAMINEO.INFO.- "No siempre lo que parece bueno es bueno; ni lo que parece malo, es malo". Pepito Grillo (Pinocho, Disney, 1940)
¿A alguien le gusta que le mientan o le engañen? Pues hoy vivimos en el reino de la mentira. En los tiempos que corren, buscar la Verdad (con mayúscula) y desvelar las mentiras se ha convertido en una obligación moral de primer orden. Sobre todo ahora que el relativismo moral pretende convencernos de que todo es igual, de que todo depende del cristal con que se mire, de que todo es subjetivo y está en función de la percepción de cada cual o del consenso de las mayorías.
Sin embargo, la realidad es terca y la Verdad sigue ahí, esperándonos. No todo es igual, no todas las ideas valen lo mismo. No siempre lo que parece bueno, lo es realmente ni todo lo que parece malo, resulta perjudicial en última instancia. Las apariencias engañan. "La Bella y la Bestia" es un relato esclarecedor a este respecto: el guaperas por quien todas las chicas del pueblo suspiran, al final resulta ser un ególatra, traidor y asesino; mientras que la Bestia, a pesar de su de apariencia brutal y espantosa, es capaz de aprender de sus errores y encierra en su interior a un príncipe generoso, capaz de amar, de sacrificarse y de renunciar a sí mismo para buscar la felicidad del otro (en este caso de Bella).
La Odisea también resulta sumamente ilustrativa a este respecto. Hoy hay mucho incauto que se deja seducir por los cantos de sirena y se lanzan de cabeza al mar persiguiendo la felicidad que éstas le ofrece con su irresistible atractivo. El destino de estos infelices es terminar ahogándose y perdiendo su vida devorados por esas mismas Sirenas que primero les ofrecían placeres y alegrías sin fin. Las sirenas son monstruos por atractivas que puedan resultar y por seductoras y melodiosas que suenen sus melodías. Son monstruos simplemente porque matan a quienes les hacen caso; porque a quien se deja encandilar por ellas pierde el rumbo de su vida y jamás logrará regresar a Ítaca, donde espera la verdadera felicidad.
Muchos son hoy en día los cantos de sirena que nos llegan por todas partes. Mi propósito es poner al descubierto algunos de estos cantos de sirena sin más fin que el de avisar a los desprevenidos para que se aten bien a los mástiles del barco en que navegan y pongan su empeño en no dejarse engañar por tanto mentiroso como anda suelto en este océano tempestuoso que nos ha tocado surcar en los primeros años del siglo XXI. Y recuerden que el criterio de discernimiento que nos permitirá en todo momento mantener el rumbo y navegar distinguiendo la verdad de la mentira, el bien del mal, es muy claro: el mal puede parecer atractivo – a veces hasta irresistible – pero al final siempre resulta devastador y, en última instancia, te mata: "por sus hechos los conoceréis". La verdad conduce al amor y a la vida, a la belleza y al bien; la mentira, al odio y a la muerte.
Nuestra Ítaca es la Verdad. Navegamos a lo largo de nuestra vida con la esperanza de arribar a ella, aunque nunca lleguemos a alcanzarla del todo y sólo al final de nuestros días la volvamos a ver cara a cara. Soñamos con llegar a ella porque sabemos que allí nos espera el amor, la fidelidad y la belleza que añoramos. Porque la Verdad es Dios y sólo Él puede colmar nuestra sed. Por eso mi propósito es buscar esa Verdad aunque para ello debamos enfrentarnos al cíclope del pensamiento único – que amenaza con devorarnos a todos e impedirnos alcanzar nuestra meta – y meterle el dedo en el ojo de lo "políticamente correcto".
Una de las más grandes mentiras asesinas que aún siguen engañando a la gente se llama marxismo: una de las ideologías decimonónicas que aún colean por el mundo dejando a su paso regueros de sangre.
El marxismo es el origen del comunismo y de los socialismos en sus diversas formas y colores. Su mentira resulta tentadora: ¿A quién no le gustaría un mundo sin pobres ni ricos? ¿Quién no sueña con una justa distribución de la riqueza, con una sociedad sin explotadores ni explotados? El paraíso comunista resulta atractivo a primera vista. Todos aspiramos a vivir en un nuevo paraíso terrenal en el que nadie pase necesidad y en el que todos podamos vivir en paz.
Entonces, ¿cuál es el problema del marxismo en sus diversas variantes? El problema está en que comunistas y socialistas promueven el odio, la violencia y la muerte como medios para llegar algún día a ese utópico edén. La lucha de clases supone fomentar el odio entre las personas y la revolución representa la exaltación de la muerte como medio para alcanzar sus fines. Lenin, Stalin, Castro, Mao o el Che son ejemplos palmarios de criminales y asesinos que han dejado tras de sí miles de muertos en nombre de la revolución y del socialismo.
Las utopías socialistas han provocado alrededor de cien millones de muertos en el mundo. Las ideologías mesiánicas de izquierda terminan siempre en dictaduras sangrientas que persiguen, encarcelan y matan a cuantos se atreven a oponerse al poder absoluto del Estado que monopolizan los partidos comunistas cuando llegan al poder. Ahí siguen todavía Cuba, Corea del Norte o China como muestras del poder destructor, liberticida y asesino de esos partidos que bajo la escusa de defender a pobres y oprimidos acaban arruinando a sus propios países y condenando a sus ciudadanos a la condición de esclavos. Los derechos humanos y la dignidad de las personas se sacrifican en aras de la revolución y de la perpetuación en el poder de las cúpulas dirigentes.
¿Qué hacen estos socialistas realmente por los pobres? En el mejor de los casos, convertirlos en siervos; en el peor, matarlos. ¿Quién trabaja realmente por los pobres? ¿A dónde acuden las buena gentes cuando no tienen para comer o para pagar la hipoteca? ¿Van a la sede del partido socialista o comunista de turno o a la parroquia o al local de Cáritas más próximo? ¿En los países más pobres y con las personas más necesitadas, quién trabaja por la justicia: las legiones de voluntarios socialistas o los misioneros que entregan su vida por Cristo a favor de los más pobres? ¿Quién lucha de verdad por la justicia y la fraternidad? Los cristianos siembran vida, compasión, amor y ternura; los socialistas, resentimiento, odio, dictaduras y represión terrorista.
El socialismo, en definitiva, promete lo que no da y justifica la inmoralidad y la muerte. Para ellos el fin justifica los medios. El fin que dicen buscar en su propaganda es la felicidad y en bienestar de los pobres. Pero su verdadero propósito es alcanzar el poder y perpetuarse en él para otorgarse a sí mismos unos privilegios que niegan al resto de los ciudadanos. La oligarquía sectaria de los que mandan no se priva de nada a costa de mantener en la miseria a sus súbditos.
Para los cristianos, fines y medios tienen que ir de la mano: si quieres construir un mundo donde el amor y la justicia prevalezcan, debes vivir amando y respetando la dignidad del prójimo.
El socialismo real es una de las grandes mentiras asesinas de la historia. Su discurso demagógico puede hechizar a muchos. Pero a los hechos me remito: dictadura, pobreza, asesinatos, persecución del disidente. La caída del muro de Berlín dejó al aire sus vergüenzas. ¿Cómo alguien puede aún ser comunista sin que se le caiga la cara de vergüenza? ¿Cómo se puede seguir luciendo sin rubor una camiseta de un asesino en serie como el Che?
Tras el fracaso de la extinta Unión Soviética y la aparición del fenómeno cultural de la llamada postmodernidad, los marxistas han venido sufriendo una especie de mutación, asumiendo nuevas ideologías alternativas: feminismo, homosexualismo político, ecologísmo… Pero esa es otra historia que merece otro artículo.