“Las elecciones pertenecen
al pueblo. Es su decisión. Si deciden darle la espalda al fuego y quemarse,
entonces tendrán que sentarse sobre sus ampollas”
Abraham Lincoln
El 16 de
noviembre de 2014, en el programa de televisión 'Salvados', José Luis Rodríguez
Zapatero le dijo a Jordi Évole: “Cualquiera puede ser presidente del Gobierno”.
Y, de hecho, los españoles hemos comprobado la evidencia de esta afirmación en
los momentos más críticos y de mayor riesgo. Hemos sido testigos de la gestión que
Sánchez hizo del COVID-19, la borrasca Filomena, la erupción del volcán en la
isla de La Palma, y ahora, el drama que están sufriendo los miles de afectados
recientemente por la gota fría.
Presidente del Gobierno, puede ser…
¡Un cualquiera! Pero hay una gran diferencia entre ser… a ocupar el cargo de
presidente.
Ser presidente del Gobierno de una nación,
no solo implica asumir responsabilidades muy graves y complejas, sino que
requiere una sólida capacidad de liderazgo y una lúcida visión estratégica. Además,
es esencial contar con un profundo conocimiento de la Historia y una clara
visión de futuro para afrontar los desafíos que implica dirigir un país.
Henry
Ford decía: “El fracaso es simplemente la oportunidad de comenzar de nuevo,
esta vez de manera más inteligente.” Un ejemplo de ello se vivió en Valencia en
1957. Ese año, tras sufrir una gran riada con efectos devastadores, muy
similares a los actuales, las autoridades de entonces, demostrando un gran
sentido de la responsabilidad, tomaron la decisión de desviar el cauce del río
Turia. Esta medida se adoptó para ofrecer la máxima seguridad, salvar vidas, y
proteger la ciudad contra futuras inundaciones. El proyecto, iniciado en 1957,
se culminó en 1969.
Gracias a
aquella lección aprendida, que llevó a cambios importantes en la gestión del
río y la planificación urbana, en esta ocasión, la capital valenciana no ha
visto cómo se repetía su Historia.
Lo cierto
es que resulta muy difícil aceptar impasiblemente lo que en España está
ocurriendo desde hace dos semanas.
Ni me
corresponde, ni deseo, entrar a analizar quien es el responsable de lo que está
sucediendo en las zonas castigadas por la gota fría, porque tal y como reza el
proverbio: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Tiempo habrá para investigar
la deuda contraída por cada uno de los que han tenido competencias en este
desastre. No obstante, es un hecho que en cualquier entidad de relevancia,
existe siempre un supremo responsable encargado de estudiar, analizar,
coordinar y tomar decisiones. En momentos de adversidad extrema, sobre él recae
la máxima responsabilidad, siendo imperativo que asuma plenamente sus
obligaciones, sin que éticamente sea admitido que trate de transferir su
responsabilidad a personas o instituciones de menor jerarquía.
Ante la
actuación del Gobierno en relación con el desastre, ¿Cabría conjeturar que el
presidente vio una oportunidad de oro para desacreditar al PP y presentarlo
como el único responsable de la catástrofe que estaba ocurriendo en Valencia?
¿Y podría ser que, al igual que Zapatero le dijo en su día a Gabilondo: “Nos
conviene que haya tensión”, decidiera repetir la estrategia?
Conociendo
las maniobras políticas del PSOE, ¿Sería de extrañar que en esta ocasión
hubiesen decidido dejar que se agravase la situación, y en vez de abordar de
inmediato el problema en la sesión de control al Gobierno, decidiesen obviarlo y
centrar su atención en el asalto a RTVE para que toda la gravedad del desastre
recayese sobre su adversario político?
El
PSOE se proclama defensor de los más vulnerables. Pero, en medio de una
tragedia con más de 50 muertos y un número aún indeterminado de desaparecidos
¿Qué estaban haciendo los diputados del PSOE de Valencia y Castilla-La Mancha
en el Congreso de los Diputados? En lugar de ocuparse de la suerte de aquellos
que confiaron en ellos para guiar su futuro, se centraron en asegurar sus
escaños siguiendo las órdenes del amo, cuya principal preocupación en ese
momento no fueron las víctimas de la tragedia, sino lograr el control de RTVE.
Los verdaderos
líderes —no los aventureros oportunistas que han logrado el poder apoyándose en
aquellos que están empeñados en destruir España— anteponen siempre el bienestar
y la seguridad de la población por encima de su interés político.
¿Ha
supeditado Pedro Sánchez su hoja de ruta al propósito de humillar al PP dejando
que Mazón se ahogue en el lodo de la devastación de Valencia?
En España
lo mejor son los españoles. Siempre ha sido así. En los trances más críticos, los
políticos recurren a invocar ampulosos principios de solidaridad, igualdad,
justicia social o el bien común del pueblo, mientras lo utilizan en su propio
beneficio y lo prostituyen. En tiempos de aflicción, con un cubo y una pala, el
español, los hace realidad.
Cuando
España toda llora con las víctimas; cuando los cadáveres flotaban por las
calles o los barrancos; cuando un padre de familia ve arruinado el esfuerzo de
toda una vida; cuando una madre no tiene que darle de comer a su hijo, o cuando
un niño vaga aterrorizado por la calle buscando amparo, es desgarrador comprobar que quien
tiene la capacidad del poder, y el deber de aliviar tanta miseria, exhibe una
frialdad tan despiadada, tan exenta de toda humanidad, que se atreve a decir: “Si necesitan ayuda… ¡Que la
pidan!”
En ese
momento, y por conmiseración, solo cabe pensar que la medicina no le está
haciendo efecto.
Marlaska
rechazó la ayuda ofrecida por Francia; los policías, guardiaciviles y militares
que por humanidad querían ayudar, tuvieron que hacerlo anónimamente y vestidos de
paisanos porque no tenían permiso para auxiliar a sus conciudadanos; los
bomberos franceses que vinieron por su cuenta, no podían creer que no hubiera
siquiera un policía municipal en aquellas zonas en las que se solo podía
contemplarse la acción destructora de los elementos.
La
oportunidad para batir al presidente de la comunidad valenciana, había que
aprovecharla al precio que fuese.
Con el
COVID, 150.000 muertos y negocios no aclarados con las mascarillas. Con la
DANA, lo que haga falta. Como en la guerra, la muerte, la desgracia y la
desesperación de muchos, es siempre buen negocio para unos pocos.
Ante el abandono
y falta de las iniciativas necesarias para paliar los efectos del desastre, el
Rey no tuvo otro medio de alzar su voz, que ofrecer a las víctimas a sus escoltas
y miembros de la Guardia Real, que desde el miércoles 31 están ayudando en las
tareas de rescate y apoyo en las zonas afectadas.
En cuanto se conoció la magnitud
del desastre, los jefes militares de nuestro ejército —que pertenece a todos
los españoles, no al Gobierno— ofrecieron su ayuda a los afectados por la
devastación natural. Sin embargo, el Gobierno no envió la asistencia que las
circunstancias requerían, argumentando que debía ser la Generalidad valenciana
quien la solicitara. “Si necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”
Como
resultado, los efectivos militares permanecieron en sus cuarteles, y ni la
Policía Nacional, ni la Guardia Civil, pudieron actuar en los momentos más
críticos de la catástrofe.
En
contraste, miembros de la Reserva de la Guardia Civil Española tomaron la
iniciativa de organizarse voluntariamente y coordinarse con los ayuntamientos
para distribuir asistencia eficazmente desde el inicio.
Las
tareas de rescate y recuperación habrían sido mucho más eficaces y diligentes
si el Gobierno español, haciendo uso de sus atribuciones, hubiese puesto al
mando a nuestro ejército desde las primeras horas. Este cuenta con un
regimiento de transmisiones que tiene capacidad para ofrecer comunicación vía
satélite y montar nodos de comunicación, lo cual habría sido crucial en las
zonas que quedaron incomunicadas.
Además,
dispone de un regimiento de Caballería con dispositivos capaces de acceder a
cualquier lugar, apartar vehículos y despejar vías, lo que habría facilitado
enormemente las labores de salvamento.
El
batallón de Policía Militar, por su parte, posee la capacidad adecuada para
realizar labores de seguridad ciudadana, gestión de tráfico y patrullajes,
misión esencial para evitar los saqueos que se han estado produciendo. También
cuenta con aljibes potabilizados que podrían haber suministrado agua a la
población desabastecida, un recurso vital especialmente en los primeros días de
la catástrofe.
Desde
el primer momento, miles de soldados han estado deseosos y dispuestos a ayudar
y ser útiles a sus compatriotas, demostrando que el ejército es una fuerza
preparada, no solo para la defensa, sino también para ser un pilar de apoyo en
los momentos críticos.
El encauzamiento y drenaje del
barranco del Poyo —que hubiera podido evitar la tragedia— lleva 20 años dando
vueltas por los despachos.
El 18 de
junio de 2004, el gobierno de Zapatero derogó el Plan Hidrológico Nacional
propuesto por José María Aznar, que incluía la construcción de la presa de
Cheste, diseñada para controlar los caudales de las cuencas altas de los
barrancos de El Poyo, La Caleta y el Pozalet, reduciendo así el riesgo de
inundaciones durante lluvias intensas. La derogación, influenciada por las presiones
políticas de los nacionalistas catalanes y el sectarismo socialista, eliminó
una medida preventiva clave contra desastres naturales.
Por su parte,
la Confederación Hidrográfica del Júcar redactó el Plan Sur, que proponía
desviar el barranco del Poyo hacia el nuevo cauce del Turia para evitar futuras
catástrofes. Este proyecto, con un presupuesto de solo 211 millones de euros,
también fue detenido debido a la oposición de los socialistas y Compromís.
¿Más
de 200 muertos y cerca de un centenar de desaparecidos, han de quedar
congelados en la frialdad de los números de una estadística? Cada cifra
representa una vida humana, un mundo en sí mismo, con sus propias esperanzas,
sueños y proyectos. Son más que meros datos; son historias no contadas de vidas
rotas para siempre.
Imaginar
el rostro detrás de cada número nos obliga a sentir el verdadero drama del
desastre. Detrás de cada estadística hay un ser humano cuya vida ha sido
abruptamente rota, dejando tras de sí el vacío los proyectos que ya no se
culminarán; de las risas que no resonarán jamás, y los sueños que se han desvanecido
como el eco en la distancia.
Tras
los muertos y desaparecidos solo queda el silencio. Un silencia que rasga el
alma cuando se escucha:
“Si
necesitan ayuda… ¡Que la pidan!”
Ya
no la necesitan. Solo queda el abrumador recuerdo que hace que nuestros ojos se
nublen de lágrimas y nuestro corazón se encoja de angustia al pensar en el
alcance del sufrimiento y el dolor que se ha causado. Un recuerdo que solo se
ha visto aliviado por las imágenes de los miles de voluntarios, que con lo que
tenían a la mano, se lanzaron a los caminos de barro para ayudar a quienes solo
les quedaba el cielo por techo.
Mientras
la herramienta de los voluntarios era una pala o un cubo para achicar agua, la
de Pedro Sánchez al aterrizar el helicóptero que lo llevó al escenario del
dolor, era una cámara de TV para difundir su magnánimo gesto.
Cualquiera…
no puede ser Presidente del Gobierno.
Después de
lo visto y escuchado, solo cabe pensar que lo peor queda por venir.