“Es
típico de los regímenes en los que todo el poder llueve de arriba, y a los que
ninguna crítica puede llegarles desde abajo, debilitar y confundir la capacidad
de raciocinio y crear una vasta franja de conciencias grises que abarca desde
los grandes malhechores a las víctimas puras"
Primo
Levi
Decía
Winston Churchill que «La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado
por el hombre, con excepción de todos los demás».
La verdad
es que al ser cierta esta afirmación, dice muy poco en favor de la inteligencia
humana, el que en 2.500 años que hace que los griegos inventaron esta forma de
gobierno, no se haya encontrado una fórmula que corrija sus imperfecciones.
Una de las
fallas más graves del sistema democrático es dar por sentado, que lo que afirma
una mayoría, es la verdad, o lo mejor para un pueblo.
Hubo un
tiempo en el que la mayoría de las personas creían que la Tierra era plana, y
afirmar lo contrario, constituía poco menos que una herejía.
Recordemos
que en marzo de 1933, el pueblo alemán votó mayoritariamente a favor de Adolf
Hitler, lo que como todos sabemos, tuvo trágicas consecuencias tanto para
Alemania como para el resto del mundo.
Es
esencial recordar estos eventos históricos para evitar repetir errores del
pasado, y de cara al futuro, preservar los valores fundamentales de la
democracia y los derechos humanos de las personas, no de colectivos.
Las leyes que
discriminan o excluyen a personas en favor de un determinado colectivo, son injustas
por su propia naturaleza y pueden constituir un comportamiento xenófobo.
La verdad
no se encuentra en la mera suma de opiniones mayoritarias, sino en la fuerza de
los argumentos respaldados por la razón y la evidencia. La sabiduría radica en
cuestionar incluso las creencias más populares, buscando siempre el
conocimiento profundo y el juicio informado. Solo así podremos acercarnos a la
verdad, aunque esta vaya en contra de la corriente. Solo porque una mayoría de
personas afirme algo, no significa necesariamente que sea lo mejor o verdadero.
Es necesario analizar cualquier aseveración basándonos en pruebas y hechos, en
lugar de simplemente aceptarlas porque son populares.
Es una auténtica
necedad pretender que el pueblo no se equivoca nunca. De hecho lo hace, y a
veces, muy gravemente.
Después de
las elecciones parlamentarias de marzo de 1933 en Alemania, el partido nazi, al
no obtener una mayoría parlamentaria necesaria para gobernar, y así poder poner
en marcha sus planes ideológicos, llevó a cabo una serie de maniobras
políticas, tácticas y pactos, que desembocaron en el acuerdo de coalición con
el DNVP, un partido obrero y nacionalista, alianza que le aseguró una mayoría
en el parlamento alemán, y que apoyó la elección de Hitler como Canciller.
Aprovechándose
de la crisis económica y política que atravesaba el país, Hitler y su partido
lograron obtener el control absoluto del gobierno, eliminando progresivamente
cualquier forma de oposición política.
Con este
poder en sus manos, fue convirtiendo todas y cada una de las instituciones del
Estado —incluida la Justicia— en instrumentos al servicio de sus planes.
Así,
Alemania se transformó en una dictadura totalitaria. Se suprimieron las
libertades civiles, se persiguió a opositores políticos, se censuraron los
medios de comunicación y se estableció un férreo control estatal sobre la
sociedad.
El régimen
nazi llevó a cabo una intensa persecución contra grupos considerados
"indeseables" por el sistema.
De esta
manera, gracias a unos maquiavélicos pactos post electorales, uno de los más
grandes megalómanos y genocidas de la historia, logró consolidarse en el poder
como canciller de Alemania, alcanzando así el objetivo buscado de establecer un
control absoluto sobre el país mediante la mentira, la ocultación de la
realidad y el engaño, la propaganda, la manipulación demagógica y el
funambulismo político. Estas estrategias condujeron a la instauración de un
régimen totalitario, caracterizado por la supresión de la libertad, la
persecución de opositores y la propagación de ideologías extremistas.
La llegada
al poder de personajes sin escrúpulos, de gente que solo busca la satisfacción
de sus delirios, cueste lo que cuesten, y a quienes les cuesten, desencaden siempre
trágicas consecuencias y deja una huella sombría en la historia de los pueblos.
Hechos
como los citados, deberían servir como recordatorio de los peligros que puede
representar el abuso de poder y la falta de salvaguardias democráticas. Es
crucial recordar estos períodos oscuros de la historia para evitar que se
repitan los errores del pasado, y para mantener una sociedad comprometida con
los valores fundamentales de la justicia y la libertad.
El triunfo
del Partido Nazi en marzo de 1933 tuvo efectos devastadores tanto a nivel
nacional como internacional, marcando un período oscuro en la historia de la
humanidad y dejando un legado de dolor y lecciones importantes para las
generaciones futuras.
Es una
realidad incuestionable que el ser humano no siempre aprende de sus fracasos.
Cuando esto ocurre, tarde o temprano, la historia tiende a repetirse, y esta
realidad, debería darnos una perspectiva profundamente inquietante y
desafiante. A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo las
sociedades cometen errores tan graves, cuyas consecuencias las han conducido a
su desaparición. Sin embargo, la ceguera producida por un pensamiento
monolítico, a menudo impide que se extraigan lecciones duraderas de esas
experiencias traumáticas.
La transformación
de una sociedad, no es algo que se logre de la noche a la mañana y mucho menos
por decreto. El establecimiento de un nuevo estado opinión, la ausencia o
sustitución de determinados valores por otras prioridades muy diferentes, a
veces incluso contrapuestas, se consigue a través de un proceso gradual que abarca
tanto el transcurso del tiempo como la progresiva profundización de las medidas
adoptadas para impulsar dicha transformación. Las complejidades arraigadas en
las estructuras sociales y las dinámicas interconectadas requieren un enfoque
constante y deliberado, donde las reformas y cambios, cuidadosamente planeados,
actúan como cimientos sólidos para un cambio perdurable. Así, a medida que se
implementan medidas en múltiples niveles y sectores, se sientan las bases para
una metamorfosis profunda y sostenible, posibilitando que los valores, las
actitudes y las instituciones evolucionen en una misma dirección en armonía con
los objetivos cambiantes de quienes propician estas revoluciones sociales.
En la
compleja tela de la historia, se revela que los totalitarismos no se limitan
exclusivamente a una corriente política, desafiando la narrativa que a veces
promueven ciertas voces. Ejemplos innegables como la antigua URSS, China, Corea
del Norte, Cuba y Venezuela demuestran que el anhelo de control absoluto puede
manifestarse en cualquier extremo del espectro político. En cuanto a su fin
último, no hay ninguna diferencia entre un nazi y un bolchevique. Ninguno de
ellos sentirá flaquear sus piernas ante aquellos delitos que puedan llegar a
cometer en defensa de sus ideologías. Estos casos ilustran que la concentración
de poder y la restricción de libertades pueden emerger independientemente de
etiquetas partidistas. Consecuentemente, constituye una responsabilidad
exclusiva y directa de cada ciudadano el no posibilitar con su voto el abuso de
autoridad proceda de dónde proceda, sin caer en la trampa de asociarlos
únicamente con un solo punto de vista político.
El poder obtenido
a cualquier precio es inmoral. La verdadera grandeza reside en alcanzar el
poder a través de la integridad y la ética. Solo entonces podrá perdurar como
un legado valioso para la sociedad y no como una sombra de desconfianza y
arrepentimiento.
La
definitiva victoria del totalitarismo no sería sino el triunfo final de las
ideas que ya dominan la esfera intelectual sobre una resistencia meramente testimonial.