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Democracia

Thu, 17 Nov 2022 22:06:00

¿Derecho de elección o derecho de traición?

 "Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera subversiva"

Ernesto Sábato

 

Si se preguntara a las nuevas generaciones por quiénes hicieron posible la transición a la democracia, en España, ¿Cuántas personas darían una respuesta que se aproximase a la realidad? Me temo que muy pocas, y seguramente, algunas de las respuestas que se recibieran, harían que nos sonrojásemos al comprobar el alto grado de confusión y desconocimiento.

Sin embargo, si la interrogante girase en torno a alguno de los mantras que permanentemente se trata de grabar en nuestras conciencias, tales como el feminismo, el ecologismo, el animalismo, el indigenismo, el transexualismo, y todos los ismos habidos y por venir, difícilmente encontraríamos a alguien que no hubiese oído hablar de estos temas.

Otra cosa sería que supiesen lo que realmente significa y conlleva la implantación de los mismos.

La pregunta, es: ¿Cómo esa parte de la sociedad conoce, habla, y hasta defiende algo cuyas consecuencias ignora, pero desconoce hechos trascendentales que han configurado la sociedad que le rodea, y forman parte de la historia reciente de su país?

¿Cuándo se pasó de silenciar la transición española, uno de los episodios admirado en todo el mundo, a ser testigos de la propaganda feroz de unas tesis que contravienen el más elemental sentido común, e incluso las propias leyes de la Naturaleza?

Hoy, premeditadamente, los que impulsan y fomentan las nuevas tesis que pretenden derribar el orden natural, ignoran las leyes que han regido la vida en el planeta durante 3.800 millones de años, y a diario intentan imponernos un modo de vida, que inexorablemente, nos conducirá a la pobreza, a la dependencia de aquellos que siembran esas semillas, y por último, a una dictadura global que cambiará el rumbo y sentido de nuestras vidas.

Decía Einstein que: “El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad”.

De quienes se esperaba que alzasen la voz en contra de este de este enorme e irreparable despropósito, no se obtuvo más que un vergonzoso y cobarde silencio. Miraron hacia otro lado para no hacer ruido y que no se notase demasiado que estaban ahí, porque lo que en realidad sucede, es que a unos y a otros, la ciudadanía —si de verdad manifestasen lo que piensan dirían “el rebaño”— les importa una higa. Lo que realmente les preocupa es conservar su privilegiado estatus, y si es posible mejorarlo.

Traicionaron sus promesas cuando pudieron haber derogado todas estas leyes que atentan contra la libertad de todos y cada uno de nosotros.

Para que se me entienda claramente, estoy refiriéndome al PP de Mariano Rajoy, cuando con once millones de votos y una mayoría absoluta, renunció a dar la batalla ideológica al esconder la cabeza debajo del ala,  actitud que dada la persistencia de su tibieza en esta materia, muy probablemente, proseguirá con Alberto Núñez Feijoo. El PP, siempre que ha gobernado, ha demostrado que es un partido que no quiere pisar charcos, y únicamente se dedica a administrar la miseria, que como herencia, deja el socialismo cada vez que el electorado le obliga a abandonar el poder.

Lamentablemente, el partido mayoritario de la oposición, hace gala de una indigencia filosófica alarmante. Cree que los españoles nos conformamos con que alguien nos amueble, más o menos bien, la oficina del estómago que diría don Quijote. Su complejo, o lo que sería aún peor, su interés electoral, le impide presentar la batalla ideológica, que hoy, es tan esencial librar.

Su resuelta incomparecencia en este campo, es lo que le llevó a silenciar voces tan solventes como las de María San Gil, Alejo Vidal Quadras, Jaime Mayor Oreja, o recientemente, Cayetana Álvarez de Toledo. Y por el mismo motivo, intentó dinamitar a Isabel Díaz Ayuso.

Un ejemplo de la ambigüedad ideológica del PP, lo tenemos en la persona de Juanma Moreno, el presidente de la Junta de Andalucía, que luce en la solapa el distintivo de la Agenda 2030, símbolo de todo este proceso que está llevando a Occidente al abismo.

Quienes se niegan a hacer frente a estas ideologías, están cometiendo un grave error, porque los que las fomentan, con el propósito de derribar los pilares en los que se asienta la cultura occidental, no cejarán nunca en su empeño.

Buena prueba de ello, es lo que está ocurriendo en España con el actual gobierno  social-comunista.  Solo a título de ejemplo, cabe recordar la promulgación de la ley de la memoria histórica,  que pretende invalidar todo el proceso de la transición, y con él —de facto—  la Constitución de 1978, vinculando la restauración de la democracia, al triunfo electoral de Felipe González en 1983.

Con esta Ley, desenterrando muertos, borrando nombres de calles, y derribando monumentos, la izquierda radical intenta borrar casi un siglo del libro de la historia de España.

Como si por el hecho de que Fernando VII fuera un felón, eliminásemos de nuestro devenir todo el capítulo de la invasión napoleónica.

Prisioneros de su pasado, arruinan el presente e hipotecan el futuro.

Al parecer, nos negamos a aprender la lección que la historia nos da para comprender el inmenso naufragio de que fuimos víctimas todos los españoles en 1936, como para que ahora, transcurrido cerca de un siglo desde que ocurrieron aquellos hechos marcados por la tragedia, el dolor y la ruina, Pedro Sánchez lo haya restituido con un Gobierno sostenido únicamente por aquellos son enemigos de España, y retrotraernos a un tiempo y unas circunstancias, que todos deberíamos conocer, para que jamás se repitiesen.

Hubo un presidente, que de verdad creyó que había llegado la hora de que los españoles empezásemos a querernos, y no se equivocó. El pueblo así se lo demostró al votar afirmativamente, de forma abrumadora, la Constitución de 1978, que dejó vigente tras su dimisión.

Hubo un presidente que tuvo la valentía de romper las amarras del pasado, y fijar su mirada en el horizonte del futuro.

Hubo un presidente que respetando la diversidad de los españoles, trabajo por la unión y no por la división.

Hubo un presidente que huyendo de la confrontación, se puso como meta la reconciliación.

Hubo un presidente que ante la indignidad de mentir e hipotecar su compromiso para con los españoles, tuvo la decencia y el decoro de renunciar al poder.

Ese presidente fue Adolfo Suárez Gonzáles, que se marchó dejándonos una Constitución que nos abría las puertas a un horizonte lleno de esperanza, y nos proporcionaba la sólida base, para que juntos construyésemos un prometedor futuro. Una Constitución que nos devolvió la democracia, y que todos aquellos que dicen “este país”, los que sienten vergüenza de pronunciar la palabra España, intentan arruinar, porque una mayoría silenciosa, no se atreve a defender.

La responsabilidad de conservar la democracia que nos legó el espíritu de la transición, no está en manos de unos cuantos privilegiados, sino en todos y cada uno de nosotros, a través de una actitud de vigilancia responsable; a través de un voto meditado y consecuente, no basado en el humo de las promesas, si no en la prueba irrefutable de una trayectoria marcada por los hechos. Nuestro testimonio, nacido de cada uno de nuestros actos, es un ejercicio responsabilidad individual, que junto al de los demás, termina por convertirse en una respuesta social.

Precisamente, esta actitud de vigilancia responsable es la que nos obliga a exigir la verdad y la transparencia a todas y cada una de las instituciones. Una verdad y una transparencia que solo se pueden dar, si a cada uno de los poderes del Estado, se le dota de los mecanismos necesarios para que pueda mantener su independencia. Solo así podrá existir el obligado equilibrio de poderes inherente a un sistema democrático.

Esa independencia solo será posible si partidos políticos, sindicatos y asociaciones empresariales, dejan de depender de los fondos del Estado, y solo sus afiliados sean los que les otorguen su auténtica representatividad y hagan posible su subsistencia.

Esa independencia solo será posible si la política deja de meter sus manos en la justicia, y la justicia deja de hacer política, porque para la esencia de la democracia, tan destructora es una práctica como la otra.

La democracia puede ser la dictadura de una mayoría, a veces, incluso de una minoría apoyada por espurios intereses, o un camino hacia la libertad, pero en cualquier caso, hemos de ser conscientes de que la libertad ni es gratuita, ni será nunca un factor estable y sólido. Por ello, con nuestro testimonio, estamos obligados a conquistarla y defenderla cada día.






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