"Me
pregunto en qué clase de sociedad vivimos, qué democracia tenemos donde los
corruptos viven en la impunidad, y al hambre de los pueblos se la considera
subversiva"
Ernesto
Sábato
Si se
preguntara a las nuevas generaciones por quiénes hicieron posible la transición
a la democracia, en España, ¿Cuántas personas darían una respuesta que se
aproximase a la realidad? Me temo que muy pocas, y seguramente, algunas de las
respuestas que se recibieran, harían que nos sonrojásemos al comprobar el alto
grado de confusión y desconocimiento.
Sin
embargo, si la interrogante girase en torno a alguno de los mantras que
permanentemente se trata de grabar en nuestras conciencias, tales como el
feminismo, el ecologismo, el animalismo, el indigenismo, el transexualismo, y
todos los ismos habidos y por venir, difícilmente encontraríamos a alguien que
no hubiese oído hablar de estos temas.
Otra cosa
sería que supiesen lo que realmente significa y conlleva la implantación de los
mismos.
La
pregunta, es: ¿Cómo esa parte de la sociedad conoce, habla, y hasta defiende
algo cuyas consecuencias ignora, pero desconoce hechos trascendentales que han
configurado la sociedad que le rodea, y forman parte de la historia reciente de
su país?
¿Cuándo se
pasó de silenciar la transición española, uno de los episodios admirado en todo
el mundo, a ser testigos de la propaganda feroz de unas tesis que contravienen
el más elemental sentido común, e incluso las propias leyes de la Naturaleza?
Hoy,
premeditadamente, los que impulsan y fomentan las nuevas tesis que pretenden
derribar el orden natural, ignoran las leyes que han regido la vida en el
planeta durante 3.800 millones de años, y a diario intentan imponernos un modo
de vida, que inexorablemente, nos conducirá a la pobreza, a la dependencia de
aquellos que siembran esas semillas, y por último, a una dictadura global que
cambiará el rumbo y sentido de nuestras vidas.
Decía
Einstein que: “El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por
aquellos que permiten la maldad”.
De quienes
se esperaba que alzasen la voz en contra de este de este enorme e irreparable
despropósito, no se obtuvo más que un vergonzoso y cobarde silencio. Miraron
hacia otro lado para no hacer ruido y que no se notase demasiado que estaban
ahí, porque lo que en realidad sucede, es que a unos y a otros, la ciudadanía
—si de verdad manifestasen lo que piensan dirían “el rebaño”— les importa una
higa. Lo que realmente les preocupa es conservar su privilegiado estatus, y si
es posible mejorarlo.
Traicionaron
sus promesas cuando pudieron haber derogado todas estas leyes que atentan
contra la libertad de todos y cada uno de nosotros.
Para que
se me entienda claramente, estoy refiriéndome al PP de Mariano Rajoy, cuando
con once millones de votos y una mayoría absoluta, renunció a dar la batalla
ideológica al esconder la cabeza debajo del ala, actitud que dada la persistencia de su
tibieza en esta materia, muy probablemente, proseguirá con Alberto Núñez Feijoo.
El PP, siempre que ha gobernado, ha demostrado que es un partido que no quiere
pisar charcos, y únicamente se dedica a administrar la miseria, que como
herencia, deja el socialismo cada vez que el electorado le obliga a abandonar
el poder.
Lamentablemente,
el partido mayoritario de la oposición, hace gala de una indigencia filosófica
alarmante. Cree que los españoles nos conformamos con que alguien nos amueble,
más o menos bien, la oficina del estómago que diría don Quijote. Su complejo, o
lo que sería aún peor, su interés electoral, le impide presentar la batalla ideológica,
que hoy, es tan esencial librar.
Su
resuelta incomparecencia en este campo, es lo que le llevó a silenciar voces
tan solventes como las de María San Gil, Alejo Vidal Quadras, Jaime Mayor Oreja,
o recientemente, Cayetana Álvarez de Toledo. Y por el mismo motivo, intentó
dinamitar a Isabel Díaz Ayuso.
Un ejemplo
de la ambigüedad ideológica del PP, lo tenemos en la persona de Juanma Moreno,
el presidente de la Junta de Andalucía, que luce en la solapa el distintivo de
la Agenda 2030, símbolo de todo este proceso que está llevando a Occidente al
abismo.
Quienes se
niegan a hacer frente a estas ideologías, están cometiendo un grave error,
porque los que las fomentan, con el propósito de derribar los pilares en los
que se asienta la cultura occidental, no cejarán nunca en su empeño.
Buena
prueba de ello, es lo que está ocurriendo en España con el actual gobierno social-comunista. Solo a título de ejemplo, cabe recordar la
promulgación de la ley de la memoria histórica,
que pretende invalidar todo el proceso de la transición, y con él —de
facto— la Constitución de 1978,
vinculando la restauración de la democracia, al triunfo electoral de Felipe
González en 1983.
Con esta
Ley, desenterrando muertos, borrando nombres de calles, y derribando
monumentos, la izquierda radical intenta borrar casi un siglo del libro de la
historia de España.
Como si
por el hecho de que Fernando VII fuera un felón, eliminásemos de nuestro
devenir todo el capítulo de la invasión napoleónica.
Prisioneros
de su pasado, arruinan el presente e hipotecan el futuro.
Al
parecer, nos negamos a aprender la lección que la historia nos da para
comprender el inmenso naufragio de que fuimos víctimas todos los españoles en
1936, como para que ahora, transcurrido cerca de un siglo desde que ocurrieron
aquellos hechos marcados por la tragedia, el dolor y la ruina, Pedro Sánchez lo
haya restituido con un Gobierno sostenido únicamente por aquellos son enemigos
de España, y retrotraernos a un tiempo y unas circunstancias, que todos
deberíamos conocer, para que jamás se repitiesen.
Hubo un
presidente, que de verdad creyó que había llegado la hora de que los españoles
empezásemos a querernos, y no se equivocó. El pueblo así se lo demostró al
votar afirmativamente, de forma abrumadora, la Constitución de 1978, que dejó
vigente tras su dimisión.
Hubo un
presidente que tuvo la valentía de romper las amarras del pasado, y fijar su
mirada en el horizonte del futuro.
Hubo un
presidente que respetando la diversidad de los españoles, trabajo por la unión
y no por la división.
Hubo un presidente
que huyendo de la confrontación, se puso como meta la reconciliación.
Hubo un
presidente que ante la indignidad de mentir e hipotecar su compromiso para con
los españoles, tuvo la decencia y el decoro de renunciar al poder.
Ese
presidente fue Adolfo Suárez Gonzáles, que se marchó dejándonos una
Constitución que nos abría las puertas a un horizonte lleno de esperanza, y nos
proporcionaba la sólida base, para que juntos construyésemos un prometedor
futuro. Una Constitución que nos devolvió la democracia, y que todos aquellos
que dicen “este país”, los que sienten vergüenza de pronunciar la palabra
España, intentan arruinar, porque una mayoría silenciosa, no se atreve a defender.
La
responsabilidad de conservar la democracia que nos legó el espíritu de la
transición, no está en manos de unos cuantos privilegiados, sino en todos y
cada uno de nosotros, a través de una actitud de vigilancia responsable; a
través de un voto meditado y consecuente, no basado en el humo de las promesas,
si no en la prueba irrefutable de una trayectoria marcada por los hechos. Nuestro
testimonio, nacido de cada uno de nuestros actos, es un ejercicio
responsabilidad individual, que junto al de los demás, termina por convertirse
en una respuesta social.
Precisamente,
esta actitud de vigilancia responsable es la que nos obliga a exigir la verdad
y la transparencia a todas y cada una de las instituciones. Una verdad y una
transparencia que solo se pueden dar, si a cada uno de los poderes del Estado,
se le dota de los mecanismos necesarios para que pueda mantener su
independencia. Solo así podrá existir el obligado equilibrio de poderes
inherente a un sistema democrático.
Esa
independencia solo será posible si partidos políticos, sindicatos y
asociaciones empresariales, dejan de depender de los fondos del Estado, y solo
sus afiliados sean los que les otorguen su auténtica representatividad y hagan
posible su subsistencia.
Esa
independencia solo será posible si la política deja de meter sus manos en la
justicia, y la justicia deja de hacer política, porque para la esencia de la
democracia, tan destructora es una práctica como la otra.
La
democracia puede ser la dictadura de una mayoría, a veces, incluso de una
minoría apoyada por espurios intereses, o un camino hacia la libertad, pero en
cualquier caso, hemos de ser conscientes de que la libertad ni es gratuita, ni
será nunca un factor estable y sólido. Por ello, con nuestro testimonio,
estamos obligados a conquistarla y defenderla cada día.