“Una generación nueva, que se dedica más que la última
a temer a la pobreza y a adorar el éxito; crece para encontrar muertos a todos
los dioses, tiene hechas todas las guerras y debilitadas todas las creencias
del hombre”
- Francis Scott
Fitzgerald
En
1900, Joaquín Costa, uno de los grandes intelectuales españoles, en el contexto
gubernamental de un proceso regenerador de la sociedad española, consideró que para
lograr esa transformación de España, la misma, habría de asentarse sobre dos
pilares, sin los cueles, el proyecto estaría condenado al fracaso:
- La escuela y la despensa.
Transcurrido
más de un siglo podemos contemplar una despensa llena y una escuela vacía de
ideas.
Sabemos
mucho de muchas cosas, y casi nada de nosotros mismos. Y lo poco que de nuestra
historia, nuestro arte y cultura, nos han enseñado, deformado por los
interesados tópicos de una leyenda negra fabricada por el resentimiento de
aquellos que nunca pudieron superarnos en grandeza.
Nuestro
vacío identitario es de tal naturaleza, que solo se puede evaluar constatando
la capacidad intelectual de los dirigentes a los que elegimos.
Los
pueblos que desconocen su identidad, son como rebaño sin pastor; brújula sin
Norte; veleta a merced del viento dominante, o campo fértil, para en él, esparcir
la semilla de su autodestrucción.
En
el fondo, y como ha ocurrido siempre, todo se reduce a una lucha por el poder,
y con él, el dominio sobre los demás.
Occidente
ha caído en el espejismo de divinizar la democracia, sin darse cuenta de que
los parlamentos, en la mayoría de las ocasiones, no son más que meros
instrumentos ejecutores de las decisiones, que en sus asambleas anuales, disponen
los miembros de las organizaciones internacionales no gubernamentales,
integradas por los más poderosos líderes mundiales, que son quienes,
verdaderamente, diseñan el destino del mundo.
Es
en esos seleccionados cenáculos, que tienen nombres concretos, donde se decide
sobre cualquier materia que sus miembros entiendan que pueda incidir en sus
esquemas globales, como pueden ser la energía, la salud, la agricultura y la alimentación,
el crecimiento mundial de la población, la educación e información, y por
supuesto la economía.
Es
muy significativo que quienes tienen mayor influencia en estos foros, son
precisamente quienes dominan los mercados de la alta tecnología, en su mayoría
dueños de imperios .com, que controlan los mercados estratégicos de la
información y autopistas de la comunicación. Son quienes nos tienen exactamente
ubicados; conocen nuestros hábitos y costumbres; lo que compramos; lo que
comemos; nuestras creencias y formas de pensar; nuestros gustos y debilidades.
Y si lo desean, hasta nuestros más recónditos secretos. Con cada palabra, cada
frase u opinión que vertemos en las redes sociales, estamos desnudando lo más
íntimo de nuestro yo.
El
1984 de George Orwell hace tiempo que quedó atrás. Nunca hubo nadie en el mundo
que poseyera tal caudal de conocimiento del género humano, y el conocimiento es
el arma más poderosa para conducir a las masas en el sentido que más convenga a
los intereses de su poseedor.
Son
estas élites mundiales, quienes tienen el suficiente poder para apoyar o no,
regiones, países, gobiernos, o corrientes políticas o culturales.
O
¿Acaso creemos que las nuevas corrientes de opinión imperantes en nuestras
sociedades, florecen y se enraízan de forma casual e imprevista?
No
nos engañemos. Los nuevos movimientos sociales que con tanta fuerza se están
extendiendo por el mundo, no lo hacen por la solvencia intelectual de sus
voceros, pobres caricaturas del conocimiento. Solo son la grotesca imagen de un
calculado diseño de ingeniería geopolítica y social, al servicio del becerro de
oro.
Como
ejemplo, debería bastar con hacer una profunda reflexión sobre la grave crisis
energética que se cierne sobre Europa o la marea de corrientes indigenistas que
se están extendiendo sobre toda Sudamérica.
Cada
vez que de un modo aparentemente gratuito, se nos ofrece un nuevo avance
tecnológico, no puedo dejar de pensar en pasaje bíblico en el que el diablo
llevó a Jesús a un monte muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y
su gloria, le dijo: