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A mi madre que sigue viva en mi corazón
Y a todas las madres del mundo
El
calendario dice que hoy tengo que acordarme de ti, madre: decirte que te
quiero, y hacerte un pequeño presente como prueba de mi cariño.
Me
pregunto ¿Por qué han de replicar las campanas una vez al año para recordarnos
lo que deberíamos hacer todos los días y no solo hoy? ¿Será porque hemos pasado
de tener a nuestra madre "en un altar" a dejarla en una residencia de
cerca de 2.000¤ mensuales, y haciendo un extraordinario esfuerzo, solo le hacemos
una visita de media hora alguna que otra vez?
Decía
Francisco Umbral, que la familia española ha pasado de ser un matriarcado de la
madre a ser un matriarcado de la esposa. ¡Qué razón tenía! La madre-suegra ya
apenas existe entre nosotros, porque ni siquiera hay sitio para ella en el
trastero.
En
el transcurso de mi vida, cuantas veces he escuchado decir: “Yo no he pedido
venir al mundo” o “Todo lo que soy me lo debo a mi mismo”
Cuanto
envanecimiento, cuanto orgullo infundado encierran esas palabras, y sobre todo:
cuanto desamor y desconocimiento de lo que es una madre. Especialmente si han
sido dichas sabiendo cuanto amor, cuanta grandeza, cuanta generosidad, cuanta
abnegación y cuanto sacrificio y entrega puede albergar un corazón que ha
escuchado que alguien le ha llamado papá o mamá.
Con
seguridad, llegará el día en el que los recuerdos y el remordimiento, se
alzarán frente a tan incomprensible comportamiento, pero ella ya no estará.
El
desamor y la indiferencia, pueden hacer ignorar el vacío infinito, que en el
alma de una madre causa el “olvido” de un hijo. Es como si la vida se le escapara
entre los dedos, porque los hijos son su vida. Puede renunciar a ser mujer,
pero jamás renunciará a ser madre. En ese momento la cabeza le dirá que toca
pasar página y seguir adelante, pero el corazón se negará y gritará lo
contrario. Con el alma rota, no tendrá otra solución que el adaptarse; nunca
olvidará al hijo amado, tan solo aprenderá a vivir sin su presencia.
Quizá
porque el mundo sabe que mil obreros pueden construir un gran edificio, pero
solo una madre es capaz de hacer un hogar, sea por por lo que de forma generalmente
aceptada, sin que haya sido impuesto por ninguna autoridad civil o religiosa, nuestra
civilización creyó necesario instituir un día en el año, para rendir homenaje a
la insustituible figura de la madre. Insustituible porque ella es capaz de
tomar el lugar de todos, pero ninguno de esos todos puede tomar el lugar de
ella.
Hay
momentos, madre, en los que te “veo” como cuando era niño y me llevaba a la
calle -sí, porque hubo un tiempo en que los niños podíamos jugar en la calle- me
llevaba, decía, los bolsillos de mis pantalones cortos, llenos de rosquillos
fritos que tú habías hecho.
Nunca
podré olvidar los momentos decisivos de mi vida, en los que siempre estuviste a
mi lado y creíste en mí.
Quizá
la última etapa de tu vida fue la más entrañable, la más tierna, y en la que
tuvimos una comunicación más íntima. Tú ya no te movías de la cama. Vivías con
los fantasmas de personas que fueron reales en tu niñez y que ahora te
atormentaban con una inverosímil y falsa realidad que solo existía en tu
cabeza. Tus ojos grises ya no podían verme. Sin embargo, cuando yo iba a verte,
en silencio y con veneración, acariciaba tus cabellos blancos y cogía tus
manos. No habíamos intercambiado una sola palabra, pero al sentir mi mano entre
las tuyas, tu reacción siempre era la misma exclamación: ¡Ay! Mi hijo.
Luego
me hablabas de cómo te atemorizaban esos fantasmas del mundo de tu niñez en el
que vivías, o me contabas cosas que habías hecho o sucedido con alguna de tus
dos hermanas. Nada era real. Tus hermanas hacía años que habían abandonado este
mundo. Posiblemente, todo formaba parte de un pasado de tu infancia o juventud,
que yo naturalmente desconocía, y estaba descubriendo en esos momentos, con
nuestras manos entrelazadas que tú mantenías cogidas junto a tu pecho, y que yo
me negaba a soltar. No quería que se rompiese ese diálogo mudo que mantenían -las
manos tienen un lenguaje muy íntimo- porque siempre pensaba que podría ser el
último. Nuestras manos solo se desligaban cuando su diálogo se interrumpía
porque tú te habías quedado dormida. Con inmensa ternura volvía a acariciar tu
cabello blanco, y en la frente, o en la mejilla, depositaba un beso codicioso
de toda tú. En mis labios quería llevarme la sensación del roce con tu piel y conservarla
para siempre. Ese beso era la unión ancestral que un hijo mantiene siempre con
su madre. Una unión que no desaparece aun cuando al nacer nos corten el cordón
umbilical. Era como la necesidad de mantenerse unido al ser que te ha dado la
vida, y que el niño manifiesta asiendo con sus manitas el pecho que le está
alimentando.
Uno
de esos días, te quedaste dormida para siempre. Fue entonces cuando experimenté
en lo más profundo de mi ser, la infinita soledad de la orfandad. Me sentí como
la rama del árbol que se había quedado sin el tronco que la sostenía. En esos
momentos, una parte de mi vida se había ido contigo y supe que había cosas que
ya jamás podríamos recuperar.
De
buenas a primeras, de ser rama, me había convertido en árbol.
Hoy
que ya te has marchado, madre, quiero confesarte que de lo más profundo de mi
corazón, brota el arrepentimiento de no haber tenido la necesaria paciencia
para escucharte solamente sin interrumpirte, para decirte “eso ya me lo
contaste”. No tuve la sensibilidad suficiente para darme cuenta de cómo hería
tus sentimientos al mostrar tan poco interés por tus recuerdos.
Hoy
que ya te has marchado madre, me doy cuenta de lo mucho que perdimos los dos
por no haber aprovechado más el tiempo, y haber gozado de la dicha de estar
juntos.
Hoy
que ya te has marchado, madre, me arrepiento de no haber sabido darte todo el amor
que te debía por haberme hecho el preciado regalo de la vida, y de tu vida.
Allá
dónde te encuentres, madre, espero que puedas percibir el inmenso amor y
veneración que siento por ti.
Tú
fuiste la única persona en el mundo capaz de escuchar mi dolor cuando todos los
demás se hacían los sordos; cuando a pesar de mis fallos, seguiste firmemente
confiando en mí, mientras todo el mundo parecía haberme abandonado.
Allá
dónde te encuentres madre, escápate un momento y ven a abrazarme, porque sigo
necesitando la sombra protectora que para un hijo, siempre.le presta una madre.