Es el poder económico el que determina el poder
político, y los gobiernos se convierten en los funcionarios políticos del poder
económico”
José Saramago
Los
que vivimos y protagonizamos la transición, somos conscientes de que aquel fue
un proceso modélico en todo el mundo, como no se recuerda otro. A pesar de
ello, o precisamente por ello, los iletrados sin escrúpulos que ocupan el poder,
están empeñados en desacreditarlo y demolerlo clandestinamente.
Recuerdo
aquel memorable discurso pronunciado en el Congreso de los diputados por el
entonces Presidente, Adolfo Suárez, en el que dirigiéndose a todos los
españoles, asemejaba la transformación total del país, a la reforma general de
una casa. “Sin que dejara de funcionar la luz, ni faltara agua en las cañerías”.
Ahora,
la camada de los cuatro —socialistas, comunistas, separatistas y herederos de
los terroristas— están llevando a cabo aquel mismo proceso pero a la inversa. Están
intentando desmantelar el sistema constitucional, con la diferencia de haber
arruinado el funcionamiento de la luz, el agua, el gas y cualquier otro
elemento indispensable para el normal desarrollo de la vida diaria. Una
convivencia respetuosa que tanto esfuerzo y sacrificio nos había costado lograr.
Naturalmente
esta transformación no podría culminarse sin la traición interesada de los
tontos útiles, cuya misión era precisamente la contraria: respetar y defender
las leyes que sostienen el armazón de nuestro sistema constitucional.
Ya
sé que habrá quien utilice el Covid 19 como excusa para justificar la grave
situación por la que atravesamos, pero una cosa es sufrir un infortunio
generalizado, y otra muy diferente, como se gestionen las consecuencias de esa
crisis. Aquí se ha ocultado, se ha mentido, se ha ignorado, se ha mirado hacia otro
lado, y se han tomado medidas políticas partidarias en sustitución de las
sanitarias que son las que necesitaba la población española.
Mentir
y engañar es un boomerang muy peligroso, porque cuando los que mandan pierden
la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto.
Tras
el estrepitoso fracaso de la gestión del Coronavirus, no es fácil olvidar la
escena autocomplaciente de los aplausos con que la bancada que ocupa el poder,
recibió al presidente del gobierno en el Congreso. No me parece que sea motivo
de envanecimiento, y mucho menos de autocomplacencia, el tener que implorar la
ayuda exterior para solucionar nuestros males. Pero, aun en el caso de que el
náufrago consiga que le arrojen un salvavidas, no olvidemos, de que si al final
se salva, este tendrá que devolverlo, y España debe ya muchos salvavidas.
No
se sale adelante celebrando el no habernos ahogado de momento, sino evitando el
volvernos a ver luchando entre las olas
En
cualquier caso, visto el comportamiento de nuestra clase política, muy ciego
hay que ser para no entender, que ese tan manoseado y traicionado conglomerado
al que llaman pueblo, no es más que una mera excusa para justificar su
existencia. En el fondo, nuestro bienestar o infortunio, solo les preocupa en razón
de como puedan utilizarlo de modo que les reporte mayores beneficios con los
que aumentar su poder.
No
seamos ingenuos. La política es el modo de presentar como interés general, el provecho
partidario, y en no pocas ocasiones, como a diario vemos, hasta el puro interés
personal. Se sirven de nosotros haciéndonos creer que se ocupan de nuestros
problemas; problemas que en la aparente búsqueda de soluciones, con frecuencia
suelen originar conflictos de mayor envergadura.
La
política es el arte de servirse de la sociedad haciéndole creer que se le sirve
a ella y cuando se utiliza malévolamente, constituye el poder organizado de unos
pocos, para oprimir a unos muchos.
Dada
su trascendencia, quizá habría que considerar que la política es demasiado
seria como para dejarla en manos de los políticos. Y si no, pensemos en la gran
mascarada que es el parlamento, ese gran escenario en el que alguien habla y habla
sin decir nada. Naturalmente nadie le escucha, porque, nada importa lo que
diga. Venga o no a cuento, cada uno lleva su perorata preparada.
Las
sesiones del parlamento conforman una sinfonía para instrumentos discordantes
en la que todos acuerdan estar en desacuerdo.
Resulta
verdaderamente preocupante, que con tan grotesco esperpento; con tan obsceno
desprecio a la razón, el sentido común y la inteligencia, viendo como quienes ejercen
el poder, defienden al mismo tiempo una cosa y la contraria, consigan que
hagamos lo que ellos desean.
Si
algo queda claro cada día, es que España y los españoles, a los partidos que se
asientan en la sede de donde dicen que reside la soberanía del pueblo, les
importamos una higa.
Frente
a los problemas tan graves por los que atravesamos, frente al cierre de miles
de empresas, frente a los millones de trabajadores que se están quedando y se
van a quedar en el paro, frente a la ruina económica que nos devora día a día,
frente a una deuda rampante que arruinará a las futuras generaciones, frente a
un sistema de pensiones quebrado, frente a un sistema autonómico que ha servido
para enfrentar a los españoles, desangrar económicamente al país y convertirlo,
política, social y económicamente en un reino de taifas en la que cada una va a
lo suyo, el poder se dedica frenéticamente a deteriorar la figura de la
jefatura del Estado, maniobrar para intentar dominar al poder judicial, hacer
propaganda en vez de gobernar, domesticar a los medios de comunicación,
eliminar la libertad de expresión en cualquier sistema de comunicación,
incluidas las redes sociales, denunciar el agobio que sufren las niñas por
vestir de rosa, o renunciar inconcebiblemente a la enseñanza debida de nuestra
propia lengua.
No
conozco país cuyos gobernantes hayan cometido semejante indignidad.
Ladrillo
a ladrillo, tabique a tabique, están demoliendo el importante edificio de la
Constitución, que con tanta fe y generosidad, construimos entre todos, en el
78.
Los
sucesivos decretos de alarma han constituido la cobertura perfecta para
recortar las libertades de los ciudadanos con proyectos como el de vigilar
nuestra participación en las redes sociales, so pretexto de evitar los mensajes
de odio y discursos peligrosos para eliminarlos de las mismas.
La
pregunta es: ¿Quién va a decidir lo que es y lo que no, un mensaje de odio? Lo
que es peligroso y para quien. Lo que se pretende es reinstaurar la censura de
otros tiempos que tanto denostaban, para impedir cualquier tipo de crítica al
gobierno, a su política, a sus ministros, y a los partidos que lo sustentan.
Pero
¿Quién es quién está difundiendo permanentemente el odio entre los españoles?
¿El enfrentamiento entre hombres y mujeres? ¿La división hasta en las propias
familias? ¿Quién es quién pone las etiquetas de buenos y malos? ¿Quién está
contra el sistema que libremente nos impusimos los españoles y quiere
destruirlo? ¿Quién miente y falsea la historia? ¿Quién ha traicionado
reiteradamente a España desde hace 86 años? ¿Quién se alzó en Asturias contra
la propia república en 1934? ¿Quién ha perpetrado el mayor y más ingente saqueo
a los trabajadores de Andalucía? ¿Quién ha enfrentado a estudiantes y
profesores; a sanitarios y pacientes; a padres y a hijos?
¿Cuantos
recortes a la libertad tiene que soportar el pueblo antes de decir ya está
bien? Hasta decir "Me quedo en casa" ¿Hasta perder completamente la
fe en el sistema?
Cada
fracaso se presenta como un triunfo, cada improvisación se acompaña de una
amenaza, cada promesa, una mentira.
Muchos
no son conscientes de que quienes gobiernan el barco tienen la firme decisión
de seguir en el puente de mando a costa de lo que sea necesario. Igual da las
medidas que hayan de tomar y las nefastas consecuencias que de las mismas puedan
derivarse.
Y
por lo que vamos apreciando, lo peor es que hasta puede que lo logren. Y luego…
¿Qué?
¿Cuánto
más deberá soportar la nave para que quienes la gobiernan terminen
estrellándola contra los acantilados del populismo comunista?
Piensan
que los ciudadanos son menores de edad. Que no saben que es lo que les conviene
y es mejor para ellos. Traicionando todas sus promesas, los que de modo inicuo ocuparon
el puente de mando, dicen que saben exactamente lo que nos conviene. Nos tratan
como a niños. Pretenden enseñarnos a hablar, decirnos lo que tenemos que
pensar, como sentir, que desear, y a qué debemos aspirar. Porque en el esquema
de su planificado mundo, tienen previsto que necesitemos ayuda para imaginar
hasta nuestros sueños más anhelados, y hasta para diseñar nuestros peores
miedos, esos que ellos engendran con sus aviesos proyectos.
Esto
es lo que pasa cuando se declara una guerra ideológica a muerte entre dos
grupos de la sociedad. Lo peor es que una mayoría de la misma, parece ignorar
que una guerra ideológica, no es una ficción; no es una entelequia. Las
consecuencias de estos enfrentamientos, suelen ser siempre funestas.
Pero
no hay de qué preocuparse porque por suerte para nosotros les tenemos a ellos,
nuestros ángeles de la guarda, nuestros salvadores.
Tenemos
a las instituciones del Estado en crisis. El caos del Congreso, y el sistema
judicial paralizado, condenado al cambalacheo político; el poder ejecutivo parece
un gallinero en el que el gallo del corral no se sabe muy bien quien es; la
oposición dividida y sin líder.
Los
padres de la Constitución, ni en el peor de sus días pudieron imaginar tal
escenario.
La
verdad es que son o somos tan irresponsables, que el futuro, nos lo estamos
jugando a cara o cruz.
El
caos es de tal naturaleza que podría decirse que el país entero está a la
espera de decisiones racionales que respondan a las necesidades reales para no
verse abocado al desastre.
Lo
cierto es que no sé qué es peor, si el sonido de las bravuconadas y las
amenazas de la izquierda asilvestrada, o el silencio atronador de la derecha acomplejada
y cobarde.
El
pueblo es muy diferente al puchero putrefacto que a diario fermenta en la olla
del Congreso. La gente está harta y cansada de tanta mentira, tanta confusión y
desconcierto. Cada español afronta el día a día con inseguridad, incertidumbre,
desasosiego. Con miedo.
Mientras,
España se hunde. Los mercados nunca han estado tan bajos. La confianza de los
consumidores está bajo mínimos. Las calles de las ciudades aparecen desiertas,
sin pulso, sin vida, cada día con más locales vacíos, pequeñas empresas que se han
visto abocadas a cerrar. Se han esfumado sus proyectos, han desaparecido sus
ilusiones, se han sentido impotentes para luchar contra la incompetencia, la
malevolencia y el desatino. No es que hayan bajado los brazos. Simplemente han
echado el cierre para no levantarlo más.
Lo
hemos sufrido una y otra vez pero no aprendemos la lección. Las políticas
progresistas siempre desembocan en destrucción, paro y miseria.
Una
nación que se desmorona por momentos, por culpa de lo que le están haciendo a
este país.
Llevamos
mucho tiempo deambulando sobre los suelos movedizos de la improvisación oportunista.
Cuándo
los que ya habían sufrido este mismo proceso nos lo venían advirtiendo uno se
pregunta ¿Cómo hemos permitido que ocurra esto? Y lo que es peor: ¿Cómo estamos
permitiendo qué el proceso de destrucción del Estado siga avanzando?
Tenemos
una administración que maquina en la espesa atmósfera del silencio y la
oscuridad a espaldas de las instituciones y los ciudadanos.
A
veces el silencio sobre lo que pasa y lo que realmente hace el gobierno, es
atronador. Son expertos en imaginar lo inimaginable. Vivimos una situación
caótica en la que se esconden los muertos, se toman decisiones arbitrarias en
nombre de un supuesto comité de expertos que jamás existió. Para ellos no hay
justicia. Sólo conquista. Mientras tanto, la ovejuna oposición domesticada hace
que protesta, pero bajito para que no se le oiga mucho.
Es
de esperar que España no se esté acostumbrando a esta sucia política propia de
jugadores de ventaja.
Es
difícil imaginar que puede anidar en la mente del capitán del barco. Cualquiera
que trate de meterse en el interior de su piel, se verá inmerso en un
maremágnum de reacciones imprevisibles. Carece de ideología y solo tiene una
idea obsesiva en el Norte de su brújula: ocupar el poder y ejercerlo como lo
haría un caudillo, capaz de hacer cualquier cosa por ver satisfecho su insensato
ego. Una persona así es peligrosísima. Produce pánico pensar de lo que puede
ser capaz.
La
cruzada del doctor cum fraude ¿es por regenerar las instituciones y la
actividad política española? ¿Es por mejorar el estado de bienestar de los
españoles? ¿Es por mejorar la justicia? ¿Es por el bien de la nación? ¿Es por
limpiar de corrupción la vida política española? ¿Es por erradicar las falsas
promesas, la mentira, el engaño y las veladas amenazas? ¿Es para que resplandezca
la verdad? O detrás de su afectada apostura y vacía retórica ¿Solo se esconde
la vanidad, la prepotencia, el orgullo, el despotismo, y la música celestial de
oírse llamar "señor presidente"? ¿No será que tras toda esa
parafernalia, detrás de toda esa pompa y circunstancia de la que tanto gusta
rodearse, sólo está tratando de esconder el inmenso vacío que en su interior
siente por su propia incompetencia e ignorancia? Posiblemente ese sea el germen
de su altivez, autoritarismo, resabio, sinrazón, su rechazo a admitir otra
opinión que no sea la suya, al pataleo inmaduro del niño enrabietado y a romper
la baraja cuando pierde.
Decía
José de San Martín que “la soberbia es una discapacidad que suele afectar a
pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de
poder”.
El
sistema está corrupto, sí, pero el cinismo de los políticos no conoce límites.
Y a ello hemos colaborado todos. Unos como protagonistas, otros como autores de
la historia, otros como críticos vendidos al mejor postor, los más como
espectadores que aplaudían o mirando hacia otro lado mientras se liquida el
sistema.
Todos,
de una u otra forma, se han beneficiado de la corrupción como jamás lo hubieran
soñado. Esta es una historia de farsantes que se rasgan las vestiduras, pero a
los que les da igual lo que se haga o se diga con tal de poder seguir
representando su papel. Y ¿quién se atreve a culparles si el fanatismo, la
ignorancia, el nihilismo y la estupidez es lo que domina nuestra sociedad? Y ¿Nos
extrañamos que la cumbre del poder haya sido asaltada por gente como el doctor
cum.fraude? Él sabe que las cartas están marcadas, las reglas, amañadas.
¿Ladran? Luego cabalgamos. Se ha sacrificado la razón, para que triunfe el
engaño y la mentira. Para ellos no existe el bien o el mal. Lo importante es
ganar.
Tenía
razón el infausto Rodríguez Zapatero cuando dijo que en España, cualquiera
podía llegar a ser presidente del gobierno.
Pero
¿Quien impulsa, financia y sostiene a ese cualquiera?
Aquellos
a los que criticamos a diario, son los títeres que se mueven según tira de los
hilos el titiritero.
Estamos
en medio de la vorágine del poder, al que por supuesto va aparejado el dinero
Todos
trabajamos para alguien.