“Si no tenemos policías, jueces, abogados, fiscales,
honestos, valerosos y eficientes; si se rinden al crimen y a la corrupción,
están condenando al país a la ignominia más desesperante y atroz.”
Javier Sicilia
Poeta y
ensayista mejicano
¿Pero qué
está pasando?
Esta es la
pregunta que desde hace mucho tiempo se hace la mayoría de la sociedad española
al comprobar la dispersión de valores, principios éticos e ideas políticas que
se propagan cada día. Y digo la mayoría porque algunos saben muy bien lo que
pasa, y sobre todo, por qué pasa.
Esta
dispersión produce una profunda perplejidad intelectual y la consecuente desorientación
e inseguridad con respecto a los principios por los que regirnos, dando lugar a
que cada cual trate de actuar impunemente a su libre albedrío.
Esta forma
de entender la política, la de no sujetarnos todos a unas normas de relación
concretas, la el todo vale y el fin justifica los medios, es lo que abre la
puerta a la corrupción.
La
corrupción es una acción deshonesta que destruye la confianza del ciudadano en
las personas y en las instituciones, rompe la honradez y la buena reputación.
La
sociedad española percibe, y no comprende, como muchos de quienes están al
frente de las instituciones españolas, están inoculados de un tan alto grado de
corrupción.
El
ciudadano siente que vive inmerso en un periodo de severa tensión, a causa del cambiante,
fraudulento y frustrante comportamiento de los políticos, y que es él quien está
en el ojo del huracán y sufre los efectos del mismo.
Un
desasosegado malestar que se acrecienta tras la celebración del debate a cinco
del pasado lunes y en el que pudimos comprobar como a los políticos, en
absoluto les preocupa cómo se las apaña el ciudadano para llegar a fin de mes;
cómo los jóvenes pueden acceder al mundo laboral con alguna proyección de
futuro, y lo que casi ya es considerado como un sueño: formar una familia.
Ninguno de
ellos ofreció un programa de futuro atractivo y realista que ofrezca un
destello de esperanza en el horizonte. Todos mintieron. Todos ocultaron, Todos
miraron hacia otro lado ante los temas que les eran incómodos de abordar. Fue
la demagogia la que flotó en el ambiente, el disimulo, la evasión y el “Y tú
más”.
Lo
importante no es lo que dijeron, sino lo que callaron, para después de las
elecciones, sorprendernos haciendo, no lo que necesita el país, sino lo que a
ellos partidariamente más les convenga.
Es de
especial interés analizar el discurso de Pedro Sánchez como jefe de filas del
PSOE, partido con mayores opciones de gobierno según las encuestas, que sigue
instalado en el bloqueo político desde los tiempos de Rajoy. Si en aquel
entonces se atrincheró en el “no, es no”, ahora lo hace en el yo, o yo, sin
contemplar ninguna otra solución.
Apostado en
este arrogante monolitismo, demuestra claramente que lo que le preocupa, no es
dar solución a los problemas de los españoles —en el caso de que la tuviera—
sino seguir durmiendo en La Moncloa y decir que él es el Presidente del
Gobierno.
En el transcurso
del reciente debate electoral, el candidato Sánchez repitió hasta la saciedad
que la solución de los problemas de España únicamente la puede ofrecer un
gobierno progresista.
¡Progresismo!
Talismán mágico que si se hiciese una encuesta, pocos serían los que supieran
concretar en que consiste, y albergo mis dudas de que el mismo Sánchez pudiera
definirlo. Pero el concepto mola, y convence a los menos ilustrados.
Analizando
la postura del jefe socialista en el pentamonólogo del pasado lunes, me pregunto
si el progresismo consiste en silenciar si va a pactar o no con los
separatistas vascos y catalanes —los que intentan destruir España— en el caso
de que sus votos fueran precisos para que siga utilizando el Falcon.
El
silencio es el mayor cómplice de la corrupción. Quien oculta sus verdaderas
intenciones, termina convirtiéndose en cómplice, como su ministro del Interior
—que más lo parece de Cataluña que de España—, que tras ver como han ardido las
calles de Barcelona, y el propio Presidente de la Generalidad ha bloqueado
carreteras, dice que se puede pasear por la ciudad con absoluta normalidad.
Seguramente
el señor del “no es no”, no se ha enterado de que pactar con los separatistas supone
deshacer el abrazo constitucional que nos dimos los españoles en el 78, y como
magistralmente retrató Goya para la posteridad, volver a enfrentarnos a
garrotazos entre hermanos, lo que desgraciadamente ya ocurre en Cataluña.
Quiero suponer que no es eso lo que desea el candidato Sánchez cuando dice que
España es una nación de naciones.
Estoy persuadido
que el doctor Sánchez aspira a ser Presidente del Gobierno, sí, o sí, con las
mejores intenciones, y que piensa que la solución para resolver el problema
catalán se basa en hacer de España un estado federal o confederal. ¡Vaya usted
a saber!
Yo supongo
que el doctor Sánchez sabe leer y escribir, aunque no ejerce. Como está ocupado
a tiempo completo en asegurar su estancia en La Moncloa, los libros se los
escriben otros, y claro: su mente no está ahora para entregarse a las minucias
de la Historia. Por eso le habrá pasado desapercibido, el que habiendo
estallado el separatismo en España con tan agresiva virulencia como lo ha hecho,
proclamar el Estado Federal, sería tanto como volver al final del siglo XIX,
donde en el transcurso de la I República Española, el cantón de Cartagena llegó
a acuñar su propia moneda, solicitó al presidente estadounidense, Ulysses S. Grant, integrarse en la Unión, y los
buques que había en el cantón, bombardearon Alicante.
Si el Cid
campeador pasó a la historia por vencer a los moriscos después de muerto, hemos
de reconocer que el doctor Sánchez pasará a la historia por vencer a un muerto
que hacía 44 años que había dejado este mundo. “Una gran victoria”, según sus
propias palabras.
Los
españoles no podemos inscribir en el libro de nuestras hazañas, la existencia
de Fernando VII, el rey felón, pero lo
que no podemos negar es que fue rey de España y pretender borrarlo de las
páginas de la Historia. Pues por la misma razón, no podemos negar que Franco
ganó la guerra civil y fue Jefe del Estado español durante 36 años.
En este
tema, me viene a la memoria la escena del cementerio, de don Juan Tenorio, en
la que el burlador de Sevilla muestra su pavor ante la efigie del comendador,
muerto hacía ya tiempo. Quizá por eso, si el doctor Sánchez consigue finalmente
ser elegido Presidente del Gobierno, parece que piensa impulsar un proyecto de
Ley, destinado a borrar casi 40 años de la Historia de España, prohibiendo,
persiguiendo y sancionando los logros que en España se hicieron realidad
durante el mandato del dictador.
¿Alguien
en su sano juicio puede imaginar a los franceses borrando de la Historia a
Napoleón?
Al
desenterrar una memoria llena de tiempo; al revivir lejanas voces del pasado
enmudecidas por el abrazo de la reconciliación; al remover las tumbas y alterar
la paz de los muertos, se está abriendo una puerta que quizá debería haber
permanecido cerrada para siempre.
Reabrir
las heridas que produjeron las dos Españas, es atizar el fuego del odio y el
resentimiento. Ochenta años después, por Ley ¿Vamos a tener que elegir entre un
hijo y un padre? ¿O entre dos hermanos?
Basta con
que un hombre odie a otro para que el odio corra como el fuego hasta incendiar
la humanidad entera.
La Ley de
revancha histórica es un atropello de los derechos civiles. No enfrentemos a
hijos contra padres, a mujeres contra hombres, no sembremos la rivalidad y la
discordia entre territorios hermanos,
Cuándo los
problemas persisten y se necrosan con el discurrir del tiempo ¿De verdad
podemos creer que nuestros dirigentes han puesto todo su empeño para
solucionarlos? Pues no lo sé, pero me malicio que a lo peor alguien se está beneficiando
con su existencia.
Así se pueden
seguir creando chiringuitos que no sirven más que para colocar a familiares y fieles al partido, pero que no tienen ninguna
misión que cumplir, como se ha descubierto en Andalucía.
Mentir a
sabiendas negando la crisis que nuevamente se nos avecina, como hacía Zapatero,
y luego nos cayó la que nos cayó ¿No es corrupción?
Los graves
problemas económicos que España tiene planteados y los que se nos avecinan ¿Se
van a solucionar simplemente con la creación de una vicepresidencia económica?
Zapatero ya tuvo a la señora Salgado y eso no evitó los miles de desahucios y
millones de parados que dejó tras de sí tan infausto personaje.
Eso es
embaucar a la sociedad y engañar o mentir a sabiendas, es corrupción.
Los
constantes y sucesivos avatares sufridos desde aquel fatídico 11-M —aún no
aclarada su autoría intelectual— hasta hoy, es lo que hace que el ciudadano de
a pie sienta una profunda frustración y derrota.
Corrupción
no solo es meter la mano en la caja.
Corrupción
es que un presidente de comunidad autónoma, un alcalde —o alcaldesa— conceda
subvenciones o contratas a dedo a empresas de sus familiares; o que llene la
institución que preside de parientes y amiguetes con sueldos con los que jamás
hubiesen soñado percibir.
La mayoría
de los enchufados carecen de la más mínima cualificación profesional, pero para
ejercer de comisarios políticos, es decir de delatores de quienes no piensen
como el que manda, bien valen.
Corrupción
es que la Justicia se pliegue a intereses políticos de cualquier signo.
Corrupción
es promulgar leyes sectarias, que desfigurando la realidad social, impongan
intereses ideológicos.
Corrupción
es sacrificar los intereses de España y supeditarlos a los de partido, cuando
no a la ambición personal de su dirigente.
Corrupción
es que desde una institución se promueva la fractura y el enfrentamiento de un
pueblo, y los poderes del Estado que podrían evitarlo o poner coto al desmán,
por conservar el poder, no se den por enterados.
Corrupción
es que por interés político, los poderes públicos fuercen los resquicios
legales para que el delito cometido por un condenado por la justicia, finalmente
quede impune.
Corrupción
en definitiva, es la situación de bloqueo institucional que estamos viviendo
desde hace años, cuando la obligación de quienes dicen representarnos es buscar
las soluciones que demanda el país.
Pero nadie
mejor que ese gran escritor que es Antonio Muñoz Molina ha definido cuál es el
cáncer que sufrimos con los políticos que solo se representan así mismos:
“Preferir
siempre las diferencias a las similitudes y la discordia al apaciguamiento son
hábitos cardinales de la clase política española, igual que echar leña al fuego
y sal a las heridas. La escenificación estridente de sus disputas partidarias
es la cortina de humo que encubre la similitud de sus intereses corporativos,
la magnitud formidable de su incompetencia, la toxicidad de su parasitismo
sobre el cuerpo social, la devastadora codicia con la que muchos de ellos, en
todos los partidos, se han dejado comprar, o han comprado a otros.”