“Hasta las bacterias funcionan por consenso, o no
funcionan”
Eduardo Punset Casals
Político y
divulgador científico español.
Con pasión
contenida, tras conocerse el resultado de las elecciones, Pablo Iglesias
acusaba a Pedro Sánchez de ser el responsable del espectacular crecimiento de
Vox, a quien la izquierda denomina de ultraderecha.
Aparta que
tiznas, le dijo la sartén al cazo.
Con estas
afirmaciones, Iglesias, que sí es la ultra izquierda de Cuba y Venezuela, lo
que trataba era de desviar la atención sobre el hecho de haber perdido siete
escaños y casi 700.000 votos.
Lo que ha
ocurrido en realidad, es que muchos españoles se han hartado de que aquellos
que les ofrecen vino y les dan vinagre; se han hartado de que les mientan; de
su falsedad e hipocresía; de su demagogia; de sus ideologías que solo conducen
a la división y al enfrentamiento, pero no resuelven ninguno de los problemas
que han de afrontar cada día; de que menosprecien su inteligencia ofreciendo
como solución a los problemas de cada día, lo que no es más que un engañoso cambio
de nombre; se han dado cuenta de que las políticas de las izquierdas solo generan
dudas, incertidumbres y ambigüedades, y
por eso han depositado su confianza en aquellos que les han ofrecido poner en
práctica las soluciones lógicas que España necesita.
Es la
inexorable ley del péndulo.
Lo cierto
es que el resultado de las elecciones es el que es, y el vencedor de las mismas
—el doctor Sánchez—, se encuentra en la misma situación en que se encontraba
antes de celebrarse los comicios, con el agravante de que el electorado no le
perdonaría que volviese a adoptar la postura dilatoria y de bloqueo
institucional que ha venido practicando hasta ahora.
España no
se puede permitir seguir con un Gobierno en funciones que no puede resolver
ninguna de las graves situaciones por las que atraviesa el país, mientras su
provisional Presidente sigue durmiendo en la Moncloa, jugando eternamente la
partida de póker político que organizó con la moción de censura para desalojar
al PP.
Sé que en
España es una utopía pretender que los partidos dejen de ser adolescentes que
se miran con recelo entre sí, y solo atienden a sus intereses en vez de los del
Estado, pero ésta es una ocasión para ser valientes, responsables y generosos,
y adoptar un acuerdo histórico que haría cambiar la política española para
siempre.
Para poder
afrontar con garantías el grave problema de rebeldía que están protagonizando
las autoridades que rigen las instituciones catalanas; para defender los
intereses de España ante el problema que plantea la salida de Inglaterra de la
Unión Europea; para poder afrontar con solvencia la crisis económica que se
está negando, pero que está llamando a nuestras puertas; para abordar los
problemas estructurales del país como son las pensiones, la creación de empleo,
la sanidad o la educación, hay que investirse de un alto grado de generosa responsabilidad,
dejar de lado las ideologías partidistas y llegar a un consenso entre el
partido ganador de las elecciones y el primer partido de la oposición.
No sería
España el primer país en llegar a esa solución responsable.
Cuando se
logra un acuerdo, todos resultan beneficiados. Nada tiene tanta fuerza como un generoso
e inteligente consenso.
No es
necesario estar plenamente de acuerdo, sino tan sólo marchar por el mismo
camino.
¿Cómo
vivir en un mundo en el que la mitad está en desacuerdo? ¿Cómo gobernar un país
si sus gobernantes no consideran suyas ni las penas ni las alegrías de su
pueblo? ¿Si sus gobernantes no se sienten parte de ellos?
No olvidemos
que el futuro mostrará los resultados y juzgará a cada uno de acuerdo a sus
logros.
No
alberguemos el menor recelo o temor en tender la mano sinceramente para unir
fuerzas con el adversario y luchar contra el enemigo común. Las personas a las que
debemos temer no son a las que no están de acuerdo con nosotros. De quienes debemos
cuidarnos, es de aquellos a quienes no están de acuerdo y son lo suficiente
cobardes para manifestarlo claramente.
Llegar a
un acuerdo, a un compromiso, no es sinónimo de fracaso o rendición, sino de
fortaleza y vitalidad, porque las sociedades monolíticas, son aquellas que
terminan por consumirse en su propia parálisis. La sociedad es plural, toda
ella persigue los mismos fines, aunque por diferentes caminos. Por ello, solo
encontraremos vida, donde haya compromisos establecidos.
Lo
contrario de llegar a un acuerdo no es integridad, es cerrazón.
Lo
contrario de llegar a un acuerdo no es idealismo, es inmovilismo.
Lo
contrario de llegar a un acuerdo no es determinación, es egoísmo.
Lo
contrario de llegar a un acuerdo no es firmeza, es ignorancia, inconsciencia, ineptitud y
torpeza.
Lo
contrario de llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte.
Llegar a
un acuerdo no es capitular, ni poner la otra mejilla al rival.
Llegar a
un acuerdo es tener la suficiente altura de miras y generosidad para
encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino. Y eso ya lo hicimos cuando
en 1978 nos dimos el histórico abrazo constitucional.
¿Seremos
ahora tan ciegos como para desandar el camino con tantos sacrificios andado?