Ante la
duda sobre la autoría de la frase atribuida a Cervantes “…ladran, Sancho, luego
cabalgamos”, alguien trató de investigar, al más alto nivel, el verdadero
origen de la misma. La única certeza a la que se llegó, es que a partir de un
determinado momento de nuestro devenir, la misma se incorporó al acervo popular,
en el sentido de que si alguien reprueba algo, es porque otro alguien se está
moviendo —diciendo o haciendo— en la dirección contraria a la deseada por aquel
que lo desaprueba.
Como
resultado de la consulta, lo único que se pudo sacar en claro, es que la
mencionada frase, nada tiene que ver con la obra de Cervantes, ni siquiera con
la de aquellos que sobre la misma algo han escrito.
Respuestas
hubo de las más variadas y pintorescas. Desde la que dio Lázaro Carreter, director
que fue de la Real Academia Española, manifestando:
«Ni
es de Cervantes ni de ningún escritor de su época pues la pronunció en el
Parlamento don Manuel Azaña... entró en el torrente de la lengua culta antes de
la Guerra Civil».
…hasta la
de unos aficionados taurinos que la convirtieron en
«tragan,
luego engañamos».
Más tarde,
en tiempos de Zapatero, unos correligionarios sentenciaron
«ladran,
luego Zapatero cabalga».
Y
efectivamente, desde aquel fatídico 11M, que tanta sangre y dolor sembró en el
pueblo español, y que no tuvo otro objetivo que el de cambiar de signo el resultado de unas
elecciones que teóricamente tenía perdidas la izquierda española, la funesta sombra
de la figura de Zapatero sigue cabalgando, ahora en la persona de Pedro
Sánchez.
Como en
una carrera de relevos, ha cambiado el corredor, pero el testigo siendo el
mismo:
Cambio
radical de nuestra sociedad mediante la aplicación inflexible de la ideología
de género.
Cambio
o afirmación en las mentes menos ilustradas y adoctrinamiento desvergonzado en
las de las futuras generaciones, al falsear la realidad histórica de España
mediante la Ley de Memoria Histórica y otras complementarias.
Liquidación
del espíritu de la transición y con él, la invalidación de la Constitución del
78 que libremente nos dimos todos los españoles.
Como
consecuencia del cambio constitucional y respondiendo a la filosofía tradicional
del socialismo español, la nueva carta magna aboliría la monarquía,
convirtiendo a España en una república federal.
El
final de todo este proceso, nos conduciría a la eliminación del país más
antiguo, grande —por extensión y por nobleza— y poderoso que ha conocido la
historia, mediante la aplicación del falso concepto socialista de que España es
una nación de naciones.
No faltará
quien me acuse de alarmista, facha o fascista, pero amarga experiencia nos muestra la historia de las tristes
consecuencias a que dio lugar la
proclamación de las dos Repúblicas. En ambas alcanzamos las más altas cotas de
locura e indignidad política y humana.
De la
primera, Emilio Castelar, dejó registro del hecho en sus Memorias: “Tratábase
de dividir en mil porciones nuestra patria, semejantes a las que siguieron a la
caída del califato de Córdoba. De provincias, llegaban las ideas más extrañas y
los principios más descabellados. Jaén se apercibía a una guerra con Granada.”
De los
antecedentes de la segunda, y por mucho que nos la quieran presentar como un
paraíso, basten estas dos perlas..
«El
PSOE viene a buscar aquí (al Parlamento), a este cuerpo de carácter
eminentemente burgués, lo que de utilidad pueda hallar, pero la totalidad de su
ideal no está aquí. La totalidad ha de ser obtenida de otro modo. Mi partido
está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera,
cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones. [...] Debemos, viendo la
inclinación de este régimen por S.S, comprometernos para derribar ese régimen.
Tal ha sido la indignación por la política del Gobierno del Sr. Maura en los
elementos proletarios que nosotros hemos llegado al extremo de considerar que
antes de que S.S. suba al Poder debemos ir hasta el atentado personal».
Pablo
Iglesias, en el Congreso de los Diputados. Pág. 439-443 Diario de Sesiones
7-7-1910.
En un
mitin en Alicante, el socialista Francisco Largo Caballero, que con apenas tres
años de instrucción escolar, llegó a ser Presidente del PSOE, Secretario
General de la UGT, Diputado a Cortes por Madrid y Barcelona, Ministro de la
Guerra, de Trabajo y
Presidente del Consejo de Ministros, el 19 de enero de 1936, proclamó:
“Quiero
decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados;
pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con
nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la guerra
civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que
nosotros lo realizamos”
Hechos (y
no pocos) podría traer aquí que avalarían el comportamiento falso y desleal que
el PSOE ha tenido siempre para con España, e incluso para con sus propios
aliados coyunturales. La demostración más ilustrativa la hemos tenido en el
último intento de investidura, en la que se ha demostrado que no se puede
engañar a todos, todo el tiempo.
Hoy hace
14 meses que Pedro Sánchez, ese personaje que se ha encargado de liquidar el
PSOE constitucional, sacó de la Moncloa a Mariano Rajoy con la ayuda de todos
aquellos que quieren la destrucción de España, y la falsa promesa de convocar
de inmediato unas elecciones, cosa que solo hizo cuando aquellos con quienes
pactó le pasaron la factura de su ayuda y se vieron engañados por el personaje,
al presentar este a la Cámara unos presupuestos que no contemplaban sus
exigencias.
En la
actual etapa democrática, el único candidato a la presidencia del Gobierno en
la historia de que ya ha cosechado dos investiduras fallidas —y no me atrevería
a afirmar que no consiga batir su propio record— no tiene más que dos salidas
de cara al futuro: o alcanzar un pacto y ser prisionero de todos aquellos que
quieren liquidar España o convocar nuevas elecciones en el mes de noviembre,
con lo que podría transcurrir otro año más de interinidad del Ejecutivo y
parálisis total de la política española.
Entre
tanto van a tener lugar acontecimientos de profunda trascendencia, tanto en
España como en Europa, sin que nuestro país pueda participar en ellos con una
postura firme y defender nuestros intereses desde una posición sólida y
definida.
Desde que
Pedro Sánchez pronunciara su célebre “No es no”, ante la investidura de Mariano
Rajoy en Enero del 16, además de destruir a su propio partido, con su actuación
viene bloqueando las instituciones. Ya hace tres años de eso y vamos para
cuatro. Toda una legislatura sin poder gobernar y resolver los problemas que
aquejan a España y con lo que se nos viene encima.
Y todo
para dormir en la Moncloa, tener el Falcon a su disposición y decir que él, es
el Presidente del Gobierno.
No hay ser
humano que no se equivoque y cometa graves errores. También los pueblos.
No podemos
vivir anclados en el pasado lamiéndonos nuestras heridas.
No podemos
reconciliarnos alimentando el rencor, el resentimiento y el afán de revancha.
No podemos
afrontar un futuro en común, dividiendo y enfrentando a unos contra otros;
alimentando y construyendo una sociedad de hijos contra padres, de hermanos
contra hermanos, de mujeres contra hombres, de pobres contra ricos.
Nunca
ocuparemos en el concierto internacional el lugar que por historia y por
derecho nos corresponde, si no hacemos de España un país fuerte, no por las
armas, sino por la preparación de nuestros jóvenes, la cultura de nuestra
sociedad, la categoría de nuestros científicos, el avance de nuestros
investigadores, el abandono de fanáticas banderías trasnochadas, el sentido de
la dignidad, el respeto no solo a nuestros semejantes, sino lo que es más
importante, a nosotros mismos.
En una
palabra, abandonando la hipocresía que esconde la corrupción y abanderando la
racionalidad y el sentido común.
Pero qué lejos estamos de esos comportamientos. Lo
hemos podido comprobar en el último debate de investidura en el que si algo
hubo que caracterizó a todos los intervinientes, fue el recelo mutuo. Cada uno
de ellos se creía el rey de la manada, y a las primeras de cambio, dispuestos
estaban a lanzarse a la yugular del adversario. Ni una palabra sobre los
problemas estructurales que debilitan a España y angustian al españolito que se
levanta a las seis o las siete de la mañana, para con sus impuestos, pagar los
privilegios de quienes nos enfrentan y dividen, nada más que para mantener sus
espurios intereses.
Si ustedes
pasan algún día por delante de las Cortes en Madrid, verán a unos individuos e ¿individuas?,
muy trajeados ellos, muy acicaladas ellas, saliendo o entrando a ese edificio que tiene dos leones en la
puerta y que dicen que es donde reside la soberanía del pueblo.
Nunca he
llegado a saber de qué soberanía, ni de qué pueblo se trata.
Si se
cruza usted con ellos, seguro que se sentirá más insignificante que un gnomo, a
causa de la afectación y envanecimiento que verá en su mirada. Oiga, ¡Qué aires
de suficiencia y superioridad! Caminan persuadidos de que sin su existencia,
España no podría subsistir.
Qué más
quisiera España, y nosotros, los españoles, que cada uno se fuese a su casa o a
las colas del INEM, o como se llame, a buscar algún curro, si es que sirven
para algo. Porque muchos de ellos, lo único que hicieron después de fracasar en
sus estudios, fue montarse en el carro de las juventudes de un partido político
y aprender a trepar para alcanzar el sueño dorado de verse incluido en una
lista que les permitiese mirarnos desde el pedestal de su propia altivez, de
forma osada y despectiva. Algunos no son otra cosa que serviles e ignorantes
profesionales del oportunismo más desvergonzado. Pero ¿Qué digo? Son nada menos
que señorías. Alguno de los que hoy se muestran con tantas ínfulas, he visto
hacer pasillo a la puerta del jefe, mendigando sin dignidad alguna, el puesto
con el que ahora tanto se ufanan.
Indescriptible
es el espectáculo de confusión que habitualmente dan los padres de la Patria
durante sus intervenciones en ese gran teatro del mundo que es el hemiciclo. El
individualismo sin freno, el ego envanecido, el flujo y reflujo de opiniones,
desde las más sesudas a las más extravagantes, la incoherencia entre lo que
hacen y proclaman, la ardorosa defensa de una idea y la contraria y la funesta e
ignorante espontaneidad de tantos oradores, son capaces de enloquecer al
espectador más avezado en la delirante dialéctica de quienes por sumisión al
patrón han accedido al acta de diputado.
Comprendo
perfectamente que Estanislao Figueras, primer presidente de la primera
República Española, explotase un día exclamando:
Señorías,
¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!, y en el más absoluto incógnito,
tomase en la estación de Atocha un tren que le conduciría a Francia.
El
comportamiento de los políticos españoles es un juego pueril, capaz de causar
estupefacción e hilaridad al mismo
tiempo, si en el fondo no hubiese razones muy serias para mover a grandísima pena.
Constituyen
una especie que nunca se verá haciendo cola a las puertas de la oficina de
empleo. Desde que se apuntaron al partido siendo aún menores de edad —y algunos
ya peinan canas—no les ha importado dejar los escrúpulos y la vergüenza en la
cuneta, para poder seguir apareciendo en los telediarios al lado del que manda
en cada momento.
Una buena
muestra de la irresponsabilidad con la que actúa esta caterva de inútiles
paniaguados que dicen defender nuestros intereses y luego, impunemente, tiran
de largo con nuestro dinero, es que después de 14 meses desde que se desalojó
del Gobierno al PP, aún continuamos con las instituciones bloqueadas, inmersos
en una parálisis absoluta.
El último
sondeo del CIS de Tezanos, atribuye al PSOE un 41,3% de los votos, por encima
del 39,5% que le adjudicó en el estudio de junio. Por detrás, a muchísima distancia,
quedaría el PP (13,7%).
Si estos
resultados respondiesen a la realidad política y social española, el PSOE, sumido
en sus adulterinos intereses, al igual que aquellos aficionados taurinos, bien
podría exclamar:
¿Tragan?
luego engañamos.
La parte
positiva del proceder de esos especímenes, que desde su pedestal nos miran con
displicencia, es que nunca les podremos considerar un fracaso absoluto. Siempre
podrán servir de mal ejemplo.