He de
confesar que hace tiempo que me viene rondando la idea de votar en blanco, como
reprobación a la iniquidad de la mayoría de los que actualmente se dedican a la
actividad política. Cada día me siento más asqueado, no de la política, que es
necesaria para la organización de una sociedad, sino de la mayoría de aquellos
que han hecho de la misma su medio de vida, de los que la utilizan para
alcanzar un lugar destacado en la sociedad —inmerecidamente retribuido— que
jamás conseguirían por sus propios méritos de no haberse instalado desde sus
inicios sobre el trampolín de los partidos.
No es mi
intención, ni debo juzgar a todos por igual. Hay muy honrosas excepciones que
merecen el mayor respeto, casi todas ellas fuera ya de las formaciones a las
que pertenecieron, o dejadas en el oscuro túnel del olvido por mantener las
convicciones por las que un día ya lejano se afiliaron. Convicciones hoy
secuestradas y enterradas por quienes en realidad solo las utilizaron como
soporte para alcanzar el poder.
Todos
dicen querer el progreso y bienestar del territorio sobre el que ejercen el
poder y todos mienten como rufianes.
Cuando hace
ocho lustros todos albergábamos la esperanza de construir un futuro común en
armoniosa convivencia y progreso, en el que la diversidad de nuestras regiones
constituyese la base de la riqueza y solidez de muestra cultura, nunca pensamos
en que precisamente, aquellos elementos que nos engrandecían, pudiesen ser
utilizados como argumentos para la disgregación, el enfrentamiento, el odio y
la ruptura.
No hace
falta ser ningún genio para darse cuenta de que nuestra sociedad atraviesa por
una muy delicada situación política, social y económica.
No es
preciso ser ningún sesudo pensador para saber que hay fuerzas políticas cuyo
único objetivo es romper España.
Y no hace
falta ser ningún adivino para saber, que si Pedro Sánchez obtiene los escaños
necesarios para seguir siendo inquilino de la Moncloa, pactando con todos
aquellos que buscan la destrucción de España y consecuentemente nuestra ruina
social y económica, no tendrá el menor escrúpulo en entregarles lo que le
pidan.
Según lo
que hasta ahora señalan las encuestas, la mayoría de los votos que va a perder
Podemos, por proximidad ideológica, los recogerá, como es lógico, el PSOE, lo
que le permitirá mejorar sus expectativas en las próximas elecciones.
Por otra
parte, al repartirse el voto de la derecha entre tres partidos diferentes, en
aquellas provincias en las que no se obtengan más de cinco diputados —que son
la mayoría— la dispersión producirá unos efectos demoledores de los que se
beneficiará el partido socialista y hará que aumente su número de escaños de
forma muy notoria.
Para los
partidos que se autodenominan constitucionalistas, para entendernos, los de la
derecha, el objetivo prioritario, según dicen, es frenar el desarrollo de la
deriva de Pedro Sánchez y el populismo, y organizar la vida comunitaria sobre
bases diferentes a las que hasta hoy han prevalecido.
La única
forma de frenar la prevista escalada de Pedro Sánchez, sería que PP, Ciudadanos
y Vox, presentasen una candidatura unitaria en aquellas provincias en las que previsiblemente
se producirá la sangría.
Cuatro
años más con Pedro Sánchez en la Moncloa, legitimado por las urnas, pueden
resultar aún más letales para España, que los de Zapatero, y en algunos
aspectos, con consecuencias irreversibles.
Señores Casado,
Rivera y Abascal: ustedes tienen la posibilidad de evitar el descalabro que se
nos avecina. A los españoles, sus intereses políticos personales, nos traen al
fresco. Nadie les ha obligado a estar donde están. Ostentan los puestos que
desempeñan por voluntad propia, y ello comporta una responsabilidad, no para
con sus afiliados, no para con sus votantes, sino para con España y los
españoles. Así que vayan olvidando sus personalismos; déjense de improvisar y
tratarnos como a niños chicos, tratando de deslumbrarnos con fichajes de oropel,
que a la hora de la verdad, son meras marionetas en sus manos; dejen de ponerse
palos en las ruedas entre ustedes mismos; abandonen sus diferencias y apóyense
en lo que les une; no utilicen la bandera de España si no están dispuestos a
sacrificarse por lo que la misma simboliza; dejen de enmascarar sus egoístas
intereses partidistas con excusas fútiles e insustanciales; dejen de mentirnos
y asuman la responsabilidad que las circunstancias exigen.
De no
hacerlo así, consumarán el suicidio colectivo del país en un breve plazo de
tiempo.