Querido y siempre recordado Julen:
Durante 13 días hemos vivido con el corazón encogido por la
angustia que nos producía el no poder verte correr, ni jugar. No podíamos
escuchar tus espontáneas exclamaciones de asombro y alegría. Nos faltaba tu
mirada y la cautivadora sonrisa con la que un niño conquista el universo.
Para ti era un día como otro cualquiera. Para un niño de dos
años, como eras tú, no hay diferencia entre un día y otro. Tu misión no era
otra que la de ir descubriendo el mundo que te rodeaba. Un mundo en el que todo
era mágico. Todo era nuevo, todo era un hallazgo. En tus diminutas manos, un
juguete, era toda una revelación fantástica. En él no había linderos para tus
sueños, ni para tus alegrías… aunque tampoco para tu dolor.
Protegido por tus dioses —tus padres, quienes nunca dejarán
de amarte—, tu mundo era perfecto. En él, no existía el bien ni el mal. Lo
bueno o lo malo. La seguridad o el peligro. Nada sabías tú de esas cosas,
porque a tus dos años, tu misión no era otra que la de jugar. La de ser
simplemente niño y con tus juegos, ir descubriendo el mundo que te rodeaba. Ese
mundo que te tenías que inventar cada día porque no era el tuyo, pero que era
el que tus mayores te habían preparado.
Aún, en tu pequeña cabecita, no se entretejían las veredas
de sueños futuros. Para ti, solo existía la arcadia feliz de tu presente. No
necesitabas grandes cosas para disfrutar y ser dichoso. Te bastaba simplemente
con ser niño. Ni en el peor de tus sueños podías imaginar que un paso —solo un
paso—mediaría entre la segura luminosidad de tus juegos y la inmensa negritud
del vacío que habría de producir la desaparición de todo tu mundo bajo tus pequeños
piececitos. Solo un instante fugaz bastaría para que desapareciera tu mágico
mundo, ese que explorabas con cada una de tus acciones, con cada juguete que
tomabas en tus manos, con cada nuevo rostro que reconocías.
En ese mismo instante dejaste de escribir la historia de tus
días en el cuaderno en blanco que todos traemos al nacer.
Tu ida, Julen, nos ha estremecido a todos. Estamos angustiados.
La desaparición de un ángel como tú, sobrepasa nuestra capacidad de sufrimiento.
No tiene sentido. Es una incoherencia de la naturaleza. Carece de lógica segar
la espiga apenas ha visto la luz.
Tu mirada limpia y tu sonrisa gozosa eran el reflejo de tu
inocencia y la ausencia de sombra alguna en tu interior.
Quizá tú sabías que el niño que eras, con el paso de los
años, habría de morir para dar paso al adulto que alcanzarías a ser mañana. Acaso
lo que viste aquí, no te gustó demasiado. Los miedos de los adultos, sus
luchas, sus ambiciones, sus mentiras, sus falsedades, sus incoherencias, su
falta de autenticidad, no formaban parte de tu mundo porque empañarían el
candor de tu mirada y en una mueca convertirían el júbilo de tu sonrisa. Tú no
querías convertirte en una caricatura deforme del niño que eras y decidiste no
dejar de ser niño nunca. Por eso te fuiste a jugar con tu hermanito, porque
querías que tu infancia fuese más larga que la vida.