El presidente del Gobierno, el
doctor Sánchez, es una persona de pensamiento multidireccional.
Si se trata de alcanzar el
poder y mantenerlo a costa de lo que sea y de quien sea, su pensamiento es obsesivamente
unidireccional. Y a los hechos me remito.
Sus exiguos 84 escaños —el
apoyo electoral más bajo al que el propio doctor Sánchez ha llevado a su
partido, el PSOE, en la actual etapa democrática— no han sido un impedimento
para que desarrollara su extremada ambición con una absoluta falta de
escrúpulos para alcanzar su objetivo: ocupar La Moncloa. Para conseguirlo, no
tuvo el menor embarazo en pactar con la extrema izquierda populista de Podemos
al mismo tiempo que con partidos nacionalistas y radicalmente conservadores
como PNV y los herederos de la antigua Convergencia catalana. Es más: no
respetó ni la sangre vertida por las innumerables víctimas del terrorismo de
ETA, entre ellas, las que había de aquellos que fueron miembros de su propio
partido, al obtener los votos de Bildu, de los que podía haber prescindido.
Para saciar sus ansias
delirantes de poder, no reparó en hipotecar al PSOE, partido del que es
presidente, sino el futuro de España, y con él, el de todos los españoles al
someterse a todas las exigencias desintegradoras de todos aquellos que quieren
destruir nuestra Patria, palabra maldita para la izquierda y los nacionalistas.
El doctor Sánchez, es el
alumno aventajado de su antecesor, el tristemente recordado Rodríguez Zapatero,
mediador al que la oposición venezolana pide declarar "persona non
grata" por su abierto apoyo al dictador Nicolás Maduro.
Sin embargo, para mantenerse
en el poder, su pensamiento es multidireccional, lo que le lleva a doblegarse
ante sus fiadores —los partidos que le avalaron en su moción de censura— concediendo
a unos una cosa y a otros la contraria, creando una situación caótica en la que
la brújula se está volviendo loca. No le importa contradecirse a sí mismo y
ahora hacer absolutamente lo contrario de lo que afirmaba cuando estaba en la
oposición, incluso siendo ya presidente del Gobierno, no le sonroja poner hoy
blanco donde ayer puso negro. Cual Groucho Marx de la política —que más
quisiera— va poniendo en práctica la memorable frase del célebre actor:
- “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo
otros”.
La ambición de poder del
doctor Sánchez, actual presidente del Gobierno de España, le impide darse cuenta –a lo peor es
que le importa un bledo— el que al final todo se venga abajo. Salta a la vista
con cada uno de los pasos que está dando, acciones que están orientadas a poner
los cimientos para que al final todo resulte una tragedia para España.
El doctor Pedro Sánchez, cual
Narciso de nuestros días, vive preso de su incontenible pasión por sí mismo y es
incapaz de sacrificar a tiempo su ambición por el poder, y convertir ese
sacrificio en realidades urgentes y necesarias para solucionar los graves
problemas que amenazan al país y a nuestro bien público.
Ciertamente he de reconocer
que el doctor Sánchez no es el único responsable de la situación actual. Cuando
repaso nuestra historia más reciente, concretamente desde que Mariano Rajoy fue
investido Presidente del Gobierno de España en 2011 hasta hoy, pasando por la
moción de censura puesta por el PSOE y la toma del poder por el doctor Sánchez,
no puedo por menos que pensar en el mito de Ícaro.
Como es sabido, Ícaro era
hijo de Dédalo, el constructor del laberinto de Creta que albergaba al
Minotauro. Cuando este hubo terminado la construcción del laberinto, el rey lo
encarceló junto a su hijo para que nunca pudiera revelar el secreto de su obra.
Dédalo logró escapar pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey
controlaba todo lo que salía y entraba. Entonces comenzó a fabricar alas para
él y para Ícaro, su hijo, ya que el aire era lo único que el rey no vigilaba.
Enlazó plumas entre sí, asegurando las más grandes con hilo y las más pequeñas
con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro.
Cuando todo estuvo listo,
Dédalo probó sus alas y saboreó la libertad junto al éxito de su trabajo.
Entonces, equipó a su hijo de la misma manera y le enseñó a volar,
advirtiéndole que no volase ni muy bajo, ni muy alto.
- “Si vuelas muy bajo, la humedad y el vapor del agua
empaparán las plumas, éstas serán muy pesadas y caerás al mar. Y si vuelas muy
alto, el calor del sol derretirá la cera, se desprenderán las plumas y también
caerás al mar”, le dijo.
Y así, padre e hijo echaron a
volar.
Pero Ícaro pronto se entregó
a la pasión del vuelo con entusiasmo incontenible y comenzó a ascender como si
quisiese conquistar el paraíso. El ardiente sol derritió la cera que mantenía
unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no
quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar,
desapareciendo en él.
Ya hemos visto como Mariano
Rajoy ha caído al mar por volar durante sus mandatos demasiado bajo. Al doctor
Sánchez terminará por derretírsele la cera de esas frágiles alas que le han
permitido ascender al olimpo del poder y terminará precipitándose en el vacío,
porque como decía Tácito: “Para quienes ambicionan el poder por encima de todo,
no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio”.
Lo
malo es, que como su predecesor y correligionario de infausta memoria, Rodríguez
Zapatero, nos arrastrará a todos en su caída.