Con independencia de la ideología
personal de cada uno de los españoles, existe un deseo generalizado de
regeneración sin restricciones. No es nuevo este sentimiento, Viene de muy
atrás. Los anhelos de regeneración
España, no son otros que la historia de nuestros fracasos en los
procesos de desvertebración moral, territorial, económica y social sufridos.
En más de una ocasión, el Rey
Felipe VI, ha señalado muy acertadamente la necesidad que España tiene de un
“impulso moral colectivo”, o dicho de otro modo, ha apelado a la urgente
necesidad de abordar un proceso de regeneracionismo que nos saque del envenenado
marasmo en el que desde hace muchos años, nos encontramos inmersos.
Claro que no sé si el concepto de
regeneración significa lo mismo para todos, o en nuestro caso y dado el número
de veces que se ha intentado llevar a la práctica, se trata de un imposible.
El cónclave del PP por fin despejó
la incógnita de quién habría de ser el nuevo práctico encargado de hacer que la
nave pueda volver a atracar en el puerto de la Moncloa.
La elección ha sido muy disputada.
Como en cualquier otro partido, había muchos intereses particulares en juego.
Un bloque lo formaban aquellos que
a pesar de los fracasos cosechados en el transcurso de su dilatada actuación
política llevaban una gran parte de su vida —algunos más de treinta años—
viviendo bajo el paraguas del aparato. Constituían el grupo de estómagos
agradecidos, que siendo responsables de la pérdida de credibilidad entre los
votantes y militantes del propio partido, no tienen otra ideología que la de su
propio beneficio, y que naturalmente, dadas las circunstancias, no tenían más
remedio que transigir con que algo cambiara, sí, pero para que todo siguiese
igual. Tan igual, que su lideresa, Soraya Saénz de Santamaría, la todopoderosa
vicepresidenta del Gobierno, no solo se negó a mantener un debate ideológico
con su oponente, sino que ni siquiera se molestó en presentar un bosquejo de lo
que habría de ser la futura actuación del PP bajo su mando.
El otro grupo contendiente, lo
encabezaba Pablo Casado Blanco, 37 años, una joven promesa sin experiencia de
gobierno, pero que representaba la corriente reformadora y los valores de los que
tanto militantes como electores del PP, hacía años que se sentían huérfanos.
Soraya Saénz de Santamaría, con el
apoyo de la izquierda mediática y del propio PSOE a través del expresidente
Zapatero, representaba el continuismo de la forma de no hacer política de
Mariano Rajoy.
Pablo Casado, el ya presidente del
PP más joven de nuestra democracia, encarnaba el regeneracionismo de derechas,
que diría Paco Umbral y al que la izquierda ya ha comenzado a calificar de
retroceso ideológico del partido, fundamentalista, homófobo y prueba del avance
de la extrema derecha.
Estos ataques demuestran el
nerviosismo que el triunfo del joven político ha causado en las izquierdas
¿españolas?, lo que demuestra, que en principio, con su elección, el PP podría
recuperar el rumbo perdido y con él, su electorado natural.
Ya sabemos que en el lenguaje
políticamente correcto que se ha impuesto, las tesis de la izquierda están
investidas de una legitimidad moral que nadie le ha conferido, mientras todo lo
que germine en los campos de la derecha, por principio, es lo execrable, lo
aborrecible, lo nocivo para el pueblo. Lo maldito.
No hay por qué extrañarse de que la
izquierda se manifieste en estos términos. Es más, creo que son la demostración
evidente de que el PP ha elegido el camino correcto.
El regeneracionismo no tiene por
qué ser necesariamente rompedor del sistema en el que se produce. En el caso
del PP, su objetivo es devolverle la fuerza que la falta de liderazgo político
y la inseguridad acerca de la integridad territorial de España le había hecho
perder.
No serán las descalificaciones de
las izquierdas las que más puedan perjudicar a Pablo Casado. El fuego graneado,
el más peligroso de todos, será el fuego “amigo”, el que procede de sus propias
filas. Será el más sucio, el más bajo, el de la sonrisa en los labios y la
puñalada en la espalda. Uno de los más sonoros fracasados del partido, pero que
impúdicamente le hacia la ola a un presidente y sin el menor rubor, 30 segundos
después se la hacía al que le sustituía, seguía con cara demudada el recuento de
votos de estas primarias. Si se producía una reforma regenerativa en las
estructuras del partido, se estaba jugando su supervivencia. Una supervivencia
que dura ya 35 años. Este campeón está nervioso y tiene miedo. Ya ha afirmado
que Pablo Casado tendrá que contar con el equipo de Soraya, porque representa
el 42%, y con arrogante soberbia, a modo de amenaza, ha añadido, que de todos
modos, esta elección puede resultar como la de Hernández Mancha.
Estas permanencias viciadas, estos
poderes fácticos en los órganos internos del PP, son las que han provocado la
deserción progresiva de militantes y votantes hacia otros partidos.
Soraya cometió un error de cálculo.
Subestimó a su adversario. El hecho de haber acumulado tanto poder durante los
mandatos de Mariano Rajoy, la llevó a creer que era su legítima y natural
heredera política. Y lo expresó gráficamente la famosa tarde de la moción de
censura en la que el Presidente dejó su escaño vacío y ella ocupó con su bolso.
Pablo Casado reivindicó los valores
tradicionales que representó el PP, con los que se identificaron tanto los
compromisarios participantes en el congreso, que puestos en pie, llegaron a
interrumpirle con aclamaciones y vítores por cinco veces, finalizando su
discurso con un enérgico y sonoro “¡Viva España!” acompañado de un “¡Viva el
PP!” que entre aclamaciones hizo ponerse en pie a la casi a la totalidad de los
presentes.
El desenlace de la deriva de la
última etapa del PP, ha servido para dejar tocadas muchas de las vacas sagradas
del partido. Pablo Casado tendrá que sacrificarlas para que no contaminen su
proyecto. Los militantes y votantes han contemplado la progresiva
desintegración del partido, y ya reina bastante desolación y desconcierto en
sus filas como para poder ver, a través de las grietas abiertas en su estructura,
cuáles son los deberes de sus integrantes.
El Partido Popular está atravesando
un momento en el que si quiere sobrevivir, debe tener claro que es necesaria
una nueva síntesis. Quienes de entre sus filas no comprendan esta necesidad, no
podrán comprender en profundidad, y mucho menos resolver los graves problemas que
el país tiene planteados.
El nuevo presidente del Partido
Popular, debe tener muy claro que un simple cambio de caras, no soluciona los
problemas del partido. O cruza el Rubicón o al final, como hiciera Julio César al
ver cómo también le apuñalaba Bruto, su ahijado, terminará por exclamar:
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¿Tú también, Bruto, hijo mío?