Nadie podrá decirme que soy insensible a la inmigración por
razones humanitarias. Pero este sentimiento comprensivo y copartícipe del dolor
ajeno, no es incompatible con la defensa de la integridad de nuestro
territorio, nuestros derechos, nuestras leyes, nuestra cultura, nuestras
creencias y costumbres, y en suma, con nuestra convivencia social.
Lo ocurrido recientemente en Ceuta, con el asalto a la valla
por parte de 700 subsaharianos, es una invasión armada en toda regla, por parte
de hombres jóvenes que utilizaron contra los miembros de la Guardia Civil
encargados de salvaguardar la integridad de nuestras fronteras, cal viva,
excrementos y lanzallamas y todo ello de una manera organizada.
Como es sabido, el resultado de este asalto llevado a efecto
desde territorio marroquí, son veintidós agentes hospitalizados con lesiones
—algunas graves— en distintas partes de su cuerpo.
Después de conocer los detalles de la invasión de nuestro
territorio por parte —cuando menos— de unos auténticos delincuentes, me siento
distantemente indignado. No estoy cegado por la ofuscación. Estoy fríamente
encendido por la luz de la razón. Y sobre todo, profundamente avergonzado por
la actuación —mejor dicho, por la no actuación— de ese Gobierno que Pedro
Sánchez ha comprado en los despachos, para por fin, ver satisfecha su ambición
de ocupar la Moncloa sin que los electores lo hayan votado.
La mía es una indignación que dista mucho del alejamiento o
la falsa compasión que la progresía muestra ante la invasión violenta de
nuestro hogar común, y mi vergüenza está originada por la degradación de esos
bajitos de lujo —supuestos políticos— que tienen la indignidad de presentar a
los agresores como víctimas inocentes de unos actos gravemente agresivos que
ellos mismos estaban obligados a impedir.
Mi indignación, nace
obviamente por causa dela humillación y abandono en que se han visto
sumidas nuestras fuerzas de orden público encargadas de defender nuestras fronteras.
Me pregunto si es que los españoles que arriesgan su vida
para salvaguardar nuestra seguridad dentro y fuera de nuestro suelo, no
merecen, al menos, el mismo reconocimiento de solidaridad y humanidad que los
inmigrantes del Acuarios, a los que por parte del Gobierno, solo les faltó que
les pusiesen la alfombra roja.
¿Es que las llagas de quienes asaltan nuestra casa común son
más dolorosas que las quemaduras sufridas por la cal viva y los lanzallamas de
quienes atacan a los encargados de defendernos?
¿Alguien me puede decir que medidas ha tomado el Gobierno de
Pedro Sánchez para castigar a los autores de esa agresión?
¿Alguien me puede decir que medidas ha tomado el Gobierno de
Pedro Sánchez para perseguir y castigar a quienes han invadido violentamente
nuestro territorio y han agredido a nuestras fuerzas de seguridad?
Quien permite que ataquen y humillen a los suyos, no se
respeta así mismo, y por supuesto, no merece el respeto de los demás.
Sé que mis palabras no van a gustar a los responsables de estas
actitudes, ni a los palmeros mediáticos que les muestran comprensión, simpatía
o solidaridad. Pero que sepan todos, que con estas conductas, se está
encendiendo un detonante, que en cualquier momento puede explotar, porque a una
buena parte de ese pueblo que dice Sánchez que sintoniza con él, le está
afectando muy profundamente.
Me pregunto también, si todo lo que estamos viviendo en
España, es fruto de la indigencia intelectual de quienes ostentan el poder, de
la ambición de unos supuestos políticos sin escrúpulos, o de un premeditado y
planificado plan para hacer realidad el permanente y anacrónico deseo de
regresión al fallido régimen del 36 por parte de una izquierda revanchista, que
por supuesto no tiene ni la menor idea de la realidad de una España que ellos
no vivieron, y no han aprendido —o no quieren aprender— las lecciones que la
historia nos ha brindado.
Los que fueron testigos de aquella época y los que en
profundidad hemos indagado en la misma y creíamos estar vacunados contra todo y
contra todos, nos quedamos estupefactos
—yo diría que bloqueados mentalmente— cuando escuchamos las insólitas
declaraciones de la progresía actual, nacida 30 o 40 años después de que
ocurrieran aquellos hechos.
Me parece increíble e irracional, que casi un siglo después
de que se abriera el abismo que dividió a los españoles, y sobre todo, después
del pacto constitucional del 78, aún se siga ahondado en la dolorosa herida que
creíamos cerrada.
He de confesar que por aquellos que quieren suicidarnos y
suicidarse destruyendo España —porque destruirla es no defender su integridad,
ni a los que por ley y por amor están obligados a defenderla— no sienta el
menor aprecio y mucho menos respeto.
Volviendo a la invasión sufrida recientemente en Ceuta, hay
que señalar que cuanto más democrática y abierta es una sociedad, más expuesta
está al terrorismo. Cuanto más libre es un país y menos gobernado está por un
régimen policial, más sufre o se arriesga a sufrir las matanzas terroristas
como las que en España hemos padecido desde aquel triste 11-M.
Desde aquel fatídico día, no ha cesado la presencia ni la
actividad de los terroristas islámicos en España. Las fuerzas de seguridad del Estado han
llevado a cabo infinidad de operaciones.
En 60 de ellas, se han detenido a no menos de 300 yihadistas acusados o
implicados en actividades vinculadas al terror musulmán, una parte
significativa de ellos, marroquíes, argelinos o pakistaníes afincados en
Cataluña.
Estas últimas circunstancias, merecen una profunda y serena
reflexión, de la que con seguridad, se extraerían importantes e instructivas
conclusiones.
Cuando rememoro las imágenes de los atentados yihadistas
contra las torres gemelas de Nueva York, no puedo por menos de sentir un
profundo respeto y admiración por el pueblo americano. Sí, ese al que tanto
aborrece la progresía.
Tras la tragedia, elevando sus corazones al cielo y cantando
“Dios bendiga América”, se fundieron en un fraternal abrazo blancos y negros,
amarillos y cobrizos, majaderos e ilustrados, pobres y ricos; eran abrazos en
el que dos corazones latían angustiados movidos por un mismo sentimiento: el
ataque que había sufrido su patria; un ataque que hizo que demócratas y
republicanos aparcaran sus divergencias, y abrazados, lloraran juntos por su
país.
¡Qué diferencia con lo que ocurrió en nuestra dividida
España tras el 11-M! En vez de apiñarnos todos en contra del agresor, afloró la
mezquindad envenenada de la oposición para sacar rentabilidad electoral de la
sangre de los heridos y los muertos.
Nunca pude imaginar tanta miseria moral como para que en vez
de reaccionar contra los asesinos, la izquierda enviara a sus hordas a sitiar
las sedes del partido gobernante, en su afán obsesivo por asaltar el poder en
contra de lo que señalaban todas las encuestas.
En Nueva York, cuando Bush fue a dar las gracias a los
operarios (y operarias) que excavaban entre los escombros de las Torres
destruidas tratando de encontrar algún superviviente, la gente,
espontáneamente, sin que nadie la manipulase, porque allí sí hay libertad,
agitaba con orgullo banderas americanas y gritaba “USA, USA, USA”.
En las manifestaciones que se produjeron en España al día
siguiente del 11-M, solo se vieron pancartas acusando al Gobierno, banderas
rojas con la hoz y el martillo y la bandera tricolor republicana.
Habrá quien se pregunte dónde está el patriotismo de la
izquierda. Vano intento este, frente a una izquierda arrogante y revanchista, y
sobre todo, fervorosa seguidora de la
filosofía marxista, que en el fondo nunca abandonó.
Hay una gran diferencia entre un país que se enorgullece de
honrar a sus símbolos, y que tras una agresión exterior, sin distinción de
ideologías, se apiña junto a su presidente, y nuestra triste España, donde
impunemente se quema en la plaza pública los más altos símbolos de la nación.
Y es que la tierra que durante tu niñez fue testigo de tus
juegos, la que te vio crecer y esforzarte durante tu aprendizaje, la que sabe
de tus sueños juveniles, la que en un atardecer presenció conmovida tu primer
beso, la que te ofreció tu primer trabajo, la que alberga los restos de tus
antepasados, esa tierra es tu Patria, la que todos tenemos el derecho y la
obligación de defender.
Y ese libro, que hace ya casi medio siglo, unos hombres
doctos escribieron con la esperanza de que cerrase las heridas que nuestra
cerrazón un día abrió y sirviera de guía para encontrar el camino de un mundo
nuevo y mejor, debe seguir constituyendo todavía la espina dorsal del país.
Hay quienes quieren liquidarlo. Son aquellos que dicen
defender la libertad, cuando en realidad le tienen pavor. Y quieren liquidarlo
porque con ese libro los españoles adquirimos la mayoría de edad y nos
convertimos de súbditos en ciudadanos.
Todo lo contrario de lo que difunde la propaganda de la
progresía, que bajo la máscara de una falsa libertad, hipoteca la mente del
individuo para que asuma mansamente los postulados surgidos de Su Majestad
Imperial el Estado.
El comunismo disfrazado de progresía, es un régimen feudal
que castra el pensamiento y la voluntad de la persona para que no se rebele
cuando descubra, que en vez de rescatarla del proletariado como proclama, la
mantiene hundida en él sin posibilidad de levantarse.
La izquierda, a lo único que aspira, es a ocupar el poder a
costa de lo que sea y de quien sea. Ni concibe, ni soporta no detentarlo. Es consciente de que por medio de las urnas,
los españoles difícilmente se lo van a otorgar.
Una fórmula alternativa para obtenerlo, es abrir las puertas
de nuestras fronteras de forma indiscriminada, con la intención de otorgar a
todos los inmigrantes la posibilidad de votar como si fuesen españoles. La
estrategia es la misma que viene aplicando en Andalucía desde hace 40 años.
Comprar votos por medio de subvenciones. Y ¿Qué clientela más propiciamente
agradecida se puede encontrar que la de aquellos a los que se les abre
libremente las puertas de nuestra casa; les concedemos ayudas sin ninguna
contraprestación; les facilitamos la reunificación familiar; les otorgamos
sanidad universal; les posibilitamos la construcción de templos para sus
prácticas religiosas, muchas de las
cuales sirven para sembrar el odio contra aquellos que les hemos brindado
nuestra hospitalidad; dejamos que ocupen nuestros espacios públicos para
ejercer actividades de muy dudosa legalidad y les permitimos que ejerzan un
actitud intimidatoria e incluso agresiva contra los viandantes?
Los que armados asaltan nuestros límites fronterizos
atacando a nuestras fuerzas de seguridad y alabando y gritando loas a su dios
por haber vencido nuestra resistencia, no
son inmigrantes necesitados en busca de un nuevo horizonte para mejorar sus
vidas. Son elementos hostiles con un objetivo prefijado, dirigidos por mafias y
asesorados por abogados que conocen muy bien las leyes españolas para
aprovechar todos los beneficios que a través de las mismas pueden obtener.
Cualquier inmigrante, las conoce mejor que los propios españoles.
Con el establecimiento en nuestro suelo de estos elementos,
es posible que a corto plazo, la progresía obtenga una rentabilidad electoral.
Pero no nos engañemos. De continuar con la política de puertas abiertas de
forma indiscriminada, al final, el conflicto será duro. Muy duro, y muy largo,
a no ser que el resto de Occidente decida poner solución al grave conflicto que
ya le está quemando en las manos.
No apelo, a los rufianes que se solazan como los cerdos
revolcándose en un charco, con cualquier desgracia, infortunio o dificultad que
le afecte al mundo occidental, mientras justifican o pasan página a las
imágenes de las matanzas, barbaries y destrucciones cometidas en nombre de otra
religión, presentándoles ante el mundo como víctimas de la opresión capitalista
de Occidente.
No me refiero a esos ciegos, que viendo, no quieren ver.
Apelo a esa muda gran mayoría inteligente, con las ideas
claras y con sentido común, que por miedo a destacar, por miedo a ser
políticamente incorrecta, por miedo a ir contra corriente, por miedo a que la
provocadora progresía le tilde de fascista, xenófoba y machista, está sumida en
un vergonzante mutismo intuyendo lo que se le puede venir encima.
Lo estamos viendo muy claramente y no queremos enterarnos.
La progresía es el caballo de Troya que a diario abre las puertas a aquellos
que bajo la apariencia de ser víctimas del totalitarismo, cuando pisan nuestro
suelo proclaman gritos de agradecimiento y alabanza a su dios.
La prueba la tenemos en el acuerdo alcanzado entre Ángela
Merkel y Pedro Sánchez mediante el cual, la canciller alemana se ha
comprometido a impulsar la llegada de fondos de la Unión Europea a Marruecos,
para para que el reino alauita frene los flujos de inmigración ilegal a España.
A cambio, Pedro Sánchez, se ha comprometido a acoger a una parte de los
refugiados que llegan a Alemania.
La verdad es que yo no sé en qué beneficia este acuerdo a
España. Porque la gran jugada la ha hecho la canciller alemana quitándose de
encima una parte —no sabemos en qué medida— de los refugiados que lleguen a
Alemania, comprando con dinero de todos, entre ellos el nuestro, la cooperación
de Marruecos.
Así que éramos pocos y parió la abuela.
Es posible que durante un tiempo, supongo que hasta que
Marruecos reclame una nueva inyección económica por parte de Europa, haya menos
acoso a las vallas de Ceuta y Melilla por parte de los inmigrantes establecidos
en los campamentos marroquíes. Es posible que algo disminuya la afluencia de
pateras a nuestras costas. Pero a cambio nos tendremos que traer a todos
aquellos que Alemania no quiera, y presiento que no va a ser la flor y nata lo
que nos va a enviar.
Así que lo que no se va a ir en lágrimas, se irá en
suspiros.
Creo que además del ridículo, hemos hecho un pan como unas
hostias.
Pero ¿Qué imagen de España es la que dan al mundo esos
supuestos políticos que ocupan el poder en nuestro país?
¿Qué somos? ¿La pelota de trapo a quien todos patean? ¿El
tonto del pueblo de quien muchos se mofan? o ¿El pito del sereno del que nadie
hace caso?
No queremos enterarnos, de que al igual que hace seiscientos
años, nos seguimos enfrentando a una guerra santa salvaje encubierta por la
máscara de la inmigración ilegal planificada.
Ya no se trata de reconquistar Al-Ándalus como cuando los
Omeya sometieron al reino visigodo hace 1400 años. Entonces solo conquistaron
la tierra, y la tierra es algo material que se puede recuperar. El asalto
actual, es sobre la médula misma de Occidente. Se trata de aniquilar nuestro
pensamiento, imponiendo su filosofía de la vida, sus normas, usos y costumbres.
Se trata de aniquilar nuestra forma de concebir la
existencia, nuestra forma de amar, de comer o de vestir, imponiéndonos sus
normas, usos y costumbres, en las que por cierto no tiene cabida la ideología
de género.
No sé qué tendrán que decir a esto quienes pretenden que se
adapte al nuevo lenguaje el texto de la Constitución, se interprete de otro
modo el papel que en el Quijote representan Aldonza y Dulcinea (sic), o que al
queso de tetilla se le cambie el nombre, por ser una denominación sexista.
¿No nos estamos dando cuenta de que se creen moralmente
enviados por su dios para matarnos, porque tomamos vino o cerveza, en vez de
zumo de naranja; porque vamos al cine o escuchamos música; porque bailamos en
las discotecas o vamos a festivales de música; porque pueden quemar viva o
lapidar a nuestras hijas por llevar una minifalda o pantalones cortos? ¿No nos
importa nada de esto? Porque esto está ocurriendo ya en las mismas calles de
nuestras ciudades.
Pretenden destruir nuestro mundo, y con él, nuestra cultura,
nuestro arte, nuestra ciencia y conciencia; nuestra moral; nuestros valores y
nuestros placeres; nuestras virtudes… y hasta nuestros pecados.
Creo que todos somos conscientes del peligro que nos
amenaza, pero la mayoría no termina de creer que llegue a convertirse en una realidad tangible.
Nos mostramos indiferentes. Creo que nuestra preocupación es meramente
coloquial o de conversación de café. En cualquier caso, todo nos parece muy
lejano. Otros se muestran indiferentes. No hay que preocuparse. Está el
Estrecho de por medio. No saben cómo se equivocan. El estrecho es como cruzar
de una acera a la de enfrente. Que nadie crea que soy un pesimista ni que estoy
exagerando. Está en juego el destino de España,
de Europa y de nuestra civilización. Es tiempo de abandonar intereses y
egoísmos localistas. Para África, España es la puerta de entrada a Europa. Así
que los países miembros de la Unión Europea, bien harían en empezar a pensar,
que España son ellos también, en vez de seguir jugando con nosotros.
Ha llegado el momento de dejar de hacer el ridículo y alzar
la voz o doblar la cerviz. El silencio cobarde y culpable es el que terminará
por destruirnos y no las imposiciones de los invasores a las que hace años
venimos cediendo vergonzantemente.
España es una gran nación. La más antigua de Europa y una de
las más antiguas del mundo. Su historia, ni de lejos ha podido ser igualada por
ninguna otra. Siglos hace que fuerzas muy poderosas intentan destruirla. Pero
tengamos presente algo que con frecuencia parecemos ignorar. No se puede
destruir a una gran nación, si antes ella no se ha destruido interiormente.