Durante las últimas semanas, ¡Qué triste espectáculo hemos
ofrecido al mundo y qué imagen de sangrienta cacería política llevada a cabo en
la Asamblea de Madrid, es la que hemos contemplado todos los españoles!
Día a día, la inmisericorde campaña de acoso y derribo
contra Cristina Cifuentes se me antojaba una escena similar a la que se
desarrolla durante la salvaje cacería del zorro, en la que a la víctima no se
le da respiro hasta acabar con ella.
Una vez más, el bandolerismo — ¿político?— de los bajitos,
convirtió un grano de arena en una montaña para tapar la ciénaga en la que
tienen cabida y conviven —a veces en obsceno incesto— las más bajas pasiones
del ser humano, encarnadas por la vanidad, el arribismo, la ambición, el
envanecimiento, la apariencia, la
falsedad y la hipocresía, fruto de la ignorancia.
Bajo ningún concepto trato de exculpar de la responsabilidad
de sus actos a la que fue Delegada del Gobierno, Diputada, Presidenta de la
Comunidad y del PP de Madrid, más que por la importancia y trascendencia intrínseca
de los mismos, porque al ser una figura con amplia proyección pública, sus
actos constituían un punto de referencia para el resto de la sociedad, que en
mi opinión, como el de todo dirigente, debería haber sido ejemplar.
A Cristina Cifuentes no se le ha acosado y perseguido como a
una alimaña por ninguna causa imputable al ejercicio de su actividad pública,
sino por hacer gala de un mérito académico que ni había ganado por sus méritos,
ni le correspondía.
Un hecho sin duda alguna censurable, que denota el complejo
de inferioridad intelectual derivado de la
precaria formación —a veces nula— de las personas que integran los cuadros de los
partidos y a las que estos sitúan en cargos que terminan por convertirse en una
carga por su insolvencia para desempeñarlos.
Podría parecer una incongruencia pero estos son los
individuos a los que a los partidos interesa situar en puestos clave de la
política, sobre todo, porque cuando a un pescadero que carece de otros
conocimientos ajenos a los de su profesión —actividad por la que siento un
profundísimo respeto por lo dura y sacrificada que es— por el hecho de militar
en un partido político o en un sindicato se le sitúa al frente de la
presidencia de una Caja de Ahorros, y de la noche a la mañana, de un modesto
beneficio comercial, pasa a ganar casi 150.000¤ anuales y obtener préstamos de
la caja que preside por casi un millón de euros, por su propio interés,
presumiblemente será ciegamente fiel a la jerarquía del partido, al margen de
cualquier principio o convicción personal, en el caso de que la tuviere.
En el caso de la ya expresidenta de la Comunidad de Madrid,
los reyezuelos y notables de los partidos de la oposición, acompañados de algún
fuego amigo, encontraron en Cifuentes una presa propicia, y de inmediato
organizaron la cacería.
La aullante y brava jauría de perros rastreadores,
entrenados bajo el mando de sus amos para detectar y perseguir a la presa
elegida, la acosaron hasta el agotamiento con despiadada saña, hasta acorralarla
y darle una más que cruel muerte política.
No se organizó semejante cacería contra los bajitos de todas
las ideologías, que desde hace muchos años, vienen cometiendo el mismo pecado
cometido por la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, sin que hayan sido sometidos
a la lapidación pública que ha sufrido Cifuentes.
No me atrevería a afirmar que de los partidos que forman el
arco parlamentario, haya uno solo que esté limpio de esta lacra.
Hemos pagado y seguimos pagando a cargos públicos, que sin
estar habilitados para ello, afirmaban ser y haber ejercido la abogacía, la
medicina o la psicología. Han asegurado ser doctores quienes jamás redactaron
una tesis, licenciados en Dirección y Administración de Empresas, quienes solo
tienen educación primaria, diplomados en Magisterio, los que nunca vieron en
sus manos el título y “posgrados” de Harvard obtenidos en cursos de cuatro días
en Aravaca (Madrid).
En esta feria de las vanidades, nos tropezamos con un
presidente del Comité Olímpico Español que fue acusado de plagiar un trabajo
con el que pretendió obtener el doctorado, y alguno hubo, cuya desvergüenza le
llevó a lucir la riquísima indumentaria que en las ocasiones solemnes luce la
comunidad universitaria, sin que el birrete se le cayera de la cabeza.
Y ya puestos a darse importancia, ¿Para qué pararse en
barras? Hasta una ministra tuvimos que afirmó haber formado parte del claustro
de profesores de una Facultad inexistente.
Me pregunto ¿Por qué cuando se descubrió cada uno de estos
fraudes no se clamó por una Comisión de investigación que los aclarase y condenase
a los culpables a su exposición en la plaza pública? Que yo sepa, contra
ninguno de los responsables se organizó cacería semejante a la llevada a efecto
contra Cristina Cifuentes.
Lo más oprobioso de estos sucesos es que la mayoría de sus
tristes protagonistas —sino todos— siguen recibiendo del erario público
—directa o indirectamente— percepciones que jamás en su vida hubieran soñado
alcanzar y que escandalizarían a los millones de mileuristas españoles.
La desvergüenza y el impudor de estos gnomos que viven a
costa de lo que sacan de nuestros bolsillos llega tales extremos como el hecho
de que quien registró la moción de censura contra la expresidenta de la
Comunidad de Madrid, había cometido similar pecado del que a ella se le acusaba.
Un largo listado de ex altos y altos cargos públicos, han
sido "cazados" mintiendo al falsear sus Currículum Vitae, pero salvo
la expresidenta de la Comunidad de Madrid, ninguno de ellos dimitió en su
momento y lo que es más oprobioso: incluso después de haber reconocido su falta
sin ruborizarse, todos continuaron “sacrificándose
por el pueblo porque siguen sintiendo la llamada del servicio público”, y
naturalmente…. ¡poniendo el cazo!
Lamentablemente, los partidos políticos son la tierra
prometida de los arribistas sin ideología. Son organizaciones con muchos votos,
muy pocos afiliados, y de ellos muy escasos los que puedan tener alguna
formación y experiencia para optar a cargos públicos. Constituyen el camino más
corto para quienes quieren ascender rápido y con poco esfuerzo.
El resultado de esta realidad, complementado por una ley
electoral que castra la verdadera democracia, es la actual situación del país:
un Estado inconsistente dirigido por una cuadrilla de trepas.