“El inmovilismo es como un columpio, te mueve, pero jamás
te llevará a ninguna parte”
Anónimo
Cuando en 2004 José Luis Rodríguez Zapatero accedió al poder, lo hizo
con el proyecto de un programa de gobierno en su mente. Posiblemente el más dañino
para España desde que se aprobara la Constitución de 1978.
Un programa absolutamente ideológico. Su principal objetivo fue la
implantación de la ideología de género —filosofía de profunda trascendencia
radical— y la legitimación de los trágicos sucesos acaecidos durante la segunda
república —reabriendo heridas que los españoles habían cerrado en la
transición— con la implantación sectaria de la mal llamada Ley de Memoria
Histórica. Paralelamente nos situó al borde de la quiebra económica, negando
una crisis, que como consecuencia, causó la ruina de miles y miles de empresas
y familias y produjo millones de parados. Estábamos en la Champions League
¿Recuerdan? Y la corona de su reinado. Algo tan grave como cuestionar la
validez del concepto de Nación con respecto a España, y abrir la crisis de
Cataluña por intereses electoralistas, estimulando la creación de un nuevo
estatuto que ni los propios nacionalistas habían pedido.
Este fue el triste legado de un triste presidente, que era dueño de su
triste soledad en el concierto internacional de la Unión Europea. Pero sin
duda, el que desarrolló, fue un programa de gobierno. Triste como él, nocivo, nostálgico,
revanchista e incluso políticamente criminal por sus consecuencias, pero era un
programa.
El 26 de septiembre de 2011 el Boletín Oficial del Estado, publicó el Real Decreto de disolución del
Congreso de los Diputados y del Senado, y de convocatoria de elecciones que
habrían de celebrarse el 20 de Noviembre —fatídica fecha que no sé qué prominencia
política le aconsejaría al ilustre estadista— comicios en los que el Partido
Socialista comenzó lo que habría de ser su progresivo hundimiento.
En aquellas elecciones el PSOE perdió nada menos que 59 diputados,
mientras que el PP, solo ganó 27, lo que demuestra claramente que en aquel
sufragio, fue el PSOE el que se desmoronó debido a su política suicida y no el
PP el que conquistó el poder, a pesar de que los 186 escaños que obtuvo, fueran
los mejores resultados de los populares en toda su historia.
Es sumamente improbable que las elecciones las gane la oposición debido
a sus méritos. Lo habitual es que las pierda el partido gobernante por haber
defraudado a los electores.
En los sufragios del 2011, los españoles, huyeron de Zapatero, sobrecogidos
por el caos político, social y económico en el que tan insigne gobernante había
sumido a España.
Lo que no sabía el electorado, era que huyendo del humo, se internaba
de lleno en las llamas. Le daban la espalda a una corrosiva acción de gobierno,
para caer en el limbo de la inanición.
Todas las esperanzas puestas en aquel programa electoral del PP, se
disolvieron en el tiempo como las volutas de humo se disuelven en el aire.
Ante la perplejidad causada por el letargo de quien los españoles
creíamos que iba a enmendar la destructiva política de su antecesor, primero se
pensó en una extremada prudencia por su parte. Pero según fue transcurriendo la
legislatura sin que tomase la menor iniciativa, una buena parte de la sociedad,
fue sospechando que era miedo a tomar decisiones lo que mantenía cautivo de su
inmovilismo a Mariano Rajoy.
Pudiéndolo haber hecho, no solamente no se ha atrevido a derogar
ninguna de las tóxicas leyes aprobadas por Zapatero, sino que incluso acabó con
la carrera política de su ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, cuando cumpliendo
un mandato del propio Rajoy, presentó el proyecto de reforma de la Ley socialista del aborto, y
finalmente el Presidente lo desautorizó y dejó morir el proyecto en La Moncloa,
porque Pedro Arriola, poderoso asesor del PP, influyó para que no se aprobase
en el Consejo de Ministros, porque perjudicaba las encuestas.
Así incumplía el PP su programa electoral y traicionaba a sus electores
en uno de los temas de mayor calado político.
Una de las medidas más urgentes que el país está demandando
imperiosamente desde hace muchos años, es la reforma de la Administración
Pública, porque España no puede seguir soportando la carga que la misma
representa para el contribuyente.
Si España hubiese sido intervenida por la Unión Europea, los hombres de
negro, bajo ningún concepto hubieran permitido, por ejemplo, que en materia de
salud o educación, las competencias estuviesen triplicadas o cuadruplicadas,
con la intervención del Estado, las Comunidades Autónomas, las Diputaciones y
los Ayuntamientos, con la absurda dispersión que ello conlleva y el aumento de
gasto que representa. Es una situación auténticamente irracional e irrazonable,
y manifiestamente insostenible.
Teniendo en España problemas tan graves como la carencia y distribución
del agua desde hace muchos años, cabría preguntar qué medidas estructurales se
están tomando de cara a lograr un mayor aumento de las reservas y distribución
de lo que es la base de nuestra propia existencia. Ya se ha comprobado que la
solución de las desaladoras, fue uno más de los fiascos puestos en marcha por
el insigne Zapatero.
Estando en España en grave riesgo el futuro de las pensiones, cabría
preguntar qué medidas estructurales se están tomando de cara, no ya al mañana,
sino al propio hoy, sobre todo si tenemos en cuenta que las expectativas de
vida de la sociedad española son mayores y que el avance imparable de la
tecnología, elimina cada día mayor número de puestos de trabajo cotizantes. El
mapa que en esta materia se proyecta, es más a cobrar y menos a cotizar. Con el
actual sistema de reparto ¿Alguien me puede decir cómo se puede lograr la
cuadratura del círculo?
Siendo España el segundo país de la UE con mayor tasa de paro, con gran
diferencia sobre la media existente, cabría preguntar qué medidas estructurales
se están tomando de cara a posibilitar la creación de un empleo estable y digno
que proporcione estabilidad a nuestra juventud para diseñar un proyecto de
futuro.
Ni estos, ni otros muchos problemas que nos acucia resolver, se han
abordado. Seis años invertidos en ninguna solución.
Hubo quien confundió la inmovilidad de Rajoy con una supuesta maestría
en la administración de los tiempos, pero hecho un análisis de los hechos
durante su mandato, no son pocos los españoles que sospechan que su estrategia
no es otra que la de dejar que los problemas se hagan endémicos y se vayan
pudriendo, y aquellos que huelen ya demasiado mal, endosárselos a los
tribunales de justicia. Cualquier solución es buena, con tal de que no sea él
quien tenga que tomarla.
Y con respecto al mayor desafío que sufre España, acordémonos de algunas
de sus frases lapidarias respecto al mismo: