“Con la Constitución, es posible lograr una concordia
civil llamada España, donde convivan ciudadanos que, por tener diferentes
opiniones, creencias o convicciones, se complementen entre sí. Quienes matan,
secuestran y extorsionan, quienes optan por la violencia como método de
actuación política, no son nuestros complementarios. Sólo son los destructores
de los valores democráticos. El mal que procuran y el daño que infringen, nos
lo hacen a todos”
Adolfo Suárez
Durante siglos enteros, los españoles hemos batallado para fundir en
una concepción nacional las ideas que han ido imperando en nuestro suelo, y a
pesar de nuestros reiterados y fallidos intentos, aún vemos flotar en la
superficie las intenciones disgregadoras, los defectos, las diferentes
tendencias y egoísmos particulares y de partido de nuestros distintos
territorios.
Este año conmemoramos el trigésimo noveno aniversario de aquel 6 de
diciembre de 1978, en el que los españoles ratificamos abrumadoramente en referéndum
la Constitución.
En el transcurso de nuestra dilatada historia, esta ha sido la primera
Constitución pactada entre las grandes tendencias existentes en España,
representadas en aquellas Cortes constituyentes, y no impuesta por unos sobre
otros. Sin duda, es este el aspecto decisivo, para que el progreso que hemos experimentado
en las últimas cuatro décadas, haya sido el asombro de quienes entonces no
daban un céntimo por nuestro futuro.
De este pacto entre españoles de diferentes tendencias, distintas
costumbres y tradiciones, y lenguas diversas, pero unidos por el deseo común de
arribar a un puerto en el que todos encontrásemos un futuro más prometedor,
emergería una vocación europeísta y una ejemplar trayectoria hecha de
tolerancia, de civismo y de una fuerte determinación de alcanzar nuestros
objetivos en el servicio a los demás y al Estado.
La transición fue la lección magistral de un hacer político modélico y
un reflejo de la madurez de la sociedad española. Se saldó el franquismo sin
grandes traumas. Nadie fue juzgado por las acciones del pasado. Ni los de un
bando, ni los del otro, y esta fue la base del perdón mutuo y la
reconciliación. El cerrar las heridas, aunque quedasen las cicatrices. Los españoles iniciaban así una nueva andadura
de libertad y normalidad política, y España causaba admiración, pasando a ser
ejemplo de moderación y cordura en el mundo entero.
De hecho, la carta magna por la que nos regimos, constituye los
cimientos sobre los que los españoles hemos construido de forma pacífica y
consensuada, una España nueva, nunca imaginada, que ha hecho posible que experimentemos
un cambio tan profundo y positivo en la segunda mitad del siglo xx, que ha
constituido la admiración de toda la Europa occidental.
Esa transformación tan profunda, no hubiera sido posible de no haber contado
con la voluntad, el trabajo y el esfuerzo de los españoles unidos por una
voluntad común: un nuevo amanecer en nuestro devenir histórico, surgido de
aquella semilla que se sembró hace cuatro décadas, y que no fue otra que el
espíritu de la Transición.
En aquel periodo en el que todos ansiábamos atisbar un nuevo y
prometedor horizonte, participaron fuerzas políticas de muy diferente
inclinación ideológica, algunas de ellas se encontraban en las antípodas del pensamiento
político; el camino hacia la Constitución, era tan estrecho como el filo de una
espada, plagado de los que parecían insalvables obstáculos, no siendo pocas las
veces que el camino hacia la libertad nos colocó al borde del abismo,
Todos los partidos vaciaron de sus mochilas los viejos postulados, que
por primera vez en nuestra historia, podían hacer inviable alcanzar la
cohabitación pacífica y fraternal de los españoles. Todos hubieron de ceder en
las que fueron sus posiciones de partida, todos tuvieron que guardar en el
desván de las nostalgias sus envejecidos programas revolucionarios o
continuistas del franquismo y enfrentarse a la realidad de una España
modernizada que no deseaba volver a la confrontación entre hermanos.
Y en vez de volver a poner en práctica una ruptura, una quiebra en la
convivencia entre españoles, recuperamos la forma más ejemplar de hacer
política, poniendo en práctica la costumbre civilizada de la negociación, del
pacto, y del acuerdo lo más amplio posible.
Pero hubo una persona, que en su profundo amor a España y confianza en
los españoles, encontró la fuerza capaz de aunar tan diferentes voluntades. Una
persona, que cuando se hizo público su nombramiento como presidente del
Gobierno, fue objeto de sorpresa, asombro, estupor, mofa, critica y rechifla.
Carecía de apellidos y títulos con dorado abolengo aristocrático, no ostentaba
un reputado currículum académico o intelectual, procedía de las filas
franquistas, era un meritorio en los mentideros políticos, y casi un absoluto
desconocido para la mayoría de los españoles, menos para el Rey, que sabía bien
de su voluntad de servicio, su inagotable capacidad de trabajo, su infatigable espíritu
batallador y una inigualable capacidad de seducción. Una persona, que a pesar
de todas esas carencias que se suponía que había de ostentar, tuvo la valentía
y el coraje de afrontar una empresa que parecía imposible y obrar el milagro al
que todos aspirábamos, pero el que pocos creían posible.
Muchos fueron los menosprecios, humillaciones, afrentas e
incomprensiones de propios y extraños a las que tuvo que enfrentarse. Pero
siempre conservó la dignidad política y humana de la que otros se
desentendieron después.
Cuarenta años se han cumplido de aquel domingo en el que en un chalet
vacío de Pozuelo de Alarcón, Adolfo Suarez y Santiago Carrillo se encontraron
solos, frente a frente, por primera vez en sus vidas.
Entre el humo de los pitillos de tabaco negro que ambos fumaban, siete
horas pasaron en secreto aquellos dos hombres que se encontraban en las
antípodas en cuanto al modo de concebir la sociedad, hablando de política. Podría
afirmarse que aquella fue una reunión celebrada en la clandestinidad, pues solo
el Rey y algún ministro, tenían conocimiento de ella.
Carrillo presionaba a Adolfo Suárez con el objeto de lograr la
legalización del PCE antes de las elecciones generales. El Presidente del
Gobierno, con su característica habilidad y seducción, logró que el encuentro
terminara a altas horas de la noche sin haberse comprometido a nada.
No hubo acuerdo alguno por ninguna de las dos partes, pero los dos
personajes se habían visto, se habían mirado a los ojos, habían consumido
muchos cigarrillos y se habían hecho confidencias. Cuando se despidieron y se
estrecharon las manos, ambos sabían que el uno podía confiar en el otro.
Cuarenta años se han cumplido ya desde aquel dramático Sábado Santo, en
el que Lalo Azcona apareciera en televisión en un avance del Telediario dando
una noticia que habría de tener una repercusión mundial y profundas consecuencias
en nuestra historia más reciente, con estas escuetas palabras:
-
"Buenas tardes a todos,
señoras y señores, interrumpimos la programación a las siete y 20 de la tarde
para ofrecerles una información de alcance: el Partido Comunista de España ha
sido legalizado”
Cuarenta años se han cumplido ya desde que el Gobierno de Adolfo Suárez
aprobara el decreto de restablecimiento provisional de la Generalitat de
Cataluña y nombrara presidente a Josep Tarradellas, entonces en el exilio, y
que regresaría a España el 23 de octubre de 1977 con aquella frase que pasó a
la historia: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. Fue el inicio del mayor
periodo de autogobierno que jamás haya vivido Cataluña.
Adolfo Suárez protagonizó la acción de gobierno de la Transición en
circunstancias muy delicadas y agitadas en muchos frentes: terrorismo, crisis
económica, traiciones dentro de su propio partido, el acoso parlamentario a que
tanto por la derecha como por la izquierda, se vio sometido, ruido de sables en
los cuarteles y dimisiones de ministros que estaban en profundo desacuerdo con
el rumbo de su política. Pese a ese desgaste constante y sistemático, los
españoles siempre apoyaron mayoritariamente su acción de gobierno, hasta el
extremo de convertirle en un mítico icono en la Historia de España.
El camino hacia la Constitución, fue abrupto, espinoso, sembrado de
graves dificultades, que los hombres de Estado que lo protagonizaron —y que
tanto se echan en falta en estos momentos— supieron anteponer con una gran
altura de miras, el interés nacional a los intereses partidistas para poder
recorrer el camino hacia la democracia, la libertad y prosperidad en nuestro
país.