“El problema catalán, como todos los parejos a él, que
han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede
resolver, que sólo se puede conllevar... un problema perpetuo.”
José Ortega y Gasset
Filósofo y
periodista español
Puigdemont ha dicho que: “España tiene un pollo de cojones". Y no
está falto de razón.
Es posible que haya quien piense que me reitero en demasía al tratar
una y otra vez del problema catalán. El periodista no puede ofrecer otra cosa al
lector que algunas reflexiones sobre los problemas planteados en el país del
que todos somos hijos. Que nadie espere que diga otra cosa que aquello que
honradamente observo, constato y pienso que es perjudicial o beneficioso para
nuestro país, porque en estos difíciles momentos, España necesita de todas las
colaboraciones, las mayores y las ínfimas, porque necesita –se quiera o no–
hacer las cosas bien, y para eso todos somos pocos.
Hoy, el debate constitucional en su realidad no coincide, ni mucho
menos, con el recuerdo que ha dejado en la memoria el Parlamento y el Gobierno
de Cataluña en su última etapa, y por esta causa, hace mucho tiempo que España
está viviendo una tensión insoportable y tiene fijada su atención en el Parlamento
y el Gobierno. Es urgente que Parlamento y Gobierno hagan las cosas
ejemplarmente bien, para regenerarse ambos ante una opinión pública y publicada
que está harta del inmovilismo político de unos y otros, de que se diga una
cosa de cara a la galería y lo contrario en los despachos, que se haga burla de
las leyes y de que al final los problemas se pudran y se hagan endémicos. Y quién
no lo diga así, no es leal a España.
Está claro que el parlamentarismo que practican los partidos políticos
españoles se manifiesta impotente para canalizar las exigencias propias de
nuestra sociedad. El mismo se debate entre el romanticismo ideológico
colectivo, la bondad natural y sentido de la justicia de los ciudadanos, y el
potencial egoísta y destructor de toda forma básica de democracias que
representan los intereses electorales de los partidos.
Por ello y ante el órdago lanzado por los separatistas catalanes, S.M.
El Rey, como Jefe del Estado que es, ha tenido que volver a emplearse a fondo, ésta
vez con motivo de su tradicional mensaje de Navidad dirigido a todos los
españoles, y hacer una categórica advertencia: