“No podemos negociar con aquéllos
que dicen, «lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable”
John F. Kennedy
35.º presidente de los Estados Unidos
Durante
la transición, ingenuamente se creyó que las autonomías podrían ser el antídoto
contra el nacionalismo independentista. Como se ha podido comprobar, ha sido un
intento fallido. Fue una vana ilusión. No se supo ver que el nacionalismo, es
como el chantajista. Nunca se verá satisfecho con lo que obtiene. Es
insaciable. Tan insaciable que después de destruir el organismo al que ataca,
termina por devorarse a sí mismo.
La
responsabilidad de la gravísima situación a la que nos enfrentamos actualmente,
hay que atribuírsela principalmente, a los dos grandes partidos nacionales. Su
miopía les ha impedido ver cuál era el enemigo —no el adversario— común. Un
enemigo que ha sabido aprovechar la necesidad de apoyos parlamentarios de que
uno y de otro precisaban puntualmente, para prestárselos a aquel del que más
beneficios podía obtener, y así ir
sentando las bases de su objetivo final, que en última instancia, no era otro
que la independencia.
La
democracia no consiste en que la oposición diga sistemáticamente NO a lo que
diga el Gobierno, para desgastarle, impedir que lleve a efecto su programa, y
así demostrar cada día ante su electorado que se ejerce como oposición. Eso es
pervertir su verdadera esencia. La democracia sirve, para que entre todos, se
adopten las mejores soluciones para el mejor gobierno del pueblo. Pero para eso
se precisa, que la oposición y el ejecutivo sientan un profundo amor por su
país, recuerden el pasado para que no se repitan los mismos errores, tengan una
visión clara de cuál es el futuro que desean para el país que representan y
como llegar a lograrlo.
Si
por el contrario, la única meta de la oposición es desalojar del poder al
Gobierno mayoritariamente elegido mediante oscuras alianzas de los perdedores
en los despachos, estaremos fortaleciendo indirectamente al enemigo común: el
nacionalismo separatista. Y esto es lo que se ha venido haciendo hasta ahora.
Para debilitar al adversario, pactar con el enemigo —muchas veces a costa de lo
que fuere— en vez de haber facilitado el gobierno del ganador, para no
obligarle a pactar con quien en realidad es un traidor, no solamente para ambos
partidos, sino para todos los españoles.
Salvo
que uno de los dos partidos mayoritarios alcanzase las tan denostadas mayorías
absolutas, gracias a su incapacidad para distinguir entre quien es el
adversario y quien el enemigo común, los nacionalistas han tenido siempre la
llave del poder, para obligar a cambio, a las formaciones no nacionalistas a
negociar con ellos y sólo con ellos.
Esta
ciega cerrazón de la izquierda y la derecha españolas, confería a los partidos
nacionalistas un poder desmedido que el pueblo jamás les otorgó.
Cuando
de negociar con los nacionalistas se trata, siempre recuerdo una estrofa de “El
payador perseguido” de Atahualpa Yupanqui, que dice:
Cuarenta
sabían pagar
por
cada piedra pulida,
y
era a seis pesos vendida
en eso del negociar.
Frecuentemente
escuchamos afirmaciones llenas de ambigüedad: “Hay que dialogar”. “Hay que
negociar”.
Tenemos
una Ley suprema que es por la que todos nos regimos y estamos obligados a
respetar. Yo me pregunto: dialogar ¿Para qué? ¿Para alimentar y hacer más
fuerte el independentismo? ¿Para que las obligaciones y derechos de los
españoles sean aún más desiguales según dónde vivan? ¿Para que haya quien goce
de privilegios a costa de las necesidades del resto? ¿Para ceder ante el
desafío y la amenaza? ¿Para que haya españoles de primera y de segunda?
Me
produce asombro y perplejidad que haya quien pueda creer, que aunque se
otorgasen esas prerrogativas, el nacionalismo se vería satisfecho. Por el
contario, se haría más fuerte y la provocación y el desafío aún serían aún
mayores.
“Es
responsabilidad del Gobierno negociar”, se escucha repetidamente decir por
quien queriendo estar a todas, está dispuesto a negociar lo innegociable.
Pero,
negociar ¿Qué? ¿El troceamiento de España y la desaparición del país más
antiguo de Europa? ¿La ceguera existente entre nuestros políticos, es de tal
naturaleza que hay quien se atrevería a cometer tal dislate histórico?
Precisamente,
la responsabilidad de este, y de cualquier Gobierno, es preservar la unidad de
España, no ya por voluntad propia ni sentido común, sino por imperativo directo
de nuestra Constitución.
No
es cuestión de negociar, es cuestión de volver o hacer volver a la ley.
No
cabe duda de que el referente final de cualquier negociación no puede ser sino
alcanzar el objetivo final, que es el acuerdo. En una verdadera negociación, el
acuerdo es tan solo la meta que alcanzaremos, si la progresión de la misma ha
sido equilibrada.
La
negociación es un proceso complejo en el que no solo es preciso tener en cuenta,
si aquello en lo que vamos a ceder, es proporcionado a lo que pretendemos
obtener a cambio, sino los efectos que aquello que estamos dispuestos a
entregar, pueda producir en el futuro.
Solo
existe capacidad negociadora cuando se busca un acuerdo integrador para los
intereses de ambas partes, de tal manera que el resultado final, sea que las
dos se sientan igualmente insatisfechas por aquello en lo que han tenido que
ceder. Para ello hay que tener un conocimiento profundo de lo que es un proceso
negociador y un alto sentido de la responsabilidad para respetar los límites
que jamás se deben traspasar.
De
lo contrario, lo que se suele producir es el entreguismo de una parte frente al
chantaje de la contraria, y este es un pecado que han cometido los dos grandes
partidos españoles, que no han tenido el menor sonrojo en arrodillarse ante al
nacionalismo rampante de nuestra actual etapa democrática.
Si
a pesar de sus diferencias ideológicas, PP y PSOE, hubieran hecho un frente
común frente al nacionalismo —que es el verdadero enemigo de la unidad del
Estado— este nunca hubiera adquirido la fuerza de que actualmente hace gala
frente al resto de España.
Quien
afirma que hay que buscar fórmulas para que Cataluña se sienta cómoda dentro de
España, en realidad está demostrando, cuando menos, una egoísta demagogia
electoralista o su profundo desconocimiento de lo que es su país. Cataluña, no
es la pieza de un puzle que alguien ha colocado en el mapa. Cataluña es una
parte insustituible del todo, porque Cataluña no está en España. Cataluña… es
España.