“Dicen que el poder
corrompe, pero hay que ver siempre quien es el que llega al poder, a tener
poder. Quizá no es que lo corrompió el poder. Sino que siempre estuvo
corrompido”
Luca Prodan
Hace pocos días
estaba comiendo en un restaurante. Próximo a la mesa que yo ocupaba, había una
pareja que había solicitado la cuenta. Al presentársela el camarero, observaron
que este había olvidado incluir en la nota, lo que habían consumido previamente
en la barra, mientras aguardaban a tener la mesa disponible, error que hicieron
ver al empleado que les estaba atendiendo.
He aquí un hombre
honrado, me dije, y por asociación de ideas, automáticamente comparé su
comportamiento con el de los sinvergüenzas, que con la excusa de servir al
pueblo, se dedican a saquearlo.
No hay día que no
salte al primer plano de la opinión pública y la opinión publicada, nuevos
datos relacionados con nuevos o viejos escándalos protagonizados la mayoría de
ellos por políticos.
Ahora, Anticorrupción
denuncia una trama eólica de 80 millones en comisiones en Castilla y León.
No sé si los que nos
están esquilmando desde hace décadas, son muchos o pocos. Todo depende de dónde,
y en quien pongamos el punto de referencia. Si nos fijamos en Sudán del Sur o
Somalia, los países donde impera la mayor corrupción del mundo, la de España es
una cuchufleta, pero si ponemos el punto de mira en Dinamarca o Nueva Zelanda,
países en los que la corrupción es prácticamente inexistente, lo de España puede
ser considerado una epidemia.
Según el índice de
percepción de la corrupción elaborado por Transparencia Internacional, España
ocupa el lugar 41 a nivel mundial, con un 58 puntos y el 17 de entre los
estados miembros de la Unión Europea.
De los Estados más significativos
de la Unión, solo Italia tiene un nivel más alto que España en la percepción de
la corrupción.
En los últimos cinco
años, la percepción de la corrupción en el sector público en España ha
empeorado, lo que ha producido un descenso de su posición en el ranking internacional.
Sin desear restarle
un ápice a la gravedad que esta situación conlleva, hay que señalar éste, no es
un fenómeno exclusivo de España.
Durante 2016, se ha
visto que en todo el mundo, la corrupción sistémica y la desigualdad social se
refuerzan recíprocamente, y esto provoca decepción y desconfianza en la
sociedad hacia la clase política, estado de opinión que constituye un campo
especialmente abonado para para que se impongan los políticos populistas.
Resulta urgente
romper el círculo vicioso que constituyen la corrupción y la desigualdad para
desactivar la señal de alerta del populismo y sus nefastas consecuencias.
El 69 por ciento de
los 176 países incluidos en el Índice de Percepción de la Corrupción de 2016,
obtuvieron una puntuación inferior a 50, en una escala de 0 a 100.
Estos resultados
exigen de la clase política una profunda reflexión y un inmediato ejercicio de
responsabilidad. Los mismos evidencian el carácter masivo, generalizado y
creciente de la corrupción en el sector público a nivel mundial.
La corrupción y la
desigualdad se refuerzan mutuamente, creando un círculo vicioso entre
corrupción, reparto desigual del poder en la sociedad, y desigualdad en la
distribución de la riqueza.
Los numerosos casos
de corrupción descubiertos demuestran, que para aquellos que ejercen el poder,
es demasiado sencillo aprovechar la opacidad del sistema financiero global para
enriquecerse, en perjuicio del bien común.
La sociedad está exasperada
por causa del saqueo al que se está viendo sometida, no desde hace años, sino
décadas. Y lo que es peor y mucho más peligroso: asqueada del escarnio que
constituyen las mentiras y las promesas vacías de muchos políticos que aseveran
combatir la corrupción, cuando solo se limitan a podar la maleza visible, sin arrancar
las raíces.
Ante desprecio de
tal naturaleza, no es de extrañar, que ingenuamente, muchos opten por apoyar a los
salva patrias populistas que surgen asegurando que cambiarán el sistema y
terminarán con la corrupción.
Sería infantil dar
la menor credibilidad a esas afirmaciones gratuitas. Prometer no cuesta nada. Bástenos
hacer un análisis de las experiencias obtenidas de los populismos, para
comprobar que los mismos, no solo no han solucionado nada, sino que en la
mayoría de los casos, han agudizado el problema, o cuando, aprovechado que
tenían el poder en sus manos, han instaurado un sistema totalitario,
difícilmente reversible.
Los populismos nacen
del descontento y desencanto de una sociedad que se ha visto engañada,
manipulada y robada, y como consecuencia de estas indignidades, ha anidado en
ella un natural deseo de resarcimiento y desquite. Pero el ojo por ojo y el
diente por diente, siempre han sido el comienzo de una espiral de encono
creciente, que generalmente, termina desembocando en el enfurecido mar de la
violencia.
Contra el egoísmo
humano, no existen fórmulas mágicas. Jamás se podrá erradicar, porque es
inherente al ser humano. Solo cabe luchar contra él mediante la libertad de
pensamiento y de expresión; haciendo efectiva la independencia del poder
judicial y de los medios de comunicación, ambos frecuentemente contaminados por
el partidismo político; suprimiendo todas aquellas medidas que puedan fomentar
el clientelismo político, y que como tales, condicionan el voto en las
elecciones, y decretando las medidas necesarias para que exista una absoluta
transparencia en todos los procesos políticos. Solamente así podrán existir instituciones
democráticas sólidas, y la sociedad civil y los medios de comunicación podrán
exigir, que quienes están en el poder, rindan cuentas y asuman las
consecuencias por sus actos.
Si todos fuésemos como la pareja del restaurante, que renunció a la
oportunidad de aprovecharse del error cometido por el camarero, otra sería
nuestra situación, porque una nación se forma por la voluntad de cada uno de sus
ciudadanos de compartir la responsabilidad de conservar el bien común.