“Los hombres
construimos demasiados muros y no suficientes puentes”
Isaac Newton
Matemático y físico británico
NEGRO
Los dirigentes políticos
españoles, no entienden —o no quieren entender— el mensaje que reiteradamente
han recibido de los electores en los últimos comicios celebrados. El mismo que
probablemente recibirían si se volvieran a celebrar:
- Diálogo sincero y constructivo sin imposiciones:
- Comprensión y ánimo para entender los argumentos
expuestos por el interlocutor.
- Generosidad para ceder y acortar distancia en
aquello que les separe, hasta encontrar el punto de encuentro en el que
poderse dar la mano.
- Espíritu abierto que excluya dogmatismos rancios,
superados hace muchos años por la inmensa mayoría de los españoles.
Es decir: ser
herederos del espíritu y voluntad del 78, expresados libre y legítimamente, por
el pueblo español. Espíritu que eliminó cualquier otra herencia recibida con
anterioridad a aquel sufragio.
Claro que para ello
hay que ser verdaderos patriotas —que no es lo mismo que patrioteros— como lo
fueron aquellos, que en situación tan compleja y delicada como en la que nos
encontrábamos inmersos durante los años que duró la transición tuvieron la
generosidad de renunciar a otros presupuestos que no fuesen los de servir, y no
servirse, de las necesidades del pueblo español.
Pienso, si es que
nuestros políticos piensan que los españoles somos gilipollas, cuando, con gran
aspaviento, reclaman del adversario diálogo, y al mismo tiempo se afirma con
gran rotundidad, que al gobierno ni agua, argumentando que el cometido de la
oposición, no es poner remiendos a sus extravíos, porque son su alternativa y
que lo que hay que hacer es desmontar sus políticas.
Y así llevamos
cuarenta años que nos han llevado a ostentar el triste privilegio de estar en
la cabecera del abandono escolar, en el índice de parados, de falta de
inversión en investigación y desarrollo, de emigración de licenciados en busca
de un puesto de trabajo, de empleo temporal y mal remunerado, y una profunda carencia
de expectativas de futuro.
-
Usted
apruebe, que ya lo derogaremos nosotros cuando lleguemos al gobierno.
Estos
comportamientos políticos, naturalmente producen una gran incertidumbre e
inestabilidad jurídica, y me pregunto yo, si esta situación puede animar a
alguien a invertir en nuestro país.
Las consecuencias de
estos sectarismos, de esta inmadurez política, no la sufren después sus
protagonistas, que para el beneficio que su labor produce al país, están
excelentemente pagados, sino los pobres mileuristas y eso teniendo suerte.
Y es que lo que a
España la hace diferente es que aquí los pirómanos le dicen a los bomberos cómo
se apaga un fuego y los ateos dan lecciones de cómo ha de celebrarse el
sacrificio de la misa.
El que el PSOE, que
proclama que es una socialdemocracia moderna, manifestara hace algo más de dos
semanas que considera urgente desenterrar a Francisco Franco, pone de
manifiesto que es un partido desorientado, sin timón, ni timonel; sin brújula,
ni cuadrante, y que se agarra desesperadamente a un pasado ya rancio e
irreversible para justificar su presencia, porque cuando cayó el muro de
Berlín, todo su argumentario doctrinal saltó por los aires como las torretas de
los vopos que lo vigilaban y todos pudieron contemplar la desnudez ideológica
que anidaba en su interior. Un desabrigo, del que por su indigencia intelectual,
no pudiera mostrar otro razonamiento que el “No, es no”.
La insolvencia
política de la izquierda actual, se limita a ofrecer solamente una actuación
negativa: deshacer todo lo que haya hecho la derecha y sacarla del gobierno de
las instituciones.
Pero ¿Qué ofrece a
cambio que pueda ilusionar? ¿Confrontación? ¿El retorno a un ayer periclitado?
¿Abrir nuevamente las heridas que en la transición decidimos suturar, para que vuelvan
a sangrar nuevamente? ¿Revivir el dolor y perpetuar eternamente el drama entre
hermanos?
Qué poco podía
imaginar el dictador, que después de apagada su estrella, iba a iluminar con
tanta fuerza y mostrar el camino a aquellos a quien oscureció durante tantos
años.
BLANCO
Por aquello de la
noche de los Oscar, he vuelto a ver aquella maravillosa cinta de José Luis
Garci, ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1982,
“Volver a empezar”. Una producción hecha en honor de todos aquellos jóvenes que
en los años treinta, se vieron obligados a exilarse.
En ella Garcí,
aborda el drama de todos aquellos, que con motivo de la guerra civil tuvieron
que abandonar el suelo que les vio nacer, en el que jugaron siendo niños y en
el que descubrieron como se desboca el corazón ante el primer amor.
El núcleo central de
la obra, es el mismo al que continuamente se remite la izquierda española, pero
en su planteamiento, no encontramos el menor atisbo de resentimiento, de odio,
ni revanchismo. Por el contrario, hay un reconocimiento expreso al deseo de
reconciliación de los españoles, cuando a la llamada del Rey, el protagonista
resalta la importancia de su labor en el deseo de que los españoles vuelvan a
ser todos uno.
De los personajes
fluye constantemente el amor; el amor de juventud cuya llama jamás se
extinguió, el amor al equipo de futbol en que cada domingo, el protagonista se
dejaba la piel, el noble sentimiento de la amistad profunda y entrañable del
amigo nunca perdido; el reencuentro con aquellos rincones de cada uno de los
cuales emana una vivencia, un pasado, un sentimiento, una emoción.
La película desprende
humanidad en cada una de sus escenas y de cada uno de sus personajes
principales. Y lo hace sin pudor, sin quedarse en el umbral de los
sentimientos, sino abrasándose en ellos, tanto, que lo más expresivo en la
exposición de cada uno de los protagonistas, no son las palabras. Detrás de
cada mirada, de cada gesto, fluye todo un universo de recuerdos, de vivencias,
de sueños, y de melancolía por los proyectos no hechos realidad.
Los personajes no
incitan al desquite, ni la represalia: Siguen amando aquello que amaron en su
juventud y aman incluso, con la fuerza y la serenidad que proporciona la
madurez.
Aman con la inmensa
fuerza de un saber irse, dándolo todo: hasta la muerte.