“Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento”
Albert Einstein
Premio Nobel de Física (1921)
“La diferencia entre España e Italia es que Buffon, que es un emblema, falla y se le aplaude. En España te pitan”.
Tras la reacción crítica de una parte de los aficionados y de algunos medios deportivos por el aparente fallo que tuvo en su reciente partido contra Italia, estas fueron las manifestaciones de Sergio Ramos, el capitán de la Selección Nacional de Futbol de España, no de “la roja”, sobrenombre que desde los años ochenta del siglo pasado le fue atribuido a la selección nacional de Chile.
En un solo instante se invalidaron las 136 veces que el futbolista, que con sentiemiento y respeto mira al cielo cuando suena el himno nacional español, ha defendido los colores de su país desde el año 2005, y que con ellos, se ha proclamado bicampeón de Europa, en 2008 y 2012, y campeón del Mundo en 2010, amén de ser el futbolista europeo más joven en haber sido 100 veces internacional con nuestra selección.
Pero ¿Qué nos pasa a los españoles que constantemente nos complacemos en alimentar ese sentimiento cainista que solo sirve para enfrentarnos entre nosotros mismos y autodestruirnos?
¿Por qué nos complacemos en fomentar esa apasionada inquina contra nuestra propia historia y abjuramos de nuestros antepasados, de los que queramos o no, llevamos su misma sangre y por ellos somos lo que somos y nos hemos ganado un papel absolutamente relevante en la historia?
Bien es cierto que son estos unos sentimientos alimentados por la izquierda internacional, asumidos deliberadamente —no siempre por insolvencia cultural— por los radicales de la izquierda española, que ya sabemos que para ellos lo primero es ser de izquierdas y luego, si no queda otro remedio, españoles.
Este año, será la primera vez que un alcalde de la capital de España romperá la tradición, no acudiendo al homenaje a la bandera y al desfile militar presidido por el Rey el 12 de Octubre, con el pretexto de iniciar un viaje a Colombia y Ecuador para participar, junto a su homóloga de Barcelona, en unas jornadas que comenzarán dos días más tarde.
Por su parte el Secretario General de Podemos, rehusa asistir a los actos conmemorativos del 12 de octubre, y se manifiesta contrario a la convocatoria de los Premios Princesa de Asturias, que tan alto prestigio internacional han alcanzado.
Mis limitadas entendederas no llegan a comprender, que el hasta ahora lider del partido morado, que aspira a ser Presidente del Gobierno español, renuncie a participar en los actos de exaltación del día de España, o estar en contra de unos premios españoles de indiscutible prestigio mundial, destinados a galardonar la labor científica, técnica, cultural, social y humana, realizada por personas o instituciones, en el ámbito internacional.
Sin duda, fuerzas interesadas, han forjado una leyenda negra en torno a España y el descubrimiento del nuevo mundo, obviando intencionadamente la vertiente magna de la gesta y poniendo el acento solamente en los aspectos negativos —que los hubo— del hecho histórico.
No obstante, resulta ingenuo, infantil e ilusorio, si no es malintencionado, esperar hechos inmaculados realizados por seres imperfectos. No hay obra humana que no tenga sus dos caras, su blanco y negro, su parte negativa y positiva. No hay conquista alguna alcanzada por la humanidad, por la cual no se haya tenido que pagar una onerosa factura.
Enjuiciar la hazaña del descubrimiento solo desde una de las vertientes, sea esta cual sea, es un hecho que se desacredita por sí mismo, por su intencionada arbitrariedad. Pero abundando en la falsa imagen que de aquellos hechos, hoy se pretende ofrecer al mundo, constituye una aunténtica falta de rigor histórico y monumental despropósito, sacar los hechos de su contexto histórico y situarlos a la luz de más de quinientos después, porque ello nos dará como resultado una pintura absolutamente distorsionada de la realidad de la época.
De no haber sido España quien llevase la civilización a los amerindios, hubiesen sido posiblemente los portugueses o cualquier otra nación colonizadora, que como la historia nos demuestra, no hubieran mezclado su sangre con la de los indigenas como hicieron los españoles, sino que muy posiblemente, los habrían aniquilado.
Parece ser que los que acusan a la gesta española de genocidio, estarían más de acuerdo con el canibalismo que se practicaba entre los aborígenes, los ritos tribales en los que se sacrificaban doncellas inocentes como ofrendas a sus ídolos para que les fueran propicios en la obtención de las cosechas o ante aquellos fenómenos de la naturaleza que ni comprendían y mucho menos controlaban, o la ancestral costumbre consistente en la salvaje reducción de la cabeza del enemigo vencido, que aún hoy se practica entre las tribus Shuar —Jíbaros— que habitan entre las selvas de Perú y el Ecuador.
Por no apartarme de los actos destinados a exaltar la hispanidad en el mundo, no haré hoy referencia a otros muchos ejemplos en los que se pone de manifiesto nuestro cainismo, nuestra lucha permanente entre hermanos, nuestro constante intento de echar abajo la casa común que estamos intentando consolidar desde hace más de dos mil años.
La pregunta es ¿Porqué nos comportamos así?
La respuesta la encuentro en un viejo cuento en el que un hombre sabio, más por su experiencia que por sus conocimientos, le dice a su nieto:
¾ Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión.
El niño preguntó:
¾ Abuelo, ¿Y cual de los dos lobos ganará la pelea en tu corazón?
El abuelo, con una mirada llena de ternura hacia su nieto, le respondió:
¾ Aquel al que yo alimente.