“El empecinamiento es un cruel fracaso de la inteligencia"
La inteligencia fracasada
José Antonio Marina
A Rajoy, ¡No! Al Partido Popular, ¡No!
Estas exclamaciones, procedentes de la izquierda extrema, y especialmente, de muchos de los actuales prebostes y prebostillos del PSOE, las venimos escuchando día a día, desde hace mucho tiempo.
Incluso el patio andaluz, que tan plácido y homogéneo parecía, se le está revolviendo a su regenta Susana Díaz.
Contra lo que a primera vista pudiera creerse, esta no es una idea que haya germinado en la mente del su ya exsecretario general, Pedro Sánchez.
El irracional, no porque no a la derecha, es el fruto de una semilla que se sembró hace muchos años. Concretamente, el 14 de diciembre de 2003. Los cultivadores del hueso de la discordia que se le ha atragantado al PSOE, fueron Joan Saura por ICV-EUiA, Pasqual Maragall por el PSC y Josep-Lluís Carod-Rovira por ERC, cuando ratificaron un acuerdo para formar gobierno en Cataluña, mediante la firma del Pacto del Tinell.
Este acuerdo, no solo garantizaba un Gobierno tripartito en Cataluña, sino que en su primer punto, además de contemplar la elaboración de un nuevo Estatuto de Cataluña, en un anexo, se incluía una cláusula que excluía la posibilidad de cualquier pacto de gobierno o establecer acuerdos de legislatura con el PP, tanto en la Generalidad como en las instituciones de ámbito estatal.[1]
Esta pacto de las formaciones firmantes, reveló ya en su momento un talante profundamente antidemocrático, no solo porque con dicho acuerdo aislaban de la escena política a un partido plenamente constitucional, sino que con ese mismo acto, ignoraban el parecer y la voluntad de los millones de votantes que lo sustentaban, que por cierto, tanto en aquel entonces, como hoy, eran y siguen siendo la mayoría.
A mayor gloria de los antiguos tribunales de honor de la dictadura franquista, condenaron al ostracismo a quienes representaban la voz mayoritaria de los españoles, trazando una línea roja y pervirtiendo nuestra democracia.
El clima político creado desde ese momento, fue de un antagonismo y hostilidad manifiesta contra un sector concreto de nuestra sociedad.
Una vez más en el transcurso de nuestra azarosa historia, unos pocos, por su interés político, se encargaron se desenterrar el hacha de guerra, abrir las heridas que tantos esfuerzos costó cerrar tras la muerte del dictador y dividirnos —ellos, que no nosotros— en buenos y malos, en víctimas y verdugos, en salvadores y destructores.
Una vez más, aun por diferentes itinerarios, en vez de remar a la vez en busca de un puerto común —el de la paz, la prosperidad y el progreso de todos los españoles— se volaban los puentes del diálogo que permitieran acercar posturas, se levantaban muros, se abrían trincheras, se sustituía el entendimiento y el acuerdo por la confrontación abierta, y se esparcía la semilla del odio, al convertir al adversario en enemigo a borrar de la escena política.
Esta actitud se hizo aún más patente durante los gobiernos de Zapatero, en los que el Partido Popular estuvo en la oposición, y contra natura, el Gobierno ejerció como oposición de la oposición.
Tanto los nacionalistas por principio, como la izquierda por oportunismo, hicieron, que como mancha de aceite, se extendiera la falacia de que el adversario, era el enemigo a batir.
Con ese caldo de cultivo, el contrario a aplastar, estaba nominado de antemano. El Partido Popular.
Para los nacionalistas, porque es el principal obstáculo para poder lograr sus mesiánicos sueños separatistas, o cuando menos, gozar de privilegios a costa de los derechos del resto de los españoles. Para la izquierda, porque sin asidero al que aferrarse desde que cayera el muro de Berlín, perdido su principal punto de referencia, en vez de centrarse en la búsqueda de soluciones factibles que resolvieran los problemas reales demandados por la evolución social y a los nuevos que ya están llamando a nuestras puertas, ha elegido el camino fácil del oportunismo, ofreciendo diferentes respuestas —siempre ambiguas, vagas o equívocas— según el lugar o la clase social a la que se dirigiera.
Sin duda, navegar por los mares del embaucamiento, la treta y la falacia, es lo que ha causado a la izquierda constitucionalista, una pérdida de votos tan progresiva como alarmante, no solo para ella misma, sino también para la estabilidad del país.
Sería desmedido culpar a Pedro Sánchez de la situación por la que atraviesa el PSOE. Su dimensión personal y su trayectoria política no tienen la envergadura necesaria para entender la encrucijada en la que se encuentra su partido. Sin duda, el ya exsecretario general, no es más que un producto estereotipado, y no demasiado hábil, del destierro generacional llevado a cabo en las filas socialistas por su antecesor Rodríguez Zapatero, y la errática y sectaria política realizada en las etapas precedentes, y que por falta de visión de futuro y solvencia política, sus tesis, fueron aceptadas con tanta avidez por los novicios, que en su día, asumieron el relevo de quienes participaron lealmente en la construcción de nuestra democracia, e hicieron del PSOE, el partido que en la actual etapa, más tiempo ha gobernado España.
Prescindiendo de la utopía que sería apelar al bien del país, a mi modesto entender, exigible a la totalidad de los integrantes de las Cortes Españolas, nos encontramos con un PSOE, uno de los pilares fundamentales que hasta ahora ha sustentado nuestra democracia, tan gravemente afectado por la cultura del aborrecimiento y la hostilidad hacia la derecha —que él mismo sembró— que aun a sabiendas de la grave encrucijada en la que él solo se ha situado, y siendo consciente de que podría llegar a perder el liderazgo de la izquierda, muchos de sus militantes, en vez de hacer un ejercicio de reflexión seria y serena y de sincera pedagogía ante el electorado, aún persisten en “defendella y no enmendalla”.
No sé si los que persisten en este empecinamiento suicida lo hacen porque ni saben, ni quieren saber, pero aparentan que saben, y habiendo alcanzado responsabilidades que exceden de su saber, viven a costa del no saber de los demás.
Son los que a sí mismos se llaman “políticos”, y a veces, hasta “intelectuales”.
Tratando de entender su comportamiento, no puedo menos de recordar algunas de las actitudes de los viejos caballeros castellanos, que tantos disgustos nos han costado y que Guillem de Castro pone en boca del conde Lozano, en su obra “Las mocedades del Cid”:
«Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla,
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla».
Los dirigentes del PSOE, saben que la han acertado mal, y al igual que el padre de doña Jimena, son conscientes de que grande ha sido su locura, mas no la quieren enmendar.