“Los partidos políticos triunfan o son destruidos por sus conductores. Cuando un partido político se viene abajo, no es el partido político quien tiene la culpa, sino el conductor”
Juan Domingo Perón
Ex presidente de Argentina
Efectivamente, Pedro Sánchez ha hecho historia al frente del PSOE. En los últimos cuarenta años,
¾ Lo ha situado en el nivel más bajo de toda su historia.
¾ Ha sido el primer político español que intenta ser presidente del gobierno, habiendo perdido las elecciones.
¾ Y por último, ha tenido el honor de ser el protagonista de la primera investidura fallida de nuestra democracia.
Todo un record digno de presidir su despacho.
Lo cierto es que en las recientes sesiones de investidura hemos sido testigos de la peor expresión de nuestro parlamentarismo en las últimas décadas.
La animadversión, el rencor, el resentimiento, la inquina, el encono, el desprecio y una hostilidad injustificada que nos hace recordar indeseables etapas históricas pasadas que creíamos superadas, como sombríos fantasmas del pasado, volvieron hacer acto de presencia en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Escuchadas las expresiones que allí se pronunciaron y vistas las actitudes protagonizadas, cabe preguntarse ¿De dónde nace tanto odio en personas, que la mayoría, nacieron con nuestra democracia y desconocen lo que es vivir en carne propia la tragedia que supone el enfrentamiento entre hermanos y las consecuencias que de la misma se derivaron?
Entre quienes sufrimos y fuimos protagonistas —activos o pasivos— de tan infortunados capítulos de nuestra historia, no he conocido nunca semejante rabia ni deseo de enfrentamiento. Por el contrario, somos los que más hemos deseado siempre la convivencia pacífica, hecho que solo es posible cuando existe el mutuo respeto a la persona y a sus ideas, aunque no las compartamos.
La iracundia de que hemos sido testigos en los días pasados, pone de relieve la bisoñez de unos temerarios asamblearios de facultad y unos niños, que a pesar de sus años, nunca crecen, odian el mundo de sus mayores, y que con sus contubernios y confabulaciones, juegan a políticos, sin importarles poner en riesgo el presente y futuro de su país.
El aguafuerte que nos ha presentado el Congreso de los Diputados, es la representación de una sociedad en crisis y desorientada que no sabe cómo responder ante los graves desafíos que tiene planteados, porque hace tiempo que perdió los valores en que se sustentaba.
Necesariamente, el futuro de España pasa principalmente porque los líderes del PSOE y del PP hagan un acto de humildad, reconozcan sus errores, se apeen de sus pedestales, obvien su mutua falta de empatía y zanjen definitivamente sus diferencias para que puedan llegar al acuerdo que los españoles les han exigido mediante sus votos sin alterar las reglas del sistema democrático.
¿De dónde se deduce que los resultados de las últimas elecciones constituyen un mandato para que se opere el “cambio progresista” por el que desesperadamente está luchando Pedro Sánchez? Eso es hacer una interpretación torcida de los comicios para presentar como un triunfo el fracaso de su gestión electoral al frente del PSOE.
Pedro Sánchez, consciente de su inconsistencia como Secretario General de su partido, para intentar consolidar su liderazgo entre sus correligionarios, concibió la idea de que la única forma de lograrlo, era culpar al PP desde el primer momento, de todas las miserias que nos aquejan y que ellos mismos sembraron, deslegitimar toda la labor realizada por Mariano Rajoy, y si era posible, no mandarlo a la oposición, sino echarlo fuera del tablero político.
La estrategia no era nueva. El PSOE ya la utilizó contra Adolfo Suárez con excelentes resultados. Apuntando a la cabeza, se destruye el resto del organismo y por eso Alfonso Guerra llamaba a Suárez, el hombre que hizo posible la transición, “tahúr del Missisipi”. Es la vieja práctica marxista:
¾ Desautorizar la gestión del líder.
¾ Menoscabar su crédito.
¾ Desprestigiar a la persona.
¾ Manchar o sembrar dudas sobre su honorabilidad.
¾ Y finalmente, para coronar la obra, enviar al recadero a que llame a la rebelión entre sus filas.
De este modo, además de no implicarse directamente en semejante bajeza, se propaga la impresión de que este criterio es compartido de forma generalizada.
En la grave situación en que se encuentra España, en la que los nacionalismos separatistas se crecen provocativamente ante la debilidad del Estado; la aparición de grupos antisistema —que no partidos políticos— cuyo único propósito, no es reformar, no es corregir, sino provocar la voladura de nuestro sistema democrático; la comprometida recuperación económica del país; la obligación de cumplir con los compromisos adquiridos con la Unión Europea y devolver o pagar los intereses del dinero que hemos pedido prestado, lo más indeseable es tratar de excluir a un partido constitucionalista y que por añadidura ha sido el más votado por los españoles.
El mandato mayoritario de los electores, el 65%, suficiencia muy amplia para abordar las reformas constitucionales necesarias, ha recaído sobre los partidos constitucionalistas. Para estos partidos las únicas líneas rojas que deben existir, son las marcadas por la Constitución. Y como dentro de este marco todo cabe, su obligación es sentarse a dialogar constructivamente, sin exclusiones ni frentismos, y llegar a los acuerdos que sean necesarios para que España y con ella los españoles, superemos definitivamente de la crisis social, ética, política y económica en que nos encontramos sumidos. Cualquier otro apaño constituiría un fraude al país y a las ineludibles urgencias que el mismo tiene planteadas.