Los ataques a la libertad religiosa no son nuevos. Los cristianos, por desgracia, los conocen bien y han pasado por situaciones similares a lo largo de su milenaria historia de sufrimiento y paz en tierra egipcia.
Cuando miles de cristianos coptos se han manifestado pacíficamente por la demolición parcial de una Iglesia en la provincia de Asuán, el Gobierno interino de Egipto no ha dudado en reprimir sangrientamente la protesta, elevándose a un balance de 24 muertos y 213 heridos.
Parecía que la situación iba a cambiar, que los cristianos también participaban del despertar social pero las consecuencias no pueden ser más negativas para las esperanzas abiertas al grito de libertad en la Plaza de Tahrir. Mientras no desaparezca la discriminación y persecución, especialmente hacía las minorías no musulmanas, los supuestos brotes estarán anunciando una falsa primavera.
Ayer el Papa pedía a las autoridades egipcias que apoyen a las minorías y además Benedicto XVI también pedía a los cristianos que recen para que la sociedad “goce de una verdadera paz, basada en la justicia, en el respeto a la libertad y a la dignidad de cada ciudadano”.