La historia de España es algo más que una sucesión de acontecimientos, fechas, batallas, movimientos sociales o nombre de reyes. Es el devenir histórico de un país que se sustenta en unos valores comunes que son base de su convivencia y de su trayectoria como pueblo. En nuestro caso son los valores cristianos que ya definió la Iglesia católica en el III Concilio de Toledo después de recoger la herencia de Grecia y de Roma. Asimiló las ideas de pensadores como Séneca, Platón o Aristóteles y sus valores quedaron incorporados en el cristianismo.
«España es un producto de Roma y no tenemos más remedio que reconocer que somos romanos y que el peso y la influencia de la Iglesia en la historia ha sido enorme».
Y en su libro «Lo que España debe a la Iglesia católica» (Homo Legens), Luis Suárez escribe que «las aportaciones más importantes de la Iglesia a la conformación de la sociedad hispana en sus valores, las encontramos precisamente en la ascética y la mística (...) El catolicismo proporcionó a España una sensación de confianza en la persona humana, de la que nadie se permitía dudar».
Esta es la tesis que Luis Suárez Fernández, académico de la Real Academia de la Historia, defiende en su libro «Lo que España debe a la Iglesia Católica». Para él, «La Iglesia ha participado en los acontecimientos más trascendentales y ha conformado la esencia de España durante siglos».
-¿Qué le debe España a la Iglesia católica?
-La cultura. España es el estado de una incorporación. La Iglesia recoge la tradición romana, se adueña de ella y la incorpora a su doctrina. No rompe con Roma, sino que acepta su cultura y ya desde los visigodos queda claro que el hombre es considerado como una persona que se trasciende hacia Dios y no un individuo.
También le debe el reconocimiento de la libertad. El nuestro fue el primer país que acaba con la servidumbre, que prohíbe la esclavitud. Libertad que ya viene desde el Fuero de León. Y le debe el reconocimiento de los derechos humanos, que no son como los del ciudadano el resultado de un convenio o un contrato social y son artificiales, sino los naturales. Estos pertenecen a la naturaleza del hombre, de la persona, es el «derecho de gentes». Los que la naturaleza de Dios ha querido establecer en él y no pueden ser alterados.
En definitiva, esos derechos naturales, definidos el año 1346, son fundamentalmente la vida y libertad y es indudable que hoy no se respetados. Se manipula la vida y se existen leyes que permiten destruir seres que no se consideran útiles o pueden suponer una carga.
-¿Se mantienen actualmente esos valores?
-Se están perdiendo en parte, pero también se están recuperando por otra. No es la primera vez que la Iglesia pasa por una crisis. Dios es amor y, a partir de ahí hay que intentar mantener los que ya se tienen y recuperar lo perdido.
-Pero la trayectoria de la Iglesia ha tenido luces y sombras?
-Naturalmente que sí. Siempre hay aciertos y errores. El primer acierto es reconocer que la ciencia es el conocimiento de lo creado y la capacidad intelectual y racional de la persona para llegar al conocimiento especulativo. También el reconocimiento de su valor intrínseco como tal, de su libre albedrío y de los valores humanos que posee. Es lo que vino a representar la escuela de Salamanca.
Y entre los errores, sobre todo uno, la Inquisición. Se explica porque creían que así se acababa con los abusos, pero fue muy dura y un error porque iba en contra de la libertad que predicaba. Olvidaba que la doctrina de Cristo era el perdón y la reconciliación, no la represión. Otro error fue la expulsión de los judíos y de los musulmanes. Después de descubrir la convivencia de las tres culturas y de la riqueza que eso suponía, se les echa. En toda Europa se prohibió el judaísmo como un mal y, al contrario, es un bien.
-¿Qué ha aportado España a Europa?
-España salva el catolicismo en Europa Y aporta la ciencia, los descubrimientos, la persona, los derechos humanos y el parlamentarismo. Contra lo que se cree, aquí surgieron las primeras Cortes. En el siglo XIII, Simón de Montfort, conde Leicester, descubrió peregrinando a Santiago que aquí se hacía algo importante: a los Concilios -llamados Cortes-, accedían no sólo la nobleza y el clero sino también los procuradores de las ciudades. Después creó la Cámara de los Comunes.
-¿Se puede decir que el cristianismo llegó a identificarse con Europa?
-Sin el cristianismo, Europa no sería lo que es. Sus raíces están ahí porque, en lugar de romper con todo lo anterior para imponer lo suyo, supo recoger la herencia grecolatina. No se da un gran salto. El cristiano es Séneca o es Platón y eso es admirable. Eso no pasó a los musulmanes.
-¿Y que aportó a América?
-Es fácil constatar lo que España dio a América: el caballo y todos los valores del caballero y la religión. Los Reyes Católicos impiden que el descubrimiento pueda ser únicamente una conquista, sino algo más. No fue colonizada, se convierte en el hermano ganado. España crea naciones, no colonias. En eso se diferencia de lo que hizo después Europa. La labor de Iglesia en América fue enorme.
-¿Qué es el clericalismo?
-Una deformación de la Iglesia porque se identifica con el Estado y la somete a la política. Eso puede valer en un momento, en una circunstancia, pero no se puede confundir, como quedó claro en el Concilio Vaticano II. En el protestantismo es así, pero la Iglesia tiene que estar al servicio de la moral y el Estado tiene que someterse a la moral. Sin ella no se sale de la crisis. Solo con medidas económicas no se sale.
-¿Qué supone Santiago para la fe?
-El reconocimiento de que no hay pecado que sin arrepentimiento no pueda ser perdonado y eso es esencial para Europa. El hombre no está condenado, todo puede ser perdonado si existe un arrepentimiento, aunque sea en el último momento. Con ello, España se está adelantando en el camino de lo que debe ser el futuro europeo.
-¿Y el futuro?
-Ya veremos. Se está produciendo una recuperación de los valores católicos como en la época de San Benito. El mundo estaba hecho polvo y se salvó. Creo que hay razones para el optimismo.
LA JMJ, un motivo para la esperanza
El historiador piensa que, a pesar del anticlericalismo de algunos sectores sociales y de la pérdida de valores cristianos, se ven síntomas de cambio: «En la sociedad española actual hay una disminución cuantitativa de la Iglesia, pero un aumento cualitativo, un crecimiento que está en niveles admirables. Es la Iglesia que vimos en la JMJ. Esa noche de tormenta en Cuatro Vientos esperando impasibles ante Cristo sacramentado, da motivos para la esperanza».
Juan Beltrán/La Razón