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TIEMPO Y ETERNIDAD: Una reflexio

Sat, 22 Feb 2020 13:27:00
 
Jose

La cuestión del tiempo es una cuestión particularmente difícil. De hecho,
cuando uno intenta enfrentarse a ella, lo que suele observar en primer lugar, es
que no existe un itinerario claro a seguir por el que resulte accesible afrontar su
problemática. O dicho de otra manera -quizás más acertada- lo que uno
encuentra ante sí cuando afronta el interrogante del tiempo, es una multitud de
caminos que se abren ante su posible planteamiento y desarrollo.

Del tiempo puede hablarse desde diversos ámbitos: tiempo y
experiencia, tiempo y arte, tiempo y ser, etc. El tiempo es una categoría.
Concretamente, una variedad de la categoría de cantidad que finalmente se
analiza de manera más sistemática en la física, que es la ciencia de la
categoría de la cualidad.

La cuestión sobre el interrogante del tiempo ha estado siempre presente
en la filosofía. En el saber «popular» todos tenemos ideas aprendidas y que
son innegables acerca del tiempo. Así, oímos, por ejemplo, «el tiempo todo lo
cura»; se nos muestra que el tiempo «va pasando» inexorablemente
-tempus
fugit- que nos «arrastra» consigo, que lo va «devorando» todo, etc.
Enunciados todos ellos de gran calado y transcendencia, expresados
normalmente en manifestaciones cargadas de gran solemnidad.

Al fondo lo que subyace es la idea de que el tiempo es una realidad
inconmensurable. De ahí que al realizar un análisis filosófico sobre la noción de
tiempo lo primero que observamos es que no es tarea fácil determinar qué es el
tiempo. Su concepción más general lo considera como un «fluir» dinámico, un
transcurrir ordenado, conexo y continuo. En cambio, la visión científica del
tiempo que nos aporta la teoría de la relatividad, nos habla por un lado, de un
comienzo del tiempo, marcado por el origen del universo; y, por otro, de una
concepción distinta de la existencia: existir es establecerse en una región
espacio-temporal fija cuatridimensional. Filosofía y física, pues, entrecruzan sus
caminos, reconociendo el ámbito filosófico en el científico otra posible vía para
abordar la problemática del tiempo.

El tiempo permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un
pasado, un futuro y un tercer conjunto de eventos ni pasados ni futuros
respecto a otro. En la mecánica clásica a este tercer tipo de sucesos se le
llama «presente» y está conformado por eventos simultáneos a uno dado. En la
mecánica relativista la noción de tiempo es más compleja. Los sucesos
simultáneos -«presente»- son relativos al observador, a menos que ocurran
en el mismo punto del espacio; por ejemplo, un choque entre dos partículas.

Así, en la mecánica relativista, el conjunto de eventos ni pasados ni
futuros no es tridimensional, sino una región cuatridimensional del espacio-
tiempo. Además, no existe ya una noción de simultaneidad independiente del
observador como ocurre en la mecánica clásica. Es decir, dados dos
observadores diferentes en movimiento relativo entre sí, en general diferirán
sobre qué eventos sucedieron al mismo tiempo.

En mecánica relativista la medida del transcurso del tiempo depende del
sistema de referencia donde esté situado el observador y de su estado de
movimiento. Por tanto, la duración de un proceso depende del sistema de
referencia donde se encuentre el observador.

Dos puntualizaciones más. La dirección del tiempo está relacionada con
el aumento de entropía. Esta conexión parece deberse a las particulares
condiciones que tuvieron lugar durante el
Big Bang. Por otro lado, han
aparecido en la física contemporánea otras concepciones del tiempo
formuladas por la problemática que suscita la medición de procesos físicos a
«pequeña escala» ha llevado a formular a algunos autores la hipótesis de que
pueden existir «irregularidades» en la estructura del tiempo, el cual podría
aparecer como continuo y «fluyente» a escala microfísica, pero discontinuo,
«granulado» y, además, «irregular» (en periodos de distintas proporciones) en
la escala microfísica.

Ahora bien, la Biblia, revelación del Dios trascendente, se inicia y se
concluye con referencias temporales: “En el principio creó Dios el cielo y la
tierra”1 “Sí, vengo pronto” Por eso, las Escrituras pueden dar respuesta a
los profundos interrogantes que se plantea la conciencia humana -
determinada por el devenir- sobre la cuestión del tiempo, ya que ellas mismas
poseen una configuración histórica.

El Génesis comienza narrando el acto creador de Dios. El acto creador
impone el comienzo absoluto de nuestro tiempo; Dios preexistía a este tiempo.
Por esta razón, el texto bíblico se inaugura diciendo «En el principio», haciendo
uso precisamente del singular, puesto que solo hubo un principio, «el
principio», momento en el que el universo físico comenzó a existir, pues antes
de ese instante no había universo. Antes de este «principio» -antes de la
creación del universo-, no había física, no había «antes». O sea, el universo
físico no tuvo pasado eterno, pero sí tuvo un principio. De manera que uno es
el Dios que ha creado y ordenado todas las cosas, quien de la nada dio el ser
al universo. El mundo ha sido creado y tuvo un «principio» en un tiempo
determinado, «¡El Omnipotente “creó en el principio” todo de la nada»[1].

Estas mismas verdades que contienen un marcado contenido teológico,
pueden ser conciliadas -armonizadas- con los últimos descubrimientos
científicos que se han realizado en el campo de la cosmología. Así, «la mejor
evidencia cosmológica hasta el momento de que el cosmos es finito más bien
que infinito en edad»[2]. Por tanto, la idea dominante de la cosmología es que el
universo tuvo, efectivamente, un comienzo.

Para Dios no hay sucesión de tiempo, ni medición de duración. Para
Dios únicamente existe un «eterno presente». Dios es eterno porque no
cambia, porque es inmutable. Dios simplemente «es». De ahí que al revelarnos
su nombre «Yo soy», inmediatamente añade que «Yo soy» es su nombre
«para siempre»[3]. Por tanto, la cuestión del tiempo y su relación con la
eternidad ha supuesto un gran interrogante en el pensamiento y en el corazón
del ser humano en el transcurso de la historia. Desde una visión teológica, se

concibe el tiempo como el medio mediante el cual Dios va a realizar la historia
de la salvación.

¿Qué es entonces Tiempo y Eternidad? Pues una invitación implícita a
valorar nuestro propio tiempo, a vivir el hoy. A experimentar en Cristo la
«Pascua del tiempo», que es su misma Pascua, pasando de una visión del
tiempo finito y caduco -prisionero de la muerte-, a la de un tiempo de vida
futura, de salvación
escatològica, de eternidad. No se trata, pues, de tener una
visión pesimista o trágica del tiempo, todo lo contrario. El tiempo es obra de
Dios. Además, Dios es eterno y muestra su total superioridad sobre el tiempo.
Es por ello por lo que se nos invita a tener una visión positiva del tiempo, pues
es el medio mediante el cual Dios va a realizar la historia de la salvación, el
valioso instrumento empleado por Él al servicio de la salvación plena e integral
del ser humano.

Gracias a Jesús, podemos asumir con garantías este enfoque positivo
del tiempo, pues Él le ha dado al tiempo un sentido escatológico, colmándolo e
introduciéndolo en la eternidad. Solo Cristo es Señor del tiempo, puesto que lo
lleva a su plenitud y lo domina totalmente.

Más allá de la concepción filosófica y científica del tiempo, es esta visión
bíblica la que nos llena de esperanza y consuelo cristiano. Existe un fin, una
meta, un futuro cierto tras el término de nuestra existencia temporal. Esta meta
es el cielo -nuestra verdadera patria-, inaugurado tras la santa Resurrección
y gloriosa Ascensión de Cristo nuestro Señor. De esta manera, a través de
estos prodigiosos hechos, nos muestra su amor infinito: Él se ha hecho
temporal para que nosotros seamos eternos. Así pues, el discurrir del tiempo
nos va acercando a la eternidad, de modo que llegará un momento en el que
se consumará lo que Cristo nos ha prometido: el momento admirable en el que
podremos unir plenamente nuestro presente temporal al presente eterno.


[1]   San Ambrosio

[2]   Oparin Alexander. El origen de la vida. Editorial Océano

[3]   Éx 3, 14-15









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