Acaba
de aparecer en las librerías españolas la Autobiografía
del joven vietnamita redentorista, coetáneo del Cardenal Van Thuan, Marcelo
Van, editado en español, en Francia, por Amis de Van Éditions.
No
es un mero libro autobiográfico de un joven humanamente significativo del
Sureste asiático, tampoco un libro de espiritualidad cristiana más. Es el
extraordinario relato de un joven que vivió en un mundo lleno de esperanzas
humanas de signo muy diverso, muchas de las cuales se mostraron ilusorias,
conduciéndolo a su autodestrucción, y de una
vida marcada por el sufrimiento de su tiempo, de su patria, de su familia,
y de su propia historia personal, con todas las heridas que una existencia así
conlleva. Y es, al mismo tiempo, el relato de una elección divina que lo escogió para mostrarle el camino de la
felicidad en medio de esa existencia marcada por la experiencia del mal y del
dolor.
Una
extraordinaria historia que va más allá de su historia personal, porque es
también el relato de una misión que el cielo le confió para bien de la Iglesia
y del mundo. A través de su vida y de las revelaciones que el cielo le
comunicó, nos abrió también a nosotros, hijos y nietos de ese tiempo,
marcados también por esas heridas de las que somos herederos y por las nuevas
que nos infringe nuestro tiempo, el
camino que nos conduce a superar el dolor y el sufrimiento, y a encontrar en el Amor Misericordioso de
Dios el remedio a nuestras heridas, la fuente de una existencia fecunda y la
paz del corazón, para así vivir felices en medio de todo ese sufrimiento, de
las heridas que cargamos y del mal que hasta el último momento de nuestra vida
nos pueda golpear.
Es la Historia de un alma de
un joven vietnamita, alma gemela de su hermana mayor Santa Teresita del Niño
Jesús, llena de similitudes entre ellos, particularmente en la sensibilidad
e interioridad de ambos, en sus deseos, en “el pequeño camino” que recorrieron
y en la misión que comparten los dos.
Comienza desde que
alcanza su uso de razón hasta febrero de 1950, nueve años antes de su muerte,
acontecida el 10 de julio de 1959, a los 31 años de edad y apenas 15 de vida
religiosa, extenuado y enfermo en un campo de “reeducación” comunista.
¿QUIÉN ES SU
AUTOR, MARCELO VAN?
Un
joven vietnamita, que nació en
Vietnam en 1928 y murió en 1959, a los 31 años de edad, extenuado y enfermo, en
uno de los campos de “reeducación” comunistas, que vivió una existencia corta pero asombrosamente intensa y fecunda,
marcada por las rupturas, separaciones, pérdidas y sufrimientos de su
generación y de su tiempo. Un joven con una sensibilidad espiritual fuera
de lo común, que encontró en Santa
Teresita del Niño Jesús su alma gemela, y en su pequeño camino de infancia
espiritual su camino hacia la plenitud, hacia una felicidad insospechada, hacia
la santidad.
Un
joven con una existencia marcada por la
humillación y el sufrimiento desde niño, pero que unido íntimamente a Jesús, especialmente en la Eucaristía, y
a la Virgen, a quien se confiaba particularmente con el rezo diario del
rosario, y más tarde también a Santa Teresita del Niño Jesús, renunció
vigorosamente al mal y al pecado, luchó contra ellos y se mantuvo fiel a Dios y
a su voluntad, poniéndose por encima de las humillaciones y de los sufrimientos
morales y físicos que sufrió.
Un
joven con un alma y una existencia
sacerdotal cuyo único anhelo desde
niño fue ser sacerdote para amar y hacer amar a Cristo, que fortalecido por la
gracia divina, como en otro tiempo su hermana Santa Teresita, hizo su acto de ofrenda total al Amor
Misericordioso y se ofreció día a día a Dios con su oración y su trabajo, con sus alegrías y sufrimientos, hasta la
consumación de su amor en el campo de internamiento, trabajos forzados y
“reeducación” comunista número 2 del Vietnam del Norte, donde agotado y
extenuado rindió su alma a Dios el 10 de julio de 1959, para entrar en el
deseado reino del cielo que Jesús le había prometido. Sus últimas palabras fueron: «El
amor no puede morir».
Un
joven con el que el cielo estableció un
diálogo interior en forma de coloquios, a través de Santa Teresita del Niño
Jesús, de la Virgen María y de Jesucristo, por
medio de los cuales le reveló su camino, lo consoló, lo sanó de sus heridas, lo
fortaleció en su debilidad y le mostró su misión, educándole con maravillosa
paciencia, ternura y comprensión para que la pudiera realizar. ¿Y cuál es
esta misión que el cielo le confió? ¿El sacerdocio por el que había luchado
desde muy niño? El Padre tenía otra misión para su pequeño hijo: ser el apóstol escondido del Amor
Misericordioso, la fuerza vital de los apóstoles misioneros del reino del Amor
de su Hijo, prolongando en la tierra durante su vida, y más aún después de
ella, la misión de su hermana mayor Santa Teresita.
Su
autor, Marcelo Van, es un don que nos ha
sido dado por el cielo, como un guía experimentado en los caminos de la vida,
alguien que se ha adelantado a nosotros y nos ha abierto el camino en estos
tiempos de incertidumbre, de confusión, de miedo y de dolor, para que podamos
también nosotros vivir una vida plena, gozosa, feliz, llena de sentido y
fecunda.
UNA HISTORIA
IMPOSIBLE QUE NO HAYA DESAPARECIDO
La
historia de este joven es simplemente una historia imposible. ¿Por qué de los
casi cuatro millones de muertos que provocó el comunismo en Vietnam, sin contar
desplazados y desaparecidos, nos ha llegado la historia de este joven religioso,
que vivió una vida completamente oculta y cuyo secreto estuvo escondido hasta
después de su muerte, incluso para sus hermanos religiosos que convivieron con
él? ¿Por qué el cielo ha querido sacar del absoluto anonimato a este joven
religioso y ha querido dárnoslo a conocer precisamente en este tiempo, heredero
de las heridas de la vida y de los sufrimientos históricos de las generaciones
que nos precedieron, portador también de nuestra propia falta de luz para
atinar con el camino que debemos seguir, cautivos de nuestras propias
contradicciones, divisiones y rupturas internas, precisamente en este tiempo de
incertidumbre y de confusión, de profundas tensiones y divisiones, de luchas y
conflictos inacabables, de los gravísimos problemas sociales a nivel nacional e
internacional que todo ello está provocando y de temor a un futuro cada vez más
incierto? ¿Por qué nos lo descubre ahora, a nosotros, hombres y mujeres
tentados de posicionarnos frente a los otros o contra los otros para evitar el
daño que puedan hacernos, replegándonos sobre nosotros mismos y nuestras
seguridades, ante esa multitud de situaciones y problemas para los que no hemos
encontrado aún el camino de su resolución y superación, con tantos desafíos en
el mundo consecuencia del falso orden mundial que hemos creado, de las
tentaciones de nuestro tiempo, y de los males que por falta de luz y de un mal
uso de nuestra libertad no hemos sabido, querido o podido evitar?
ESTRUCTURA DE LA
OBRA
La
Autobiografía está precedida de un prólogo
del Cardenal Van Thuan, primer postulador de la Causa de beatificación de
Marcelo Van, en el que explica su providencial relación con él y los avatares
de la Causa de beatificación del joven redentorista vietnamita, de una reseña
histórica para poderse situar en la historia del Vietnam y del catolicismo en
esta nación del sudeste asiático, de una introducción de su director
espiritual, el Padre Antonio Boucher, en la que explica el modo como lo
conoció, el impacto que le causó el encuentro con este joven de una vida
interior fuera de lo común, y algunos detalles de su redacción y de su
traducción al francés, y de una advertencia del editor, les Amis de Van
Éditions, en el que presenta algunos detalles de la edición en francés y de los
demás escritos de Van. Concluye con un epílogo sobre los últimos años de Van y
dos anexos con una cronología de su vida y la genealogía de Van y su familia.
El
estilo de la Autobiografía es el de
una confidencia dirigida en primera persona a quien desde el primer momento
supo entender su alma: su director espiritual.
RAPIDA
PRESENTACIÓN DE VAN
El
texto de la Autobiografía viene
precedida por una rápida presentación
en la que después de excusarse por haber intentado escribir tres veces sin
éxito el relato de su vida, no puede evitar hacer referencia a Historia de un
alma, haciendo suyas las palabras de su hermana mayor, Santa Teresita:
«Si una pequeña flor pudiera hablar, diría
simplemente lo que el buen Dios ha hecho por ella. Reconocería francamente que
es una criatura frágil [2],
pronta a marchitarse, pero estaría orgullosa también de su belleza, de la
frescura de sus colores, de su encanto tenue, de su perfume delicado y de todas
las otras cualidades con que la naturaleza la revistió» (Historia de un alma, Manuscrito A, 3).
Van se reconoce
a sí mismo “como una flor de Dios” e invita a su director espiritual a cantar
con él un cantico de alabanza a la misericordia infinita de Dios:
«Afirmo que mi
alma es también como una flor de Dios. Todo lo que poseo y todos los
acontecimientos de mi vida, ha sido Dios mismo quien me los ha regalado desde
siempre. Entonces, también puedo narrar todas las gracias con las que Dios ha
adornado mi alma, para cantar con usted, Padre, [3] un cántico de alabanza a
la misericordia infinita de Dios».
A
continuación le indica a su director espiritual su único objetivo al escribir su historia:
«Mi único
objetivo escribiendo esta historia es cumplir perfectamente la santa voluntad
de Dios. Hasta ahora nunca se me había ocurrido servir de intermediario entre
la gracia divina y las almas. Mi único anhelo es ser una flor silenciosa, que
oculta su belleza en el corazón de Dios. Sin embargo, Dios no está obligado a
seguir esta voluntad. Al contrario, debe realizar las palabras salidas de su
boca: «no se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija de barro». Él ha
querido que yo, como una flor, revelara mi belleza y derramara mi perfume a
plena luz del día para cumplir bien con mi destino»
[3].
Se reconoce a sí mismo como una rosa que Dios ha hecho preciosa, pero a costa de largos años de
trabajo y sufrimiento:
Y
ahora, Padre, me verá como una rosa que Dios ha adornado con innumerables
gracias escogidas. Pero para hacer de mí una hermosa rosa, necesitó de largos
años para quitar las malas hierbas y regar por medio de muchos sufrimientos y
lágrimas» [4].
Marcelo
Van expresa a su director espiritual a
través de la imagen del pétalo separado
de la flor el resumen de su vida, que
gracias a la fuerza vital del Amor divino aún conserva su belleza, «para testimoniar así el Amor infinito del
corazón de Dios» [7].
Como
pétalo desgajado de su flor, el
sufrimiento es su destino:
«Como mi destino es ser un pétalo desprendido, pienso que en mi vida no
habrá casi ninguna dulzura. El sufrimiento, he aquí la imagen de toda mi vida.
Sí, Padre, es verdad, muy temprano conocí el sufrimiento, y casi toda mi vida
ha sido un sufrimiento».
Aunque
es consciente de que antes de ser un
pétalo desprendido, vivió en su primera infancia una existencia hermosamente
feliz.
A
continuación presenta las tres etapas de
su vida, que corresponden a las tres etapas de la vida de su hermana Santa
Teresita. Él es el pétalo, y Santa Teresita la flor. Estas son las tres etapas:
1. La infancia: Desde
su uso de razón, con 3 años, hasta la separación de su familia, con 7 años,
para empezar como aspirante su formación para ser sacerdote (1928-1935).
2. Llegar a ser sacerdote: Desde
su entrada en la escuela infantil como aspirante al sacerdocio, con 7 años,
hasta la gracia de la Navidad de 1940, con 12 años (1935-1940).
3. Colmado de alegría en el Amor: Desde
su gracia de la Navidad de 1940, en que es fortalecido, con 12 años, hasta
nueve años antes de su muerte, en que termina la Autobiografía con 22 años (1940-1950).
I.
LA INFANCIA (1928-1935): LA GOZOSA PRIMAVERA
(Desde
el día en que tuvo uso de razón hasta sus 7 años).
Vive
el gozo y la alegría en el seno de una familia humilde y profundamente
católica, en la que es intensamente amado y donde aprende a vivir de cara a
Dios, a dirigirse a Jesús y a la Virgen en la oración, acompañado del cariño de
sus hermanos y de sus abuelos. Su madre somete su natural terco y rebelde. Su
padre también se deshace en dedicación y ternura hacia él. Siente una emoción
extraordinaria al rezar a la Virgen, mostrando así una precocidad espiritual
muy particular. Antepone la visita al
Santísimo a sus juegos. En este tiempo comienza su familiaridad con Jesús Niño. Tiene un cariño
muy especial a su ángel de la guarda, del que su madre le enseñó que le era
enviado por Dios con la misión de protegerlo y de recoger sus buenas acciones
para ofrecérselas a Dios cada noche. Su ilusión por recibir por primera vez a
Jesús el día de su Primera Comunión fue indescriptible. Hará su primera
comunión y más tarde su confirmación. A la par que crecía, crecía también con
él el deseo de ser sacerdote. Fue un tiempo de primavera en que la
rosa gozaba de la frescura y la dulzura de este tiempo inolvidable.
II.
LLEGAR A SER SACERDOTE (1935-1940): EL
OSCURO Y FRIO INVIERNO DE SU ALMA
(Desde
su entrada en la escuela infantil como aspirante al sacerdocio con 7 años hasta
la gracia de la Navidad de 1940, con 12 años).
En
tiempos de Van, los niños que deseaban ser sacerdotes o se planteaban serlo
podían vivir y estudiar en algunas casas parroquiales que les ofrecían estudios,
al tiempo de una adecuada educación que les prepara para un día ser sacerdotes.
A los 7 años, Van, movido por un
vivo deseo de ser sacerdote, deja a su
tan querida familia para ir a la Casa parroquial de Huu Bang.
Pronto,
el demonio, rabioso por la inocencia y
el ejemplo que el pequeño da a todos, empezó a asediarlo a través de la envidia
y de la malicia de un catequista.
Llegan
para el pequeño Van humillaciones y vejaciones inimaginables: trató varias
veces de violarlo, sin conseguirlo; con pretexto de educarlo en la penitencia,
le impuso recibir cada noche, dieciocho
golpes de bambú, prohibiéndole decírselo a nadie (las heridas de su espalda se
llenan de pus); aprovechando la ausencia del párroco, le pone como condición
para comulgar recibir tres golpes de bambú bien dados, que él acepta
valientemente para no verse privado de Jesús; al final, llegó a negarle el
alimento y Van, para no morir de hambre, tuvo que dejar de comulgar
diariamente. Se aferra a la Virgen, particularmente al rosario. Para doblegarlo
su catequista se lo quita. El pequeño acabará rezándolo con los dedos,
dispuesto a que se los corten, si fuera necesario, antes de dejar de rezarlo. La
casa está llena de impureza. Tiene 8 años. Se
siente sólo y abandonado.
Con 10 años le
destroza el sufrimiento de su familia, sumida
en la desgracia por unas inundaciones terribles. Durante
tres meses piensa que todos han muerto. Pero lo que más le hará sufrir es la caída en la bebida y en el juego de su
padre, y con ella, la desgracia de su familia. Sin poder su madre enviar
dinero al párroco para la educación de su hijo, éste le pierde todo el respeto
y lo toma por su siervo. Hay falta de alimento en la casa por la carestía y la
injusticia que haya, los niños pasan
mucha hambre. Usado como esclavo, no puede estudiar. Así, nunca podrá ser sacerdote.
Las costumbres de la casa están pervertidas. Su único consuelo es Jesús en la Eucaristía.
Evasiones
de la parroquia:
Con 12 años se escapa y regresa a casa, pero
sus padres no le creen, piensan que es un mentiroso. Su madre lo lleva de nuevo
a la Parroquia, comprobando que tiene razón, pero ante la situación económica
de la familia le pide el sacrificio de quedarse en ella hasta que encuentre otra
mejor. Unos meses más tarde, la vida se hace imposible en la casa. Pero su
dolor más grande es no poder estudiar para un día llegar a ser sacerdote. A
nadie le importa el destino de este niño infeliz.
Nueva
evasión, Van vagabundo, vuelta a casa de sus padres, rechazo y calumnias
Van vuelve a escaparse. Durante dos semanas
vive como vagabundo, trabajando en condiciones miserables. Famélico, sucio,
andrajoso e irreconocible, decide volver a su familia. Sus padres lo reciben
como a un hijo degenerado. Al mes, Van huye de su casa junto a su hermana, pero
su padre los alcanza. Alguien de la casa parroquial de la que se escapó llega a
la casa familiar y comienza a extender terribles calumnias contra él. Las
calumnias se extienden por toda la aldea, destruyendo su reputación ante todos.
Él no se defiende. Sabe que Dios conoce la verdad. Zarandeado
por terribles tentaciones de desesperación, se confía a la Virgen. Ella
lo defiende de estas tentaciones y lo consuela en su tribulación. El confesor
de su parroquia natal le asegura que entre las faltas que confiesa no hay ninguna que haya ofendido a Dios y
le pide que acepte con valentía todas estas pruebas y se las ofrezca a Dios.
III.
COLMADO DE ALEGRÍA EN EL AMOR (1940-1950): PASADO
EL INVIERNO, LA ALEGRÍA Y LOS FRUTOS SOBRENATURALES LLEGAN A VAN
(Desde
la gracia de Navidad de 1940, con 12 años, hasta 9 años antes de su muerte, en
que concluye su Autobiografía con 22 años).
Esta tercera etapa es el tiempo de la consolación de
Van y de sus grandes alegrías. Comienza con la gracia de la Noche de Navidad de
1940.
Se encuentra como una pequeña flor marchita, y colmado
de amargura.
La gracia de la noche de Navidad de 1940
Como en otro tiempo su hermana
mayor, Santa Teresita, había recibido su particular gracia de la Navidad, que
la fortaleció de su carácter sensible y susceptible, preparándola para su
entrada en el Carmelo, Van también recibirá su gracia de Navidad que le consolará
inefablemente, le fortalecerá interiormente, y le revelará su misión. En la
Navidad de 1940, su alma encuentra de nuevo la paz. En esa noche de Navidad
recibió una luz que le hizo poderosamente que el sufrimiento es
un regalo del amor de Dios. Su alma no solo se iluminó sino que se llenó de un
gozo inefable. Acababa de recibir su misión: transformar el sufrimiento en
alegría.
Van regresa a la Casa parroquial de Huu Bang.
Allí tiene una terrible visión de los pecados del mundo, especialmente contra la pureza. En ese momento, ante la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro hace
voto de guardar su virginidad por toda la vida. Y emprende una cruzada
por la pureza en la casa. Para
ello, se impone fuertemente durante tres
meses oraciones y penitencias por esta intención. Consciente de su
responsabilidad sobre los más pequeños, forma la Tropa de los “Ángeles de la
Resistencia” para
oponerse a la corrupción moral que reina en la casa. Se gana el reconocimiento
de los más pequeños. Tiene 13 años.
Encuentro con Santa Teresita del Niño
Jesús y su Historia de un alma
En
enero de 1942 ingresa en el Seminario de los dominicos de Langson. Allí ingresa
en la Tropa Scout. Van avanza con serenidad y alegría hacia una gran unión con
Dios. Su anhelo de ser sacerdote, es más ardiente que nunca. Pero algunos meses
después, el Seminario cierra por falta de recursos. Lo envían al Seminario de
Quang Uyen, pero ante su falta también de recursos, es enviado a la parroquia
local. Allí Santa Teresita saldrá a su
encuentro.
Van
está desalentado porque no encuentra ningún santo que le ayude. Querría
probarle a Jesús su amor, pero le daba mucho miedo la penitencia. Una noche le
vino el pensamiento de ser santo. Incapaz de hacer penitencia como hacían los
santos, se siente también incapaz de llegar a ser uno de ellos. Piensa que tal
pensamiento viene del orgullo. Lo rechaza, pero éste se le impone. Van se
confía a la Virgen para que le ayude a ver si tal pensamiento viene de Dios o
no. Decide ir a la sala de estudio, buscar la vida de algunos santos, ponerlas
sobre la mesa, cerrar los ojos, revolverlas, y tomar una al azar. Así lo hace,
y toma entre sus manos
“Historia
de un Alma”. Cuando ve que es la
historia de una Carmelita descalza siente una profunda decepción. Otra vez un
santo imposible de imitar, semejante a tantos
otros santos que para llegar a serlo hicieron tantísima penitencia. Pero
estaba preso de sus propias palabras. Había prometido la Virgen que lo leería y
lo empezó a leer.
Sintió
de inmediato
un gran alivio y una desbordante felicidad. «Para llegar a ser santo, no es
necesario seguir el camino que siguieron los “santos de antes”» [570]. Sus ojos se llenan de lágrimas y una
alegría indescriptible le embarga:
«No había leído más de dos páginas, cuando mis ojos se llenaron de
lágrimas y dos torrentes corrieron por mis mejillas, inundando las páginas [571] del libro. Imposible seguir mi lectura. Mis
lágrimas eran el testimonio de mi arrepentimiento por mi actitud anterior, y a
la vez una fuente de alegría indescriptible […]. Lo que colmó mi emoción, fue este razonamiento de Santa Teresita: “Si
Dios se rebajase solamente hacia las flores más bellas, símbolo de los santos
doctores, su Amor no sería un amor absoluto, pues lo propio del amor es
abajarse hasta el extremo”. Y a continuación, poniendo como ejemplo al sol,
escribe: “Así como el sol ilumina a la vez al cedro y a la pequeña flor, del
mismo modo el Astro divino ilumina particularmente a cada una de las almas, sean
éstas grandes o pequeñas”».
Van comprende que
“Dios es amor y que el Amor se acomoda a todas las formas de amor”. Entonces
puede santificarse a través de todas sus pequeñas acciones, con tal de que lo
haga todo por amor. Desaparece su temor a ser santo:
«Comprendí que Dios es amor y el Amor se acomoda a todas las formas de
amor. En consecuencia, puedo santificarme por medio de todas mis pequeñas
acciones: una sonrisa, una palabra, o una mirada, con tal de que lo haga todo
por amor. ¡Oh! ¡Qué felicidad! Teresita es una santa que responde perfectamente
a mi idea de santidad. A partir de ahora, ya no temo llegar a ser santo. He
encontrado un camino que hace menos de un siglo ha sido recorrido otra alma, y
esta alma alcanzó la meta suprema, como muchas otras almas que antaño siguieron
un camino doloroso y sembrado de espinas. Es el camino del Amor de Santa Teresa
del Niño Jesús» [572].
Cuanto más lloraba más ligero sentía su corazón. Era
una alegría indecible. Entonces corrió a la capilla, y en cuanto miró la imagen
de Santa Teresita, nuevos torrentes de lágrimas cayeron de sus ojos. Aquel día Teresita se convirtió en su
hermana mayor.
Una mañana,
contemplando el amanecer, oyó una voz
femenina que le llamaba: ¡Van! ¡Van!
Mi querido hermanito» [589].
Era ella hablándole. Teresita le anuncia su vocación religiosa, pero no
sacerdotal:
«Dios me ha dado a conocer que no serás
sacerdote. […] El Estado sacerdotal es un estado sublime,
pero es imposible abrazarlo fuera de la voluntad de Dios. Ante todo y por
encima de todo, el estado de vida que supera a todos los otros es conformarse
en todo a la voluntad de Dios, nuestro Padre Celestial» [649-650].
Y le anima.
Los deseos de su alma sacerdotal se cumplirán,
como se cumplieron en ella, siendo apóstol por el sacrificio y la oración. Así,
será la fuerza vital de los apóstoles misioneros:
«Vamos hermanito, a pesar de que no seas
sacerdote tienes un alma sacerdotal, vives una vida sacerdotal, y tus deseos de
apostolado que te proponías realizar en el estado sacerdotal los realizarás
como si fueras realmente sacerdote. En eso no hay ninguna dificultad para el
poder de Dios. Cree que Dios, infinitamente poderoso y justo no puede nunca
rechazar [651] el deseo de un alma justa que quiere
realizar grandes cosas por Él. Sí, creo que tu anhelo del sacerdocio es muy
agradable a Dios. Y si Dios no quiere que seas sacerdote es para introducirte
en una vida escondida en la que serás apóstol por el sacrificio y la oración,
como yo lo he sido antes […]. Hermanito,
alégrate y sé feliz por haber sido contado entre los apóstoles del Divino Amor
para ser la fuerza vital de los apóstoles misioneros […]. Cuando entiendas tu vocación y la gracia
excepcional que Dios te ha concedido, serás tan feliz que no sabrás qué
palabras utilizar para agradecérselo. Serás religioso» [652].
Respecto
a la congregación en la que deberá entrar, la
Virgen –le dice Teresita- será la
que se lo dé a conocer.
Entrada en los redentoristas
Poco
después el pequeño Van entra en el Noviciado de los Redentoristas. Allí
empiezan coloquios interiores con Jesús, la Virgen y Santa Teresita. Su
noviciado concluye con sus primeros votos. Van vivirá en varias comunidades
redentoristas. En ellas sufre incomprensiones y, debido a su baja estatura y a
su debilidad física, el sufrimiento de un trabajo que lo agota. Durante todo
este tiempo, su santidad permanece escondida a los ojos de todos. Vive
escondido con Cristo, con la Virgen y con Santa Teresita, en Dios.
El
8 de septiembre de 1946 termina la Autobiografía.
ULTIMAS PALABRAS
DE SU AUTOBIOGRAFIA, A MODO DE TESTAMENTO ESPIRITUAL
Como resumen de su vida, Van concluye
su Autobiografía haciendo un acto de
alabanza a la dulzura del Amor de Dios que supera todo sufrimiento:
«¡Oh dulzura del amor que penetra todas las
situaciones, que supera miles de veces los sufrimientos de este mundo, que
introduce al alma en tal estado de arrobamiento que le parece no haber conocido
nunca la prueba! A pesar de todos los sufrimientos, cuando se posee el amor,
también se posee el paraíso con todo su esplendor. Hoy, oh querido Padre,
aunque la herida de mi corazón se sigue agravando, y mi peregrinación por esta
tierra no ha terminado aún, sean cual sean las circunstancias, mi alma se
siente feliz y en paz» [880].
Su
testamento final, su última palabra: su amor
«He aquí, ahora, la última palabra que dejo a las almas, cuyo
representante es usted, como la Santísima Virgen cerca de su hijo Jesús
agonizante: les dejo mi amor. Con este amor, por pequeño que sea, espero saciar
a aquellas almas que quieren hacerse pequeñísimas para venir a Jesús. Eso es lo
que quisiera describir, pero con mi poco talento me faltan las palabras para
hacerlo... » [882].
UN EPÍLOGO SOBRE
LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL HERMANO VAN Y DOS ANEXOS con la cronología de Van y su
genealogía.
En
este epílogo, el Padre Boucher recoge los 9 años siguientes de la vida de Van
que no están recogidos en su Autobiografía,
desde 1950 hasta su muerte el 10 de julio de 1959.
Durante
cuatro años vive en diferentes comunidades redentoristas. En septiembre de
1954, al año siguiente de la división en dos del Vietnam, Van decide regresar
voluntariamente al Vietnam del Norte, formando parte del grupo de valientes que
volvieron allí para ayudar a los católicos que permanecieron en la zona
comunista. A los nueve meses de estar allí, el 7 de mayo de 1955, fue detenido
por la policía comunista, permaneciendo preso durante cuatro años, en durísimas
condiciones, hasta su muerte el 10 de julio de 1959. Tenía 31 años de edad y
apenas 15 como redentorista.
Concluye
con dos anexos con la cronología de Van y su genealogía.
CONCLUSIÓN DE NUESTRA
PRESENTACIÓN
Van
nos ha dejado su amor hecho camino de felicidad en medio de las pruebas y sufrimientos
de la vida, y el cielo nos ha dejado a través del amor de Van, de sus coloquios
con él y de todos sus escritos, el camino abierto a la alegría y la felicidad
en esta tierra y también, y al mismo tiempo, a la santidad, al cielo.
Estoy
convencido de que Van, que tanta facilidad tenía para hacerse amigos, nos
espera para que le descubramos y lo acojamos. Ahora nos toca a nosotros la
aventura de escucharle, conocerle y descubrir su secreto.
Y
en esta misión de Van que el cielo le ha confiado y que está empezando entre
nosotros, de continuar y prolongar en nuestro tiempo la misión de su hermanita
Santa Teresita, nos invita a ayudarle, a que le demos a conocer, para que pueda
realizar esta misión entre nosotros. Él, desde el cielo, nos invita a trabajar
junto a él, junto a Santa Teresita y a todos los santos, con María y con Jesús,
como apóstoles del Amor Misericordioso, para preparar así la prometida llegada
al mundo del esperado Reino del Amor de Jesús.