Son
las doce de la mañana del primer sábado de mayo y no sé qué es más
violento a esta hora: que a una pareja con problemas de fertilidad que
cruza la puerta del hotel Weare
de Madrid le griten desde la calle que está comprando bebés, o que el
plan VIP de subrogación de vientres en Ucrania de la agencia
Surrofamily, que acaba de caer en mis manos, incluya por menos de 60.000
euros la canastilla de bienvenida al crío, una niñera
de 9:00 a 18:00 y un teléfono inteligente de regalo.
Ser una mujer sola, latinoamericana y aún fértil que se pasea callada y curiosa por los stands de Surrofair,
una feria europea de gestación subrogada, me permite no ser blanco de
las manifestantes feministas ni tampoco carnada para ningún vendedor que
quiera ofrecerme la posibilidad de tener un bebé a través del útero de
otra mujer. Así que me muevo con cierta libertad
en medio de estos mundos irreconciliables que chocan ahora mismo dentro
y fuera del hotel cuatro estrellas que muchos ejecutivos eligen cuando
vienen a hacer negocios, muy cerca del estadio del Real Madrid, en una
de las zonas más caras de la ciudad.
El
primero de esos mundos está formado por agencias internacionales de
gestación subrogada y sus potenciales clientes: parejas heterosexuales y
parejas gays en busca del sueño del
bebé propio. El segundo, por colectivos feministas que están
radicalmente en contra y han venido a intentar parar el evento con una
protesta. Salir de un microclima para entrar al otro empieza a tener
mucho de esquizoide.
En
España, en la actualidad hacer contratos de gestación de bebés en
vientres de mujeres que renuncian a ellos a cambio de dinero es ilegal.
Las parejas que pagan por estos servicios
deben hacerlo fuera de su país, de preferencia en Ucrania (el destino
más barato, donde se ofrece todo el proceso a menos de 40.000 euros),
Estados Unidos (el más profesional y caro: puede llegar a costar hasta
200.000 euros) o Canadá (bajo la modalidad de
altruismo, sin pago —pero que es engañosa porque siempre se paga— y
sobre todo lenta). A través de una serie de trámites bilaterales se
podrá traer a los niños de regreso, aunque hay
casos en que se les ha denegado el salvoconducto.
Si
bien lucrar con la gestación y su producto está penado por ley en
España, sí se puede organizar una feria que ofrece estos servicios. Hace
unas semanas, estos mismos colectivos
de mujeres que protestan lograron que el hotel que iba a alojar a la
feria en un inicio cancelara el contrato para evitar escándalos y los
organizadores tuvieron que buscarse otro.
“No hay un solo cartel, están escondidos… por algo será”, dice ahora Alicia Miyares, portavoz del colectivo NoSomosVasijas,
que ha venido a manifestarse junto con la Red Nacional contra el
alquiler de vientres. Para ella, la gente que entra ahora mismo por la
puerta está anteponiendo sus deseos a los derechos humanos. “La
palabra feria
implica mercado y, así como no existe una feria pública de riñones, no
puede haber una feria que comercie con el embarazo, el parto, el cuerpo
de la mujer y el bebé. Los estados democráticos no aprueban la compra y
venta de órganos, y sin embargo, hacerlo
con vientres de mujeres nos parece válido. Hay que mostrar esa
contradicción”, dice.
A su lado, una de las Femen —el colectivo de mujeres feministas célebre por sus acciones de protesta en topless—
lleva la panza pintada con un código de barras.
Surrofair es por dentro como cualquier feria, como la de celulares o la de marihuana, con un montón de stands y
vendedores de risas falsas, salvo que en esta las paredes están llenas
de gigantografías de bebés sonrosados. O de familias o parejas felices
de dientes blancos abrazándose en un prado bajo el sol. También hay una
que otra foto de alguna mujer muy simpática
que se acaricia el vientre, alguien que promete mantener esa sonrisa
cuando el bebé ya no esté más a su lado. Es la gestante. La única
persona a la que uno no puede encontrar por aquí para hacerle una
entrevista. Porque está a miles de kilómetros, en su país
pobre, empollando el huevo de otra mujer.
‘Todo incluido’
Hasta 2015, uno de los destinos más visitados por parejas de todo el mundo que buscaban tener bebés por subrogación era
la India, pero se probó que su
fama de “fábrica de bebés” no era gratuita cuando
salieron a la luz los regímenes de esclavitud en los que vivían las
gestantes: hacinadas en “granjas” durante nueve meses, sin poder salir
ni tener sexo ni estar con sus familias ni comer lo que les provoca;
explotadas muchas veces por sus propios maridos
y por las agencias, a veces recibían una miseria a cambio de parir
hijos de occidentales.
En su libro El ser y la mercancía,
la periodista y escritora sueca Kajsa Ekis Ekman cuenta
que las gestantes llegaban a ser hipnotizadas para no desarrollar el
instinto maternal y se les enseñaba a hablar a sus vientres diciendo:
“Tus padres te esperan”. Desde entonces, el país inició un proceso
para prohibir que un extranjero pudiera contratar
mujeres indias para estos fines.
También México ha dejado de ser el paraíso de los vientres, desde
que una modificación de la ley en Tabasco —durante
años el único estado que permitía la maternidad subrogada— prohíbe
gestar bebés de extranjeros. El 70 por ciento de los “usuarios” eran
parejas homosexuales. La nueva restricción ha traído como consecuencia
que muchos procesos quedaran inconclusos y varios
bebés en el limbo.
Pero
mientras en unos países retrocede, en otros avanza. Como en Grecia y
Ucrania, hoy destinos de preferencia para heterosexuales que no pueden
pagar las fortunas que se demandan
en Norteamérica. A este paso, quizá no esté lejos el día en que haya
granjas de cuerpos embarazados también en países occidentales ricos
—como hay prostíbulos en cualquier esquina—, que se empleen masivamente
en dar hijos a las clases altas locales que padecen
esterilidad. “La humanidad es muy adaptable”, escribe la autora
canadiense Margaret Atwood en El cuento de la criada,
esa gran epopeya contra la maternidad subrogada: “Es sorprendente la
cantidad de cosas a las que llega a acostumbrarse la gente si existe
alguna clase de compensación”.
El
máximo hito del “todo vale”, que supera ya cualquier consideración
bioética, es la historia del millonario japonés Shigeta, que a los 24
años tuvo
16 hijos mediante subrogación en un plazo de dos años,
según él para crearse una base electoral cuando llegara el momento de
lanzarse a la política. Nunca se descartó
que fuera pedófilo o que traficara con niños. Dijo que tendría 15 hijos
al año. Su caso culminó con la prohibición de esta práctica en
Tailandia. Así como hay quienes quieren muchos niños, hay clientes de la
gestación subrogada que han devuelto bebés como
se devuelve una tele nueva que falla, como el caso del bebé con síndrome de down abandonado
con su “madre de alquiler”.
Pero en las fotos de los stands los
bebés sonríen, casi puedes tocar sus tiernas boquitas como se acaricia
un sueño. En general esa es la idea que se desprende de todo esto: aquí
hay gente que puede ayudarlos a cumplir un sueño, uno muy caro.
Cuando
la mercadotecnia de la sensibilidad se pone en marcha es porque hay
grandes sumas de por medio. Y si no, una rápida mirada a los catálogos
arranca de cuajo cualquier romanticismo.
Me paso un buen rato haciendo compendio de citas: “Forma tu familia”,
“Desafiando el destino”, “Exitoso paquete único”, “Todo incluido”,
“Selección de gestantes calificadas”, “Selección de donante minuciosa
con estudio genético muy amplio”, “La genética es
importante para nosotros”, “Nivel de satisfacción del 97 %”, “Más de
7000 bebés nacidos”, “Amplia disponibilidad de donantes y madres
gestantes”, “Paquete ilimitado hasta el nacimiento”…
El
lenguaje comercial no admite dudas de lo que está ocurriendo aquí. En
el último año, la maternidad subrogada se ha convertido en un tema de
moda. Las agencias crecen de manera
proporcional a la cantidad de dinero en juego. Varios famosos han
tenido bebés gracias a la subrogación y se han convertido en sus
portavoces: Nicole Kidman, Sophia Vergara, Robert de Niro, Miguel Bosé o
Sharon Stone. Y ahora Cristiano Ronaldo, que espera
gemelos.
Las
promesas son infinitas: desde elegir el sexo, tener dos a la vez, jugar
con el azar a ver cuál de los dos padres conseguirá la inseminación. Y
aunque suene a eugenesia, también
es una posibilidad optar por el óvulo de una hermana, por ejemplo, para
que todo quede en familia.
Aunque
se cree que a la cabeza de la demanda de subrogación están las parejas
gays —que no quieren compartir la crianza con otra mujer o con una
pareja de mujeres—, en realidad son
el segundo grupo que más requiere este servicio.
El
primer lugar lo ocupan las parejas heterosexuales de clase media y alta
de países ricos que han tratado de tener hijos en los últimos cinco
años y no han podido o no quieren adoptar;
el tercer grupo son hombres solteros y el cuarto mujeres que no quieren
deteriorar sus cuerpos con un embarazo.
En la cola del stand de
la agencia Grace encuentro a una pareja de chico y chica, muy tímidos,
con unos rostros muy dulces y temblorosos. Me cuentan que están aquí
después de años de probar con tratamientos. Prefieren no identificarse:
su larga historia de intentos fallidos ha sido
solo suya hasta ahora y quieren que siga siendo así. Dicen que están
viendo, que primero tienen que conseguir el dinero, que pedirán un
préstamo. Les pregunto si afuera les han gritado que no compren bebés:
“Cada uno con sus ideas”, dice él. “Si estuvieran
en nuestra piel o si alguna persona cercana lo estuviera tal vez lo
comprenderían”, dice ella.
En uno de los stands veo
un cochecito de bebé, justo debajo de una de esas fotografías de
criaturas felices. Pienso por un segundo que es parte del atrezo o que
es un regalo más de la agencia para hacerse competitiva ante sus
rivales, cuando doy un respingo al ver brotar unos pequeños
botines dorados que se mueven caprichosamente. Incluso en ese momento
pienso en que tiene que ser un muñeco.
Me
acerco con pudor, como uno se acerca a los niños de otros. Es un bebé
verdadero. Ese sujeto de derechos del que hablan las feministas de allá
afuera cuando denuncian su objetivización,
su venta. Ese deseado bien para los que están aquí merodeando, esa
virtualidad de la que todo el mundo habla. Está ahí como prueba de
éxito. Esta feria tiene la culpa de que hoy, cada vez que vea a un bebé,
piense en su precio.
Al
rato veo entrar otro cochecito, esta vez doble, con dos gemelas
idénticas. Se abren paso en un pasillo de gente que las mira arrobados,
miradas cómplices de parejas por doquier.
Las lleva su orgulloso padre hasta el stand de
la agencia Neogenia. “Las tuvimos en diciembre y están muy bien”, me
dice, “comen superbién y están muy sanas. Vienen de Ucrania. La verdad
es que estamos encantados. Quisimos venir a saludar”. Él y su esposa se
colocan al lado del logo de la agencia y los
probables futuros padres no se resisten a hacerles fotografías, aunque
esté prohibido. Quizá el año que viene tomen fotos a sus propios hijos
con el nuevo modelo de teléfono que les regalen.
Afuera, la manifestación de mujeres ha sido dispersada por la policía.