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Precursores intelectuales de una derecha católica española

Mon, 28 Sep 2009 16:00:00
 
José Luis Orella / REVISTA ARBIL

CAMINEO.INFO.- La derecha española estaba impregnada en un fuerte tradicionalismo heredado del origen ideológico de los principales intelectuales de la segunda mitad del siglo pasado, como Balmes, Donoso Cortés, Ortí y Lara, Gil Robles y Vázquez de Mella, y del corrimiento hacia posiciones más autoritarias de los discípulos del maurismo político, que provenían del conservadurismo liberal de la Restauración.

Los axiomas principales en que se sustentaba la doctrina tradicionalista eran: Dios existe, Dios ha creado el mundo, Dios hizo la sociedad, Dios hizo al hombre y le dio una naturaleza social [1] Si el hombre era un ser social desde su creación, el principio rousseauniano de un pacto entre seres iguales y libres para obtener más ventajas sería falso. Los principios liberales fundados en el individualismo y el racionalismo serían los causantes de la anarquía política reinante en el siglo pasado y principios del veinte, por intentar variar contra naturam los soportes políticos del Estado, La razón no podía sustituir a la Tradición en la configuración de constituciones y leyes, según creían los intelectuales tradicionalistas. Las instituciones se desarrollaban de acuerdo con sus condiciones naturales, la ley debía representar la continuidad de una serie de costumbres y tradiciones [2] Estas costumbres sumadas a la capacidad de memoria daban lugar a las decisiones más correctas, al guardar las experiencias positivas y rechazar las opciones que habían resultado negativas [3] . Del mismo modo, la sociedad se debía fundamentar en los principios cristianos, ya que la religión resumía los valores de la Tradición al abarcar realidades sociales más alla de las religiosas [4] . Por tanto, la religión Católica era la única que poseía la virtud de la unidad, la estabilidad y la autoridad para establecer la forma sólida de un orden coherente con el ideal tradicionalista [5].

No obstante, el tradicionalismo europeo no era uniforme y planteaba diferencias entre el francés y el español. La principal era la disponibilidad de los legitimistas franceses a una política galicana con respecto a Roma, a pesar de las tendencias ultramontanas defendidas por Feli de Lamennais, en su primera época, y José de Maistre. Ambos apuntaban la existencia de una autoridad moral superior a los poderes terrenales, que estaría representada por el Papa. El cardenal Belarmino vertebraría estas ideas en la teoría de la "potestas indirecta" y Suarez y otros jesuitas del siglo de oro español reforzarían estos argumentos.

Los intelectuales tradicionalistas españoles, apoyados en el tomismo, defenderían la falta de potestad temporal del papado, pero como el poder temporal debía garantizar el bien común de la comunidad y los principios temporales, por su naturaleza, eran inferiores en calidad a los espirituales. El Papa, como cabeza de la Iglesia podía anular la obediencia que los cristianos como ciudadanos debían al poder establecido, si éste conculcaba el fin del bien común.

Este principio sería empleado después por los intelectuales tradicionalistas para movilizar a la masa católica contra unas autoridades republicanas que habían traicionado el ejercicio del poder político.

El tradicionalismo español se vertebró en torno al movimiento carlista en cuanto a sus aspiraciones políticas. Sin embargo, los principales teóricos del tradicionalismo español no fueron miembros de éste movimiento político. Aunque, luego las ideas de éstos fueron requeridas por los carlistas. Los principales son Jaume Balmes (1810-1848) y Juan Donoso Cortés (1809-1853). El primero, clérigo, educado en la Universidad de Cervera, buscó una política conciliadora ente las dos ramas borbónicas para unir a sus partidarios en un movimiento conservador que equilibrase una creciente izquierda social. Su pensamiento era ecléctico, aunque tenía rasgos neotomistas, defendió los valores positivos de un catolicismo progresivo, ajustado sin complejos a la realidad que intentaba empapar y atento a resolver los problemas que esa realidad suscitaba. En concreto el problema social fue subrayado como de principal interés, aunque no acertó a plantear su solución, si remarcó la importancia que iba a tener.

El extremeño Donoso Cortés, fue liberal, pero la revolución de 1848 y la muerte piadosa de su hermano le hicieron convertirse en el paladín del tradicionalismo con una oratoria apasionada. Donoso presentía que el futuro estaba destinado a una lucha apocalíptica entre el socialismo y el catolicismo. No obstante, su doctrina irracionalista encontró el caldo nutricio en el tradicionalismo fideísta de De Maistre y De Bonald, más que en la enseñanza de los autores españoles. La doctrina expuesta por estos dos intelectuales sería continuada por los llamados neocatólicos, Cándido Nocedal, Navarro Villoslada, Gabino Tejado, Ramón Vinader y Aparisi y Guijarro, quienes aunque no consiguieron innovaciones doctrinales, tuvieron una gran labor divulgativa en los medios de prensa. Estos intelectuales a causa de la revolución de 1868 les hizo entrar en el carlismo, donde desarrollaron su pensamiento. No obstante, la mayor parte saldrían del movimiento en 1888 con la escisión integrista.

El ideario que propugnaban era deudor de un fuerte paternalismo hacia la figura del rey con los cuerpos sociales. Navarro Villoslada resumía sus ideas de este modo: "Un hombre que diga al padre de familia; tú eres el rey de tu casa; y al municipio; tú el rey de tu jurisdicción; y a la diputación; tú la reina de la provincia; y a las cortes; yo soy el rey vengan aquí las clases todas de que se componen mi pueblo; el clero, la nobleza, la milicia, el comercio y la industria y la clase más numerosa y necesitada de todas, la clse pobre" [6] . No obstante, Aparisi Guijarro provocó un cambio trascendental al introducir en 1864 el organicismo moderno en su discurso, proveniente de los intelectuales krausistas que defendían un modelo de sociedad que resultaba con coincidencias con el modelo tradicionalista [7] .

Sin embargo, ante la llegada de ideologías centroeuropeas como las krausistas, introducidas en España por Sanz del Rio. Los católicos se vieron en la necesidad de rebatir sus teorías con una praxis coherente y adaptada a las circunstancias. El tradicionalismo fideísta fue desalojado por su falta de pruebas racionales en favor del neotomismo, que había brillado con éxito en Italia, gracias al cardenal Taparelli. En España, será el asturiano Zeferino González O.P. (1831-1894) el introductor del neotomismo junto a sus alfiles Juan Manuel Ortí Lara (1826-1904) y Alejandro Pidal y Mon (1846-1913). Fray Zeferino intentó conciliar la filosofía con la Fe y utilizar un discurso filosófico racionalista contra las ideas derivadas del liberalismo [8] . Incluso al desarrollar la sociabilidad del hombre, preanunció un ideal organicista, que será algo más definido en Ortí Lara. No obstante, éste pensador pasó del integrismo a alfonsinismo práctico y Pidal y Mon, del transacionismo de la Unión Católica al canovismo, integrándose ambos en el sistema restauracionista de corte liberal-conservador.

Del mismo modo, el intelectual más reivindicado por los intelectuales neotradicionalistas de la II República será el historiador Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) quien identificará el catolicismo con la esencia del ser español, desdeñando las diferentes heterodoxias desarrolladas en España, como formas de antiespañas. Sin embargo, el santanderino, como los ejemplos anteriores, nunca militó en el carlismo, sino en la Unión Católica de Pidal y Mon, llegando a ser diputado canovista por Zaragoza en 1891. No obstante, su praxis se asemejaba a la de Vázquez de Mella, el tribuno tradicionalista del carlismo, al defender la unidad del espíritu español dentro de la rica variedad de manifestaciones regionales en una unidad orgánica y viva. Pero el fuerte nacionalismo de Menéndez y Pelayo llevaba a una exaltación nacional cercana al regalismo, frente al universalimo católico. Este hecho le hizo ser criticado por los neotomistas.

Los neotomistas fueron reivindicados por León XIII como la escuela filosófica mejor adaptada para luchar contra las peligrosas tesis que se defendían en la conformación del mundo moderno que se avecinaba. El cardenal de Malinas, Mercier, y los jesuitas Clérissac y Gillet serían quienes desarrollarían el neotomismo del cual beberían los franceses Jaques Maritain, Henry Massis y el español de Orio, Juan Zaragüeta.

En cuanto al carlismo de principios de siglo, Juan Vázquez de Mella (1861-1928) fue el impulsor de un tradicionalismo vertebrado en la Unidad Católica, una monarquía federativa, un administración descentralizada y unos reyes legítimos. El tribuno asturiano defenderá la soberanía social que nacía en la familia y se desarrollaba de forma natural en el municipio; del mismo modo los municipios se agruparían en comarcas y éstas llegarían a la región. Con respecto al Estado, sería una monarquía federativa de cuerpos y clases, en la que cada entidad tendría su propia soberanía subsidiaria, sin interferir en la de los demás. De forma metafórica, Vázquez de Mella decía: "El Estado es el sol y las regiones los astros; el Estado es el río y las regiones las afluentes; el Estado es el vértice de la pirámide y las regiones la base" [9] . No obstante, por discrepancias personales, Vázquez de Mella rompería con D. Jaime en 1919, creando una corriente tradicionalista de signo posibilista que entablaría negociaciones con otras familias de la derecha católica, imbuyendo a ésta de parte del discurso tradicionalista que había estado marginado de las instituciones oficiales.

Sin embargo, el derechismo español que había defendido un discurso vertebrado en torno a la defensa de la Religión Católica y a la Monarquía había intentado evolucionar desde 1919. Los hombres de la ACN de P, liderados por Angel Herrera Oria consiguieron con la unión de cuadros mauristas (grupo de Ossorio y Gallardo), tradicionalistas (escindidos del carlismo con Vázquez de Mella y simistas de Valencia) y el grupo Democracia Cristiana de Severino Aznar y Salvador Minguijón, de origen carlista, formar el Partido Social Popular. Este grupo fue la más genuina experiencia española en semejanza con los partidos católicos europeos del Partido Popolare Italiano y el Zentrum Alemán. En su programa, a parte de inspirarse en el catolicismo social y en la defensa de la instauración de unas instituciones que reflejasen una sociedad orgánica, también captaron, por primera vez, los deseos de descentralización y defensa de las personalidades regionales, que los carlistas habían realizado y el resto de las derechas, por su origen liberal se habían negado a reconocer por ser una afrenta contra la unidad nacional [10] .

Sin embargo, la experiencia de la dictadura primorriverista orientó a muchos teóricos derechistas el camino a seguir, aunque durante la II Republica, criticaron el modo en que actuó aquélla. Para ellos, el primorriverismo había sido una oportunidad perdida, donde el parlamentarismo restauracionista había dado la alternativa a un régimen ejecutivo fuerte, donde un programa de Estado en obras se había estado realizando a través de competentes ingenieros y arquitectos, muchos de los cuales, aparecerían posteriormente en Burgos durante la guerra civil, como Peña Boeuf y Benjumea Burín. No obstante, la dictadura fracasó, la Unión Patriótica no consiguió la adhesión de las capas medias de la población, las élites culturales del país se posicionaron en contra del sistema, y éste fue esteril en la formación de una alternativa ideológica configurada desde el gobierno con poder de atracción. El resultado final fue que su hundimiento trajo consigo la caída de la propia monarquía, que se vio arrastrada por el régimen.

Durante la II República, Eugenio Vegas Latapié, el marqués de Quintanar y Ramiro de Maeztu se dieron cuenta que la derecha monárquica debía plantear una iniciativa ideológica de calidad si se quería conquistar el poder e ilusionar a las élites constructivas del país. En este empeño intelectual nació Acción Española, revista y sociedad cultural, que bebiendo de los “sanos manantiales de la tradición española” pretendía educar a los jóvenes de la elite social en la verdad inspirada en Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Vázquez de Mella. Este grupo, pequeño en número, sus suscriptores no pasaron de 2.500 a 3.000 [11] , fue de una gran calidad, reuniendo en sus páginas colaboraciones de todo el espectro derechista español y de bastantes extranjeros (portugueses, británicos, italianos y franceses, principalmente).

En esta revista, escribieron intelectuales y políticos pertenecientes al monarquismo alfonsino, carlistas, cedistas, falangistas y hombres de Iglesia, pretendiendo formar un amplio abanico metapolítico que educase y formase una élite intelectual que tendría como misión luchar contra las ideas de la Ilustración y la Revolución francesa, de la cual era deudora la Segunda República, con el fin de instaurar un régimen tradicional acorde con el espíritu nacional de España. Entre los más conocidos estaban: Alvaro Alcalá Galiano, Rafael Alcocer, conde de Altares, Juan Antonio Ansaldo, José María de Areilza, Joaquín Arraras, Cristina de Arteaga, Eduardo Aunós, Antonio Bermúdez Cañete, Manuel Bueno, José Calvo Sotelo, Aniceto de Castro Albarrán, Juan de la Cierva, José Corts Grau, marqués de la Eliseda, José Ignacio Escobar, José María Fernández Ladreda, Luis de Galinsoga, Alfonso García Valdecasas, Zacarias García Villada S.J., Ernesto Giménez Caballero, Antonio Goicoechea, Cardenal Gomá, Wenceslao González Oliveros, César González Ruano, José Ibañéz martín, Miguel Herrero García, Pedro Mourlane Michelena, ramiro de Maeztu, Víctor Pradera, Eugenio Montes, Leopoldo Eulogio Palacios, José Pemartín, Mariano Puigdollers, José María Peman, Juan Pujol, marqués de Quintanar, Antonio Rumeu de Armas, Rafael Sánchez Mazas, Enrique Suñer, Marcial Solana, José Luis Vázquez Dodero, Zacarias Vizcarra, Eugenio Vegas Latapie, José Yanguas Messia, Eusebio Zuloaga etc... [12].

Entre los citados anteriormente como parte del elemento humano que colaboraron en la revista, se encontrarán muchos de los que servirían de soporte técnico para el rudimentario Estado nacional. En la Junta Técnica varios presidentes de Comisión serán antiguos colaboradores de Acción Española, como: Joaquín Bau, Andrés Amado y José María Pemán. A parte, la influencia política demostrada fue bastante importante, teniendo en cuenta su exiguo número. La idea de un mando único, aunque surgida de entre las filas de los propios militares, fue ampliamente respaldada por los elementos de Acción Española que influyeron entre los generales monárquicos en favor de la elección del general Franco. Esta medida debía ir unida a otra posterior de signo restauracionista en la persona de Juan de Borbón Battemberg, que fracasó.

En esta línea, uno de los primeros en teorizar sobre una forma de Estado corporativa fue Eduardo Aunós, este ilerdense había sido ministro de Trabajo con el general Primo de Rivera y preconizado un sistema corporativo similar al imperante en Italia. En 1935 publicó un libro titulado La reforma corporativa del Estado, en el cual citaba desde la Carta de Carnaro, escrita por el poeta D´Annunzio en el período de Condottiero de Fiume, hasta la carta de Trabajo de 1927, en la que Alfredo Rocco establecía la modalidad corporativa en la nueva Italia de Mussolini [13] . Para Eduardo Aunós, la sociedad liberal había muerto y las únicas alternativas eran el comunismo y el corporativismo. Este último había sido adoptado con éxito en Portugal, Austria, Italia y Alemania, por tanto, también España debía hacerlo. El corporativismo debía ser la estructura de un Estado contrario al liberalismo y a la democracia parlamentaria, que tuviese su inspiración en la tradición histórica y la moral cristiana. Este orden nuevo establecería la justicia distributiva, más acorde con los principios sobrenaturales del hombre que el igualitarismo marxista [14] .

Entre los monárquicos partidarios de Alfonso XIII, el vasco Ramiro de Maeztu despuntará como uno de sus principales teóricos. Este intelectual había peregrinado desde un liberalismo reformista hacia un corporativismo tradicionalista. Las influencias foráneas principales habían sido de los intelectuales socialistas británicos, que en su vertiente guildista defendían un gremialismo cercano al organicismo. George D.H. Cole fue el más característico de los integrantes de este colectivo, que más influyó en el pensamiento de Maeztu. Cole defendió un gremialismo que significaba una vuelta a una Edad Media idealizada, donde el Estado estaba disminuido a una función meramente de coordinación y donde la sociedad estaba compuesta por organismos totalmente autónomos del poder central [15] .

Este modelo resultaba gemelo del distribucionalismo, sistema orgánico desarrollado por los hermanos Chersterton e Hillary Belloc, intelectuales católicos, conversos los Chersteton, que procedían del liberalismo y el conservadurismo respectivamente. También éllos habían llegado a la conclusión de que la Edad Media había sido una época modélica en las relaciones humanas, que el individualismo radical del liberalismo había roto esa armonía ideal, fomentanto como alternativa un socialismo estatista que minimizaba al hombre. Por lo tanto, la respuesta era una sociedad corporativa semejante a la medieval, pero adaptada a los tiempos modernos. Maeztu también conoció esta versión conservadora del organicismo, aunque se vio más influenciado por la modalidad de Cole.

Al mismo tiempo, Thomas Ernts Hulme le inició en la crítica a la modernidad y le acercó a la necesidad de fomentar los valores clásicos y cristianos. Maeztu ve que el hombre no es la medida del mundo y que desde el renacimiento se ha tendido a una relatividad que había desembocado en un liberalismo que atomizaba el individualismo del hombre y en un socialismo donde imperaba un Estado todopoderoso. Entremedio, el catolicismo con su disciplina moral conseguía sostener el orden social y el gremialismo aprendido de los guildistas propugnaba un sistema alternativo al Estado maximalista y al individualismo radical. Estas ideas las trasmitiría en su libro La Crisis del humanismo que se publicó en plena vorágine de la Primera Guerra Mundial.

Ramiro de Maeztu fue evolucionando hasta acabar como una de las principales plumas de Acción Española, donde su bagaje liberal había desaparecido en beneficio del tradicionalismo, al cual se agarró con la fe del converso. El escritor alavés vio en el tradicionalismo la reserva más pura de los valores cristianos en los cuales se debía identificar el nacionalismo español. Para Maeztu, los tiempos del liberalismo y la democracia habían muerto en 1918, la amenaza de la revolución solo podía ser combatida desde el interior del alma de la nación española expresada en su tradición.

Sin embargo, nunca abandono su concepto de considerarse un intelectual de clase media y a ésta como la columna vertebral de España [16] . Para él la elite intelectual de clase media debía forjar en los valores verdaderos a la élite industrial y ambas aprender de la castrense, que era una escuela de valores cívicos [17] . Nunca consideró que las clases sociales podrían desaparecer, siempre defendió el orden social y su jerarquización y su paulitano radicalismo se vio profundamente influenciado con el creciente temor a una revolución social.

No obstante, el hombre fuerte del monarquismo alfonsino fue sin duda José Calvo Sotelo. Proveniente de una familia de clase media, se integró en los engranajes del funcionariado restauracionista, convirtiéndose en uno de los mejores alumnos del intelectual krausista Gurmersindo de Azcarate. Calvo Sotelo se encuadró en el conservadurismo maurista, siendo favorable a un dirigismo de un ejecutivo fuerte que propugnase el ascenso de España como potencia. Durante la dictadura de Primo de Rivera se convirtió en uno de los ministros estrella del régimen, como responsable de Hacienda, donde planificó la economía española, llegando a nacionalizar la naciente industria del petroleo. Con la instauración de la República se exilió a Francia donde tuvo contactos con elementos galos de Action Francaise que ayudaron en su proceso de radicalización.

Vuelto a España con la amnistía concedía por el gobierno de centroderecha salido de las elecciones de 1933, Calvo Sotelo se fue convirtiendo en un líder de peso en la derecha por su juventud, madurez de pensamiento y lenguaje apasionado. Sin embargo, carecía de un partido político que le recibiese. La CEDA tenía a José María Gil Robles, la pequeña Falange a Jose Antonio Primo de Rivera y Renovación Española a Antonio Goicoechea, donde se integró finalmente junto a un grupo de antiguos ministros primorriveristas. No obstante, Sainz Rodríguez ideó la formación de una coalición de las derechas monárquicas y radicales que estuviesen lideradas por José Calvo Sotelo. Este proyecto fue el Bloque Nacional, que en teoría debía incluir a carlistas, alfonsinos y falangistas. Estos últimos se negaron por el extremado conservadurismo del proyecto, siendo sustituidos por los nacionalistas del cardiólogo Albiñana, un pequeño partido radical favorable a posturas autoritarias y monárquicas. Las otras dos fuerzas boicotearon la coalición impidiendo el trasvase orgánico de militantes para evitar la supremacía de Calvo Sotelo sobre la figura de Goicoechea entre los alfonsinos y la enajenación de sus bases populares a los carlistas.

A pesar de todo, Calvo Sotelo desde la soledad de unas siglas que representaban poco más que un escenario se fue convirtiendo en uno de los líderes más carismáticos y renovadores de la derecha española. La imposibilidad de la CEDA de obtener la jefatura del gobierno por el veto de Alcalá Zamora y la ausencia del parlamento de Goicoechea, cuyo escaño fue impugnado, y la de Fal Conde, dedicado a tareas organizativas de su movimiento, precipitó al pontevedrés a un liderazgo moral de los parlamentarios derechistas. Sus críticas apasionadas en el parlamento, sus artículos en Acción Española y la defensa de un programa alternativo al republicano le convirtieron en uno de los protagonistas del último período de radicalización política de 1936. Su asesinato posterior le alzó por encima de los demás líderes como el martir impecable de una causa que exigiría una cuantiosa cuota de sangre.

La interpretación de la realidad política de Calvo Sotelo era la que provenía de su origen maurista y su experiencia como burócrata y ministro de Primo de Rivera. La necesidad de reconducir los destinos de España desde un ejecutivo fuerte. Sin llegar a la imagen de Estado que tenían los fascistas italianos por la influencia gentiliana. Calvo Sotelo defendía el dirigismo del gobierno en la economía, como coordinador y fomentador de obras públicas e industrias que modernizasen la sociedad española y estuviesen bajo el control del capital nacional y no de compañías privadas extranjeras. Este nacionalismo español, era moderno, aunque deudor de la revolución venida de arriba, que tanto había pretendido el viejo Maura.

De concepciones elitistas, era favorable al dirigismo social protagonizado por una elite moderna, burguesa y emprendedora de pequeños industriales y empresarios. Estas personas son la que debían desarrollar un movimiento moderno y nacionalista similar al fascista, aunque finalmente se dejó llevar por los ímpetus agraristas del resto de las derechas. Esta opinión fue la causa de las críticas de los falangistas a Calvo Sotelo, quienes criticaron su filofascismo proveniente de una interpretación que le asemejaba a los movimientos autoritarios conservadores fascistizados, pero no a los revolucionarios, a los cuales pretendía la Falange de 1936 asimilarse.

Colaborador de Acción Española, apoyó a Eugenio Vegas Latapié y sus amigos en reivindicar una Monarquía tradicionalista y corporativa personalizada en la imagen novedosa de Juan de Borbón y Battenberg, tercer hijo y heredero de Alfonso XIII. Algo que no podían defender los miembros de Renovación Española, leales a la figura del monarca exiliado. Finalmente el programa defendido por Víctor Pradera, vicepresidente del Bloque Nacional, aunaba a carlistas y calvosotelistas en un mismo programa político de instauración de un Estado moderno de raíz tradicionalista. Aunque, el maurismo del gallego le hacía recelar del regionalismo foralista de sus coaligados, más atrevido que la tímida descentralización administrativa pretendida por Calvo Sotelo. En el manifiesto fundacional del Bloque Nacional, el líder gallego se expresaría con unas palabras bastantes clarificadoras: "Persuadidos de la trascendencia histórica de la revolución del 6 de octubre, momentáneamente frustrada, los firmantes de este escrito, sin abandonar la disciplina política de las organizaciones a que en su mayoría pertenecen, han acordado coincidir en una actuación política delimitada por estos dos principios: la afirmación de España unida y en orden, según frase inmortal de Don Fernando el Católico; y la negación del existente Estado Constitucional.... Una España auténtica, fiel a su historia y a su propia imagen: una e indivisible. De aquí la primera línea de nuestro programa de acción: defensa a vida o muerte y exaltación frenética de la unidad española, que la Monarquía y el pueblo labraron juntos a lo largo de quince siglos...

Queremos un Estado integrador que, a diferencia del Estado anárquico actual, imponga su peculiar autoridad sobre todas las clases, sean sociales o económicas... Hay que encuadrar la vida económica en corporaciones profesionales... Esto se logrará cuando la vida del trabajo sea dirigida por un Estado con Unidad moral, Unidad política y Unidad económica... Os proponemos, por tanto, españoles, la constitución de un Bloque Nacional que tenga por objetivo, la conquista del Estado, conquista plena, sin condiciones ni comanditas; por designio, la formación de un Estado Nuevo, con las características ya descritas, las dos esenciales de Unidad de mando y continuidad histórica nacional" [18] .

De forma clara y contundente, Calvo Sotelo expresaba que la izquierda con la revolución de octubre había roto el consenso de convivencia y pretendería una nueva revolución. Como respuesta, la derecha debía unirse en un programa común que subrayase la unidad de España, en todas sus facetas y propugnase la instauración de un nuevo Estado acorde con el espíritu nacional de las tradiciones españolas.

En el campo carlista, Víctor Pradera era el intelectual máximo del tradicionalismo legitimista, como heredero del tribuno Vázquez de Mella. Perteneciente a la generación joven de dirigentes promocionados por el marqués de Cerralbo en su lanzamiento de un nuevo carlismo, el ingeniero navarro había sorprendido gratamente en las Cortes por su inteligencia y defensa de un regionalismo integrador como diputado por Tolosa. Su defensa de la unidad nacional de España le acercó a la derecha maurista, haciendo amistad con el propio Antonio Maura, pero le enfrentó de forma encarnizada al nacionalismo vasco, del cual sería victima en 1936. Participante en el cisma mellista de 1919, Pradera colaboró en los diferentes proyectos que tuviesen como finalidad la coordinación de las diversas derechas españolas ante el peligro revolucionario y separatista. Este intento de labor de síntesis de las derechas españolas le llevó a participar en la formación del Partido Social Popular y en la Asamblea Nacional de Primo de Rivera, aunque en esta última acabaría criticando la política centralizadora del régimen. Durante la II República, se reintegraría a la Comunión Tradicionalista convirtiéndose en su principal teórico, aunque siempre fue un abierto defensor de la unidad de acción de las derechas en un programa mínimo. Con esta finalidad elaboró lo que sería su gran obra El Estado Nuevo, donde describirá la formación de un Estado corporativo fiel a la tradición católica española [19] .

Pradera había reunido en un nacionalismo español moderno, el viejo foralismo que permitía la pluralidad de las personalidades regionales, con el catolicismo social que había modernizado la concepción social del añejo tradicionalismo. Esto no proporcionaba ninguna novedad, pero la importancia de Pradera en la elaboración política del discurso de la derecha, vino de cuando sistematizó todas estas ideas en un programa político para llevar a la práctica y que tanto carlistas, como neotradicionalistas de otros partidos consideraron propio. Su libro ya citado, El Estado Nuevo, fue su obra más preciada recogiendo la visión tomista del hombre y la sociedad, los cuales debían formar una comunidad orgánica, estructurada de forma corporativa para enlazar con la tradición española, por que ese Estado Nuevo que preconizaba, no era más que el viejo Estado establecido por los Reyes Católicos, pero actualizado a nuestros días, con las añadiencias pertinentes [20] .

El Estado Nuevo de Pradera debía estar formado por unas Cortes corporativas compuestas por tantas secciones como clases económicas del Estado -todas con la misma representatividad para evitar el dominio numérico de una sobre las demás- el total seis: Agricultura, Comercio, Industria, propiedad, Trabajo manual y Trabajo profesional. Las regiones, por sus diferentes personalidades deberían tener sus representantes en las Cortes. Del mismo modo, los Cuerpos del Estado, que más que defender intereses propios al estar agrupados en una sección promoverían el interés público. La sección de los Cuerpos del Estado procederían del Clero, magistratura, Aristocracia, Diplomacia, Ejército y Armada. En otra sección se englobarían los cuerpos nacionales y corporaciones que no afectaban a clase alguna en particular, ni directamente al Estado, representarían a entidades morales, intelectuales o económicas existentes o que surgiesen según las necesidades de la sociedad. En definitiva, nueve secciones, de ellas seis económicas, una regional, una de Cuerpos del Estado y otra de Cuerpos Nacionales y Corporaciones.

Las Cortes orgánicas ideadas por Víctor Pradera se compondrían de cuatrocientos diputados, a cincuenta por sección, en cuanto a la sección de Cuerpos del Estado, por su especial composición, se repartirían los cincuenta de forma alícuota, a diez por cuerpo. La última, según los cuerpos que la llegasen a formar, irían alcanzando una representación similar al resto de las secciones [21] .

La característica más original de estas Cortes corporativas la puso Pradera en la forma de hacer las deliberaciones. Como una de las acusaciones a los parlamentos democráticos era la pérdida de tiempo que ocasionaban entre exposiciones, deliberaciones y contrarréplicas. Las Cortes del nuevo Estado debían entregar los diversos problemas a las secciones correspondientes según su especialidad. De este modo, la propuesta era examinada únicamente por cincuenta diputados, tras llegar a una propuesta de consenso, sólo se necesitaría un portavoz para exponerla al ejecutivo. En las Cortes sólo se expondrían nueve discursos con sus réplicas de parte de los responsables gubernativos, reduciéndose de forma sustancial el tiempo gastado en el legislativo.

Este Estado respondía según Pradera, a la modernidad acorde con los tiempos por su composición orgánica. Pero a su vez respiraba la herencia tradicionalista al posibilitar la representatividad de la pluralidad regional, en virtud de los antiguos reinos y las corporaciones, herederas de los antiguos gremios.

En el falangismo, la formación de una modalidad de Estado no estaba tan madura como en otras fuerzas políticas, por el carácter novedoso del nacionalsindicalismo y la juventud de sus dirigentes, que nos les dio tiempo, más que a dejar unos bocetos ideológicos de lo que debía ser su movimiento, pero sin poder concretar al detalle un programa de un futuro Estado nacionalsindicalista. Aunque, Ramiro Ledesma Ramos exculpaba la ausencia de elaboración teórica en la necesidad inmediata de vigorizar la conciencia nacional española, para reclutar en la sociedad, esa élite juvenil que condujese a España a un Estado corporativo o nacionalsindicalista. España, según interpretación del pensador zamorano, necesitaba una acción briosa de su gente, más que elaboraciones intelectuales. Para realizar esa acción debía preparar a la sociedad para que alcanzase ese grado de mística nacionalista que le llevase a la revolución totalitaria forjadora de un Estado nacionalsindicalista [22] .

Sin embargo, el vallisoletano Onésimo Redondo, cofundador de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) con Ramiro Ledesma Ramos, ya indicaba que el nacionalismo español, propugnado por el nacionalsindicalismo no debía ser ni monárquico, ni antimonárquico, ni confesional, ni antirreligioso [23] , algo que marcaba diferencias con respecto a los movimientos derechistas, claramente monárquicos en el caso carlista y alfonsino y significativamente católicos ambos junto al cedismo posibilista. Para Onésimo la modalidad de Estado producía una ruptura social innecesaria y en cuanto a la confesionalidad, no se podía admitir ésta, si se quería recuperar a la clase obrera para una finalidad nacional. Aunque, se defendía la catolicidad del pueblo español, porque era algo substancial y determinante en su ser patriótico.

No obstante, el líder indiscutible del movimiento falangista sería José Antonio Primo de Rivera, hijo del antiguo dictador, quien había entrado en política para defender la meoria de su padre. José Antonio, no llegó tampoco a precisar de una forma detallada que debía ser el futuro Estado falangista, pero entre su oratoria apasionada encontramos referencias que nos enmarcan en ese tercerismo buscado entre el capitalismo y el socialismo. En marzo de 1933, antes de la fundación de Falange, José Antonio se explicaba así: "venía a combatir por algo más grande y permanente: la formación de un nuevo Estado, gremial, sindical y corporativo, conciliados de la producción y del trabajo y con seriedad bastante en su estructuración y en sus masas para contener el avance de las propagandas y de los procedimientos disolventes que, a nuestro juicio, representa el marxismo en todas sus formas, según se ésta comprobando desgraciadamente en España" [24] .

Con respecto a la CEDA, el partido mayoritario de la derecha católica en el período de la II República, su líder José María Gil Robles, había definido al liberalismo como la principal causa de la decadencia social en su tesis de 1922 El derecho y el Estado y el Estado y el derecho, hijo de uno de los principales doctrinarios del tradicionalismo carlista de principios de siglo, Enrique Gil Robles. El salmantino José María Gil Robles, fue apadrinado por el ganadero integrista Lammamie de Clairac, por tanto era difícil esperar que José María Gil Robles defendiese una posición favorable al liberalismo.

No obstante, su formación pasó por la ACN de P e inició sus armas políticas como activista del PSP, donde se dio a conocer. Sin embargo, sería durante la II República cuando Angel Herrera Oria le catapultó a la fama pública, encargándole el liderato de la derecha católica española y la reconquista de España. Después del fracaso estrepitoso de 1931, Gil Robles consiguió aunar en torno a Acción Popular a la mayor parte de agrupaciones derechistas existentes en el territorio nacional, formando la CEDA. Esta confederación aglutinó el catolicismo social y se convirtió en 1933 en la primera fuerza parlamentaria del país. De este modo, Gil Robles pasó a ser el principal portavoz de los católicos en el parlamento republicano y el líder político sin discusión de este espectro sociológico.

El modelo social que propugnaba el salmantino era el desarrollado por el catolicismo social. Gil Robles había defendido la fórmula corporativa, como una finalidad futurible, que se daría cuando la sociedad española se fuese otorgando de forma progresiva una modalidad orgánica, a través del asociacionismo católico social, pero siempre que fuese de abajo arriba [25] . En un principio, como partido con posibilidad de gobernar, los puntos mínimos de convergencia con el resto de las derechas eran la defensa de la Religión, la familia, el orden social y la propiedad. Sin embargo, le diferenciaba de éstas su accidentalismo, al creer que la defensa de la monarquía o la república resultaba superficial y dividía la opinión social. Además, como herencia de su antecesor el Partido Social Popular de los años veinte, defendía un regionalismo descentralizado, alejado del unitarismo liberalconservador [26] . Sin embargo, en su proyecto cultural la CEDA fracasó, resultando su Revista de Estudios Hispánicos un remedo sin personalidad de Acción Española de la cual procedían muchos colaboradores y siéndole imposible crear un discurso político diferente al tradicionalista divulgado por los monárquicos [27] . En definitiva, excepto por el pragmatismo marcado en la acción política por el propio Gil Robles, a nivel teórico, la concepción del mundo defendida por los hombres de la CEDA y los del tradicionalismo carlista o alfonsino era prácticamente el mismo, salvo la referencia al sistema monárquico, substancial en éstos últimos.

·- ·-· -······-·

José Luis Orella

[1] Osés Gorraiz, J.M. "Las ideas políticas de José de Maistre" en Arbor (agosto 1993) nº 572, pág. 13

[2] Gettell, R.G., 1930, pág. 154

[3] Tönnies, F., 1972, págs. 124-127

[4] Osés Gorraiz, J.M. O.C. pág. 17

[5] Gettell, R.G., 1930. pág. 155

[6] Rodezno, conde de, 1932, pág. 74

[7] Fernández de la Mora, G., 1985, págs, 14-30

[8] Sánchez de Muniain, J.M., 1956, págs. 488-496

González, A. "Tradición y modernidad en el pensamiento filosófico de Fray Zeferino González" en Revista de Estudios Políticos nº 202, págs. 105-204
Gil Cremades, J.J., 1969, págs. 165-192
[9] Vázquez de Mella, J., 1946, págs. 120-121

[10] Para ampliar el tema sobre la experiencia del PSP, la tesis ya conocida de Alzaga, O, 1973, La Primera Democracia Cristiana en España,.

[11] Vegas Latapie, E, 1987, pág. 256

[12] Morodo, R. 1984, pág s. 71-72

[13] Aunós, E, 1935, págs. 248-256

[14] Aunós, E, 1935, pág. 256

[15] Fernández de la Mora, G. en "El socialismo gremial de Cole" en Razón Española nº 51, 1992, págs. 19-30

[16] "El oro santo" en El Sol del 10/VIII/1926

[17] "El valor de la muerte" en El Sol del 6/VI/1923

[18] Morodo, R., 1984, págs. 133-134

[19] Para ampliar cualquier referencia sobre el pensamiento de Víctor Pradera, la tesis inédita del autor, Víctor Pradera y la derecha Católica Española, Universidad de Deusto, 1994.

[20] Pradera, V., 1937, págs. 307-323 y 398

[21] Pradera, V., 1937, pág. 318

[22] Ledesma Ramos, R. "Hacia el sindicalismo nacional de las Jons" en Aparicio, J., 1939, págs. 46-53

[23] Redondo, O., 1939, págs. 38-42

[24] Martínez Gifre, Fr., 1974, pág. 38

[25] Gil Robles, J.M., 1968, pág. 198

[26] Gil Robles, J.M., 1968, págs. 810 y 821

[27] González Cuevas, P.C., 1998, págs. 285-286







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