Siempre que cada año inicia el
tiempo de la Cuaresma, es ocasión oportuna para dirigir de manera especialísima
nuestra atención, con la mente, el corazón y el espíritu, hacia Dios Padre que
nos creó y hacia Jesús que nos salva. Es un tiempo que la Iglesia fijó en un
periodo de cuarenta días que sirven de preparación para celebrar el momento de
nuestra salvación que nos vino gracias a la Pasión, muerte y Resurrección del
Señor.
En su Mensaje
para la Cuaresma de 2017, en el que, bajo el título “La Palabra es un don. El
otro es un don”, el papa Francisco explica que “La Cuaresma es un nuevo
comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de
Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos
siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver
a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida
mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que
nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que
volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar”.
Este tiempo litúrgico no se limita a
dirigir nuestra atención, con la mente, el corazón y el espíritu, hacia Dios,
sino que también nos mueve a poner nuestra atención en los demás, especialmente
en los más pequeños y necesitados, como también lo refiere en su Mensaje, el
Papa: “La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu
a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y
la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se
nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia” y agrega que “la
Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y
reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los
encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece
acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para
acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil”.
¡Cuántas veces hemos dicho que si
todos hiciéramos el bien venceríamos al mal y los desterraríamos de nuestro
mundo! pero nos lamentamos, ¡también cuántas veces!, al comprobar que no lo
logramos. ¿Cuál es la causa de este mal que nos lo impide…? Francisco lo
destapa en su Mensaje: “El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de
todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la
corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a
dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico. En lugar de ser un
instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con
los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica
egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz” y luego explica que “el
verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a
la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto
a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de
suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios.
Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón
al don del hermano.
El
Mensaje para la Cuaresma de 2017 concluye con esta exhortación: “El Señor -que
en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador-
nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un
verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios,
ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los
hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta
renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones
de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la
cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para
que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a
los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de
la alegría de la Pascua”.
Durante
esta Cuaresma, dirijamos nuestra atención a Dios, y nuestra mirada hacia los
más pequeños y necesitados de entre nosotros, a quienes bien conocemos.