Ellos son, como muchos en Guerrero, hombres de aspecto duro, aunque de una dureza que sólo es exterior. Hacia adentro son de corazón suave, sencillo, amable. Nacieron, crecieron, se criaron en Taxco de Alarcón, el tradicional pueblo minero reconocido por la exquisita manera en que sus artesanos le dan forma a la plata.
Una vez al año la vida de estos pobladores da un giro durante una semana. De las semanas de un año, 51 transcurren en espera de esta particular semana que hace que calles, callejuelas y plazas de Taxco, revestidas todas de piedras de río, se vean invadidas de peregrinos devotos, también de turistas curiosos. Es la Semana Santa. Difícil nacer en Taxco y no participar de estas celebraciones de fe que dan razón a su vida, a su manera de vivirla, a su anhelo de terminarla en serenidad muriendo en Dios.
Conozco a muchos de estos hombres de Taxco, los conozco por su nombre y así les llamo, conozco a sus esposas y a sus hijos. También sé de sus sueños y anhelos, de sus penas y tristezas, de sus promesas y esperanzas, pero sobre todo, y sin mérito mío, he llegado a formar parte de sus tradiciones y devociones, de sus manifestaciones de fe, de su experiencia de lo sagrado, de su amor a Dios, de su imitación de Cristo y de su devoción a su Virgen Madre.
La manera en la que mis hermanos taxqueños celebran la Semana Santa es única en el mundo; se les quieren asemejar un poco las hermandades y cofradías españolas, pero no es igual. España posee esta riqueza devocional que se expresa con particular belleza en las procesiones que forman ríos humanos por calles españolas. Taxco es diferente…
En Taxco las hermandades son de penitentes. Es decir, hacen penitencias. Son ofrendas de vida, son dones de sangre que ofrecen por ellos, por sus familias, por su ciudad, para que baje el precio de la plata, para que disminuya la violencia en México, para que cesen los abortos de niños inocentes, por la paz en el mundo, por los cristianos perseguidos en Oriente Medio, por el bien de la humanidad…
Es por el modo penitencial que se les identifica como Encruzados, Flagelantes, Mujeres encorvadas y Ánimas. Todos son penitentes, todos ofrecen su vida a Dios.
Los encruzados cargan sobre sus espaldas 40 kilos de varas atadas de zarza espinosa. Los flagelantes, que cargan una cruz al frente, se aplican una "disciplina" elaborada por ellos mismos con un grueso cordón que en cada uno de sus dos extremos tiene plomo para dar contundencia a los azotes y varias puntas de acero que impactando sobre la espalda hacen brotar la sangre. Ambos visten un faldón de tela negra y un "capirote" que les cubre cabeza y rostro. Sus pies van descalzos, su torso desnudo. El rostro se mantiene oculto para proteger la humildad y el anonimato que acompañan al ejercicio penitencial. Ninguno de ellos pretende lucirse, no son actores que conforman un espectáculo, son cristianos, fieles devotos que no han encontrado cosa mejor que ofrecerle nuestro Señor que intentar imitarlo en su Pasión dolorosa.
Las mujeres visten un largo vestido que las cubre desde el cuello hasta los pies que van atados por los tobillos a una pesada cadena. El "capirote" sólo deja entrever sus grandes pestañas que adornan a sus ocultas miradas. Su penitencia es caminar en las procesiones siempre encorvadas hacia adelante contemplando con ternura a un crucifijo que sostienen dulcemente entre sus brazos fuertes.
Las Ánimas son niñas. Ellas ofrecen su inocencia cubierta por túnicas blancas con bordes dorados, los piecitos con sandalias también blancas. En sus espaldas llevan alas de querubines, serafines, ángeles y arcángeles, las manos juntas sobre su pecho, en oración. Ellas sonríen, es parte de su ofrenda inocente para el Señor.
El sol de Taxco es brillante, cálido, intenso. A las piedras que revisten las calles las baña con un calor fortísimo hasta casi hacerlas arder… Los pies descalzos de los penitentes intentan soportar el ardor caliente; un poco de agua sobre la calle sería un alivio pero ellos lo soportan en nombre de Dios y para Dios.
-Nuestro Señor Jesucristo sufrió esto y más por todos nosotros, esto no es nada, Él nos entregó su vida toda, clavado en la cruz. Me dijeron un día…
La incomprensión de los no creyentes, pero más la de los creyentes, eso sí les duele a mis hermanos penitentes de Taxco desde hace ya más de 400 años, desde 1598, incomprensión que no detiene su religiosidad, su vivencia de fe y su agradecido amor a Dios.