Hace varios años me gustaba ir a cenar a un restaurante de Roma, de muy buen sazón italiano, cerca del Vaticano y de la Vía Aurelia, frente a la Villa Carpegna, pero aunque me deleitaba su cocina romana, no soportaba su nombre: "Ai Due Papi" que significa "A los dos papas".
Como es tradicional en Roma, el ristorante lo atendía una familia, los hijos eran los meseros, la señora estaba en la caja y el señor supervisaba a todos. Él ya era grande y usaba un bastón porque padecía de gota. Una noche me animé a expresarle mi complacencia y también mi malestar.
-Su menú es exquisito, Bocatto di cardinale, pero… ¿Cómo es posible que su restaurante tenga este nombre? En la Iglesia solamente hay un papa y con uno es suficiente, ya tuvimos bastante con los de Avignon. Cualquier otra cosa es una infidelidad a la Sede Apostólica. Le dije de buena manera.
Entonces él me pidió que lo acompañara afuera, a la calle, y aunque pensé que me iba a echar de allí, lo seguí. Luego me condujo hasta la esquina y me mostró las placas de las dos calles que allí confluyen. Eran dos nombres de papas. Ambos nos soltamos a reír. Era el año de 1994.
¿Quién me iba a decir que 20 años después yo mismo sería testigo de la renuncia de un papa, de la elección de otro en vida del primero, y que viviría mi fe en la Iglesia católica con dos papas –precisamente como el nombre de aquel ristorante- uno emérito y el otro en funciones…? Además, ambos viven en Roma, en el Vaticano, ambos pasan el verano en Castelgandolfo y ambos cruzaron la Puerta Santa al iniciar el Año de la Misericordia.
Hay que reconocer que esto de tener dos papas es un asunto novedoso, y que aunque Benedicto XVI se mantiene en silencio, como prometió, a muchos se nos antoja que no deja de tener influencia, si no en la administración, sí en Doctrina y en Teología. De otra manera -nos parece- sería un desperdicio de teología y de experiencia relegadas a un silencio que hasta parece castigo. ¿Lo consulta Francisco, eventualmente, de alguna manera? Si no lo hace, reitero, se está desperdiciando a uno de los más grandes teólogos del siglo XX además de la experiencia de ocho años de conducir la barca de Pedro en momentos de tormenta.
Estos sentimientos que hoy comparto son también los de muchos católicos, como yo, que solemos mirar más allá del aspecto del Papa, de sus modos, de sus formas, de sus expresiones, de sus gestos, porque a quien vemos en él es al Vicario de Cristo en la tierra, por lo que, a casi tres años de vigencia del pontificado de Francisco, no dejamos de hacernos muchas preguntas en torno a esto de tener dos papas en Roma, aunque uno se diga emérito.
Es innegable que la renuncia del papa Benedicto inspiró diversas teorías. La más extendida sostiene que su renuncia es inválida porque no renunció libremente sino obligado, aunque él mismo haya expresado que renunciaba en plena libertad, y que si la renuncia de Benedicto es inválida, entonces el pontificado de Francisco no es canónico y por lo tanto es un papa ilegítimo; pero ahora, al verlo cansado, anciano y endeble, mucho más que aquel 11 de febrero de 2013 cuando anunció su deseo de renunciar, consideramos su responsable decisión.
Otros se preguntan si acaso el papa Ratzinger hubiese renunciado de saber que su sucesor sería el cardenal Bergoglio o si hubiese conocido de su intento de pasar por sobre la Sagrada Escritura para liberar la prohibición de recibir la Eucaristía a los esposos en segundas nupcias. Es seguro que el Guardián de la Fe del pontificado de Juan Pablo II no hubiese permitido una cosa así, sin embargo, es claro que no ha dicho una palabra en torno al asunto, al menos no de viva voz, pues sería contraponerse al papa Francisco con el riesgo de provocar un cisma. Es posible, entonces, que el Papa Emérito esté optando por un mal menor que consiste en guardar silencio, aunque él sepa que se pierden muchas almas, pues comulgar en pecado se traduce en condenación eterna.
Una expresión que ya corre por los pasillos del Vaticano y que se gestó desde el seno de la Curia Romana -que atraviesa por una reforma emprendida por el papa Francisco- define esta realidad, presente en la Sede de Pedro, con estas palabras : "En su deseo de acercar a los alejados, parece ser que el Papa Francisco está alejando a los cercanos".