En este tiempo de Navidad, en el que ricos y pobres se arrodillan ante un pesebre para adorar al Niño recién nacido, en memorial de aquella noche en la que humildes pastores platicaron con ángeles, una Virgen daba a luz y un carpintero recibía como hijo suyo al Hijo de Dios, nos vienen más que bien las palabras sencillas de santa Teresa del Niño Jesús, la pequeña monja Carmelita, que desde su convento de Lisieux quiso compartirnos esto que ella logró comprender: "Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Y como yo soy una de ellas, una mañana, durante la acción de gracias, Jesús me inspiró un medio muy sencillo de cumplir mi misión. Me hizo comprender estas palabras del Cantar de los Cantares: -Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes". En efecto, la Palabra eterna de Dios se encarnó para venir a nuestro mundo y, desde aquí, atraernos hacia la presencia del Padre celestial para la eternidad de la Gracia.
La Navidad, fiesta de quienes creemos en Cristo y fiesta para los que en él creemos, sólo puede ser vivida desde la sencillez del corazón. Es la humildad que proporciona la grandeza de la fe lo que permite conocer, aunque sin comprenderlo, este misterio. San Agustín, así lo afirma: "No te resulte extraño, alma incrédula, quienquiera que seas; no te parezca imposible que una virgen dé a luz y permanezca siendo virgen. Comprende que es Dios quien ha nacido y no te extrañará el parto de una virgen".
Sin saber cómo, podemos comprender que Dios ha nacido hombre, y aunque el fulgor de su natividad aun no lo capta del todo la mirada de nuestra mente, el milagro de la Navidad consiste en que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Quién puede entender este milagro? Nadie. ¿Quién puede saber de él? Todos los hombres de buena voluntad, los que aman al Niño de Belén y se dejan amar por él. Amar y ser amados: eso es Navidad.
San Agustín comenta así, para nosotros, este misterio: "¡Cuán grande era el que estaba allí! Y, a pesar de ser tan grande, ¡qué pequeño se había hecho! Hecho pequeño, buscaba a los pequeños. ¿Qué significa este buscar a los pequeños? Convocaba no a los soberbios u orgullosos, sino a los humildes y mansos. Se dignó ser colocado en un pesebre" luego nos invita: "Alabemos, amemos y adoremos este nacimiento, cuya fecha celebramos hoy; el nacimiento por el que se dignó venir a través de Israel y hacerse Dios con nosotros en la debilidad de la carne, pero no en la maldad del corazón, acercándose a nosotros por medio de lo que tomó de nosotros y liberándonos por lo suyo en que permaneció" y nos guía hacia la esperanza para nuestros tiempos por venir: "En el día de hoy comienzan a crecer los días. Cree en Cristo, y el día crecerá en ti. ¿Has creído ya? Ha amanecido el día. ¿Estás ya bautizado? Cristo ha nacido ya en tu corazón. Pero ¿acaso Cristo permaneció tal cual nació? Creció, llegó a la madurez, pero no declinó a la vejez. Crezca, pues, tu fe, robustézcase, ignore la vejez. Así pertenecerás a Cristo, el Hijo de Dios, la Palabra que estaba al principio junto a Dios, la Palabra que es Dios; pero la Palabra hecha carne para habitar entre nosotros. La majestad se ocultaba donde se mostraba la debilidad. Simeón tomó en sus manos la debilidad, pero reconoció dentro la majestad. Que nadie desprecie al que ha nacido si quiere renacer él. A él le correspondió el nacer por nosotros; a nosotros, el renacer en él".
Este es el milagro de la Navidad, sabernos amados por Dios y saber amar a Dios. Así lo explica el maestro de san Agustín, san Ambrosio, quien desde su sede espiscopal, en Milán, trae hasta nuestros días la explicación de este infinito misterio de ternura divina: "¡Maravilloso intercambio!Él, niño de pecho, para que tú puedas ser un hombre perfecto; Él, envuelto en pañales, para que tú quedes libre del lazo de la muerte; Él, en el pesebre, para que tú puedas estar cerca del altar; en la tierra para que tú puedas vivir sobre las estrellas.Él, un esclavo, para que nosotros seamos hijos de Dios. ¡Qué increíble valor debe tener nuestra vida para que Dios venga a vivirla de tal manera!Pero ¡qué increíble amor para quererlo hacer! Hoy, cerca de la cueva de Belén, no es día de decir: -Dios mío, te quiero. Es el día de asombrarse diciendo: ¡Dios mío, cómo me quieres Tú, a mí!".