Marzo es el mes dedicado a San José, esposo de la Virgen María y Custodio del Redentor, ocasión propicia para replantearnos la pregunta de siglos hacia la edad de este grande santo. Pocas fuentes informativas hablan de San José. Los evangelios canónicos no mencionan su edad, y algunos evangelios apócrifos lo presentan joven en tanto que otros lo muestran anciano y viudo.
Una fuente confiable podría ser la beata Ana Catalina Emmerich, quien refiere, a partir de sus visiones y revelaciones, que San José podría haber contado con 30 años de edad cuando conoció a su esposa.
Ana Catalina describe que el padre de San José se llamaba Jacob, que él era el tercero de seis hermanos y que su familia residía cerca de Belén. José era muy distinto a sus hermanos, muy inteligente, y aprendía todo muy fácilmente, a pesar de ser sencillo, apacible, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos lo hacían víctima de travesuras y a veces lo maltrataban.
Desde los ocho años rezaba de rodillas y con los brazos extendidos, pero a sus padres no les parecía que amara tanto la oración y no le mostraban mucho cariño.
A los doce años solía acudir con unas piadosas mujeres de la comunidad de los esenios para rezar con ellas y para librarse de las persecuciones de sus hermanos. También iba con un viejo carpintero, que tenía su taller en la vecindad de los esenios, para aprender ese oficio, en el que progresaba fácilmente porque había estudiado algo de geometría y dibujo bajo su preceptor.
Las molestias de sus hermanos le hicieron imposible la convivencia y tuvo que dejar la casa paterna alrededor de los 19 años.
Primero trabajó en casa de un carpintero pobre de Libona con largos trozos de madera que formaban marcos para incrustar tabiques. José era piadoso, sencillo y bueno y todos lo querían.
Luego trabajó en Taanac, cerca de Megido, con un patrón rico, donde se hacían trabajos más finos. A la edad de 30 años trabajaba en Tiberíades para otro patrón. Sus padres ya habían muerto en Belén, donde aún residían dos de sus hermanos.
Un día, mientras oraba por la pronta venida del Mesías, se le apareció un ángel que le ordenó ir al Templo de Jerusalén para convertirse, en virtud de una orden venida de lo Alto, en el esposo de la Virgen Santísima.
La Virgen María vivía en el Templo con otras jóvenes ocupadas en bordar, en tejer y en labores para las colgaduras del Templo y las vestiduras sacerdotales. También limpiaban las vestiduras y otros objetos destinados al culto divino. Cuando llegaban a la mayoría de edad, se las casaba. Cuando María tenía catorce años, su madre, santa Ana, la visitó en el Templo para anunciarle que debía casarse.
Los sacerdotes enviaron mensajeros a todas las regiones del país convocando al Templo a todos los hombres de la raza de David que no estaban casados. Los sacerdotes buscaron en los registros de las familias, y hallaron la indicación de seis hermanos que habitaban en Belén, uno de los cuales era desconocido y andaba ausente desde hacía tiempo. Buscaron el domicilio de José, descubriéndolo a poca distancia de Samaria, en un lugar situado cerca de un riachuelo. Habitaba a la orilla del río y trabajaba bajo las órdenes de un carpintero.
Obedeciendo a las órdenes del Sumo Sacerdote, acudió José a Jerusalén y se presentó en el Templo. Mientras oraban y ofrecían sacrificio pusiéronle también en las manos una vara, y en el momento en que él se disponía a dejarla sobre el altar, delante del Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca, semejante a una azucena. Así se supo que él era el hombre designado por Dios para ser el prometido de María.
Las bodas de María y José fueron solemnes y suntuosas, duraron de seis a siete días, y se celebraron en Jerusalén en una casa situada cerca de la montaña de Sión que se alquilaba a menudo para ocasiones semejantes.
Terminadas las bodas, se volvió Ana a Nazaret, y María partió también en compañía de varias vírgenes que habían dejado el Templo al mismo tiempo que ella. María hacía el viaje a pie. Después de las bodas, José había ido a Belén para ordenar algunos asuntos de familia. Más tarde se trasladó a Nazaret.
Así comenzaba apenas el ministerio del gran San José, el carpintero fuerte que formaría a Jesús con su propio testimonio de vida y que lo protegería desde antes de nacer, el hombre que creyó en el Salvador desde antes de que naciera en nuestro mundo.