Ha concluido la catequesis del Papa sobre el sentido y el valor de la vejez
(23-III al 24-VIII-2022). Quiso “animar a todos a invertir pensamientos
y afectos en los dones que ella trae consigo y para las otras edades de
la vida” (23-III-2022); pues, en efecto, la ancianidad es un don y
bendición divinos (*).Los ancianos, maestros de sabiduríaFrancisco señaló que en la cultura dominante, “los ancianos son
poco valorados,
en su calidad espiritual, su sentido comunitario, su madurez y
sabiduría. Y esto, a los ojos del Papa, implica un “vacío de
pensamiento, imaginación, creatividad” (Ibid.).
Insistió en que sin el diálogo entre generaciones tenemos “
una sociedad estéril, sin futuro, una sociedad que no mira al horizonte, sino que se mira a sí misma” (2-II-2022).
A
los ancianos les dijo: “Tenéis la responsabilidad de denunciar la
corrupción humana en la que vivimos y en la que continúa esa forma de
vida del relativismo, totalmente relativa, como si todo fuera lícito.
Adelante.
El mundo precisa, necesita jóvenes fuertes, que salgan adelante, y viejos sabios” (Ibid.).
A
los demás, les recordó su deber de proteger a los ancianos y de educar
en el cuidado de la ancianidad. A propósito del cuarto mandamiento ”
honrar padre y madre”
, señaló: “El honor falta cuando el exceso de confianza, en vez de
manifestarse como delicadeza y cariño, ternura y respeto, se convierte
en rudeza y prevaricación. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso
castigada, como si fuera una falta. Cuando el desconcierto y la
confusión se convierten en ocasión para la burla y la agresión”
(23-II-2022).
La fe vivida, herencia de la ancianidadCon
el ejemplo del viejo Eleazar (cf. 2 M, 18 ss.) indicó que “la práctica
de la fe no es el símbolo de nuestra debilidad, sino el signo de su
fortaleza” (
Audiencia general, 4-V-2022.). Y por eso: “Demostraremos, con toda humildad y firmeza, precisamente en nuestra vejez, que
creer no es algo ‘para viejos’, sino algo vital. Creer en el Espíritu Santo, que h
ace nuevas todas las cosas, y con mucho gusto nos ayudará” (Ibid.). La fe vivida es herencia de la ancianidad.
“Los
ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los que viven otras edades
de la vida que todos necesitamos abandonarnos en el Señor, para invocar
su ayuda. En ese sentido, t
odos tenemos que aprender de la vejez:
sí, hay un don en ser viejo entendido como abandonarse al cuidado de
los demás, comenzando por el mismo Dios” (Ibid). De ahí surge un
“magisterio de la fragilidad”: no esconder las debilidades de la vejez es una lección de los ancianos para todos.
En
el evangelio de san Juan, Nicodemo le pregunta a Jesús: ¿cómo puede uno
nacer siendo ya viejo?» (Jn 3,4). Y Jesús le explica que la vejez es
oportunidad para renacer espiritualmente y aportar un mensaje de futuro, misericordia y sabiduría (cf.
Audiencia general, 8-VI-2022).
Hoy, dice el Papa, “la vejez es un tiempo especial para disolver el
futuro de la ilusión tecnocrática de la supervivencia biológica y
robótica, pero sobre todo porque se abre a la ternura del vientre
creador y generador de Dios” (Ibid.).
Y así enseña: “Los viejos son los
mensajeros del futuro, los viejos son los
mensajeros de la ternura, los viejos son los
mensajeros de la sabiduría de una vida vivida” (Ibid.).
Aceptación de los límites y espíritu de servicio
A partir del relato de la sanación de la suegra de Simón (cf. Mc 1,
29-31), considera Francisco: “Cuando eres anciano, ya no mandas sobre tu
cuerpo. Es necesario
aprender a aceptar los propios límites, lo que ya no podemos hacer (cf.
Audiencia general, 15-VI-2022). (“También yo tengo que ir ahora con bastón”).
La
suegra de Pedro “se levantó y se puso a servirles”. Dice el Papa: “Los
ancianos que conservan la disposición para la sanación, el consuelo, la
intercesión por sus hermanos y hermanas —sean discípulos, sean
centuriones, personas perturbadas por espíritus malignos, personas
descartadas…—, son quizá el testimonio más elevado de pureza de esa
gratitud que acompaña la fe”. Todo ello, observa, no es exclusivo de las
mujeres. Pero
las mujeres pueden enseñar a los hombres sobre la gratitud y la ternura de la fe, que a veces a ellos les cuesta más comprender.
Tiempo del testimonio de la Vida que no muere
En el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al final del evangelio de Juan (21, 15-23, cf. Audiencia general 22-VI-2022), Francisco encuentra también fundamento para aconsejar a los ancianos.
“Debes ser testigo de Jesús incluso en la debilidad, en la enfermedad y en la muerte”.
Más aún, el Señor nos habla siempre según la edad que tengamos. Y
nuestro seguimiento deberá aprender a dejarse instruir y moldear por
nuestra propia fragilidad, nuestra impotencia, la dependencia de los
demás, incluso en el vestir, en el andar”.
La vida espiritual (por
la oración y los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la
confesión de los pecados) es la que nos da esa fortaleza y sabiduría
para saber despedirse con una sonrisa: “una despedida alegre: he vivido
mi vida, he conservado mi fe”.
A los demás, especialmente a los jóvenes, corresponde ayudar a los mayores a vivir y expresar esa sabiduría, y saber recibir recibirla.
En esa misma línea, ya cerca del final de las catequesis, el Papa
invita a releer la despedida de Jesús (cf. Jn 14): “Cuando me haya
marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré
junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” (14,3).
Afirma
el sucesor de Pedro: “El tiempo de la vida en la tierra es la gracia de
ese paso. La presunción de detener el tiempo –querer la eterna
juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto– no sólo es
imposible, es delirante” (cf. Audiencia general, 10-VIII-2022).
Aquí abajo la vida es iniciación, imperfección camino de la vida más
plena. Y aprovecha Francisco para decir que, a nuestra predicación,
donde abunda la bienaventuranza, la luz y el amor, “quizá le falta un
poco de vida”.
El “anciano de cabellos blancos” y María
En
conexión con esto se sitúa la original catequesis del Papa sobre el
“anciano de cabellos blancos” que aparece en el libro de Daniel (7, 9;
cf. Audiencia general, 17-VIII-2022). Así se suele representar a Dios Padre. Pero esto –observa Francisco– “no es un símbolo tonto” que habría que desmitificar. Es símbolo de una existencia eterna, de la eternidad de Dios, siempre antigua y siempre nueva,
con su fuerza y su cercanía; “porque Dios siempre nos sorprende con su
novedad, siempre sale a nuestro encuentro, cada día de manera especial,
para ese momento, para nosotros”.
Francisco puso el broche de oro a sus catequesis sobre la vejez contemplando el misterio de la asunción de la Virgen (cf. Audiencia general, 24-VIII-2022). En Occidente –recordaba– la contemplamos elevada a lo alto, envuelta en luz gloriosa; en Oriente se la representa acostada, dormida,
rodeada de los Apóstoles en oración, mientras el Resucitado la lleva en
sus manos como a una niña. El Papa indica que debería subrayarse la
conexión de la asunción de la Virgen con la resurrección del Señor, a la que está vinculada la nuestra, cuando resucitaremos con él al final de los tiempos.
María nos antecede en su asunción al cielo, también como figura de la Iglesia, que eso será al final: la extensión del cuerpo resucitado de Cristo, hecha familia. Jesús habla de eso –de la vida plena
que nos espera en el Reino de los cielos– con diversas imágenes: el
banquete de bodas, la fiesta con los amigos, la rica cosecha, el fruto
que viene, no sin dolor.
De todo ello y para el bien de los
demás –propone el Francisco incluyéndose en el grupo– hemos de ser los
ancianos semilla, luz, y también inquietud; de esa plenitud de vida que
nos espera.
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(*) Este texto contiene una selección de párrafos de un artículo más largo, cf. la revista "Omnes", septiembre 2022.