La carta apostólica
Desiderio desideravi (29-VI-2022),
del Papa Francisco, subraya la necesidad de la formación litúrgica para
todos los fieles, no solo para los laicos. La carta señala que la
liturgia cristiana se entiende y se vive como encuentro con Cristo,
sobre todo en la Eucaristía. Distingue el sentido de la liturgia con
respecto a ciertas ideologías. Propone el asombro ante lo creado, como
modo para redescubrir la belleza y el simbolismo de la liturgia,
contando con la oración, la acción del Espíritu Santo y la realidad de
la Iglesia.
Verdad, fuerza y belleza de la liturgia: el encuentro con Cristo
La
finalidad de la liturgia, cuyo centro es la celebración de los
sacramentos y especialmente la Eucaristía, es la comunión de los
cristianos con el cuerpo y la sangre de Cristo. Es el encuentro de cada
uno y de la comunidad cristiana como un solo cuerpo y una sola familia,
con el Señor.
La liturgia, señala el Papa, garantiza la posibilidad del encuentro con Jesucristo
en el “hoy” de nuestra vida, para trasformar todas nuestras actividades
–el trabajo, las relaciones familiares, el esfuerzo por mejorar la
sociedad ayudar a quien nos necesita– en luz y fuerza divinas. Esto es
lo que Cristo ha querido en su última Cena. Esta es la finalidad de sus
palabras: “Haced esto en memoria mía”. Desde entonces nos espera en la Eucaristía.
Y la misión evangelizadora de la Iglesia no es otra cosa que la llamada
para ese encuentro que Dios desea con todas las personas del mundo,
encuentro que comienza en el bautismo.
En varias ocasiones
enuncia progresivamente los objetivos de este documento: “Con esta carta
quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana” (n. 16); “Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana” (antes del n. 20); “(…) Reavivar el asombro
por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, recordar la
necesidad de una auténtica formación litúrgica y reconocer la
importancia de un arte de la celebración que esté al servicio de la
verdad del misterio pascual y de la participación de todos los
bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación” (n. 62).
Eucaristía e ideologías Además
de la ignorancia sobre la liturgia –o una comprensión superficial y
reductiva-, lamenta Francisco la instrumentalización de la Eucaristía al
servicio de dos visiones ideológicas: un
subjetivismo individualista que encierra al hombre en su propia razón y sentimientos, y un confiar solamente en las propias fuerzas (cf.
Evangelii gaudium,
94). Para ambos venenos, que Francisco ha denunciado como variantes de
un antropocentrismo disfrazado de verdad católica (cf. exhort. ap.
Gaudete et exsultate, 35), propone aquí, como antídoto, la formación litúrgica.
Respecto a lo primero, el veneno del
individualismo (una variante de neo-gnosticismo), advierte: “
La acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia,
a la totalidad de los fieles unidos en Cristo” (n. 19), por medio de la
Palabra de Dios y los signos sacramentales. Estos signos, siguiendo el
camino de la Encarnación, están de acuerdo con el lenguaje del cuerpo,
que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo.
Respecto a lo segundo, la presunción de
salvarnos por nuestra cuenta (neo-pelagianismo), “la celebración litúrgica nos purifica proclamando la
gratuidad
del don de la salvación recibida en la fe”. Quien nos salva es el
Señor. Por eso la liturgia no tiene que ver con un “moralismo ascético”,
es decir, la propuesta de buscar la
santidad
en primer lugar con nuestras fuerzas y nuestras luchas; sino con el
deseo que tiene Jesús de darse para ser luz, alimento y fuerza de
nuestra vida.
Teología, belleza, asombro
Se detiene el Papa en el significado teológico de la liturgia, según el Concilio Vaticano II (cf. Const. Sacrosanctum concilium, 7)
en relación con Cristo, su sacerdocio y el misterio pascual de su
muerte y resurrección. En palabras de Francisco: “La liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua,
presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite,
pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el
misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez
más con Cristo” (n. 21) (2)
En cuanto a la belleza de la liturgia,
advierte que no se trata de un “esteticismo ritual” (que se fijase sólo
en los ritos exteriores). Pero se sitúa también lejos de la “dejadez
banal”, de una “superficialidad ignorante”, y también de un
“funcionalismo práctico” exagerado. “Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración”; pero aún esto no sería suficiente para una participación litúrgica plena. ¿Qué propone además Francisco?
Ante todo “el asombro
ante el misterio pascual”, es decir la actitud de quien aprecia la
maravilla y el significado de lo que se celebra. Por eso es necesaria
una “seria y vital formación litúrgica”.
Como marco histórico,
aduce que la posmodernidad ha heredado de la modernidad la tendencia al
individualismo y al subjetivismo. En cambio, el Concilio Vaticano II ha situado en el primer puesto, no al hombre, sino a Dios, por medio de la oración y de la liturgia (la constitución sobre la liturgia fue la primera aprobada) (3).
En
palabras de san Pablo VI: “La liturgia [es] la primera fuente de la
vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida
espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con
nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que
desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable
poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las
esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo” (Conclusión de la segunda sesión del Concilio, 4-XII-1963).
Iglesia y persona
La
liturgia, declara el Concilio, es “la cumbre a la cual tiende la acción
de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza” (Sacrosanctum concilium, 10). De ahí que, deduce
Francisco, sería banal interpretar las tensiones que hoy se advierten en
la interpretación de la liturgia, como simples divergencias de
sensibilidades. En realidad, señala el Papa, la cuestión de fondo es eclesiológica; es decir, comprender que la liturgia es expresión de la Iglesia, como lo es el Concilio mismo.
Por
eso subraya que solo la Iglesia –comunidad de los que siguen a Cristo
resucitado unidos en su cuerpo por el Espíritu Santo- vence “el angosto
espacio del individualismo espiritual” (n. 32). En efecto, aquí se juega
la realidad misma de lo que es ser persona en sentido pleno: un ser llamado a subsistir en sí mismo y madurar en relación con los demás.
A
este propósito añade el Papa con expresión que puede llamar justamente
la atención: “Solo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre
como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y
con los hermanos” (n. 33). Cabría preguntarse: ¿Es que fuera de la
Iglesia la persona no encuentra su realización y su reconocimiento? Y
cabría entonces responder: puede ser, más o menos; pero no plenamente, según la fe cristiana.
Formación para y desde la liturgiaAsí
llegamos a la formación litúrgica en concreto. Y aquí Francisco toma la
mano segura de Guardini (1) para proponer una “formación para la
liturgia y la formación desde la liturgia” (n. 34)
En primer lugar,
formación "para" la liturgia.
Esto incluye, señala el Papa, el conocimiento del sentido teológico de
la liturgia, unido a la comprensión de los textos eucológicos
(litúrgicos), los dinamismos rituales y su valor antropológico.
El sentido teológico de la liturgia incluye el hecho de que quien celebra no es solo el sacerdote sino toda
la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
Ese “sentido” de la liturgia requiere no solo estudio y explicación, sino también: la “
experiencia de fe viva, alimentada por la oración” (n. 36); la conexión de todas y cada una de las
disciplinas de la teología con la liturgia (atención a la formación sacerdotal); el situar la
celebración eucarística dominical en el centro de la vida cristiana; vivir el
anuncio de la fe o la evangelización como consecuencia de la celebración litúrgica; la
formación (litúrgica) permanente para los ministros y todos los bautizados.
En segundo lugar,
formación "desde" la liturgia.
Es decir, la formación que cada bautizado requiere para participar en
la celebración, cuyo fin primero es la alabanza y acción de gracias a
Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, por la
comunión eucarística, nos convertimos en aquello que comemos (San León
Magno).
Por medio de la liturgia, de sus gestos y sus signos, toda
la creación es
atraída por Cristo y puesta al servicio del amor y de la gloria del
Padre. Así es, y así se confirma la enseñanza del libro del Génesis,
hecha plena por la obra de Cristo: el hombre, toda su actividad, y su
trabajo están al servicio del culto a Dios y del servicio, por amor a
Dios, a todos los hombres. Por eso
el hombre plenamente “vivo” es el que conoce a Dios y vive según Él (San Ireneo). Es preciso, dice el Papa,
redescubrir con asombro las cosas creadas, “con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida” (n. 46).
Además,
y en relación con lo que más arriba decía Francisco sobre los
“dinamismos rituales y su valor antropológico”, subraya con Guardini la
necesidad de que la formación litúrgica ayude a devolver al hombre la
capacidad para comprender y vivir lo expresado en
los símbolos. Para empezar, añade Francisco, el profundo y bello significado del
propio cuerpo,
al servicio del alma. Observa el sucesor de Pedro que, aunque
actualmente se ha perdido el sentido del símbolo, no hay que renunciar a
esa tarea, porque el lenguaje simbólico es constitutivo del hombre y
está al servicio de su trascendencia.
La iniciación en el
lenguaje simbólico de modo sencillo la pueden hacer los padres o los
abuelos, los párrocos y los catequistas enseñando a hacer la señal de la
cruz, el arrodillarse o las fórmulas de la fe. En efecto,
el lenguaje simbólico va más allá del conceptual y comienza más bien por la vía de la belleza, de la confianza y del afecto.
Entre los signos litúrgicos destaca el Papa tres:
el silencio, el arrodillarse, la Palabra. El
silencio,
donde está previsto en la liturgia, es símbolo de la presencia y acción
del Espíritu Santo, que mueve al arrepentimiento y a la escucha, a la
adoración y a la entrega generosa. El
arrodillarse es manifestación de arrepentimiento, de humildad y agradecimiento, también de fe ante la presencia de Dios.
La Palabra se proclama y se escucha, inspira la oración y se hace vida de la persona y de la comunidad.
Además, Francisco invita a redescubrir el sentido el
año litúrgico (en cuanto camino de formación, centrado en la Pascua, y configuración con Cristo) y del domingo,
día del Señor (como regalo de Dios a su pueblo, medio de formación, luz e impulso para la comunión fraterna y el servicio).
El papel de los ministros
¿Cuál es el papel de los ministros en la formación litúrgica? Ante todo, señala Francisco, cuidar el “arte de celebrar” (que no es ni una mera observancia de las rúbricas ni creatividad sin reglas) y explicar la primacía de la acción del Espíritu Santo
(por delante de los subjetivismos o de los culturalismos, que conceden
una prevalencia a sensibilidades individuales o incorporan sin criterios
elementos culturales). También deben enseñar la dinámica del lenguaje simbólico, ya apuntada.
Con Guardini, el Papa insiste en superar el individualismo y el subjetivismo
por medio de una oración obediente a la Iglesia. De esta forma la misma
“disciplina” de la Iglesia va formando nuestros sentimientos, actitudes
y comportamientos en conformidad con lo que somos: un solo cuerpo, la
Iglesia (4).
Por lo que se refiere al modo de presidir las
asambleas litúrgicas, Francisco advierte del riesgo de un “exagerado
personalismo” de los ministros. Y señala la necesidad de que sean
“presencia particular del Resucitado”. En todo caso el “arte de
celebrar” se aprende en gran medida a partir de la oración y el contacto
con el fuego del Espíritu Santo. El Espíritu es el modelador del
ministro, para que presida adecuadamente la liturgia a la vez que va
configurando su vida de acuerdo con lo que celebra.
Concluye pidiendo que, ante la importancia de la comunión y la belleza de la liturgia, abandonemos las polémicas que
nos dividen. En tres ocasiones se refiere a la carta apostólica
“Traditionis custodes” (2021) sobre el uso de la liturgia romana antes
de la reforma de 1970. Afirma aquí haberla escrito “para que la Iglesia
pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración
capaz de expresar su unidad” que desea restablecer en toda la Iglesia de
rito romano (n. 61).
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(1) Entre los libros de Romano Guardini referentes a la formación litúrgica cabe señalar: El espíritu de la liturgia (1918), Barcelona CPL 2000; Los signos sagrados (1922-1925), Ed. litúrgica española, Barcelona 1965; Formazione litúrgica (1923), Morcelliana, Brescia 2008. (2) Sobre el significado teológico de la liturgia, vid. también J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia: una introducción, Cristiandad, Madrid 2001; Benedicto XVI, Exhort. ap. Sacramentum caritatis (2007).
(3) Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Vicesimus quintus annus (1988).
(4) Sobre el papel educativo de la liturgia, cf. D. von Hildebrand, Liturgia y personalidad,
Fax, Madrid 1966. En relación con la educación de la afectividad,
cf. https://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/2018/10/liturgia-y-educacion-de-la-afectividad.html.