Durante la vigilia pascual (sábado santo, 16-IV-2022), Francisco se fijó
en el relato evangélico del anuncio de la resurrección a las mujeres (cf. Lc
41, 1-10). Y subrayó tres verbos.
Ver, escuchar, anunciar
En primer lugar, ver. Vieron la piedra corrida y cuando entraron no
hallaron el cuerpo del Señor. Su primera reacción fue el miedo, no
levantar la vista del suelo. Algo así, observa el Papa, nos
pasa a nosotros: “Con mucha frecuencia, miramos la vida y la realidad sin
levantar los ojos del suelo; sólo enfocamos el hoy que pasa, sentimos
desilusión por el futuro y nos encerramos en nuestras necesidades, nos
acomodamos en la cárcel de la apatía, mientras seguimos lamentándonos y
pensando que las cosas no cambiarán nunca”. Y así sepultamos la
alegría de vivir.
Luego, escuchar; teniendo en cuenta que el Señor “no
está aquí”. Quizá le buscamos “en nuestras palabras, en nuestras fórmulas y
en nuestras costumbres, pero nos olvidamos de buscarlo en los rincones
más oscuros de la vida, donde hay alguien que llora, quien lucha, sufre y
espera”. Hemos de levantar la mirada y abrirnos a la esperanza.
Escuchemos: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No debemos
buscar a Dios, interpreta Francisco, entre las cosas muertas: en
nuestra falta de valentía para dejarnos perdonar por Dios,
para cambiar y terminar con las obras del mal, para decidirnos por Jesús y por
su amor; en el reducir la fe a un amuleto, “haciendo de Dios un
hermoso recuerdo de tiempos pasados, en lugar de descubrirlo como el Dios vivo
que hoy quiere transformarnos a nosotros y al mundo”; en “un cristianismo que
busca al Señor entre los vestigios del pasado y lo encierra
en el sepulcro de la costumbre”.
Y finalmente, anunciar. Ellas anuncian la alegría de la
Resurrección: “La luz de la Resurrección no quiere retener a las mujeres en el
éxtasis de un gozo personal, no tolera actitudes sedentarias, sino que genera
discípulos misioneros que “regresan del sepulcro” y llevan a todos el
Evangelio del Resucitado. Después de haber visto y escuchado, las mujeres corrieron a
anunciar la alegría de la Resurrección a los discípulos, aunque sabían que les
tomarían por locas. Pero ellas no se preocuparon de su reputación
ni de defender su imagen; no midieron sus sentimientos ni calcularon sus
palabras. Sólo tenían el fuego en el corazón para llevar la noticia, el
anuncio: “¡El Señor ha resucitado!”.
No tener miedo
También nosotros, señala el sucesor de Pedro, estamos invitados a correr por
los caminos del mundo, sin miedos ni oportunismos, para compartir la alegría de
haber encontrado al Señor, más allá de ciertas formalidades donde a menudo lo
hemos encerrado, más allá de la comodidad y el bienestar.
Este es el mensaje pascual del Papa, “al término de una cuaresma que parece
no querer acabar”, entre el fin de la pandemia y la guerra (dirá al día
siguiente en la bendición urbi et orbi): “Llevémoslo a la vida ordinaria:
con gestos de paz en este tiempo marcado por los horrores de la guerra; con
obras de reconciliación en las relaciones rotas y de compasión hacia los
necesitados; con acciones de justicia en medio de las desigualdades y de verdad
en medio de las mentiras. Y, sobre todo, con obras de amor y de fraternidad”.
Jesús nos trae la paz llevando “nuestras llagas”. Nuestras porque
se las hemos causado nosotros y porque Él las lleva por nosotros. “Las llagas
en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él ha combatido y
vencido por nosotros, con las armas del amor, para que nosotros podamos tener
paz, estar en paz, vivir en paz” (Bendición urbi et orbi, Domingo
de resurrección, 17-IV-2022).
Con la victoria de Cristo y con su paz, dirá Francisco el lunes de Pascua,
podremos “salir de las tumbas de nuestros miedos” (el miedo a la muerte,
a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más…). (Regina
Caeli, 18-IV-2022).
También nosotros, como los discípulos
en la mañana de Pascua, cada día tenemos motivos suficientes para creer: “Yo
—te dice Jesús— he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora
he resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No
temas! No tengáis miedo” (Ib.).