En un artículo publicado en el
Osservatore Romano el pasado 22
de julio, el cardenal portugués José Tolentino de Mendonça,
bibliotecario y archivista de la Iglesia romana, se plantea la relación
entre
evangelización y teología; es decir, qué tipo de teología necesita en nuestro tiempo una Iglesia “en salida”. Sigamos sus pasos.
Vencer el escepticismo
1. Ante todo encuentra tres obstáculos.
En un ambiente secularista se desconfía de la investigación sobre la
verdad. Pero también dentro de la comunidad eclesial hay quien piensa,
por un lado, que haber acogido la verdad significa poseerla; y, por otro
lado, hay quien sostiene que la verdad cristiana solo puede ser
testimoniada como “intervención práctica” o servicio al mundo, sin
necesidad de mediaciones sacerdotales.
“Para unos
–por tanto– la verdad es solo enseñada, como un paquete de saberes
indiscutible e inmutable; para los otros, a la verdad se accede solo en
la acción y en el servicio y no, complementariamente, en el recorrido
lento y paciente del ejercicio reflexivo y contemplativo de la
racionalidad humana”.
Estos planteamientos escépticos,
fuera y dentro de la comunidad eclesial, debilitan la teología. Frente a
ellos, el cardenal escribe convencido de que no hay evangelización sin
teología, es decir sin “pensar la Palabra de Dios a la luz de la
historia humana y pensar la historia de los hombres a la luz de la
Palabra de Dios”. Ni el anuncio del evangelio ni la Iglesia misma
pueden existir sin teología.
Verdad viva y enseñanza del Evangelio
2. La Iglesia es maestra –continúa– no porque lo sepa todo
y ya no tenga necesidad de pensar sino solo de hacer; “sino porque se
confía a una verdad que es a la vez camino, dirección, punto de partida y meta,
una verdad que nos pone en el camino y es comunión, que se da
únicamente como Pan y Vino participados por los hombres en la mesa de la
historia”.
Pero entonces, se pregunta, ¿cómo enseñar una verdad que no sea simplemente un contenido ya sabido, sino una experiencia de comunión que se hace carne y sacramento de vida?
3. A su entender asistimos a una crisis de la teología que tiene que ver con la crisis del enseñar el mensaje del evangelio.
Para esto tenemos las preciosas indicaciones que da Jesús cuando envía a
los apóstoles en su primera misión (cf. Mc 6, 6-13; Mt, 10, 5-15; Lc 9,
1-6; 10, 1-11). Ahí se perfila la enseñanza de la “buena nueva” como una “obra teológica de inculturación y exploración”. Y no según una imagen estática y vertical, con la que se suele asociar el magisterio de la Iglesia. Jesús enseña caminando, situándose en medio de la gente, allí donde está, en su contexto concreto cultural y social (cf.
Mc 6, 6-13). Pero esto en buena parte se perdió luego en la Iglesia.
Por eso ha sorprendido que el Papa Francisco hablara de una “Iglesia en
salida”.
“Enseñar –observa el autor del texto– no es
simplemente transmitir una lección, sino pensar el mundo, visitarlo,
conocerlo, diseñar y esclarecer circuitos, continuidades,
interdependencias, puentes en la diversidad”. Y todo esto es teología, una labor “peripatética”.
A la vez, no tiene que ver con un asentimiento acrítico e
incondicionado a tantas situaciones incompatibles con la verdad, con la
dignidad humana o con la fe cristiana. Así lo han demostrado en nuestro
tiempo cristianos intelectuales y mártires del pensamiento, que han
dicho que no a esas actitudes, llegando hasta la muerte en nombre de un
amor incondicionado al hombre.
4. Enseñar es también eso: despojarse, desprenderse, vaciarse de recursos, sean materiales o simbólicos, que nos vuelvan seguros y confortables (cf. Mc 6, 8-9). El que evangeliza –dice gráficamente el cardenal– solo debe llevar consigo tres riquezas:
“la Palabra que anuncia; la comunión con la comunidad a la que
pertenece, la Iglesia; y el bastón que sostiene en el camino: un vínculo
con la Tradición”. De otra manera, si se afana en otras seguridades o
pierde cualquiera de esas tres “riquezas”, pierde su sentido y equivoca
su camino.
Y concluye con este párrafo que vale la
pena transcribir: “La teología en salida, en su misión evangelizadora,
va ligera, es acogedora y ama ser acogida. Establece circuitos de
conexión entre culturas, épocas, geografías, ámbitos sociales y formas
de racionalidad. Hace del pasado un bastón para caminar, hace de la
pertenencia a la comunidad eclesial un compañero de viaje y no una
fortaleza en la que refugiarse, hace de la Palabra un pan de vida
compartido en la mesa de la acción y de la contemplación, del
pensamiento y del servicio, del agradecimiento y de la oración”. Hasta
aquí el artículo del cardenal Tolentino.
* * *
Teología y "desmundanización"
En una línea similar se sitúan algunas afirmaciones del Papa
emérito, Benedicto XVI, en una entrevista publicada en la revista
alemana “Herder Korrespondenz” (agosto 2021). Esas afirmaciones podrían
verse como una explicación de las condiciones para hacer esa enseñanza
viva y teológica del Evangelio, de la que se trataba antes.
El
Papa emérito evoca el caso de los donatistas, secta de la época de san
Agustín, que proponían una doctrina de santidad entendida como ausencia
de todo tipo de mancha e imperfección, sin reconocer que en la Iglesia
no todo es trigo, sino también hay cizaña, bien mezclado con mal. Se
situaban así en un mundo aparte, y de hecho se separaron de la Iglesia.
Esto lo conecta con la tendencia actual, en ciertos
ambientes eclesiales, a subrayar la organización e institucionalización
por encima de la apertura a las llamadas de Dios. De ahí su apelación,
en 2011, a la necesidad de “desmundanización” de la Iglesia (cf. su discurso en el Konzerthaus
de Friburgo, el 25 de septiembre, a los católicos comprometidos en la
acción social). Con ello se refiere a la necesidad de liberarse de una
visión puramente temporal y materialista, para caminar en la libertad de
la fe. Y de este modo, que sea la perspectiva de la fe la que domine no
solamente la oficialidad doctrinal o el funcionalismo de las
estructuras, sino sobre todo el corazón y el espíritu.
Fe viva y amor al mundo, búsqueda y diálogo
No se trata –explica ahora, sabiendo que muchos no le
entendieron entonces– de una “fuga hacia la doctrina pura”, al margen de
la vida cotidiana y sus problemas. Y argumenta: “Una doctrina que sólo
existiera como una especie de reserva natural, separada del mundo
cotidiano de la fe y sus exigencias, representaría en cierto modo una
renuncia a la propia fe. La doctrina debe desarrollarse en y a partir de
la fe, no junto a ella" (*).
En efecto. Ese
“mundo cotidiano de la fe”, o, cabría decir con otra palabras,
la "fe vivida" en la vida ordinaria por los cristianos,
con lo que implica en relación con la Iglesia y con la sociedad, debe
ser también el verdadero contexto del quehacer teológico y del enseñar
la teología. En este sentido lo que se juega aquí es la relación entre
teología y secularidad cristiana. Es decir, el
amor al mundo, en cuanto fruto de la creación, que ha sido redimido y es santificable; y al mismo tiempo, un
rechazo de la actitud mundana
propia de quien no ve en el mundo la huella amorosa de Dios y un camino
hacia Él, sino solo algo que está ahí para el uso, y quizá el abuso,
por nuestra parte; y así, paradójicamente, nos hace esclavo de las
frivolidades de una vida transcurrida como si Dios no existiera.
Ya en 2001 –como apunta A. Tornielli en
Vatican News– en el libro-entrevista con Peter Seewald “Dios y el mundo”, el cardenal Ratzinger afirmaba que
la fe no se puede considerar adquirida de una vez por todas, porque siempre es un camino y es necesario cuidarla. De otra manera se puede convertir en una
ideología manipulable. Y
añadía: “El riesgo de endurecernos y hacernos incapaces de compartir la
reflexión y el sufrimiento con nuestros hermanos que dudan y se
cuestionan. La fe solo puede madurar en la medida en que soporta y
asume, en cada etapa de la existencia, la angustia y la fuerza de la
incredulidad y finalmente cruza para hacerse viable de nuevo en una
nueva era".
Siendo ya Papa Benedicto XVI, en el
vuelo a Praga (26-IX-2009) observó que el no creyente y el creyente se
necesitan mutuamente. Y que "el católico no puede conformarse con tener
fe, sino que debe estar
en búsqueda de Dios, aún más, y en diálogo con los demás re-aprender a Dios de manera más profunda".
Del riesgo de convertir la fe en ideología ha advertido
varias veces el Papa Francisco. Así dijo en la catedral de Milán
(25-III-2017): "Que haya retos es bueno porque nos hacen crecer. Son
el signo de una fe viva, de una comunidad viva
que busca a su Señor y tiene abiertos los ojos y el corazón. Más
bien habría que temer una fe sin retos, una fe que se cree completa,
toda completa: no necesito nada más; ya está todo hecho". Y añadió: “Los
retos nos ayudan a lograr que nuestra fe no se vuelva ideológica.
Siempre existe el peligro de las ideologías, siempre. Las ideologías
crecen, germinan y crecen cuando uno cree que tiene la fe completa, y se
vuelve ideología. Los retos nos salvan de un pensamiento cerrado y
definido y nos abren a una comprensión más amplia del dato revelado".
Todo ello (la necesidad de una teología que anuncie el
evangelio y de una fe que asuma los retos del tiempo en diálogo con
todos, con amor al mundo pero rechazando lo mundano), implica muchas
consecuencias para la
educación de la fe. Pues esa es la teología
que necesita el profesor de religión, cuando enseña los contenidos y
horizontes de la fe cristiana, en diálogo con las demás disciplinas del
currículo escolar o académico. Es también la teología que necesita el
catequista, cuando, sobre la base de la fe recibida en el bautismo,
desarrolla su educación "en" la fe, sin perder la fuerza del primer
anuncio. Y esto interpela a la pedagogía y la didáctica concreta, para
llevar a cabo ese
educación que al mismo tiempo anuncia la fe en modalidades diversas, pero siempre desde una teología en salida que evangelice.
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Con referencia a ese discurso, escribe Peter Seewald en su amplia biografía Benedicto XVI: una vida (ed.
Mensajero, Bilbao 2020) que muchos interpretaron la exigencia de
Ratzinger “como si estuviera diciendo con ella que la Iglesia debía
construirse un pequeño y específico mundo aparte y renunciar a prestar
servicios sociales en la sociedad –lo que habría sio por supuesto
absurdo– (...). En verdad, lo que le interesaba al papa no era el
distanciamiento de las personas, sino el distanciamiento del poder de
Mamón, del compadreo, de las falsas apariencias, del engaño y
autoengaño. Distanciamiento del mundo quería decir para él: acercamiento
a las almas, conservación de los recursos espirituales de la humanidad.
Su idea de ‘desmundanización’ no tenía nada que ver con un abandono del
compromiso social y politico, ni con la renuncia al ejercicio de la
caritas cristiana. Lo que le importa al papa es que los cristianos se
mantengan resistentes, incómodos, inadaptados, que vuelvan a mostrar que
la fe cristiana trasciende con creces lo que está asociado con una
cosmovisión puramente mundana, materialista, incluido el misterio de la
vida eterna” (pp. 989-990).