La oración
es puerta de la misericordia, escuela de misericordia, fuente de misericordia
para nuestro corazón, a medida que nos identificamos con el corazón de
Dios.
Recién concluida, la catequesis del Papa sobre la oración, al hilo del
Catecismo de la Iglesia Católica, está llena de imágenes vivas, ancladas en la
historia de la salvación, sobre todo en los evangelios. De esta manera responde
implícitamente a la pregunta sobre el papel de la oración en la formación de
la afectividad y de la sensibilidad del cristiano.
En la web de Vatican News se resume esa catequesis con esta frase “del
corazón humano a la misericordia de Dios” (A. Lomonaco). Y bien podría
servir la recíproca, como expresión de la iniciativa de Dios, que quiere
“contagiar” su misericordia al hombre: “desde el corazón de Dios a la
misericordia del hombre”. Esto se manifiesta sobre todo en Jesús, en su
vida, en sus enseñanzas, en su entrega por nosotros.
Las
dimensiones afectivas de la oración
La oración brota del grito de la fe en medio de la oscuridad, como en Bartimeo.
Pero también del corazón de cada hombre, aunque no lo sepa. Porque todo hombre
es “mendigo de Dios" (san Agustín). La oración del cristiano nace de la
revelación de Dios que nos venido con Jesús, para llevarnos a la alianza y la
amistad con Dios. Pues Él conoce solo el amor y la misericordia. “Ese es
el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios del amor, nuestro
Padre que nos espera y nos acompaña” (Audiencia general, 13-V-2020).
La oración surge también ante la belleza de la creación, porque lo creado lleva
“la firma de Dios”. Y se traduce en admiración, agradecimiento y esperanza.
Quien reza se convierte en portador de luz y de alegría. La oración abre la
puerta al Dios de la vida. Un jefe de gobierno ateo, refiere Francisco,
encontró a Dios porque recordó que “la abuela rezaba”. Es una siembra de
vida. Y por eso es importante enseñar a los niños a rezar y hacer la señal
de la cruz. La oración es la nostalgia de un encuentro con Dios.
La oración de los justos es escucha y recepción, hecha historia personal,
de la Palabra de Dios (Abraham). Es, desde la impermeabilidad a la gracia, apertura
a la misericordia de Dios (Jacob). Es hacerse puente entre Dios y el pueblo
(Moisés).La oración es “el hilo rojo que da unidad a todo lo que sucede”
(David). Es el camino para recobrar la serenidad y la paz (Elías).
La oración de los salmos nos asegura que Dios tiene un corazón de
padre que con ternura llora por sus hijos, por sus penas y sufrimientos,
como Jesús lloró por Jerusalén y por Lázaro.
Jesús nos revela que Él está continuamente ante el Padre y con el Espíritu
Santo rezando por nosotros. En su oración de Getsemaní nos enseña a dejarnos
transformar por el Espíritu y abandonarnos en el Padre. Sin la oración no
tenemos fuerzas, sin la oración no tenemos oxígeno para vivir. La
oración nos trae la presencia del Espíritu Santo y nos quita el temor. En la
oración nos unimos a Jesús. La oración de Jesús es el “lugar” de su vida
interior con Dios Padre, el lugar del abandono en su voluntad. Él "reza
por nosotros como nuestro sacerdote; reza en nosotros como nuestra cabeza; es
rezado por nosotros como nuestro Dios. Reconozcamos, pues, en Él nuestra voz, y
en nosotros la suya" (san Agustín).
Oración llena de confianza y de docilidad debía de ser la de María,
como señala Francisco: "Señor, lo que quieras, cuando quieras y como
quieras". Su corazón atesora los acontecimientos, sobre todo los de la
vida de Jesús, en la oración, como la perla que se va construyendo con
elementos del entorno. También la Iglesia persevera, desde el principio,
en oración, gracias al Espíritu Santo, que es quien le otorga la unidad y la
vida. Una vida que es la misma vida de Jesús (cf. Gal 2, 20).
La oración nos ayuda a dejarnos bendecir por Dios para poder bendecir
a los demás. Nos enseña a esperar y a pedir, interceder y amar. Se trata
de hacer nuestras las necesidades de las personas que nos rodean, a base de identificarnos
con el corazón de Dios: “En realidad, se trata de mirar con los ojos y el
corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura
por los otros” (Audiencia general, 16-XII-2020). Rezar con gratitud y
esperanza, rezar alabando a Dios, como Jesús, porque los sencillos y humildes
son capaces de reconocer a Dios.
Como auxilios o apoyos para la oración, el Papa señalaba en primer lugar la
Sagrada Escritura, que dejado como su “molde”, su huella, en la vida de los
santos, con obediencia y creatividad. También la liturgia, porque un
cristiano sin liturgia es como un cristiano sin el “Cristo total” (en
expresión de san Agustín: Cristo, cabeza con su cuerpo que es la Iglesia).
Cuando vamos a misa o celebramos un sacramento, rezamos con Cristo, que se hace
presente, y nosotros cada uno y todos juntos, actuamos con Él.
Oración,
vida cotidiana y misericordia
“La oración sucede en el hoy -afirma Francisco–. Jesús nos viene al encuentro
hoy, este hoy que estamos viviendo. Y es la oración que transforma este hoy
en gracia, o mejor, que nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor,
multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar” (Audiencia general,
10-II-2021).
Y así vuelve el Papa a ese núcleo fundamental; la oración nos injerta el
corazón de Dios para enseñarnos a amar como Él, con misericordia y ternura,
sin poner por delante el juicio y la condena. Vale la pena trascribir este
párrafo más largo
“La oración nos ayuda a amar a los otros, no obstante sus errores y sus
pecados. La persona siempre es más importante que sus acciones, y Jesús no ha
juzgado al mundo, sino que lo ha salvado. (...) Jesús ha venido a salvarnos: abre
tu corazón, perdona, justifica a los otros, entiende, también tú sé cercano a
los otros, ten compasión, ten ternura como Jesús. Es necesario querer a
todos y cada uno recordando, en la oración, que todos somos pecadores y al
mismo tiempo amados por Dios uno a uno. Amando así este mundo, amándolo con
ternura, descubriremos que cada día y cada cosa lleva escondido en sí un
fragmento del misterio de Dios” (Ibid.)
La oración es puerta de la misericordia, escuela de misericordia, fuente
de misericordia para nuestro corazón, a medida que nos identificamos con el
corazón de Dios.
“La oración nos abre de par en par a la “Trinidad” (Audiencia general,
3-III-2021). Jesús nos ha revelado el corazón de Dios, y el camino de la
oración es la humanidad de Cristo. En ese “camino”, el Espíritu Santo nos
enseña a orar a Dios nuestro Padre. El Espíritu es el maestro interior y el
artífice principal de nuestra oración (cf. Audiencia general,
17-III-2021), el artista que compone en nosotros obras originales. Las obras,
podríamos decir, del corazón (en sentido bíblico), las obras del amor.
Y ese corazón vive también del corazón de nuestra Madre, María. Y vive
en el corazón de la Iglesia, que es la comunión de los santos: “Cuando rezamos
nunca estamos solos, sino en compañía de otros hermanos y hermanas en la fe,
tanto de los que nos han precedido como de los que aún peregrinan a nuestro
lado. En esta comunión, los santos —sean reconocidos o anónimos, “de la puerta
de al lado”— rezan e interceden por y con nosotros. Junto a ellos, estamos
inmersos en un mar de invocaciones y súplicas que se elevan al Padre” (Audiencia
general, 7-IV-2021). La Iglesia entera (en las familias, en las parroquias,
en las demás comunidades cristianas) es maestra de oración. Todo en la Iglesia
nace y crece en la oración. Y las reformas que a veces se proponen sin oración,
no van adelante, se quedan en un envoltorio vacío, cuando no hacen la guerra a
la Iglesia junto con su Enemigo. La oración es aceite para la lámpara de la
fe. Solo con la oración se mantiene la luz, la fuerza y el camino de la
fe. En efecto, y por eso no solo hemos de hacer oración sino enseñar a
hacer oración, educar para la oración.
Oración
vocal, meditación, contemplación
Para ponderar la importancia de la oración vocal (las oraciones que
muchos hemos aprendido desde niños, sobre todo el Padrenuestro) dice el Papa:
“La Palabra divina se ha hecho carne, y en la carne de cada hombre la
palabra vuelve a Dios en la oración”. Y continúa: “Las palabras son
nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos
modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle
oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de aguas, haciéndonos festejar
bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a recitar el salmo (cfr. Sal 23)”.
Desde ahí se puede ir pasando a la meditación, que nos hace encontrarnos
con Jesús bajo la guía del Espíritu Santo. Y de la meditación, a la oración
contemplativa (cf. Audiencia general, 5-V-2021), la de quien, como
el santo cura de Ars, se siente mirado por Dios. La contemplación, que se va
identificando con el amor, no se contrapone a la acción de cristiano, sino que
la fundamenta y garantiza su calidad.
Y a propósito de la contemplación que es meta de toda oración, insiste
Francisco en esta escuela del corazón que es la oración:
“Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí
entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como ‘respiración’ de
nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara
también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista” (Audiencia
general, 5-V-2021).
Oración,
combate y certeza
La oración cristiana es un combate (cf. Audiencia general,
12-V-2021) a veces duro y largo, a veces con gran oscuridad. Y muchos santos
han dado sabios consejos. Pero no deja de ser un combate, como el de aquel
obrero –lo relata Francisco– que fue en tren hasta el santuario de Luján para
pedir toda la noche por su hija enferma, que se curó milagrosamente.
Entre los obstáculos a la oración, que podríamos llamar ordinarios,
destacan las distracciones, la aridez y la pereza (cf. Audiencia general, 19-V-2021).
Es preciso combatirlos con vigilancia, esperanza y perseverancia, aunque
a veces nos “enojemos” con Dios y como los niños no paremos de preguntar por
qué.
En el Evangelio hay casos donde se ve claramente que Dios espera para
concedernos lo que pedimos. Lo que no hemos de perder es la certeza de ser
escuchados (cf. Audiencia general, 26-V-2021). Incluso puede parecer
que Dios Padre no escucha la oración de Jesús en Getsemaní, pero es necesario
esperar con paciencia hasta el tercer día, en que se produce la resurrección.
La
oración de Jesús por nosotros
“No olvidemos –señala el Papa– que lo que nos sostiene a cada uno de nosotros
en la vida es la oración de Jesús por cada uno de nosotros, con nombre,
apellido, ante el Padre, enseñándole las heridas que son el precio de nuestra
salvación. (...) Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas
oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo” (Audiencia general,
2-VI-2021).
En correspondencia de amor, lo que hemos de hacer nosotros es perseverar en
la oración (cf. Audiencia general, 9-VI-2021), sabiendo compaginarla
con el trabajo.
“Los tiempos dedicados a estar con Dios revitalizan la fe, que nos ayuda en la
concreción de la vida, y la fe, a su vez, alimenta la oración, sin
interrupción. En esta circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene vivo el
fuego del amor cristiano que Dios espera de nosotros” (Ibid.).
La oración pascual de Jesús por nosotros (cf. Audiencia
general, 16-VI-2021) fue la más intensa, en el contexto de su pasión y
muerte: en la última cena, en el huerto de Getsemaní y en la cruz.
En suma, nosotros no solo rezamos, sino que “hemos sido rezados” por Jesús.
“Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte
y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros”. Y de ahí ha de brotar
nuestra esperanza y nuestra fortaleza para ir adelante, dando con toda nuestra
vida gloria a Dios.
En efecto. Y de esta manera el Espíritu Santo nos va introduciendo y
configurando en la misma “sensibilidad” de Dios.