CAMINEO.INFO.-
El interés
por la educación, que el Papa viene manteniendo durante la pandemia, se ha
prolongado estas semanas en un discurso
a los responsables de la catequesis en la Conferencia Episcopal Italiana
(30-I-2021). Les ha
señalado tres focos o prioridades: el anuncio, el futuro, la comunidad
cristiana. Además ha reafirmado la necesidad de situarse en el marco del
Concilio Vaticano II y del humanismo cristiano. Veamos el contenido de ese
discurso y de su referencia al humanismo cristiano.
Anuncio de la fe en fidelidad al Vaticano II
a) En primer lugar el anuncio de la fe (kerygma), porque la
catequesis es el eco (“la onda larga”) de la Palabra de Dios, que permite a
la persona participar en la historia de la salvación. A la vez, es un
"itinerario mistagógico" que guía hacia los “misterios” de Cristo
celebrados en la liturgia, que favorece el encuentro personal con Él.
Y por eso el catequista “custodia y alimenta la memoria de Dios” (cf. Homilía
en el encuentro con los catequistas durante el Año de la fe, 29-IX-2013). Su tarea debe poseer estas
características: “cercanía –lenguaje familiar–, apertura al diálogo, paciencia,
acogida cordial que no condena” (Evangelii gaudium, 165).
b) Segundo, el futuro de la catequesis, que ha de inspirarse en el
horizonte trazado por el Concilio Vaticano II. «Debemos mirar al Concilio
–señaló san Pablo VI– con gratitud a Dios y con confianza en el futuro de la
Iglesia; será el gran catecismo de los nuevos tiempos» (Discurso
en Florencia con motivo del Primer congreso catequético internacional, 23-VI-1966).
De ello se hace ahora eco Francisco, y no ha dejado lugar a dudas: “El Concilio
es magisterio de la Iglesia. O estás con la Iglesia y por tanto sigues el
Concilio, y si no sigues el Concilio o lo interpretas a tu manera, como
quieres, no estás con la Iglesia”. No cabe, tampoco en la educación de la
fe, una “selectividad” a capricho de los contenidos del concilio.
Hoy, propone, se necesita una catequesis renovada que siga siendo
una “aventura extraordinaria” como “vanguardia de la Iglesia”; que hable el
lenguaje de la gente pero dentro, no "fuera" de la Iglesia; que
escuche las preguntas y las cuestiones no resueltas, las fragilidades y las
incertidumbres; que sea capaz de “elaborar instrumentos actualizados, que
transmitan a los hombres de hoy la riqueza y la alegría del kerygma, y la riqueza
y la alegría de la pertenencia a la Iglesia”.
c) Y con ese sentido de pertenencia introduce el tercer punto: la
catequesis y la comunidad cristiana. Somos una familia, ya a nivel humano,
y la pandemia ha puesto de relieve que “solo redescubriendo el sentido de la
comunidad puede cada uno encontrar su propia dignidad en plenitud”.
La catequesis tiene también una esencial dimensión comunitaria, eclesial. Debe fomentar
comunidades cristianas abiertas, misioneras e inclusivas, libres y
desinteresadas, que dialoguen sin miedo con los que tienen otras ideas, que
se acerquen a los heridos con compasión.
Concluyó señalando que la catequesis debe situarse con creatividad en el
marco del humanismo cristiano (remitió al Discurso
a la asamblea eclesial italiana, el 10-XI-2015).
El marco del humanismo cristiano
2. ¿Qué dijo el Papa sobre el humanismo cristiano en ese discurso hace cinco
años? Fue en la catedral de Florencia bajo la impresionante cúpula en la que se
representa el juicio final.
Tomó pie de la imagen de Cristo juez, bajo la inscripción “ecce homo”, “he aquí
el hombre”, frase que pronunció Pilatos al mostrar a Jesús, tras flagelarlo y
coronarlo de espinas, imponiéndole un manto rojo (cf. Jn 19, 5) y entregándole
para que le crucificaran. Jesús es el verdadero juez del mundo, de cada
persona, de los pueblos, del mundo. Pero en la catedral de Florencia no asume
los símbolos del juicio, sino que levanta la mano derecha mostrando los signos
de su pasión (la llaga), con lo que que se presenta como juez de
misericordia.
“Podemos hablar de humanismo –decía Francisco– solamente a partir de la
centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del auténtico rostro
del hombre”. En efecto, y así lo afirmó el concilio Vaticano II en su célebre
declaración: “Cristo revela el hombre al propio hombre” (GS 22).
“Es la contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado –continuaba
el Papa– la que recompone nuestra humanidad, también la que está fragmentada
por las fatigas de la vida, o marcada por el pecado. No hay que domesticar el
poder del rostro de Cristo. Su rostro es la imagen de su trascendencia. Es el misericordiae
vultus. Dejémonos mirar por Él. Él es nuestro humanismo”.
Ahora bien: “Si no nos abajamos no podremos ver su rostro. No veremos
nada de su plenitud si no aceptamos que Dios se despojó. Y, por lo tanto, no
entenderemos nada del humanismo cristiano y nuestras palabras serán bonitas,
cultas, refinadas, pero no serán palabras de fe. Serán palabras que suenan
vacías”.
A partir de esa actitud fundamental, el abajamiento, Francisco siguió explicando
el contenido del “nuevo humanismo” cristiano. Para ello expuso, en
primer lugar, algunos rasgos del Señor, siguiendo la sugerencia paulina: “tener
los sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2, 5); ahí está, observaba el Papa, “la
fuerza interior que nos hace capaces de vivir y de tomar decisiones”. Luego se
refirió a dos tentaciones que nos apartan de ese humanismo. Y por último invitó
a considerar la escena del juicio final.
a) Se detuvo en tres de los “sentimientos” o actitudes del Señor: su
humildad, (cf. Flp 2, 3 y 6), el don de sí (su “desínterés” por sí mismo, cf.
Flp 2, 4), y las bienaventuranzas que propone (su “dicha” o “felicidad”: cf. Mt
5, 3-12).
Frente a su humildad, se alza nuestra obsesión. por preservar la propia gloria
y “dignidad”.
Generosidad para alcanzar la verdadera felicidad
Frente a su generosidad está nuestra tendencia a estar satisfechos de nosotros
mismos, sin dejar sitio para Dios (cf. Evangelii gaudium, 49). “Nuestro
deber –propone el Papa– es trabajar para hacer de este mundo un sitio mejor y
luchar. Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que viene del Espíritu
Santo. Tenemos que seguir este impulso para salir de nosotros mismos,
para ser hombres según el Evangelio de Jesús. Toda vida se decide a partir de
la capacidad de donarse. Es allí donde se trasciende a sí misma, donde llega a
ser fecunda”.
Y en cuanto a las bienaventuranzas, la felicidad la experimentamos
cuando compartimos lo poco que poseemos: “la riqueza del sacrificio
cotidiano de un trabajo, a veces duro y mal pagado, pero desempeñado por amor a
las personas queridas; y también la de las propias miserias que, sin embargo,
al vivirlas con confianza en la providencia y en la misericordia de Dios Padre,
alimentan una grandeza humilde”. Si tenemos el corazón abierto podremos
mirarnos en ese “espejo”, las bienaventuranzas, que nos señala sinceramente si
estamos siguiendo por el sendero justo.
b) A continuación advirtió acerca de dos tentaciones mencionadas
en la exhortación Evangelii gaudium (cf. n. 94): el pelagianismo
y el gnosticismo. La primera confía en las estructuras y las
organizaciones, las planificaciones y la normatividad. Es necesario anteponer
la capacidad vital que tiene la doctrina cristiana, que se llama Jesucristo. La
segunda se encierra en un razonamiento que aparenta ser lógico y claro pero que
no sale del propio subjetivismo, de la propia experiencia o sentimientos.
Y en este punto señaló Francisco: “La diferencia entre la trascendencia
cristiana y cualquier forma de espiritualismo gnóstico está en el misterio
de la Encarnación. No poner en práctica, no llevar la Palabra a la
realidad, significa construir sobre arena, permanecer en la pura idea y
degenerar en intimismos que no dan fruto, que hacen estéril su dinamismo”.
Por tanto, propuso: “Cercanía a la gente y oración son la clave para
vivir un humanismo cristiano popular, humilde, generoso, alegre. Si perdemos
este contacto con el pueblo fiel de Dios perdemos en
humanidad y no vamos a ninguna parte”.
Cercanía y oración, inclusión social y acogida
c) En la última parte de su discurso, quiso concretar: “¿Qué tenemos que
hacer?” Invitó a levantar la cabeza y contemplar una vez más el Ecce Homo
que presidía la cúpula de la catedral, y recordar lo que nos dirá el juez
universal?. “Venid benditos... id malditos...” (cf. Mt 25, 31 ss).
Insistió el Papa en la cercanía al pueblo de Dios con el anuncio
de Cristo: “Como pastores no seáis predicadores de doctrinas complejas, sino
anunciadores de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Apuntad a lo
esencial, al kerygma. No hay nada más sólido, profundo y seguro que este
anuncio. Pero que sea todo el pueblo de Dios quien anuncie el Evangelio: pueblo
y pastores, eso quiero decir. He expresado esta preocupación pastoral mía en la
exhortación apostólica Evangelii gaudium (cf. nn. 111-134).
Y terminó señalando la necesidad de la inclusión social y de la opción
por los pobres (como “forma especial de primado en el ejercicio de la
caridad cristiana, testimoniada por toda la Tradición de la Iglesia”, según
Juan Pablo II, enc. Sollicitudo rei socialis, 42); junto con la capacidad
de diálogo, encuentro y acogida.
Ya se ve que en ese discurso estaban ya, en efecto, referencia importantes para
la educación de la fe en la actualidad, tal como se realiza en la catequesis:
el anuncio de la fe, la fidelidad al mensaje del Evangelio y el necesario marco
de una verdadera comunidad cristiana abierta a las necesidades de todos.