CAMINEO.INFO.- ¿Qué es el
ecumenismo y por qué es importante? ¿Quienes son los responsables de
llevarlo adelante? ¿Cómo se participa en el ecumenismo? ¿Qué podemos hacer nosotros,
las comunidades cristianas, las familias, cada uno y cada una personalmente, en
nuestra situación concreta?
Con motivo
de la publicación del Vademecum
ecuménico “El obispo y la unidad de los cristianos” por parte del Pontificio consejo
para la unidad de los cristianos (4 de diciembre de 2020), cabe en primer lugar
señalar los orígenes del movimiento ecuménico. A continuación, la importancia
del ecumenismo y otros aspectos de la participación de los fieles católicos en
la tarea ecuménica. Y finalmente, presentar a grandes rasgos el presente
documento.
El movimiento ecuménico
1. Los
orígenes del movimiento ecuménico. El comienzo del Movimiento ecuménico
tuvo lugar en el ámbito protestante. Fue en Edimburgo (Escocia) donde se
reunieron en 1910 los delegados de sociedades misioneras, anglicanas y
protestantes. Quienes las integraban tenían una indudable preocupación
misionera y social, que se venía manifestando desde el siglo anterior.
Pues bien, en aquella asamblea un delegado de las jóvenes iglesias (los recién
convertidos al cristianismo) del Extremo Oriente, se alzó para expresar una
súplica:
«Vosotros nos habéis mandado misioneros que nos han dado a conocer a
Jesucristo, por lo que os estamos agradecidos. Pero al mismo tiempo, nos habéis
traído vuestras distinciones y divisiones: unos nos predican el metodismo,
otros el luteranismo, otros el congregacionalismo o el episcopalismo. Nosotros
os suplicamos que nos prediquéis el Evangelio y dejéis a Jesucristo suscitar en
el seno de nuestros pueblos, por la acción del Espíritu Santo, la Iglesia»
A partir de ahí se dio una fuerte toma de conciencia del drama y escándalo
de la separación de los cristianos, precisamente en el ámbito de la misión
y de la evangelización: Cristo predicó el Evangelio y las Iglesias cristianas
no deberían predicar cada una «un» evangelio distinto ni fragmentario.
La Iglesia católica se unió plenamente a ese movimiento a partir del
concilio Vaticano II, pero ya en las décadas anteriores había reconocido
que se trataba de una inspiración del Espíritu Santo.
Hagamos un inciso para señalar cuáles son las principales divisiones entre
los cristianos antes de nuestro tiempo. Son dos: la producida en el siglo
XI entre Occidente y Oriente (con los ortodoxos), y la crisis de los llamdos
en general Reformadores (de doctrina protestante) en el siglo XVI. En
relación con estos, los reformadores o protestantes, hoy hablamos de “cuatro
reformas”:
– primera reforma, la de los luteranos, (comenzada por Lutero a
principios del s. XVI);
– segunda reforma, la de los llamados reformados (en sentido estricto) o
calvinistas : nacida en la misma época en Suiza, protagonizada inicialmente por
Zwinglio y Calvino, y que luego se extendió a Francia y Holanda, Escocia y
Estados Unidos con el nombre de presbiterianos;
– una tercera forma, la anglicana, desencadenada, también el el s. XVI,
por Enrique VIII al autoproclamarse cabeza de la Iglesia en Inglaterra;
– y una cuarta reforma, que abarca diversos movimientos espirituales y
comunitarios surgidos en el seno del protestantismo a partir del siglo
XVII. Comprende a los Congregacionalistas, los Baptistas, los Cuáqueros, los
Metodistas, los Adventistas, los Veterocatólicos, los Evangélicos y los
Pentecostales.
Fundamentos del ecumenismo
2. El concilio Vaticano II sentó las bases teológicas para la
tarea ecuménica a nivel universal, es decir la promoción de la unidad de los
cristianos en toda la Iglesia. Se puede decir que son las siguientes:
a) El bautismo, don que hemos recibido todos los cristianos, y los
“elementos de verdad y bien” que poseen las Iglesias y comunidades
eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica (por ejemplo,
el amor la liturgia, la veneración y el estudio de la Sagrada Escritura, etc.).
b) La integración de esta tarea (la promoción de la unidad de los cristianos)
en la grande y única “Misión” de la Iglesia (llevar la humanidad a Dios)
porque Cristo así lo quiso expresamente.
Cristo afirmó que, en el cumplimiento de esa Misión, era condición
necesaria la unidad de los cristianos, y por eso rezó por ella en su
“oración sacerdotal”, justo antes de su pasión: “Que todos sean uno; como Tú,
Padre en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea
que Tú me has enviado” (Jn 17, 21).
c) La convicción de que la unidad de los cristianos es don del Espíritu
Santo antes que tarea nuestra. Tiene un modelo profundo y supremo en la
unidad de la Trinidad. Y tiene una finalidad durante la historia: “para que el
mundo crea”; es decir, la finalidad de la misión.
d) Todos los cristianos somos responsables de extender el Evangelio, cada uno
según sus circunstancias. Por tanto, todos tenemos, especialmente los
católicos, responsabilidad por la unidad de los cristianos y por eso
debemos participar en la tarea ecuménica, que es una parte importante de la
evangelización.
Al escribir sobre esa oración de Jesús, señalaba Juan Pablo II:
“La invocación que sean uno es, a la vez, imperativo que nos obliga, fuerza que
nos sostiene y saludable reproche por nuestra desidia y estrechez de corazón.
La confianza de poder alcanzar, incluso en la historia, la comunión plena y
visible de todos los cristianos se apoya en la plegaria de Jesús, no en
nuestras capacidades” (Carta Novo millennio ineunte, 2001, n. 48).
Imperativo, fuerza y reproche son esas palabras del Señor. Y ya con
anterioridad, el santo Papa Wojtyla había señalado que “la Iglesia debe respirar
con sus pulmones”, el occidental y el oriental (encíclica Ut unum sint, 25-V-1995).
Hoy es claro que el testimonio fundamental que hemos de dar los
cristianos para llevar adelante nuestra misión evangelizadora es, ante todo el
de nuestra unidad. Por eso esta unidad es urgente y afecta a todos los
cristianos (*).
El presente vadecum ecuménico
3. Este vademécum ecuménico se sitúa, por tanto, en relación con la
encíclica Ut unum sint, de Juan Pablo II (1993). En ella confirmaba el compromiso
ecuménico que la Iglesia católica ha adquirido en el Vaticano II de modo
irreversible. Con motivo de los 25 años de esa encíclica, el
Papa Francisco había anunciado ya este “vademecum para obispos” en una carta al
Pontificio consejo para la unidad de los cristianos, el 24 de junio de este
año.
En esa carta se alegraba el Papa del camino recorrido en estos 25 años de
esfuerzo por fomentar la unidad de los cristianos, por lo que daba gracias a
Dios. Así, señalaba: “Se han dado muchos pasos en estas décadas para
sanar heridas seculares y milenarias; ha crecido el conocimiento y la estima
mutua, favoreciendo la superación de prejuicios arraigados; se ha desarrollado
el diálogo teológico y el de la caridad, así como diversas formas de
colaboración en el diálogo de la vida, en el ámbito de la pastoral y cultural”.
Y a la vez escribía: “Yo también comparto la sana impaciencia de aquellos que a
veces piensan que podríamos y deberíamos esforzarnos más”.
Para todo ello nos puede ayudar el siguiente planteamiento. Se trata ahora de
impulsar la misma tarea ecuménica que ya se veía imprescindible a nivel
universal, en el conjunto de la Iglesia, ahora “en y desde” las Iglesias
locales y particulares. Podríamos decir: impulsar el “aquí y ahora” del
ecumenismo, donde nosotros en concreto, cada uno según su
condición, podemos y debemos participar. Esto implica la propia cultura:
el arte, las costumbres y tradiciones, la historia, el modo de ser y de pensar,
de sentir y de actuar de nuestras gentes, y las características de nuestra
tierra. Y también la forma de expresar la fe, celebrarla y vivirla.
Dicho brevemente, la situación concreta en la que puede darse cierta diversidad
de cristianos, la situación propia de cada pueblo, país, región, diócesis,
incluso de cualquier pequeño grupo eclesial o familia cristiana, dentro de ese
“misterio de la Iglesia en un lugar”, que es la Iglesia particular,
siempre abierta a los afanes y necesidades de todas las demás Iglesias en la
comunión de la Iglesia universal.
En este vademécum se recuerda el deber y la obligación por parte de los
obispos, de promover la unidad de los cristianos desde su propia Iglesia y
también entre todos los bautizados (pues el obispo, por pertenecer al colegio
episcopal, participa también en la “solicitud por todas las Iglesias”).
El documento quiere ser, decía Francisco, “estímulo y guía” para el
ejercicio de las responsabilidades ecuménicas de los obispos. Pues, si bien
la unidad de los cristianos no es principalmente el resultado de nuestra
acción, sino que es don del Espíritu Santo, también es cierto que la unidad “no
vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, la construye
el Espíritu Santo en el camino”. Es decir, contando con nosotros, con
nuestra oración y nuestro trabajo.
Y nos daba el Papa una indicación para “recibir” adecuadamente este documento:
“invoquemos al Espíritu (Santo) con confianza, para que guíe nuestros
pasos y cada uno escuche con renovado vigor la llamada a trabajar por la causa
ecuménica; que Él inspire nuevos gestos proféticos y fortalezca la caridad
fraterna entre todos los discípulos de Cristo.
Pasemos ya a describir los contenidos del vademécum (una introducción y dos
partes).
Desde dentro de las
Iglesias particulares
En la introducción
se subrayan los siguientes aspectos: la búsqueda de la unidad es esencial
a la naturaleza de la Iglesia; la fe en que los demás cristianos tienen con los
fieles católicos una comunión real, aunque incompleta; la convicción de
que la unidad de los cristianos es vocación de toda la Iglesia (atañe
también a las Iglesias locales o particulares, que son principalmente las
diócesis y, por tanto, a los obispos como principios visibles de unidad;
el servicio que desea prestar este vademécum como guía para el obispo en su
función de discernimiento.
La primera parte muestra la promoción del ecumenismo
"dentro" de la Iglesia católica, en su propia vida y estructuras,
como un desafío ante todo para los católicos. Los obispos deben promover el
diálogo con los otros cristianos, orientando y dirigiendo las iniciativas
ecuménicas que tienen lugar dentro de las comunidades católicas. Para
ello deben organizar las estructuras ecuménicas locales y cuidar de la formación
ecuménica de todos los fieles (laicos, seminaristas y clérigos), así como
de los medios de comunicación en relación con este tema.
Modalidades de la tarea ecuménica
La segunda parte profundiza en las relaciones de la Iglesia catolica con
los otros cristianos. Concretamente explica las diversas modalidades de la
tarea ecuménica en este compromiso con otras comunidades cristianas. Hay
que tener en cuenta que en la práctica gran parte de la actividad ecuménica
implicará varias de estas modalidades simultáneamente (**).
1) El “ecumenismo espiritual” (basado en la oración, la conversión y la
santidad por parte de todos).
2) El “diálogo de la caridad”, basado en la fraternidad humana y ante
todo en el bautismo. Aquí se enmarca la “cultura del encuentro” promovida por
Francisco.
3) El “diálogo de la verdad” (sobre todo a nivel teológico, pero también
a nivel personal) como intercambio de los dones que todos pueden aportar, para
conducir al restablecimiento de la unidad de la fe. Es un diálogo que no
pretende un mínimo común denominador, sino que “deberá realizarse con la
aceptación de toda la verdad” (enc. Ut unum sint, 36).
4) El “diálogo de la vida”, en el ámbito de la misión evangelizadora y
pastoral, en el servicio al mundo y a través de la cultura, con paciencia y
perseverancia.
Como ya se ve, y se ha subrayado estos días, el ecumenismo tiene mucho que ver
con el diálogo. Por eso los obispos han de ser personas de
diálogo, han de promoverlo como método de evangelización, y fomentar la
existencia de espacios de diálogo a todos los niveles. Ciertamente, el diálogo
ha sido considerado como un icono del ecumenismo. El diálogo no
sustituye al anuncio de la fe, sino que es un modo y un camino que Jesús
mismo recorrió, para llevarnos a la verdad y la vida plenas.
El presente vademécum ofrece orientaciones y “recomendaciones prácticas” para
el ejercicio del ecumenismo en las Iglesias locales y particulares. Por eso es
lógico que los obispos puedan contar con la buena disposición y las
iniciativas de los fieles católicos (laicos, ministros ordenados, miembros
de la vida consagrada, seminaristas, etc.) para esta tarea. Algunos de ellos
podrán ayudar de modo más intenso por su mejor formacion en este ámbito. Pero
es tarea de todos. Y la publicación de este vademecum es buena ocasión
para reavivar la fe y la oración, el compromiso y esa responsabilidad de
todos.
-----
(*) Entre
otros textos fundamentales para orientarse en materias de ecumenismo, hay que
destacar: el decreto Unitatis Redintegratio (1964), del concilio
Vaticano II; el Código de los canones de las Iglesias orientales (1990);
el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el
ecumenismo (1993); la encíclica de Juan Pablo II, Ut unum sint
(1995); La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el
ministerio pastoral (1997).
(**) Para
más detalles sobre estas modalidades ver el artículo publicado posteriormente a
este en "Palabra", el 10-XII-2020:
http://www.revistapalabra.es/responsabilidad-por-la-unidad-de-los-cristianos/