CAMINEO.INFO.- ¿Cómo relacionar la fraternidad
universal con el anuncio y la comunicación de la fe por parte de los
cristianos?
1. En un libro publicado poco antes del Concilio Vaticano II, el joven teólogo
Joseph Ratzinger se ocupó de La fraternidad de los cristianos (Salamanca
2004, original alemán de 1960). Es provechosa también ahora su lectura, a la
luz de la encíclica Fratelli
tutti. En el
último capítulo de su libro, Ratzinger se pregunta cómo anunciar la fraternidad
cristiana y promover la fraternidad universal. Y propone tres formas concretas
del servicio cristiano a los “demás”: la misión, la caridad y el sufrimiento.
Fraternidad y misión
a) En primer lugar, la misión, en cumplimiento del encargo
misionero de Jesucristo (cf. sobre todo Mt 28, 19). Ese encargo tiene, por un
lado, un carácter público: hay que decirlo “a la luz” y “desde las
azoteas” (Mt 10, 27), siguiendo el ejemplo de Jesús: “He hablado abiertamente
ante todo el mundo. (...) y no he hablado nada a ocultas” (Jn 18, 20; cf. Mc
14, 49 par.). Por otra parte, están algunas exhortaciones a una cierta
discreción o prudencia: “A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de
Dios, pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas” (Mc 4, 11;
cf. Mt 7, 6).
Así lo interpreta Ratzinger: “La tarea de la Iglesia consiste en transmitir
al mundo la palabra de Dios acontecida en Cristo, dar testimonio público
ante el mundo de la obra salvadora llevada a cabo por Dios públicamente, de
manera que todo el mundo pueda percibirla. Pero tiene que realizar este encargo
con sacrosanta discreción” (p. 104).
Sobre esto último (la discreción), observa que la Iglesia no puede engañar ni
usar la demagogia, y además ha de aceptar que hay lugares en los que no debe
echar a perder su palabra. Añade que esto implica plantear cómo presentar
“lo santo” “hacia fuera”, por ejemplo, en la radio y en la televisión (de
hecho a principios de los años cincuenta había tenido lugar en Alemania un
debate sobre si se debía o no transmitir la misa por televisión).
En la medida en que la Iglesia sea misionera, dice Ratzinger, tendrá
cada vez más “fraternidad interna”, lo que necesita también para su misión
de sembrar en el mundo el espíritu de fraternidad y de familia del Padre.
Más adelante nos detendremos sobre esto.
Caridad y sufrimiento
b) En segundo lugar, Ratzinger señala que el encargo de los cristianos frente a
los no cristianos es la caridad (el ágape), iluminando así el
mundo con la fuerza atractiva y ejemplar del amor, sobre todo hacia los
necesitados (cf. Mc 4 21; Mt 5 47; Flp 2, 15; Rm 5 6), y sin esperar nada a
cambio, pues en ellos han de ver al mismo Cristo (cf. Mt 25, 31-46).
c) Pero el deber más grande hacia los demás, por parte de los cristianos para
los no cristianos es “seguir a su maestro en el sufrir por ellos” (p.
105). Así como el Maestro vino a servir, a “dar su vida en rescate por muchos”
(mc 10, 45), lo mismo deben hacer sus discípulos. Llama la atención que
Ratzinger subraye cómo Cristo habla de que este es un camino “estrecho”,
para “pocos” (cf. Mt 7, 14), lo mismo que los obreros son pocos para la
abundante mies Mt 8, 37) y también pocos los elegidos –aunque sean muchos los
llamados– (cf. Mt 22, 14), un pequeño rebaño en medio de lobos (cf. Mt 10, 16).
Los discípulos, señala el teólogo alemán, son pocos y deben ofrecerse por
muchos. Especialmente cuando se cierran otros caminos, sigue siempre abierto “el
camino real del sufrimiento vicario” (en vez o en lugar de otros). Así la
Iglesia: “Cuando es llamada a sufrir por los demás, logra la culminación de su
misión más íntima: el intercambio de destino con el hermano que yerra, para
restituirle así la filiación y la plena fraternidad” (p. 106). Sostiene que la
catolicidad de la Iglesia tiene que ver sobre todo con esta relación del sufrimiento
de pocos en lugar de muchos, y no tanto con el número de discípulos, que
con frecuencia puede esconder cristianos solo de nombre y apariencia.
Así, con la prudencia, el amor y el sufrimiento la Iglesia traspasa todas las
fronteras y se manifiesta verdaderamente “católica”.
Discernimiento y anuncio del mensaje cristiano
2. Detengámonos en la cuestión primera, la discreción o la prudencia, a la hora
de anunciar la fe. Y, siguiendo la sugerencia del teólogo, recordemos cómo, en
efecto, se trata de una constante en el comportamiento de Jesús y en la
enseñanza a sus discípulos: su predicación en forma de parábolas (cf. Mc 4,
11) y al mismo tiempo abriéndose a la escucha y al diálogo con sus
interlocutores (cf. Jn 4, 1-45); su firmeza y claridad cuando lo considera
conveniente (cf. Mt 16, 23; 23, 33), y en otras ocasiones sus delicadas
sugerencias (cf. Lc 7, 13; Jn 1, 47) o incluso su silencio (cf. Jn 8, 7); su
mostrarse o esconderse, sus idas y venidas, su adaptarse en su trato ante
diversos tipos de personas y circunstancias. Y su insistir en que hay que
descubrir los signos de los tiempos (cf. Lc 12, 54-59), distinguir a los buenos
por sus frutos (cf. Mt 7, 16-20), edificar sobre roca y no sobre arena (cf. 7,
24-27), imitar de algún modo tanto a las serpientes como a las palomas (cf. Mt
10, 16), guardar los verdaderos tesoros (cf. Lc 12, 16-21), valorar lo pequeño
(Mt 25, 1-13).
¿Qué significa todo esto en relación con nuestro anuncio de la fe? Si se trata
de la actitud general del cristiano, individualmente o con otros, cabría
responder que manifiesta la importancia, por un lado, de anunciar el mensaje
evangélico “en serio”, sin abaratarlo ni falsearlo; y al mismo tiempo,
eligiendo los modos, lugares y tiempos, como hacía Jesús, precisamente para
acertar en la transmisión del mensaje. Esto nos habla, en una palabra, del discernimiento
(del latin discernere, y del griego diákrisis: distinguir bajo
las apariencias).
En relación con la evangelización, el discernimiento requiere fidelidad tanto
a la sustancia del mensaje cristiano (la Palabra de Dios que es verdad y amor)
como a la forma de expresarlo. Una forma que depende de las situaciones
personales; pues “lo justo” es lo que corresponde a cada persona. Eso –Dios lo
sabe mejor que nadie– es precisamente la verdad junto con el amor, y de
modos muy diversos. Y en relación con el anuncio de la fe, esto podría
resumirse diciendo: hay que anunciar auténticamente la Palabra auténtica.
En esta perspectiva de la prudencia cristiana (la palabra “prudencia” no
significa lo que hoy puede parecer, retraerse de actuar o esconderse, sino que
se refiere a la necesidad de valorar las situaciones y decidir las actuaciones
convenientes, lo que a veces requiere actuar
con valentia y sin dilaciones) o del discernimiento, se ha situado el Papa
Francisco. Lo ha hecho en general, desde su documento programático Evangelii
gaudium. Más concretamente, cuando se ha referido al discernimiento en
relación con la santidad (cf. Exhort. Gustate et exsultate, nn. 166-177:
discernimiento como necesidad imperiosa, siempre a la luz del Señor, como don
sobrenatural que requiere la disposición a escuchar y la aceptación de la
cruz). También en relación con el descubrimiento y seguimiento de la propia
vocación (cf. Exhort. Christus vivit, capítulo 9).
Discernimiento y comunicación de la fe
3 ¿Qué decir de ello en relación con el mundo de la comunicación, de los
“medios”? La persona necesita abrirse, entregarse y comunicarse con otros
(cf. Enc. Fratelli tutti, 87). Se presenta aquí un campo amplio, del que
saben los buenos profesionales de la comunicación, y del que no se puede
prescindir a la hora de anunciar el evangelio.
A ese campo pertenece, primero, lo que enlaza la comunicación con la
antropología y la ética. Por ejemplo, presentar la verdad de lo acontecido
con buen sentido crítico y a la vez evitando malinterpretarla interesadamente;
respetar los ritmos de las personas, su dignidad e intimidad; llegar a tiempo o
incluso adelantarse a posibles daños o perjuicios, y corregir los propios
errores; impulsar, mediante la comunicación, la solidaridad y el bien común, la
justicia y la paz, el diálogo y la educación, etc (cf. Ibid., 205).
El campo de la ética de la comunicación se amplia cuando se trata de comunicar
cuestiones en relación con la fe o la vida cristiana. Esto puede llevarse a
cabo bien sea a título personal –todos podemos y debemos hacer opinión, y hoy
esto se facilita por las tecnologías digitales– o profesional en relación con
las propias competencias, bien sea en el ámbito más particular de la
comunicación institucional de la Iglesia. Están en juego, para todos, la propia
conciencia y los frutos de la comunicación, a nivel personal y sociocultural,
local y universal. Y para los cristianos es, en efecto, un cauce importante
para promover la amistad social y la fraternidad en su horizonte universal.