La exhortación “Querida Amazonia” (2-II-2020) tiene la
forma de una carta impregnada de afecto y preocupación por esa región, que el
sucesor de Pedro ve como un “misterio sagrado”: un lugar donde late y se
manifiesta la vida divina, también con provecho para otras regiones.
Su punto de vista es el propio de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia.
Ella se sabe impulsada y como vivificada por la Encarnación de Hijo de Dios
para llevar la luz y la riqueza de la vida divina a las culturas: “Todo lo
que la Iglesia ofrece debe encarnarse de modo original en cada lugar del mundo,
de manera que la Esposa de Cristo adquiera multiformes rostros que
manifiesten mejor la inagotable riqueza de la gracia” (n. 6).
Desde ese background, Francisco enuncia sus cuatro “sueños”
desgranados en los respectivos capítulos. Esos sueños son paralelos a los
“diagnósticos” que en su momento hizo el sínodo de Oceanía. Son, por tanto
“sueños” que recogen el trabajo de muchas personas y proceden de un
discernimiento eclesial. Son, ahora, los “ sueños" del sucesor de Pedro,
sus deseos, sus esperanzas, sus orientaciones, al retomar lo que ve y siente
que Dios dice a la Iglesia, para fortalecerla y guiarla en su caminar. Son sueños
estrechamente conectados desde la centralidad de Cristo, redentor del
hombre y del mundo. Brotan de la Fe, de la Esperanza y del Amor que dinamizan
al Pueblo de Dios en este momento histórico.
Sensibilidad social
1. En el capítulo primero se enuncia un sueño social: “Sueño con una
Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios,
de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida”. Esto
es una necesidad social que los cristianos hemos de afrontar desde
nuestra fe vivida, de nuestra esperanza y nuestro amor a Dios y al prójimo.
La situación se muestra con realismo. La presencia de la “injusticia y crimen”
en la región convierten la actual globalización en ocasión de un nuevo
colonialismo. Ante la explotación y el atropello, es natural que se reaccione
con la “indignación”. Pero no con el resultado del odio, sino de la restauración
de la "dignidad" por medio del trabajo, la educación y la
promoción humana, como hicieron en gran medida los misioneros de esas tierras.
Al mismo tiempo, el sucesor de Pedro –como ha hecho en otras ocasiones, lo
mismo que sus predecesores– pide humildemente perdón por los crímenes y
pecados de los cristianos contra los pueblos originarios.
Ante el individualismo de nuestra cultura dominante, el riesgo de tantas
personas que –obligadas a la migración– se exponen al desarraigo propio de las
ciudades y el daño infligido a las instituciones que deberían haber servido a
las personas y no alimentado la corrupción, hoy se impone promover el
sentido de fraternidad y de comunión que brota especialmente de la fe en
Cristo; la cultura del encuentro y del diálogo social ante todo con los más
pobres; la armonía con la tierra y la naturaleza circundante.
Diálogo intercultural
2. El capítulo segundo corresponde con un sueño cultural: “Sueño con una
Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de
modos tan diversos la belleza humana”. Este sueño tiene que ver con el diálogo
intercultural.
La inculturación, obra del Evangelio, es también una tarea educativa,
cuyo sentido es siempre “cultivar sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar
la identidad, promover sin invadir” (n. 28). Como manifiestan frecuentemente
sus poetas, las culturas originarias guardan la conciencia del
parentesco que el hombre descubre entre la naturaleza y Dios, que es su origen.
Con ello, se hace posible la sabiduría que, en las diversas culturas, va
componiendo un verdadero “poliedro” de tradiciones y experiencias.
Esto requiere cuidar las “raíces” culturales: historias, leyendas y
narraciones. Los jóvenes hacen bien en escuchar a los ancianos que guardan esas
“memorias” de de que están hechos sus sueños, para que alimenten las
“profecías” de los jóvenes y hagan posibles las utopías.
Las culturas tienen sus límites y defectos. Toda cultura tiene la
tentación de cerrarse en si misma. La nuestra está marcada por el consumismo y
el individualismo, la discriminación y la desigualdad. Pero también todas
ellas están abiertas a la trascendencia, pueden comunicar a las
otras los propios valores y enriquecer la comunión humana con esa
diversidad.
En la actualidad el diálogo intercultural plantea cuestiones que tienen que ver
con las familias, con los medios de comunicación y con el sentido
de la “calidad de vida”.
Respeto y cuidado por la tierra
3. El capítulo tercero manifiesta un sueño ecológico: “Sueño con una
Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la
engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas”. Y lo primero en
ese sueño es la “ecología humana”: abrirse a Dios, que es el autor de la
naturaleza. Esto requiere a su vez una “ecologia social”. De ahí procede
también el respeto y el cuidado por la tierra.
Como ya se ve, esto nada tiene que ver con un antropocentrismo radical y
despótico ni, por el otro extremo, con una disolución del hombre en la
naturaleza, pues es precisamente el hombre el responsable de su cuidado.
El cuidado que el hombre debe a la tierra contrasta con los abusos y maltratos
que provienen del paradigma tecnocrático consumista. Por eso los gobiernos
deben defender de establecer normativas e informaciones que permitan a
los habitantes de esas tierras ser protagonistas de su propia historia y
defender sus derechos junto con su tierra.
Observa Francisco que solo una cultura de la contemplación de la belleza –que
en estos pueblos viene de antiguo– puede ayudarnos a escuchar el grito de la
tierra y de sus criaturas, que en cada cultura forman el marco donde "los
creyentes encontramos (...) un lugar teológico, un espacio donde Dios mismo
se muestra y convoca a sus hijos" (n. 57).
En efecto, porque la vida ordinaria de los cristianos es el principal “lugar”
para vivir y comprender –por medio de la oración y de la vida sacramental–, su
condición de hijos de Dios y hermanos entre sí y de todos los hombres.
Esto, señala la Carta, pide una determinada educación de los “hábitos
ecológicos”. Escribe el Papa: “No habrá una ecología sana y sustentable,
capaz de transformar algo, si no cambian las personas, si no se las
estimula a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más
respetuoso, menos ansioso, más fraterno” (n. 58). En este sentido, nuestra
cultura consumista debe ser evangelizada, y a fondo.
Inculturación
del Evangelio para el bien de todos
4. Finalmente, el capítulo cuarto refleja el sueño eclesial: “Sueño con
comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia,
hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos”.
Aquí se explica cómo la inculturación del Evangelio nos afecta y nos mejora a
todos.
Para ello la evangelización debe comprometerse en el anuncio de Cristo.
Un anuncio que implica un mensaje social, pero no se conforma con un mensaje
social (cf. nn. 65 ss). La consecuencia de ese anuncio es la fraternidad y la
inculturación del Evangelio: el acoger todo lo bueno que hay en las culturas y
llevarlo a la plenitud de Cristo, junto con la sabiduría cristiana y la
tradición milenaria del Pueblo de Dios.
Es importante captar que las culturas no son solamente “sujetos” pasivos
de evangelización, sino también protagonistas activos de la
evangelización. en cuanto mediadoras de valores auténticamente humanos que se
abren a la fe (cf. n. 67). Y esto es así porque, como señaló Juan Pablo II, la
fe, para ser plenamente acogida, pensada y vivida, ha de hacerse cultura.
La inculturación del Evangelio implica reconocer la sabiduría de las culturas,
en este caso de las culturas precolombinas. Requiere respetar los símbolos
que las abren a la trascendencia, sin etiquetarlos de idolatría,
superstición o paganismo, aunque manifiesten una religiosidad imperfecta,
parcial o equivocada.
Supone asimismo apreciar muchos de sus valores tradicionales (“la
apertura a la acción de Dios, el sentido de la gratitud por los frutos de la tierra,
el carácter sagrado de la vida humana y la valoración de la familia, el sentido
de solidaridad y la corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia de
lo cultual, la creencia en una vida más allá de la terrenal, y tantos otros
valores” n. 70, según el documento de Santo Domingo, 1992).
Aunque nos cueste aceptarlos –a los que estamos sumergidos en la modernidad
tardía o líquida–, estos valores nos pueden ayudar –señala Francisco– a superar
nuestro consumismo ansioso y nuestro aislamiento urbano. La relación con el
cosmos y con los demás nos puede llevar poco a poco a redescubrir “la relación
personal con un Tú que sostiene la propia realidad y quiere darle un sentido,
un Tú que nos conoce y nos ama” (n. 73).
En esta línea espera Francisco que la centralidad de la Eucaristía, el recurso
a la oración y la convivencia –especialmente a nivel ecuménico e
interreligioso–, junto con el trabajo común en favor de los más desfavorecidos,
impidan que nos devoren “la inmanencia terrena, el vacío espiritual, el
egocentrismo cómodo, el individualismo consumista y autodestructivo” (n.
108).
Destaca la importante aportación de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad.
Apunta la necesidad de desarrollar diferentes servicios eclesiales contando con
la generosidad de todos y de acuerdo con la condición y los dones de cada
cristiano: laicos, ministros sagrados y religiosos. Y concluye el Papa
invocando la protección de María, Madre de la Amazonia.