En un
encuentro con el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización
(21-IX-2019) el papa Francisco ha profundizado en lo que Juan Pablo II
denominaba el ardor, los métodos y la expresión del anuncio del
Evangelio (cf.
Discurso en Haití, 9-III-1983). Y al hacerlo, ha
puesto de relieve lo que podría llamarse la “insuperabilidad” del amor.
Nuestra misión como cristianos es anunciar ese amor como algo que
vivimos.
1. La cuestión de entrada es “
cómo encender el deseo de encontrar a Dios a
pesar de los signos que oscurecen su presencia”. Cuenta el papa que en
una ocasión, ante un periodista que le manifestaba no ser creyente, el
santo papa Juan XXIII le respondió: «¡Tranquilo! ¡Eso lo dices tú! Dios
no lo sabe, y te considera igualmente como un hijo al que amar». El
secreto –señala Francisco– está en ayudar a sentir, junto con las
propias incertidumbres, la maravilla de la presencia de Dios entre
nosotros, lo que provocó el estupor de
los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 32).
Actitudes ante la Iglesia
2. En un segundo momento, el papa traza lo que podría considerarse un
catálogo de las actitudes
de nuestros contemporáneos ante la Iglesia. Para algunos es algo así
como un recuerdo frío, para otros una amarga decepción. Algunos
consideran que la Iglesia no les entiende y está lejos de sus
necesidades. Otros la juzgan como demasiado débil para el mundo. O por
el contrario, demasiado poderosa ante las grandes pobrezas del mundo.
El papa señala que “es justo preocuparse, pero sobre todo ocuparse,
cuando se percibe una Iglesia mundanizada, es decir que sigue los
criterios de éxito del mundo y se olvida de que
no existe para anunciarse a sí misma, sino a Jesús”.
Y observa Francisco: “Una Iglesia preocupada por defender su buen
nombre, que le cuesta renunciar a lo que no es esencial, ya no siente
el ardor de llevar el Evangelio hasta hoy. Y acaba siendo más una bonita sala de museo que la casa sencilla y festiva del Padre”.
El sabor de la vida
3. Redescubrir
la necesidad del amor. Esta tentación de reducir
la tradición viva de la Iglesia a un museo, contrasta con el vacío de
muchos que se dejan llevar por cierto bienestar exterior que la
tecnología proporciona –vacío que, sin hacer ruido, grita la urgencia de
llenar de belleza, verdad y bien sus vidas–. Quizá llevan heridas
profundas y no logran un trabajo estable. Pero esto les hace vivir en
una especie de torbellino, les anestesia e impide las elecciones
valientes, les hace esclavos de lo que podría servirles. Y así olvidan
lo que Francisco llama
el sabor de la vida: “la belleza de una
familia numerosa y generosa, que llena el día y la noche pero dilata el
corazón; la luminosidad que se encuentra en los ojos de los hijos, que
ningún
smartphone puede dar; la alegría de las cosas sencillas; la serenidad que da la oración”.
En todo caso, y aunque no lleguen a plantearlo, las personas nos piden
responder a sus deseos más profundos: “amar y ser amados, ser aceptados
por lo que se es, encontrar la paz del corazón y una alegría más
duradera que las diversiones”.
Experiencia e historia del amor
4. Acompañar en
la experiencia e historia de amor. Nosotros hemos experimentado esta alegría en la persona de Jesús. Y aunque seamos frágiles y pecadores, tenemos esta
misión:
“encontrar a nuestros contemporáneos para hacerles conocer su amor”.
¿Cómo lo haremos?, parece que se pregunta Francisco. Y señala: “No tanto
enseñando, nunca juzgando, sino haciéndonos compañeros de camino” (cf.
Hch 8, 26-40).
Por eso, añade el papa, es importante que nos sintamos interpelados por
las preguntas de los hombres y de las mujeres de hoy. Y esto, “sin pretender tener respuestas en seguida ni dar respuestas precocinadas, sino compartiendo
palabras de vida” y dejando espacio al Espíritu Santo, capaz de liberar el corazón de las esclavitudes que lo oprimen y de renovarlo.
“Anunciar al Señor –asegura Francisco– es manifestar la alegría de
conocerlo, es ayudar a vivir la belleza de encontrarlo”. A Dios se le
encuentra –sigue diciendo– no tanto como respuesta a una curiosidad
intelectual o un esfuerzo de la voluntad, sino sobre todo
por medio de una experiencia de amor, respondiendo a una llamada a una historia de amor. Y después de encontrarlo, hay que seguir buscándolo, porque su misterio no se agota nunca, siendo inmenso como es su amor.
Dios es amor (1 Jn 4, 8), un amor que dura siempre y no se agota
(cf. Sal 136, 1; Ex 3, 14). Es un fuego que no se consume, y es bello
anunciar a este Dios fiel, a los hermanos que viven en la tibieza porque
su primer entusiasmo se ha enfriado. Es bello decirles: “
Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día” (Exhort.
Evangelii gaudium, 164).
"Insuperabilidad" del amor
5. Anunciar el amor y la “insuperabilidad” del amor. He ahí, subraya el Papa, lo que llamamos el
kerigma,
es decir, el “núcleo fundamental” de la fe, el latido palpitante del
“corazón del Evangelio: la belleza del amor salvador de Dios manifestado
en Jesucristo muerto y resucitado” (Ibid., 36). E insiste Francisco en
que este “primer anuncio” es siempre el principal, el que debe resonar
continuamente en la educación de la fe y en todas las etapas y momentos
de la catequesis, que no debe reducirse a una transmisión de
conocimientos (cf. Exhort.
Christus vivit, 214).
6. Facilitar el encuentro del amor. Finalmente, siendo la fe una vida
que nace y renace del encuentro con Jesús, lo que ayuda al crecimiento
de la fe es todo lo que en la vida es encuentro: acercarse al
necesitado, construir puentes, consolar a quien lo requiere, etc. “Así
seremos
signos vivos del amor que anunciamos”.
* * *
En definitiva, Francisco recuerda aquí la gran luz para guiar la nueva evangelización:
el amor, núcleo insuperable de la vida y también de la vida cristiana y de la misión de los cristianos. No un amor del que se tiene más o menos noticia, sino u
n amor pleno y verdadero,
que se experimenta y se vive. Tal es el amor de Cristo, Dios que salva.
La evangelización es anunciar ese amor participando de él y abriendo a
otros esa misma sabiduría, que solo se encuentra en Cristo y se traduce
en vivir con Él y como Él al servicio de los demás.