La Carta que el papa Francisco ha
enviado al Pueblo de Dios que peregrina en Alemania (29-VI-2019)
es un testimonio del ministerio petrino y –lejos de un recetario– una
orientación muy útil no solo para los católicos alemanes, sino para todos los
cristianos.
Una
carta animante y realista
1. Ante todo, en circunstancias de graves dificultades –incertidumbre ante el
futuro, cambios profundos y rápidos, etc.–, como eran las de los discípulos
cuando murió el Señor, hoy contamos “con la convicción de que el Señor «siempre
puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad» (Exhort. Evangelii
gaudium, 11). Francisco desea brindar su apoyo, acompañar en el camino y
“fomentar la búsqueda para responder con parresía –valentía– a la
situación presente”. Quizá sea esta última frase un buen resumen de las
actitudes que su carta desea promover.
Comienza agradeciendo, entre otras cosas, el hecho de que “las
comunidades católicas alemanas, en su diversidad y pluralidad, son reconocidas
en el mundo entero por su sentido de corresponsabilidad” y de generosidad para
impulsar y sostener la evangelización en otras regiones y países.
Al mismo tiempo señala “lo doloroso que es constatar la creciente erosión y
decaimiento de la fe con todo lo que ello conlleva no solo a nivel espiritual
sino social y cultural”. Este deterioro –que sucede en tantos otros lugares–,
multifacético y de no fácil y rápida solución, “pide un abordaje serio y
consciente que nos estimule a volvernos, en el umbral de la historia
presente, como aquel mendicante para escuchar las palabras del apóstol: «no
tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y camina» (Hch 3,6).
El camino que propone el papa como cabeza del colegio episcopal, con carácter
general, es un camino sinodal (cf. Const. ap. Episcopalis communio,
2018). En sustancia se trata, bajo la guía del Espíritu Santo, de “caminar
juntos y con toda la Iglesia bajo su luz, guía e irrupción, para aprender a
escuchar y discernir el horizonte siempre nuevo que nos quiere regalar. Porque
la sinodalidad supone y requiere la irrupción del Espíritu Santo”.
Así es, porque ya el Señor lo había anunciado: "Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa" (Jn 16 13). Es
el Espíritu Santo quien, a partir de Pentecostés, ilumina y guía a la Iglesia
por el camino y en el horizonte de la salvación.
Podríamos decir que la sinodalidad es el nombre que recibe la participación
de todos a todos los niveles –de abajo hacia arriba y viceversa, escribe el
papa, es decir desde el último bautizado hasta el obispo de Roma y al revés– en
la edificación de la Iglesia y en la evangelización. “Solo así –dice el papa–
podemos alcanzar y tomar decisiones en cuestiones esenciales para la fe y la
vida de la Iglesia”.
A continuación señala algunas condiciones para ese proceso. Condiciones que
tienen que ver con la mirada a la realidad y con las virtudes teologales (fe,
esperanza, caridad).
1) Ante todo, una llamada al realismo: “Será efectivamente posible si
nos animamos a caminar juntos con paciencia, unción y con la humilde y
sana convicción de que nunca podremos responder al mismo tiempo a todas las
preguntas y problemas”, porque somos portadores de un tesoro en vasijas de
barro (cf. 2 Co 4,7).
Subraya especialmente la paciencia, pues “los interrogantes presentes,
así como las respuestas que demos, exigen, para que pueda gestarse un sano aggiornamento”
(puesta al día), con palabras de Yves Congar, “una larga fermentación de la
vida y la colaboración de todo un pueblo por años”. Esto, según el papa, nos
estimula para impulsar procesos que den fruto a su tiempo más que
confiar en resultados inmediatos poco maduros.
2) En segundo lugar, esos procesos requieren adecuados e inevitables análisis.
Pero conviene evitar la tentación de la parálisis, “girando en torno a
un complicado juego de argumentaciones, disquisiciones y resoluciones que no
hacen más que alejarnos del contacto real y cotidiano del pueblo fiel y del
Señor”. Algo parecido critica luego al referirse a soluciones sincretistas de
“buen consenso” o resultados de encuestas o consensos.
3) Por tanto, hay que reconocer con coraje que “lo que necesitamos es
mucho más que un cambio estructural, organizativo o funcional”. Y para eso se
impone evitar otra tentación: la de pensar que somos capaces, con nuestra
propias fuerzas de salir adelante.
No
fiarse de las propias fuerzas
Aquí hay una referencia a un nuevo pelagianismo que confiara todo
a “estructuras administrativas y organizaciones perfectas” (Evangelii
gaudium, 32). Más adelante se habla también del nuevo gnosticismo
de los que “queriendo hacerse un nombre proprio y expandir su doctrina y fama,
buscan decir algo siempre nuevo y distinto de lo que la Palabra de Dios les
regalaba, de los que sintiéndose “avanzados” o “ilustrados” querrían superar el
“nosotros” eclesial con sus propios esquemas (cf. J. Ratzinger, El Dios de
Jesucristo, Salamanca 1979).
Esta tentación de fiarlo todo a soluciones administrativas o protagonismos
mesianistas, podría, señala Francisco, a corto plazo eliminar tensiones. Pero
llevaría a un “adormecer y domesticar el corazón” del pueblo cristiano,
dejándolo quizá algo “modernizado”, pero mundanizado y “sin alma ni
novedad evangélica”, sin vibración ni mordiente. Sin capacidad efectiva –cabría
decir– para animar de fondo a los cristianos en su vivir de la fe en Cristo
Jesús y su Palabra salvadora.
Para unos y otros –nuevos pelagianos o nuevos gnósticos– sirve esta
constatación: “Cada vez que la comunidad eclesial intentó salir sola de sus
problemas confiando y focalizándose exclusivamente en sus fuerzas o en sus
métodos, su inteligencia, su voluntad o prestigio, terminó por aumentar y
perpetuar los males que intentaba resolver”.
Evangelización:
camino de esperanza
4) Por eso el papa Bergoglio, como en ocasiones anteriores (cf. Encuentro
con el Comité directivo del CELAM, Bogotá, 7-IX-2017), propone “gestionar
el equilibrio” con esperanza y no tener “miedo al desequilibrio” (cf.
Evangelii gaudium, 97); pues hay tensiones y desequilibrios que son
inevitables y, más aún, imprescindibles como parte del anuncio del Evangelio.
Cabe pensar en tantos cristianos que, efectivamente, en medio de las
dificultades, han testimoniado su confianza en Dios, en su gracia y en su
misericordia, poniendo a la vez los medios humanamente posibles. Por eso habla
aquí Francisco de asegurar la dimensión teologal del
discernimiento –a la hora de las innovaciones y de las propuestas–, y de
aceptación de la salvación gratuita que Cristo nos ha ganado con su entrega en
la Cruz. Nuestra misión no se apoya en los cálculos humanos ni tampoco en los
“resultados exitosos de nuestros planes pastorales”. Así es, y esa dimensión
teologal, que significa contar en todo con la fe –saber que Dios nos ve y nos
cuida–, es una componente esencial de la sabiduría cristiana.
5) La transformación verdadera reclama la conversión pastoral,
es decir, que el criterio-guía por excelencia sea la evangelización, el
anuncio de la fe y el mandamiento nuevo del amor. La evangelización no es
una táctica de conquista o de dominio, de influencia a lo humano o de expansión
territorial. Ni un retoque para adaptarse perdiendo la fuerza profética
originaria. Ni tampoco el intento de recuperar hábitos o prácticas que
daban sentido en otro contexto cultural.
Una vez más, y siguiendo los pasos de quienes le han precedido en el ministerio
petrino, expone el camino adecuado: “La evangelización es un camino
discipular de respuesta y conversión en el amor a Aquel que nos amó primero
(cfr. 1 Jn 4,19); un camino que posibilite una fe vivida, experimentada,
celebrada y testimoniada con alegría. La evangelización nos lleva a recuperar
la alegría del Evangelio, la alegría de ser cristianos”.
Nuestra preocupación principal debe ser compartir esa alegría “saliendo a
encontrar a nuestros hermanos, principalmente aquellos que están tirados en el
umbral de nuestros templos, en las calles, en cárceles y hospitales, plazas y
ciudades. (...) Salir a ungir con el espíritu de Cristo todas las realidades
terrenas, en sus múltiples encrucijadas, principalmente allí «donde se gestan
los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos
más profundos del alma de las ciudades» (Evangelii gaudium 73, cf. Evangelii
nuntiandi, 19). Se trata de “estar cerca de la vida de la gente”, con la
pasión por Jesús y al mismo tiempo la pasión por su pueblo (cf. Evangelii gaudium,
268).
Mejorar nuestra misión evangelizadora
2. En la última parte de su carta, insiste Francisco sobre la naturaleza del discernimiento,
cuyo objetivo no es una mera adaptación al espíritu del tiempo, sino mejorar
en nuestra misión evangelizadora.
Por medio del discernimiento que se realiza a través de la sinodalidad, se
trata de “vivir y de sentir con la Iglesia y en la Iglesia, lo cual, en
no pocas situaciones, también nos llevará a sufrir en la Iglesia y con la
Iglesia”, tanto a nivel universal como particular. Para ello hay que buscar caminos
reales para que todas las voces, también las de los más sencillos y
humildes, tengan espacio y visibilidad. Un reto que, en efecto, todos hemos de
proponernos.
Todavía señala algunas condiciones más –también de fondo– para este
discernimiento. Estas tienen que ver con el marco de la vida de la Iglesia y
con la correspondencia personal a la gracia.
El marco de la vida de la Iglesia
1) Subraya la “necesidad de mantener siempre viva y efectiva la comunión con
todo el cuerpo de la Iglesia”, especialmente para no encerrarnos en
nuestras particularidades ni dejarnos esclavizar por las ideologías; pues,
como corresponde al sentido de la Iglesia (Sensus Ecclesiae), hemos de
“sabernos constitutivamente parte de un cuerpo más grande que nos
reclama, espera y necesita y que también nosotros reclamamos, esperamos y
necesitamos. Es el gusto de sentirnos parte del santo y paciente Pueblo fiel
de Dios”.
2) Para esto es también necesaria la conexión con la Tradición viva de la
Iglesia, con “las fuentes de la más viva y plena Tradición, que tiene la
misión de mantener vivo el fuego más que conservar las cenizas” (cf. G. Mahler)
“y permite a todas las generaciones volver a encender, con la asistencia del
Espíritu Santo, el primer amor”.
3) El marco del discernimiento es claro, y está asegurado por la referencia a
la santidad que todos hemos de fomentar y la maternidad de María,
sin la cual no somos el pueblo de Dios que le entregó el Hijo desde la Cruz
para su cuidado; por la fraternidad dentro de la Iglesia y la confianza
en la guía del Espíritu Santo; por la necesidad de priorizar una
visión amplia del todo, pero sin perder a atención por lo pequeño y
cercano.
Conversión,
oración, penitencia
4) A todos, y especialmente a los pastores, el papa llama a un “estado de
vigilia y conversión”, sin olvidar que la vigilia y la conversión son dones
de Dios que hay que implorar por medio de la oración, el ayuno y la
penitencia. Así podremos aspirar a tener los mismos sentimientos de Cristo
(cf. Flp 2, 7), es decir su humildad, pobreza y valentía.
El ejemplo del Maestro “nos libra de falsos y estériles protagonismos, nos
desinstala de la tentación de permanecer en posiciones protegidas y acomodadas
y nos invita a ir a las periferias para encontrarnos y escuchar mejor al
Señor”.
La oración es también adoración, porque, “al adorar, el hombre cumple su
deber supremo y es capaz de vislumbrar la claridad venidera, esa que nos ayuda
a saborear la nueva creación” (cf. R. Guardini).
En otra ocasión hace pocos días, dirigiéndose al sínodo de la Iglesia
greco-católica ucraniana (cf. Discurso,
5-VII-2019), el papa señalaba que la oración debe ser
una “preocupación primaria” en todas nuestras actividades. Sin la
oración es fácil caer en las tentaciones del sueño, de la espada –la
violencia– o de la huida –la cobardía– (cf. Mt 26, 40ss). Para los pastores es
igualmente necesaria la cercanía, no solo para “hablar de Dios” sino para
“dar a Dios” dándose a sí mismos en el anuncio de la fe, la liturgia y la
caridad.
Insistió también entonces en la sinodalidad, que implica la escucha,
la corresponsabilidad con valentía y especialmente la implicación de los
fieles laicos.
“La sinodalidad lleva también a ampliar los horizontes, a vivir la
riqueza de la propia tradición dentro de la universalidad de la Iglesia: a
sacar beneficio de las buenas relaciones con los demás ritos; a considerar la
belleza de compartir partes significativas del propio tesoro teológico y
litúrgico con otras comunidades, incluso no católicas; a tejer relaciones
fructíferas con otras Iglesias particulares, además de (las relaciones) con los
Dicasterios de la Curia Romana” (Ibid.) y evitar los particularismos.
La situación actual –concluye Francisco en su carta a los católicos alemanes–
no nos pid, por tanto, una actitud mojigata, pueril o pusilánime ante las
dificultades, sino “la valentía para abrir la puerta y ver lo que
normalmente queda velado por la superficialidad, la cultura del bienestar y la
apariencia”. Así podemos aspirar, por gracia de Dios –que pedimos con la mente,
el corazón y la vida en conversión permanente–, a caminar por la senda de las bienaventuranzas
y a ser portadores de bienaventuranza para los demás.